La dinastía Dickens ha estado viviendo con una maldición de procrear un solo heredero, pero no de cualquier persona. El final del hilo rojo de cada heredero de esta familia está conectada a alguien especial, que es destinada por los cielos, no importan los años que pasen, las situaciones en las que están, estás parejas se encontraran sin importar como. ¿Christopher será la clave para acabar con esta maldición que han tenido por casi 200 años? O ¿Sera el final de esta familia y su descendencia?
El hilo rojo conecta a todos aquellos que están destinados a estar juntos sin importar las circunstancias.
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De piloto a Ceo
👩Narra Christopher👩:
“Hijo, ¿cómo les fue en las negociaciones en México?” dijo mi abuela, sirviendo una taza de té.
“Muy bien, los nuevos socios son muy responsables y comprometidos,” respondió mi padre, asintiendo con satisfacción mientras tomaba un sorbo de café.
“Ahora lo más importante es que Chris empiece a ir constantemente a la empresa y no a la aerolínea para que los empleados lo ubiquen como la nueva cabeza de la aerolínea,” dijo mi madre, mirando fijamente a mi padre.
“No sabemos cuándo podrá llegar nuestro futuro o futura heredero,” dijo mi abuela con un suspiro.
“Es una lástima que Chris no haya encontrado aún a su alma gemela,” añadio mi abuela, sacudiendo la cabeza con desaprobación.
“Lo que importa es que es feliz con Emma,” dijo mi padre, levantando la vista de su taza.
En ese momento, mi teléfono empezó a sonar. Era Emma.
“Me permiten un momento,” dije, levantándome de la mesa.
“Ve,” dijo mi madre, haciendo un gesto con la mano para que saliera del comedor.
“Ella no es tu alma gemela, pero adelante,” murmuró mi abuela, apenas audible.
“Mamá,” escuché a mi madre murmurarle a mi abuela con un tono de reproche.
“¿Qué? Es la verdad. Ya verán, se van a acordar de mis sabias palabras cuando eso suceda,” dijo mi abuela, levantando las cejas en señal de advertencia.
Salí al pasillo y contesté la llamada.
📱“¿Qué quieres, Emma?” pregunté, tratando de sonar tranquilo.
📱“Bebé, te extraño. ¿Cuándo vas a venir a verme?” preguntó con una voz melosa que solía hacerme sonreír, pero esta vez solo me cansaba.
📱“Acabo de llegar de un viaje de negocios y estoy cansado. Te iré a buscar cuando tenga tiempo,” dije.
📱“Está bien, pero recuerda que te amo mucho, te quiero aquí conmigo, extraño tus besos,” dijo en un tono sexy. Antes de que pudiera responder, colge.
Tres días pasaron. Había comenzado a analizar los estados financieros de la empresa y fue el momento en el que empecé a despedir a gente que se les habían escapado algunos números.
“Muy bien, hijo,” dijo mi padre, colocando una mano en mi hombro en señal de apoyo.
“Iré a ver a Emma. No les digas a mi madre y ni a la abuela,” dije, mirándolo con seriedad.
“Soy una tumba,” respondió mi padre, guiñándome un ojo. Salí hacia el departamento de Emma.
El tráfico estaba denso, y me demoré en llegar.
Cuando finalmente abrí su puerta, Emma se abalanzó sobre mí, besándome con desesperación.
La detuve y saqué mi teléfono.
“Quiero una explicación para esto, Emma,” dije, mostrándole el video que un número desconocido me había enviado.
“No puede ser, mi amor, porque te enviaron la evidencia de que me drogaron,” dijo, sus ojos llenándose de lágrimas genuinas o bien actuadas.
“¿De qué hablas?” pregunté, mi voz subiendo de tono.
“Un día fui a un bar a divertirme. Pedí una bebida y creo que tenía algo, porque empecé a verte. Me besaste, me tocaste, me hiciste el amor, pero al día siguiente cuando desperté me di cuenta de que no eras tú, porque por lógica tú no estabas aquí,” dijo, sollozando.
“¿Qué?” pregunté, sintiendo una mezcla de confusión y furia.
“Lo que acabas de escuchar,” respondió llorando. Tomé su mandíbula con firmeza, mirándola directamente a los ojos.
“Sabes que lo que más me cabrea son las mentiras. No necesito tus absurdas lágrimas,” le dije, soltándola. Salí de su departamento y después regresé.
“Por cierto, estás despedida.”
“¿Qué? ¿Por qué? Tú no eres quien, para despedirme,” dijo.
“Sé perfectamente que sabes quién soy. No era tu intención seducirme y quedarte embarazada de mí para obtener beneficio. El título de señora Dickens es muy grande para ti. Y te despido porque hoy tenía ganas de despedir gente y tú resultaste ser la ganadora,” dije, sarcásticamente.
“¡Muchas felicidades!”
“Eres un idiota que ni para dar hijos sirves, ¡ja, ja, ja!” gritó Emma, su rostro deformado por la ira.
A mi padre ya le urge dejarme el cargo de presidente para irse de vacaciones con mi mamá, pero para eso tiene que esperar un año entero, ya que debía entregarme todo detalladamente sobre las empresas. Esas fueron las indicaciones de mi abuela.
“Por fin, después de 30 años al frente de la empresa, podré descansar con tu madre a mi lado,” dijo mi padre, dejando escapar un suspiro de alivio.
“Padre, ¿cómo conociste a mi madre? ¿Mis abuelos no se interpusieron entre ustedes por lo de la dichosa maldición?” le pregunté a mi padre, intrigado.
“Al principio sí, así que anduvimos en secreto. Tu madre me presentó con ellos y tu abuela inmediatamente tomó mi meñique y cuando la soltó me dio una sonrisa y un abrazo. Cuando les dimos la noticia de que venías en camino se alegró aún más. Me pidió disculpas por cómo se portó conmigo en un inicio y me pidió que tratara de comprenderla.
Supongo que vio el hilo del destino en mi meñique, no lo sé, porque yo no veo nada inusual en mi dedo que me distinga de los demás hombres,” dijo mi padre, con su mirada perdida en recuerdos lejanos.
“Conocí a tu madre en una exposición de arte en el extranjero. Hicimos clic al instante y resultó que éramos del mismo país. Ella es tres años mayor que yo, pero eso no me impidió que la amara.
Regresamos a Australia juntos.
Me presentó con sus padres, pero tu abuela me rechazó en un inicio, pero ahora me quiere más que a su propia hija. Tu madre empezó a gestionar la empresa desde que se graduó y estuvo a cargo durante 12 años. Cuando nos conocimos, ella tenía 38 años y yo tenía tu edad. Ahora es tu deber, hijo,” dijo mi padre, dándome una palmada en la espalda.
“¿Crees que la maldición sea verdadera?” le pregunté, sintiendo un escalofrío.
“Creo en ella, por palabras de tu abuela. Cuando tu madre era joven era una chica extrovertida que fue apagando su brillo.
Cuando la conocí era muy distinta a lo que tu abuela me contaba. Se sentía mal por ser la mayor en relación. En una ocasión me contó que estuvo a punto de escaparse con un patán, pero descubrió que solo la estaba utilizando. Hizo que su padre le diera trabajo en la empresa a los pocos meses de andar, pero se dieron cuenta de que estaba malversando dinero. Siempre la pasaba mal con sus ex,” explicó mi padre, con una mirada de tristeza y nostalgia.
“No lo sabía,” respondí, sintiendo una nueva conexión con mi madre.