Leya es obligada por su madrastra a casarse con el hijo de los Foster, Edgar.
El joven de 33 años se esconde del mundo después del engaño de su futura esposa.
Sin embargo Leya descubre la verdadera identidad de Edgar...
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8: En qué piensas, ¿¡Edgar!?
Thomas fue un caballero y acompañó a Leya hasta el portón de la mansión de Edgar.
Ella entró contenta hasta que vió que Edgar una vez más había bajado todas las cortinas y otra vez la casa estaba a oscuras.
— Dios mío señor, dame paciencia con este niño.
Una voz la alteró mientras esta se dirigía hacía las escaleras.
—¿Porque tardaste?¿Te perdiste?
Ella giró hacia la voz, Edgar estaba con un bol en la mano, revolviendo rápido sin camiseta.
Leya se ruborizó, no quería admitir qué le gustaba lo que veía a pesar que no lograba ver con claridad.
—Esta-aaas cocinando?
—No. Estoy jugando videojuegos.
Leya le tiró una mirada de enojo.
— Ven. Tienes que comer. —dijo girando y entrando a la cocina.
Leya quedó pensando sorprendida por lo que había escuchado y sin más corrió hacia la cocina.
Abrió la boca al ver qué la mesa estaba pronta con platillos profesionales que parecían haber salido de un libro de recetas.
— Esto parece mucho esfuerzo.
— Lo hice hace media hora.
— ¿Media hora? ¿Y porque no comiste? -sonrió-.
El giró a mirarla y quedó observándola con esos ojos celestes y la boca abierta queriendo decir algo.
Quedó callado y giró hacia lo que estaba haciendo. Leya se sintió acalorada, no sabía porque pero esa mirada la hizo sentir un corazón más acelerado.
—M-Me dijiste qué no comiera sin ti.
Por primera vez Leya lo sintió tartamudear. Ella soltó una carcajada tapándose la boca. Fue inútil porque Edgar la escuchó y giró hacia ella.
—¿Te estás riendo de mí?
— No señor Edgar, como cree.
Leya soltó otra risita.
— Oh sí, te estás riendo de mí.
Leya se fue corriendo mientras sabía que Edgar la perseguiría, subió las escaleras corriendo y entró a su habitación intentando cerrar la puerta, pero le fue inútil porque Edgar tenía más fuerza y logró abrirla .
Se sintió atrapada al ver cómo el estaba cerca de ella y la miraba con esos ojos encantadores.
El de repente, acarició lentamente su mejilla y se acercó más y Leya cerraba los ojos.
Se sintió la puerta principal tocarse y unos gritos provenientes de la señora Foster.
—Hijos míos, les traigo más combustible.
Ambos no dijeron nada.
Edgar mordió su labio inferior y se salió rápido.
Leya soltó un gran suspiro. No sabía si estaba alterada por qué Edgar estaba a punto de besarla o porque su madre había interrumpido el momento.
Esperó un poco para calmarse y decidió bajar.
—Hola señora y señor Foster !— dijo bajando las escaleras —.
— Oh mi niña —le dió un abrazo — deja de llamarme señora Foster! Parece que estoy vieja!
— Mamá, si estás vieja.
La señora Foster giró hacia Edgar.
— ¡Pero como te atreves! — la madre se acercó y comenzó a hacerle cosquillas —.
El señor Foster sonrió viendo cómo su hijo reía y volteó a ver a Leya.
Artículo la palabra gracias y Leya se quedó pensando en que había echo para merecerlo.
Para disimular Leya observó las bolsas que cargaba el señor Foster.
— Oh, haber que hay por aquí.
El señor Foster se las entregó y Leya miró contenta las verduras.
—¿Saben qué? Conseguí trabajo de medio tiempo en una verdulería.
—¿Qué?— dijo Edgar -.
— Trabajar? Querida no era necesario...
—¿No era que ibas a buscar entre tres cuadras?
Leya miró a Edgar que parecía molesto.
— Si pero, pensé en ir un poco más allá.
—¿¡O alguien que conoce muy bien la zona te llevó hasta allá!?
—¿Por qué gritas Edgar? — dijo Leya — creí que te alegraría saber que...
—¿Qué? ¿Qué conseguiste trabajo? Felicidades. Pero admite qué te viste con ese idiota..
— ¿Quién !? ¿Con Thomas? Si, lo hice! Experimenté lo que es salir con alguien a la calle sin que te estén comentando repugnantes críticas constantemente! — Leya comenzó a llorar — Yo tengo una vida Edgar!!! Y no pienso quedarme en casa porque a un paranoico le dá miedo la luz del sol!!
Leya subió las escaleras furiosa, llorando y doliendole el corazón.
Volvió a sentirse indefensa como cuando vivía con su madrastra.
Edgar se sintió miserable.
Los padres lo miraban en silencio.
Este subió las escaleras para ir a esconderse otra vez a la habitación.
— Dejen las bolsas en la cocina — dijo desanimado mientras desaparecía de la vista de sus padres.