El Lobo Y La Bruja De Fuego

La primera gota cayó sin aviso, fría y pesada contra la mejilla de Kael. Su cuerpo se tensó al contacto, como si la humedad activara una señal de alarma enterrada en lo más profundo de sus instintos. Levantó la vista hacia el cielo, que parecía haberse cerrado sobre ellos como una inmensa bóveda de humo y sombras. Las nubes densas se arremolinaban con violencia creciente, como un enjambre de bestias celestes en guerra. Un trueno retumbó en la distancia, grave y prolongado, un rugido que hizo temblar el suelo bajo sus pies y crujir las copas de los árboles.

A su lado, Selene sujetó su capa con ambas manos, los nudillos pálidos de la fuerza con que la apretaba. El viento le revolvía el cabello rojizo, pegándoselo a la cara mojada, y sus ojos, entrecerrados, brillaban con una inquietud difícil de ignorar.

—Esto no es una tormenta normal —murmuró, con la voz apenas audible por encima del ulular del viento.

Kael no necesitaba que ella lo dijera. Lo sentía en la médula, en el aire denso que parecía vibrar con una energía arcana. Cada vello de su piel estaba erizado, cada músculo en tensión, como si algo invisible y antiguo los estuviera observando. Cuando un relámpago desgarró el cielo, por un instante todo el bosque se volvió blanco. Las sombras bailaron como espectros entre los árboles, y Kael creyó ver —solo por un segundo fugaz— figuras donde no debería haber ninguna.

El viento se levantó con furia, como si los bosques respiraran de pronto en grandes bocanadas iracundas. Las ramas se azotaban unas contra otras, y las hojas arrancadas del suelo giraban en remolinos frenéticos. El aire olía a ozono, a lluvia, pero también a algo más: un perfume metálico, espeso, que no pertenecía a este mundo. Algo corrupto.

Kael frunció el ceño, cerrando los puños.

—Tenemos que movernos —dijo con tono firme, aunque su voz estaba cargada de tensión.

Selene asintió con una mirada rápida, y ambos echaron a correr, esquivando ramas como látigos y raíces que parecían querer atraparlos. La lluvia se desató en segundos, un diluvio que los golpeaba como mil agujas heladas. Se formó tanto barro que los hacía resbalar a cada paso. El suelo se volvía un campo de trampas vivientes.

La adrenalina lo mantenía en movimiento, y la sensación creciente de que algo los seguía, algo que se deslizaba entre los árboles, los empujaba a ir más rápido.

Después de lo que parecieron horas, pero no fueron más de unos pocos minutos, la silueta de una cabaña emergió entre la espesura como un faro de madera precaria. El refugio era pequeño, apenas una construcción de troncos y piedras con un techo inclinado cubierto de musgo. Parecía al borde del colapso bajo la furia del temporal.

Kael llegó primero y empujó la puerta con el hombro. Esta cedió con un chirrido áspero, y ambos se precipitaron dentro, jadeando, empapados, con el corazón golpeando como tambores de guerra.

Selene cerró la puerta de un empujón, apoyando todo su peso contra ella mientras las bisagras se sacudían con cada ráfaga de viento. Afuera, la tormenta rugía como una bestia hambrienta que no aceptaba el rechazo. Esa hambre tan parecido al que ellos tenían.

Selene escupió el agua que le caía por el rostro y se sacudió el cabello con frustración.

—No me gusta esto —susurró, su voz tensa.

Kael pasó una mano por su cara mojada, respirando con dificultad ya estando transformado.

—Bienvenida a mi mundo —murmuró, con una sonrisa amarga.

Selene se giró hacia él, y por primera vez desde que entraron, sus ojos se encontraron con una intensidad casi física.

—No me refiero a la tormenta. Hay algo más aquí… Algo que nos sigue.

Kael la observó en silencio. Empezaba a conocerla y esa mirada. Selene no era de las que se dejaban llevar por simples impresiones. Cuando sentía algo, era porque algo realmente estaba allí.

Sin embargo, no podían permitirse caer en el miedo. No aún.

—Primero necesitamos fuego para comer un poco —dijo, señalando la chimenea de piedra que dominaba una de las paredes.

Ambos se arrodillaron frente a ella. Las ramas apiladas estaban húmedas, pero Selene estiró una mano temblorosa, y de la punta de sus dedos brotó una chispa azul que crepitó en el aire como si cobrara vida. Al tocar la madera, una llama pequeña, pero persistente prendió, iluminando la habitación con una luz cálida y danzante.

Kael se permitió un suspiro de alivio, dejando que el calor lo envolviera como un manto salvador. El frío seguía aferrado a su cuerpo, pero el fuego comenzaba a aflojar el agarre helado que lo atenazaba.

Selene se sentó con las piernas cruzadas frente a las llamas, frotándose los brazos. Su capa goteaba a su alrededor, formando un pequeño charco sobre el suelo de piedra. El reflejo del fuego acariciaba su rostro, dándole un resplandor casi irreal. Pero sus ojos seguían cargados de preocupación.

Kael se recostó contra la pared, con las piernas estiradas frente a él. Su respiración se había calmado, pero el ambiente seguía tenso, cargado de electricidad, como si el bosque mismo contuviera el aliento.

—Si eres fuego, ¿por qué no te secas tú misma? —Indago Kael.

—También quisiera saber eso —respondió con burla —¿Por qué sigues aquí? —preguntó ella de pronto, sin mirarlo.

Kael arqueó una ceja, sorprendido por la pregunta directa.

—¿En la cabaña o en el bosque?

—En mi camino. —Alzó la vista hacia él. Su expresión era difícil de leer: mezcla de desconfianza, curiosidad y una pizca de cansancio—. No tienes ninguna razón para confiar en mí, pero tampoco pareces dispuesto a alejarte.

Kael exhaló, dejando que su cabeza se apoyara contra la pared.

—No tengo un lugar al que volver. Y aunque me pese admitirlo… estar solo en este bosque no es exactamente una opción sensata para ninguno.

Selene asintió lentamente, como si estuviera sopesando sus palabras.

—¿Eso significa que confías en mí?

Kael rio por lo bajo, un sonido seco que apenas se escuchó entre el crepitar de la madera.

—Eso significa que aún no he decidido si eres más peligrosa que los que me quieren muerto.

Selene entrecerró los ojos, pero una media sonrisa asomó a sus labios.

—Bonito cumplido.

El silencio se apoderó de nuevo de la cabaña, pero era distinto esta vez. No era incomodidad, sino una especie de tregua tácita. Solo el sonido del fuego y la lluvia martilleando el techo de madera llenaban el espacio.

Kael se removió, inquieto. No estaba acostumbrado a la pausa. A la proximidad. Siempre había sido acción, sangre, huida. Pero Selene tenía una forma de estar que no le dejaba espacio para el descanso, ni para el rechazo. Era una presencia que exigía atención.

Ella lo notó, como siempre.

—¿Te incomoda estar atrapado conmigo? —preguntó, con un brillo burlón en los ojos.

Kael sostuvo su mirada, y por primera vez notó lo hipnóticos que eran sus ojos, cómo el fuego bailaba en ellos, encendiendo reflejos dorados entre las sombras.

—Solo digo que si intentas lanzarme un hechizo mientras duermo, no funcionará.

Selene soltó una risa baja, vibrante.

—No necesito hechizos para lidiar contigo.

Kael sonrió, una sonrisa leve, casi involuntaria.

Afuera, la tormenta no daba señales de ceder. El viento ululaba como si llevara consigo gritos de otro tiempo, y un relámpago iluminó fugazmente el interior, proyectando sombras alargadas en las paredes.

Dentro de esa pequeña cabaña, dos almas heridas compartían calor, silencio y desconfianza.

Y aunque no lo sabían, algo en ese instante —en ese fuego, en esa tormenta, en esa conversación— ya estaba marcando un antes y un después.

Porque a veces, el destino no llega con estruendo. Llega en forma de una conversación junto al fuego, mientras afuera el mundo se deshace.