Proyecto STELA

Los días siguientes fueron una mezcla de orgullo y tensión.

Después de la misión del convoy, me convertí oficialmente en la cadete más joven en formar parte del grupo de estrategas. Cada paso que daba por el campamento era observado, comentado o criticado en voz baja. Algunos me felicitaban, otros me ignoraban. Pero Maya… Maya no me perdía de vista.

Era extraño. Ya no me gritaba ni me provocaba directamente, pero su silencio pesaba más que cualquier burla. Me observaba como si estuviera esperando que fallara. Como si mi caída fuera inevitable. Como si ella quisiera ser quien la provocara.

Durante una de las sesiones de entrenamiento físico, nos tocó enfrentarnos por parejas. Adivina quién terminó siendo mi compañera.

—Luna con Maya —anunció la sargento—. Cuerpo a cuerpo. Tres rondas.

Nos quedamos quietas, las dos cruzando miradas, hasta que nos acercamos al centro del campo. El silencio fue total.

—No voy a contenerme —me dijo Maya, en voz baja.

—No lo necesito —respondí sin dudar.

El primer asalto comenzó rápido. Maya se movía con agilidad, como una pantera lista para atacar. Me lanzó una patada giratoria que logré esquivar apenas. Contraataqué con un empujón al torso, pero ella me tomó del brazo y me derribó.

—Primer punto para Maya —gritó la instructora.

Me levanté sin mirar al público. Solo la miraba a ella. Respiré profundo.

En el segundo asalto, mantuve la distancia. Observé sus movimientos. Noté que siempre giraba su hombro izquierdo justo antes de atacar. Lo usé en su contra. Me moví con rapidez, me agaché, la desequilibré y logré derribarla.

—Segundo punto para Luna.

Ella se levantó con la mandíbula apretada, y por primera vez… sonrió.

—No estás tan indefensa como pareces —dijo.

—Y tú no eres tan invencible como crees —repliqué.

La tercera ronda fue más tensa. Nos movimos en círculo, midiendo cada paso. De pronto, ambos saltamos al mismo tiempo. Nos tomamos del uniforme, rodamos por el suelo y caímos fuera del círculo… al mismo tiempo.

—¡Empate! —anunció la sargento—. Buen trabajo, cadetes.

Nos quedamos en el suelo unos segundos. Respirando agitadas. Vi su rostro. Ya no estaba enojada. Estaba… confundida. Tal vez por haberme subestimado. Tal vez por verse reflejada en mí.

Esa tarde, mientras lavaba mi uniforme en el pequeño lavadero del campamento, sentí una sombra detrás.

—No está mal tener competencia —dijo su voz.

Me giré. Era Maya. Se cruzó de brazos y me miró.

—La mayoría aquí te admira —dijo—. Yo no. Pero… te respeto.

No supe qué responder. Esa era la primera vez que Maya no usaba su tono altanero conmigo.

—Gracias —logré decir—. Yo también te respeto. Eres fuerte. Y decidida.

—No es solo fuerza —respondió ella, bajando un poco la mirada—. Yo… crecí creyendo que tenía que ser la mejor para ser vista. Que si no destacaba, desaparecería.

La confesión me tomó por sorpresa. ¿Era eso lo que la movía?

—Entonces no somos tan diferentes —dije—. Solo que yo intenté desaparecer para no ser molestada.

Maya asintió, sin mirar directamente.

—Tú ganaste tu lugar con cerebro. Yo con puños. Tal vez… podríamos aprender algo una de la otra.

—Tal vez.

Hubo un breve silencio. Luego ella se marchó, y por primera vez, sentí que la enemistad se había transformado… no en amistad, pero sí en respeto mutuo.

Esa noche, recibí una carta. Esta vez sí firmada.

"Tu desempeño es sobresaliente. Pero el verdadero reto aún no comienza. Prepárate para lo que viene. – Falcón."

Me quedé mirando esa frase durante largo rato. ¿Qué significaba?

La respuesta no tardó en llegar.

A la mañana siguiente, fuimos llamados al salón de reuniones. Todos los cadetes, estrategas y oficiales estaban allí. El general en persona tomó la palabra.

—Cadetes, soldados, estrategas. Hemos recibido una amenaza directa. Uno de nuestros centros de inteligencia ha sido comprometido. Información clasificada está en riesgo. Necesitamos recuperar lo perdido antes de que caiga en manos enemigas.

Se hizo un murmullo general.

—Para ello —continuó—, necesitamos enviar un equipo reducido, pero eficaz. Y queremos que lo lideren nuestros mejores elementos.

Mi nombre fue el primero en la lista.

Seguido de Eliza, Dalia… y Maya.

Me congelé. ¿Liderar una misión con Maya como parte del equipo?

Pero lo que más me inquietó fue lo último que dijo el general:

—El enemigo ha demostrado tener acceso a tecnología que iguala la nuestra. Esta vez, no será una misión de rutina. Esta vez… los estarán esperando.

Mi corazón latía con fuerza.

El juego acababa de cambiar.