Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 2
El segundo día en Rodríguez Corporación comenzó con el mismo cielo gris de la jornada anterior. Jazmín, sin embargo, se sentía distinta. Aunque los nervios seguían presentes, había algo en las palabras de Esteban que le daba seguridad. No era común que alguien con tanto poder hablara con respeto, y menos con una recién llegada. Eso le bastaba para ponerse su blusa blanca otra vez —lavada a mano la noche anterior— y salir a ganarse el día.
Subió al piso 18 puntual, saludando con una sonrisa a cada persona que se cruzaba en el pasillo. Algunas le respondían con un gesto seco, otras ni la miraban. La energía que flotaba en el aire era gélida, como si su presencia incomodara a quienes ya llevaban años en ese mundo de trajes caros y agendas apretadas.
Al llegar a su escritorio, notó algo raro: sus documentos estaban desordenados. El portapapeles que había dejado alineado con tanto esmero, ahora estaba volcado. La lapicera que había dejado en el cajón no estaba.
—¿Se te cayó todo, nena? —dijo Romina con sorna desde su escritorio, mientras sorbía un café de vaso descartable como si nada.
Jazmín no respondió. Solo acomodó sus cosas con delicadeza, tragándose el fastidio.
Esteban llegó una hora más tarde, saludando a todos con amabilidad, como siempre. Llevaba el saco colgado sobre un hombro y una carpeta bajo el brazo. Cuando pasó por al lado de Jazmín, hizo una breve pausa.
—Buen día, Jazmín.
—Buen día, Esteban —respondió ella con una sonrisa genuina.
La interacción no duró más que cinco segundos, pero fue suficiente para que las otras secretarias comenzaran a intercambiar miradas y susurros.
—¿Lo saludás con el nombre de pila ahora? Qué confianza, ¿no? —comentó Luciana en voz apenas audible.
Jazmín fingió no escuchar.
Ese día, a media mañana, Esteban le pidió que bajara al piso 12 a buscar unos documentos de contabilidad. Jazmín obedeció sin problemas, tomó el ascensor y se dirigió al archivo. Allí, una empleada mayor la recibió con frialdad.
—¿Sos la nueva del piso 18?
—Sí, Jazmín Gómez.
—Ya me hablaron de vos —dijo la mujer mientras buscaba los papeles—. Cuidado con los pasos en falso, nena. Ese piso es otra liga.
Jazmín no entendía a qué se refería todo el mundo con eso. ¿Tanto molestaba que una chica humilde llegara a ocupar un escritorio tan cerca del CEO?
Cuando regresó al piso 18, encontró una taza vacía sobre su escritorio. No era suya. Ni siquiera había tomado café esa mañana.
—¿Me podés lavar eso, porfa? —dijo Romina sin siquiera mirarla.
—¿Perdón?
—La taza. La dejé ahí porque justo me llamaron. Gracias.
Jazmín la miró, incrédula. Ella no era asistente personal de las otras secretarias. Su contrato decía “Secretaria administrativa del área de Dirección General”. Pero no quería armar lío, así que llevó la taza a la cocina en silencio.
Mientras fregaba, entró Luciana.
—Ah, qué bien. Te gusta servir, ¿no?
Jazmín giró apenas el rostro, manteniéndose serena.
—Solo la estoy lavando porque no me gusta tener cosas sucias en mi escritorio.
—Tranquila, che. Acá hay roles para todos. Algunas servimos café, otras hacemos llamadas importantes. Es natural.
El tono despectivo la atravesó como una aguja fina. No era una agresión directa, pero estaba cargado de veneno. Era claro que querían marcar territorio. Jazmín se limitó a secar la taza y volver a su escritorio sin decir una palabra más.
Más tarde, Esteban la llamó a su oficina para revisar unos informes.
—Noté que estás usando una hoja distinta a la plantilla interna. No te preocupes, pasa al principio —comentó, sin enojo.
—¡Ay! Perdón, me mandaron un archivo viejo. Lo cambio en seguida.
—No hay problema. Es algo mínimo. Pero me gusta que aprendas desde ahora. Lo estás haciendo bien, Jazmín.
Sus ojos se cruzaron por un instante. Él le sonrió con ese gesto tranquilo que ya empezaba a conocer. Era una sonrisa que no buscaba seducir, sino cuidar.
—Gracias. Lo valoro mucho —dijo ella, y se retiró con las mejillas encendidas.
Apenas volvió a su escritorio, encontró una nota escrita en un papel suelto:
"Ojo con lo que buscás. No todo lo que brilla es amor."
Jazmín la leyó con el ceño fruncido. Reconocía la letra: era de Luciana. Se la había visto en una nota interna la tarde anterior. Arrugó el papel y lo guardó en su bolso. No iba a darle el gusto de que la viera afectada.
La tarde transcurrió lenta. Las miradas seguían pesadas, y los susurros, constantes. Pero ella se aferraba a su objetivo: aprender, crecer, demostrar que merecía ese lugar.
A las seis, cuando la mayoría ya se estaba yendo, Esteban salió de su oficina. Caminó hasta el escritorio de Jazmín, notando que seguía allí, concentrada.
—¿No te vas?
—Quiero dejar todo ordenado para mañana —respondió, sin levantar la mirada.
—¿Te están tratando bien acá? —preguntó de golpe, con un tono que mezclaba preocupación y curiosidad.
Jazmín dudó. Pensó en las tazas, los comentarios, la nota. Pero negó con la cabeza suavemente.
—Estoy bien, gracias.
Esteban no insistió. Pero antes de irse, dijo algo que a ella le quedó grabado:
—Si alguna vez necesitás hablar de algo… mi puerta siempre está abierta.
Cuando el silencio volvió a llenar la oficina, Jazmín se quedó mirando la ciudad desde la ventana. Abajo, los autos se movían como hormigas, ajenos a su mundo.
Ella no era de ese ambiente, lo sabía. Pero no iba a dejar que la echaran con palabras vacías y miradas despectivas. Tenía dignidad. Y tenía un motivo.
Porque muy en el fondo, lo que empezaba a nacer entre ella y Esteban no era solo profesional. Había algo en la forma en que él la miraba. En cómo su voz cambiaba al hablarle. En la manera en que notaba detalles que nadie más veía.
Tal vez, con el tiempo, eso también florecería.
Pero por ahora… tenía que resistir.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
gracias por compartir