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Carrera Contra La Mafia

Carrera Contra La Mafia

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Atracción entre enemigos / Polos opuestos enfrentados / Triángulo amoroso
Popularitas:545
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?

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Capítulo 7

Estudié mecánica automotriz en un instituto y en el colegio, además, estaba en el taller de mecánica automotriz y allí me fui compenetrando con todo acerca de las tuercas y los tornillos. Yo era muy hábil, perspicaz, observadora, tenía buena memoria y mis profesoras decían que mis ojos eran igual que parabólicas porque lo captaba todo al instante, hasta el más mínimo detalle. Mi padre corrió con todos los gastos en el instituto. Aprendí muchísimo sobre motores, embragues, pedales, circuitos eléctricos, bujías, baterías. computadoras y todos los componentes de un carro, me volví una experta incluso y fui la mejor de mi clase. Mis padres estaban orgullosos porque ellos pensaban que yo tenía interés por los estudios cuando la realidad era que únicamente me interesaba correr y convertirme en piloto. Me titulé con todos los honores.

   Nosotros solo teníamos un auto muy destartalado que usaba mi padre para llevar sus trabajos de carpintería a sus clientes. Era muy antiguo, con muchos desperfectos, se malograba bastante y era un dolor de cabeza para mi papá porque repararlo demandaba mucho dinero. En ese coche que era una auténtica carcocha, hice mis prácticas de mecánica, je je je. El carrito se convirtió en mi laboratorio y gracias a nuestro vehículo maltratado por el uso y el tiempo, héroe de mil combate, que soportaba, incluso un aparador gigante amarrado en el techo, aprendí todos los secretos de la mecánica, tanto que, ya les digo, me volví una experta. Me hice muy ducha con los alicates y los desarmadores y todo lo demás.

    Instalé un taller en el patio de la casa donde guardábamos el auto porque nosotros no teníamos cochera. Mi padre hizo un cuartucho con tablones y palos y allí aprovechaba para arreglar nuestro carro, mejorarlo, solucionar sus desperfectos y ponerlo en mejores condiciones. También resolvía los problemas de los vecinos que, como nosotros, padecían también de serios problemas económicos. Yo no les cobraba mucho tampoco, porque mi interés era justamente, aprender.

   Con lo poco que ganaba, sin embargo, compraba herramientas y así, lentamente, equipé de la mejor manera el taller. Mis padres estaban muy orgullosos. -Esa chica sabe lo que quiere-, decían viéndome con mi overol encharcado en grasa, mis pelos amarrados en moño, trabajando afanosa en los motores, llantas, escapes y baterías de los autos que hacían fila frente a la casa para que los viera y los arreglara.

     Por eso, Robert quería que probara los autos que iban reparando y afinara los motores.  Él ya se había enterado de que era una mecánica experta y conocía bien ese mundo apasionante de los autos. -No  fuerces mucho los bólidos, recuerda que son nuevos y que están aún en etapa de prueba-, me pedía. Yo estaba encantada. Era lo que quería en realidad, manejar y estar en las pistas de carrera.  Era mi sueño dorado que acuñaba de niña, cuando mi padre me colmó de carritos de todos los tamaños.  Me divertía además y mucho y estaba en ese febril ambiente de apuro, ruedas, bidones de combustible, grúas y rugidos que tanto ambicionaba. -¿Crees que Bill me deje competir?-, le pregunté a Robert, mientras me sentaba al timón de uno de los bólidos que necesitaba afinar el motor.

   -Bill ha estado revisando tus antecedentes, ganaste dos premios en kartismo y fuiste tercera en Fórmula Tres, tienes condiciones, también ha visto tus videos, creo que lo está considerando-, me dijo  Robert, asegurando bien  las amarras del asiento.

   -Estuve en el puesto veintitrés del ranking nacional en el kartismo-, le recordé.

   -Pero estas son las ligas mayores, Patricia, no cualquier se pone al timón de un bólido de Fórmula Uno, un kart es menos pesado, más ligero, la Fórmula Uno esto es como subirte a un garañón-, subrayó Robert, le dio una palmada a mi casco, encendí el motor, pisé el acelerador y salí a toda marcha hacia la pista, rugiendo como un tren, tomando la recta, chirriando las llantas, dando tumbos, entre los aplausos de los otros mecánicos.

    -Esa chica es muy atrevida-, dijo Marcelo que se encargaba del combustible. -Tiene muchas condiciones pero es demasiado impetuosa-, dijo, sin embargo Robert, apretando los labios, mirando cómo el bólido iba convertido en una centella, doblando con precisión matemática la curva, sin derrapar, convertido en una pluma.

  Después de dar varias vueltas al circuito, me detuve en la zona de pits. Robert gritó a los mecánicos que faltaba afinar más el motor. -No me gusta cómo ruge-, me ayudó él  mismo a salir del bólido.  Cuando me saqué el casco me encontré con los ojos de un sujeto que no dejaba de mirarme.

   -Marcela Smith ¿no?-, me preguntó estirando una larga sonrisa. Pensé que era un periodista.

  -Así es, pruebo los autos de la escudería-, le dije secándome con mis guantes  el sudor que perlaba la frente.

  -Estuve viendo tus antecedentes, has hecho buenas carreras en el kartismo, ¿acaso ya no piensas seguir compitiendo en el kartódromo?-, me preguntó. Me incomodé. Yo no lo conocía a ese sujeto. Robert se apuró entonces. -Es Manfreed Olguín, Marcela, maneja la prensa de la escudería "Rayo azul"-, me dijo. ¡¡¡Yo no me había equivocado!!! Él era periodista.

  -Quiero correr en la Fórmula Uno-. le disparé de frente. A eso había venido en realidad. Por eso me atreví hablarle a Bill.

   -Es complicado. Los dos pilotos principales de la escudería son Brown y Jimmy Henry, ellos han ganado muchas carreras, son campeones mundiales-, intentó desanimarle el tal Manfreed.

   -Sabré esperar mi turno-, junté los dientes, sin importarme sus críticas y sus afanes de desanimarme. Intenté marcharme para ducharme y comer algo en la cafetería del autódromo, pero él me tomó del codo con fuerza.

   -Bill me ha pedido que te haga una hoja de vida, con tus méritos, y cuando a Bill se le mete una idea, nada ni nadie se la hace cambiar-, me dijo Olguín refunfuñando.

   -¿Qué idea?-, descolgué la quijada.

   -Quiere probarte en la Fórmula Dos, en Mont Valley-, me anunció. Parpadeé emocionada.

   -¿Hablas en serio?-, estaba emocionada.

   -De lo contrario no estaría hablando contigo-, me subrayó convencido. Justo pasaba por la pista Jimmy Henry. -¡¡¡Oye, oye, oye!!!-, le pasó la voz, Manfred.  -¡¡¡Después seguimos hablando, Marcela!!!-, me gritó, pues de dos trancos alcanzó a Henry y se fueron a abrazados hacia los talleres de la escudería. Yo mordí lengüita emocionada, apreté mis puños, me reí y después me fui dando brincos a las duchas, entusiasmada por la posibilidad de debutar en las pistas

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Mary Mejía
que tan ruin es ese tal Irons del que tiene que cuidarse Marcela y la escuderia rayo azul
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