el mundo de los sueños se despliega en toda su gloria: nubes formadas por palabras flotan en un cielo etéreo, un río de luz líquida serpentea hacia un bosque oscuro y ominoso en el horizonte, y formas abstractas se mezclan con paisajes imposibles. La niña parece semitransparente, lo que indica que se encuentra atrapada entre los dos mundos.
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Sombras del Pasado
Emma despertó nuevamente en la quietud del hospital, pero esta vez la sensación era diferente. Era como si el aire estuviera cargado de una extraña tensión, como si el mundo real no lograra encajar completamente con ella. Su mente, todavía atrapada entre la realidad y las sombras de lo que había experimentado durante su coma, luchaba por encontrar su lugar. Los recuerdos del otro mundo no desaparecían; estaban presentes en cada rincón de su conciencia, como si el borde de sus sueños se hubiera fundido con la vigilia.
El hospital, a pesar de ser el lugar donde su cuerpo se estaba curando, ya no parecía tan acogedor. Las paredes blancas, las luces frías y el sonido monótono de las máquinas que la rodeaban solo aumentaban la sensación de alienación. Sentía que algo la observaba, algo más allá de lo físico, algo que se encontraba en las sombras de su mente, aguardando para arrastrarla de nuevo a la oscuridad que había dejado atrás.
Cuando intentaba concentrarse en las pequeñas cosas cotidianas, como la conversación de sus padres o las sonrisas tranquilizadoras de los enfermeros, su mente se deslizaba hacia los ecos del pasado, los ecos de ese otro mundo donde había caminado entre sombras y seres extraños. La mujer de ojos dorados, con su enigmática presencia, seguía hablándole, y Emma no podía dejar de preguntarse qué significaban esas visiones, qué propósito tenían en su vida real.
El proceso de recuperación no ayudaba a disipar las dudas. Aunque su cuerpo parecía estar mejorando, su mente estaba sumida en una confusión profunda. En las sesiones de fisioterapia, sus movimientos eran torpes, y sus piernas, aunque físicamente sanas, se sentían extrañamente pesadas. Había una resistencia, un bloqueo invisible que no podía explicar, pero que sentía intensamente cada vez que intentaba caminar o moverse con normalidad.
—Lo estás haciendo bien, Emma. Un paso más. Puedes hacerlo —le decía la fisioterapeuta, una mujer de voz suave y paciente.
Pero Emma no podía evitar la sensación de que algo estaba mal. A pesar de los avances que los médicos señalaban, sentía que estaba atrapada, como si un peso invisible la mantuviera atada a un lugar del que no podía escapar. En esos momentos de esfuerzo físico, sus piernas no solo se agotaban, sino que parecía como si las sombras que había dejado atrás en sus sueños comenzaran a tomar forma nuevamente. Las voces, los susurros, los temores del coma… todo eso regresaba con la misma fuerza que antes, y no podía ignorarlo.
Después de una sesión especialmente agotadora, Emma se retiró a su habitación. Sus padres la habían dejado descansar mientras se ocupaban de algunos trámites, y aunque en su corazón deseaba descansar de las interminables preguntas sobre su estado de salud, su mente seguía atrapada en el otro mundo. Cerró los ojos, esperando que el cansancio la sumiera en un sueño reparador, pero no fue así. En lugar de eso, un ruido bajo, como el murmullo de algo lejano, comenzó a rodearla. Primero solo un eco, pero luego cada vez más cercano.
“Emma… Emma…”
Era la voz de la mujer de ojos dorados. Emma la reconoció al instante. Abrió los ojos de golpe, mirando a su alrededor con ansiedad. Pero no había nada en su habitación, solo la quietud y el silencio. Sin embargo, la voz seguía resonando en su mente, susurrándole sin cesar, llamándola hacia algún lugar lejano, hacia el mismo lugar del que había escapado al despertar de su coma.
Emma se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. El sol se ponía en el horizonte, tiñendo el cielo de colores naranjas y rojos. Era una vista hermosa, pero no podía disfrutarla. Algo dentro de ella la empujaba hacia afuera, hacia el jardín del hospital. Necesitaba ir allí, necesitaba comprender qué era lo que la atormentaba. Lo sentía, la respuesta estaba allí, entre las sombras del mundo real y el que había dejado atrás.
Cuando salió del edificio, el aire fresco de la tarde le golpeó la cara. El jardín era pequeño, pero en ese momento parecía el único lugar en el que Emma podía encontrar algo de paz. Los árboles se mecían suavemente con el viento, y las flores de colores brillantes daban un contraste en medio del verde, pero para Emma, nada de eso parecía real. Todo se sentía como una ilusión, una fachada que escondía la verdad detrás.
Caminó lentamente por el sendero de piedra, sus pies deslizándose sobre la superficie irregular. El crujido de las hojas caídas y el zumbido lejano de los insectos eran los únicos sonidos que rompían el silencio. Pero en su mente, los murmullos se intensificaban, cada vez más fuertes, como si algo intentara arrastrarla hacia ese lugar oscuro. De repente, una figura apareció ante ella.
La mujer de ojos dorados.
Apareció frente a ella, como si de alguna forma hubiera estado esperando que Emma diera ese paso. Su presencia, aunque etérea, era inconfundible. Sus ojos, dorados como la luz del sol, brillaban con una intensidad que Emma no podía comprender. Había algo en ella que la atraía, algo que la hacía sentir que debía escucharla, que debía entender lo que tenía que decir.
—Te he estado esperando, Emma —dijo la mujer, su voz suave pero llena de una fuerza inquebrantable. —Es hora de que comprendas lo que te retiene.
Emma se quedó allí, sin mover un músculo, mirando a la mujer con una mezcla de miedo y fascinación. No sabía si debía hablar o si solo debía escuchar. Las palabras de la mujer resonaban en su mente, como si estuvieran grabadas en su alma.
—¿Qué me retiene? —preguntó Emma, su voz temblorosa, llena de incertidumbre.
La mujer de ojos dorados la miró fijamente, y aunque no dijo nada, Emma pudo sentir que la respuesta estaba más allá de lo que ella entendía. Había algo en ella misma que debía enfrentar, algo profundo que la mantenía atada a las sombras, a los temores que había acumulado durante su tiempo en coma.
—Todo lo que has vivido, Emma, todo lo que has aprendido en ese otro mundo… es parte de ti. No puedes simplemente olvidarlo. La oscuridad que sientes dentro de ti no es algo que puedas dejar atrás tan fácilmente. Si deseas despertar por completo, tendrás que confrontarla.
Emma sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Las palabras de la mujer la atravesaron como una daga. Lo que había experimentado, esas visiones y las sombras, no eran solo sueños. Habían sido reales de alguna forma. Y ahora, en su vida real, esas sombras seguían persiguiéndola.
—Tienes que recordar, Emma. No puedes huir de lo que eres.
Un peso invisible se instaló en su pecho mientras la mujer de ojos dorados desaparecía, desvaneciéndose en el aire, como un suspiro perdido en la brisa. Pero las palabras quedaron con ella, resonando en su mente. Emma comprendió que no podía seguir evitando lo que había sucedido en su coma. Debía enfrentarse a las sombras que la acechaban, comprender lo que significaban, o de lo contrario, nunca podría encontrar la paz.
Desafío: Al regresar al hospital, Emma sabía que debía enfrentarse a lo que había dejado atrás, enfrentarse a las sombras, a las voces, y buscar la clave para despertar por completo. No podía continuar viviendo entre dos mundos. Tenía que descubrir quién era realmente, y cómo dejar atrás ese peso que aún la atormentaba.
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