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En Blanco

En Blanco

Status: En proceso
Genre:Romance / Yaoi / Pérdida de memoria / Traiciones y engaños / La Vida Después del Adiós
Popularitas:728
Nilai: 5
nombre de autor: Marianitta

Cuando Aiden despierta en una cama de hospital sin recordar quién es, lo único que le dicen es que ha vuelto a su hogar: una isla remota, un padre que apenas reconoce, una vida que no siente como suya. Su memoria está en blanco, pero su cuerpo guarda una verdad que nadie quiere que recuerde.

NovelToon tiene autorización de Marianitta para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

La casa sin tiempo

El viento arrastraba olor a tierra húmeda cuando Maia empujó la puerta del pequeño almacén de la esquina. Una campanilla vieja sonó al abrir. Detrás del mostrador, entre frascos de caramelos y tazas de cerámica mal acomodadas, estaba Lida, la mujer que había visto crecer a casi todos los habitantes de Wharekura.

—¿Maia? —dijo con una sonrisa ladeada—. Qué raro verte por aquí sin uniforme.

—Hoy vine por otra razón —respondió ella con voz tranquila.

Lida la invitó a pasar detrás del mostrador. Sacó dos tazas de café sin azúcar y sirvió sin preguntar. Sabía que Maia no buscaba pan ni leche.

—¿Es por el chico?

—Sí —admitió Maia—. Aiden.

Lida entrecerró los ojos.

—Pobrecito. No sé si es peor olvidar todo o volver a una casa como esa.

Maia se inclinó un poco más.

—¿Lo conociste de niño?

—Claro. Vi a su madre llegar embarazada… con ese brillo de esperanza que solo tienen las mujeres que aún creen que el amor puede cambiar a un hombre como Thomas Makoa. —Tomó un sorbo de café—. Murió cuando Aiden era muy pequeño. El niño quedó con los ojos tristes desde entonces. Siempre lo estuvo, incluso cuando sonreía.

—¿Y el padre?

Lida dudó. Luego, bajó la voz.

—Nunca entendí por qué nadie lo cuestionaba. Ni cuando le gritaba al niño en medio de la calle, ni cuando desaparecía por días y volvía con olor a alcohol y los nudillos raspados. Pero aquí la gente prefiere no meterse. Y Aiden… Aiden se volvió invisible. Y eso, Maia, es peor que cualquier castigo físico: enseñarle a un niño a no existir.

Maia sintió un nudo en el pecho. Sacó su libreta, pero no escribió. Esa conversación no era para anotar. Era para recordar.

—¿Sabes si tenía algún lugar donde se refugiara? Un amigo, un escondite…

—Tenía una costumbre —dijo Lida, bajando la taza—. Se iba por horas hacia el acantilado viejo, por el sendero detrás del invernadero abandonado. Todos decían que era peligroso. Pero él volvía con las manos manchadas de pintura o con trozos de papel arrugados en los bolsillos. No sé qué hacía allí, pero ese lugar era suyo.

Maia sonrió, aunque el gesto no le llegó a los ojos.

—Gracias, Lida. Me has dicho más que cualquier expediente médico.

Aiden no sabía qué lo había llevado hasta el borde del bosque. Solo… caminaba.

La casa le asfixiaba. El cuarto olía a encierro. El cuaderno empezaba a pesarle más que a guiarlo.

Así que dejó que sus pies decidieran.

El sendero que encontró estaba apenas marcado, cubierto por maleza y ramas húmedas. Tenía la sensación de que ya había pasado por allí alguna vez, tal vez corriendo, tal vez huyendo. El olor a eucalipto y madera mojada le provocaba escalofríos… pero también algo parecido a calma.

Después de unos veinte minutos, llegó a una vieja estructura medio oculta entre los árboles.

Era una cabaña de madera. Pequeña, cubierta de musgo y grietas. Las ventanas rotas. El techo parcialmente hundido por el tiempo.

Aiden se acercó como si pisara un recuerdo.

Empujó la puerta.

El interior olía a polvo seco y hojas podridas, pero había algo más: olor a pintura seca, a papel envejecido.

Entró con cuidado.

Lo primero que vio fue una pared cubierta de garabatos. Dibujos hechos con carboncillo, pinturas a medio borrar, frases sueltas.

"No hay monstruos que vivan aquí."

"Tal vez si escribo lo suficiente, alguien escuche."

"No tengo miedo. Solo no sé cómo seguir."

Aiden retrocedió un paso, con los ojos muy abiertos. Las palabras no le resultaban conocidas… y aun así sentía que hablaban por él.

Había una mesa vieja en el centro, con un bloc de papel desgastado. Una pluma sin tinta. Restos de acuarela seca. En la esquina, una manta sucia enrollada.

Y en una de las paredes laterales, un mural inacabado: un niño sentado al borde de un acantilado, con el mar extendiéndose hasta cubrir casi todo el fondo. El niño no tenía rostro. Pero sí tenía algo entre las manos: una mariposa azul.

Aiden se acercó, lento.

Tocó el muro con la yema de los dedos. La pintura aún tenía textura. Se sentó en el suelo, sin entender por qué las lágrimas le escurrían silenciosas por la cara.

—¿Quién soy aquí? —susurró.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera respirar con normalidad otra vez.

Fue entonces cuando decidió darle un nombre al lugar.

No sabía de dónde lo había sacado. Simplemente brotó.

—La casa sin tiempo —murmuró.

Era como si ese espacio hubiera estado esperando por él. Como si lo hubiera construido con sus propias manos y luego se hubiera obligado a olvidarlo. Como si su alma, cansada de callar, hubiera dejado pedazos suyos en esas paredes para que algún día, en otro tiempo, él mismo pudiera volver a encontrarlos.

Al volver a casa, Aiden tenía las manos sucias, el cabello alborotado y el corazón latiendo más rápido que de costumbre.

Thomas lo miró de arriba abajo.

—¿Dónde estabas?

—Caminando.

—¿Solo?

—Sí.

—¿Y con quién hablaste?

Aiden no respondió. Subió las escaleras sin mirar atrás.

Esa noche, antes de dormir, escribió algo en el cuaderno.

"Hoy encontré un lugar que me parece más mío que esta casa. No sé si lo construí o si me construyó a mí. Pero por primera vez, sentí que no necesitaba tener todas las respuestas. Solo estar allí."

Maia leyó su libreta al final del día. Había apuntado:

“Confirmada la existencia de un sitio donde Aiden pasaba horas solo. Posible refugio emocional y creativo. El aislamiento forzado durante la infancia se repite en los patrones actuales. El padre mantiene un control no solo físico, sino simbólico. Debo seguir explorando, pero con cuidado: hay demasiado silencio en este pueblo.”

Luego subrayó una sola frase:

“La casa sin tiempo”.

No sabía por qué la había escrito.

Solo que el nombre le vino a la cabeza de la nada.

Como si no lo hubiera inventado, sino recordado.

1
Maru Sevilla
/Frown/
Maru Sevilla
El capitulo está interesante /Smile/
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