𝖤𝗌𝗉𝖾𝗋𝗈 𝗊𝗎𝖾 le 𝗀𝗎𝗌𝗍𝖾 
𝖸 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝖾𝗇 𝖼𝗈𝗆𝗈 𝗅𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝗈 𝖺 𝗎𝗌𝗍𝖾𝖽𝖾𝗌
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7
Entre risas, Elica dejó de retorcerse y miró directamente a Maria. Sus ojos estaban llenos de terror y confusión, pero también de una especie de conocimiento que no le pertenecía.
—¡Mentirosa! —gritó, su voz rasposa y llena de veneno. —¡Ellos están aquí porque no los dejaste entrar! ¡Debiste haberles abierto la puerta cuando tuviste la oportunidad! ¡Ahora están enfadados!
Las palabras de Elica eran incoherentes, pero contenían un significado perturbador. La mención de la puerta y la furia de los muertos hizo que Maria se estremeciera, recordando la noche en que Elica había estado fuera de casa.
Maria sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras procesaba las palabras de Elica. La mención de la puerta y la furia de los muertos hizo que recordara algo que había tratado de olvidar. Su rostro se puso pálido y sus ojos se llenaron de horror al darse cuenta de que Elica podría estar hablando de la noche en que ella y Carlo habían cerrado la puerta en su cara.
—No... no es verdad... —murmuró, sacudiendo la cabeza. —No sabes lo que estás diciendo, cariño. Estás confundida por el medicamento.
Elica soltó una carcajada cruel y despectiva ante la negativa de Maria. Su expresión se volvió siniestra mientras continuaba hablando, como si estuviera compartiendo un secreto que había estado guardando por mucho tiempo.
—¡Claro que lo sé! ¡Estoy conectada a ellos! —exclamó, tirando de las correas con más fuerza. —¡Los escucho cada noche susurrando mi nombre desde el otro lado de la puerta! ¡Siempre intentan entrar, pero ustedes los detienen! ¡Ustedes los encerraron!
Las enfermeras se apresuraron a aumentar la dosis del sedante en su suero, pero Elica parecía resistente al medicamento, su locura momentáneamente más fuerte que el sedante.
Rafael observaba la escena con terror, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. Su hermana, su pequeña hermana, estaba delirando sobre fantasmas y furia, hablando de algo que él no entendía pero que le helaba la sangre.
—¿Qué... qué está pasando? —preguntó con voz temblorosa, mirando a sus padres en busca de respuestas. —¿Qué está diciendo Elica? ¿Qué puerta?
Los médicos intercambiaron miradas preocupadas, sin saber cómo explicarle a un niño lo que estaba ocurriendo. El médico que había hablado antes se acercó a Rafael y puso una mano en su hombro.
—Rafael, creo que es mejor que salgas de la habitación por un momento. —dijo con firmeza pero amabilidad. —Esto es demasiado para ti.
Rafael no quería salir. Quería quedarse y entender lo que estaba pasando con su hermana. Quería saber por qué Elica hablaba de fantasmas y por qué parecía culpar a sus padres de algo. Pero el médico lo empujó suavemente hacia la puerta, ignorando sus protestas.
—No, no quiero irme. Quiero quedarme con Elica. —insistió, luchando contra el agarre del médico. —Ella me necesita.
Los gritos y risas de Elica seguían resonando en la habitación, mezclándose con los pitidos constantes de los monitores cardíacos. Los médicos aumentaron aún más la dosis del sedante, finalmente logrando que Elica se calmara un poco y cerrara los ojos nuevamente.
El médico finalmente logró sacar a Rafael de la habitación, cerrando la puerta tras él. Pero antes de que la puerta se cerrara por completo, Rafael escuchó a Elica murmurar algo más, algo que lo dejó completamente atónito.
—El bosque... el bosque me llama...
Rafael se quedó parado frente a la puerta cerrada, procesando las palabras de Elica. El bosque. El mismo bosque donde había estado esa noche fatídica. El mismo bosque que había cambiado su vida para siempre.
—El bosque... —repitió en un susurro, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. —¿Qué tiene que ver el bosque con esto?
Se apoyó contra la puerta, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que había algo oscuro y peligroso en ese bosque, algo que había tocado a su hermana y la había vuelto loca. Algo que tal vez tenía que ver con los fantasmas de los que hablaba.
De repente, Rafael sintió una mano en su hombro nuevamente. Esta vez era su padre, quien lo miraba con ojos cansados y llenos de preocupación. Carlo se había despedido de su esposa, quien se quedaría con Elica para intentar calmarla.
—Rafael, hijo... —dijo Carlo con voz ronca. —Tenemos que hablar. Hay cosas que necesitas saber.
Rafael miró a su padre con una mezcla de miedo y curiosidad. Sentía que su mundo se estaba desmoronando aún más con cada palabra que salía de la boca de Carlo. El médico le había dicho que su hermana tenía un problema mental, pero Elica hablaba de fantasmas y culpaba a sus padres de algo. Y ahora, su padre le decía que había cosas que necesitaba saber.
—¿Qué cosas? —preguntó, su voz temblorosa pero determinada. —¿Qué pasa con Elica? ¿Por qué habla de fantasmas y del bosque?
Carlo suspiró profundamente, pasándose una mano por el pelo. Parecía años mayor de lo que realmente era, el peso de la situación visiblemente agotándolo.
—No son fantasmas... al menos no en el sentido tradicional. —respondió, mirando alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando. —Hay algo en ese bosque, algo oscuro y peligroso. Algo que nos persigue desde hace años.
Rafael sintió cómo su corazón se aceleraba aún más. Las palabras de su padre confirmaban sus peores sospechas. El bosque era realmente peligroso, y ahora comprendía por qué sus padres siempre le habían prohibido ir allí.
—¿Qué es? —insistió, aferrándose a la camisa de Carlo con desesperación. —¿Qué es lo que nos persigue? ¿Por qué Elica sabe de eso?
Maria salió de la habitación, con el rostro pálido y ojeroso. Se unió a la conversación, colocando una mano tranquilizadora en el hombro de Rafael mientras miraba a Carlo con expresión grave.
—Hay... hay cosas que nunca te hemos contado, hijo. —dijo Maria, su voz quebrada por la emoción. —Cosas que creíamos que jamás volverían a afectarnos. Pero parece que hemos estado equivocados.
Se detuvo un momento, luchando por encontrar las palabras adecuadas para explicarle a su hijo la verdad sobre el bosque y su familia.
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