Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 7
Ágata se tambaleó por el golpe, llevando una mano a su mejilla enrojecida. Sus ojos, empañados de rabia y humillación, buscaron a su madre, pero Kaenia no le dirigió ni una mirada. Solo caminaba con paso firme y los puños apretados, como si el suelo mismo fuera el enemigo.
—Te lo advertí —escupió con veneno—. Si fallabas, serías tú quien pagaría las consecuencias. ¿Acaso crees que puedes arruinar mis planes sin que te cueste nada?
—¡Lo intenté! —gritó Ágata con voz temblorosa—. ¡No sabía que ella... que ella tendría el respaldo del príncipe!
—No tienes que saber. ¡Tienes que actuar con inteligencia! —bramó Kaenia, deteniéndose frente a las puertas del despacho del Archiduque—. Esto no ha terminado.
Empujó las puertas sin llamar, irrumpiendo en la sala como un vendaval. El Archiduque alzó la vista desde su escritorio, molesto por la interrupción.
—Kaenia. ¿A qué se debe esta entrada?
—Tu hija. ¡Tu hija ha deshonrado esta casa! —exclamó, sin preocuparse por guardar las formas—. Ha llevado a esa mujer de vuelta a los aposentos nobles. ¡Le ha dado comida, vestidos, y pretende que viva a su lado!
El Archiduque cerró el libro que leía y se levantó lentamente.
—¿De qué estás hablando?
—¡De tu error! —siseó—. ¡Esa mujer, esa plebeya a la que llamaste esposa por un capricho, ahora ocupa el cuarto de tu hija! ¡Y encima, Avery me ha desafiado en mi propia cara! ¿Sabes lo que dijo? ¿Sabes cómo me miró?
La tensión en el aire era tan espesa que se podía cortar con una espada.
Ágata observaba en silencio, esperando una reacción, una explosión… pero no vino. El Archiduque solo suspiró, volviendo a sentarse.
—Si el segundo príncipe ya se ha comprometido con Avery —dijo con voz seca—, entonces lo que ella haga será observado por la corte. Si se enfrenta a ti, se enfrentará a ti como futura princesa. No puedo exponerla.
—¿¡Qué!? ¿La vas a permitir?
—Lo que no permitiré —interrumpió él, con la voz firme como el acero— es que este asunto se convierta en una vergüenza pública. La solución debe ser discreta. Controlada. Y definitiva.
Kaenia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa mirada… era la misma que usaba antes de ejecutar sus castigos más severos.
—¿Qué quieres que haga entonces?
—Ten claro esto: si arruinas este compromiso, tú también caerás. La corte ya murmura demasiado.
Silencio. Kaenia apretó los labios, tragándose la rabia.
En el mismo instante en la habitación de Avery, Eliana había terminado de comer. Con una expresión mezcla de paz y culpa, observaba cómo su hija ordenaba con determinación el espacio para ambas.
—¿Por qué haces esto? —preguntó en voz baja—. ¿Por qué ahora?
Avery se volvió hacia ella. Sus ojos, oscuros y serenos, tenían una luz nueva. Una fuerza que no era solo suya.
—Porque ya no soy la niña asustada que todos creían. Y porque… no voy a dejar que te humillen nunca más.
Fania, de pie junto a la ventana, no dijo una palabra. Pero su sonrisa lo decía todo.
Momentos más tarde Avery le contó a ambas lo que había sucedido en la cena.
—Avery, ¿es verdad lo que has dicho? —preguntó Eliana de pronto, su voz temblorosa, impregnada de miedo.
Avery se volvió con calma, como si ya esperara esa pregunta.
—Sí, madre. Lo es. El Archiduque me lo dijo anoche, durante la cena.
Eliana se sentó en la cama, apretando con fuerza las sábanas. Su rostro reflejaba una mezcla de angustia, impotencia y rabia.
—Desgraciado… No puede hacerte eso. Casarse sin amor es una condena, no una bendición.
Avery se acercó y, con una sonrisa ladina que no alcanzaba a sus ojos, intentó calmarla.
—Tranquila. Le hice creer que aceptaría… pero tengo otros planes.
—¿Otros planes? ¿Qué planeas? ¡Hija, no me asustes! Tú no eras así… —murmuró Eliana, con un hilo de voz. Su mirada buscaba a la niña que una vez crió, no a la mujer que ahora tenía delante.
La sonrisa de Avery se tornó triste, como si una parte de ella se quebrara ante aquella pregunta.
—Cambié, madre. Nada volverá a ser igual. Pero lo que sí puedo prometerte es que pronto seremos libres de este lugar… de todo lo que nos ha hecho daño.
—¿Libres? —repitió Eliana con amargura—. Hija… yo ya no sé lo que es eso. La libertad es un lujo que nunca me ha pertenecido.
—Pues ahora te pertenecerá. Te lo prometo —afirmó Avery con un brillo decidido en los ojos.
Eliana sintió que algo ardía dentro de su pecho. Lágrimas brotaron sin permiso de sus ojos, no de tristeza, sino de una emoción olvidada: esperanza.
—Hija… —susurró—. Dios te escuche.
Mientras tanto, al otro lado de la mansión, en el despacho del Archiduque, la tensión era un veneno que flotaba en el aire.
Kaenia sentía una furia contenida.
—¡Exijo que vengas ahora mismo a la habitación de Avery! —espetó.
—Ya te lo dije. No tengo tiempo para tus estupideces —gruñó el Archiduque, sin molestarse en mirarla.
—¿Estupideces? ¡Tu bastarda me humilló! ¡Pasó por sobre mi autoridad!
—Te lo repito: no me interesa. Ni tú, ni ella.
Kaenia avanzó, dispuesta a seguir gritando, pero no tuvo tiempo. El Archiduque se giró bruscamente y la sujetó del mentón con brutalidad. Su rostro estaba a solo centímetros del suyo.
—¿Qué… qué haces? ¡Me duele!
—Te lo advertí, Kaenia. Este matrimonio fue una transacción, nada más. Nunca te he amado y nunca lo haré. Tu único valor para mí era la hija que podrías darme. Pero ni para eso serviste —dijo con desprecio, soltándola con violencia—. Lárgate. Y no vuelvas a molestar a Avery. Es la prometida del segundo príncipe. Si estropeas esto, me aseguraré de que pagues con creces.
—Pero padre… —intervino Ágata con voz vacilante.
—Tú cállate. Y empieza a prepararte para un compromiso. El tuyo será anunciado pronto.
—¿Qué? ¡No! ¡No quiero!
—No estás en posición de querer nada. Si alguna vez pensaste que eras mi hija favorita, estás equivocada. Solo eres una ficha más en este tablero.
Ágata lo miró, paralizada. Su mundo se desmoronaba.
—¿Es verdad? —susurró, volviéndose hacia Kaenia.
—No… no hija. Tu padre está diciendo cosas sin sentido. Ven, vamos a tu habitación.
Pero Ágata caminaba como un espectro, con el rostro pálido y la mente invadida por un solo pensamiento: ¿Con qué clase de monstruo tendría que casarse?
—¡No puedo casarme! ¡No aún!
—Lo sé —respondió Kaenia con una sonrisa perversa—. Por eso debemos actuar. Avery debe ser la esposa del segundo príncipe. Solo así tú podrás convertirte en emperatriz. Ya sabes que el heredero no durará mucho en el trono.
—Haré lo que me digas. No dejaré que esa inútil se quede con lo que es nuestro. Será nuestra ruina.
—Eres muy sabia, hija mía. Solo nos queda deshacernos de dos insectos. Ya verás cómo las aplastaremos.
Al día siguiente, la luz del sol volvió a teñir de oro el rostro de Avery. Pero ella ya no era la misma.
Y el mundo… pronto tampoco lo sería.