Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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¿Importan los detalles? ¡Claro que sí!
— ¿D-Dagan?
Sin tener el tiempo necesario para responder, la voz rasposa y profunda del imponente desconocido hizo eco en todo el sitio.
— Tus diez centímetros de altura no te dan nada de respeto ni educa– ¿Eh? ¿Pero qué? —el hombre echó los sombríos ojos sobre mi al hablar—. ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?
No preguntó por curiosidad, sino por confusión y evidente desagrado; arrugó las cejas y los labios hasta dejar expuestos gran parte de sus colmillos.
Por primera vez en dos años, Eliana reconoció a una persona. Y no, no estoy hablando del oscuro hombre, sino de Dagan. Para mí sorpresa, Eliana no lo reconoció de la misma forma que yo; las emociones suyas disparaban en dirección al miedo. Incluso llegué a cuestionarme si realmente lo conocía antes de perder la memoria, aunque de no ser así, ¿cómo pude seguirlo al salir del hospital? Actúe natural, casi en automático.
Sin importar cuan confundida estuviese por dentro, Dagan era menos amenazante a diferencia de quién podía matarme con la mirada si así lo desease.
— ¿Qué carajos significa esto? ¡¿Eh?! —el mayor retrocedió con una mano en la frente—. ¡¿Y tienes el descaro de preguntar a qué pudieron venir esos imbéciles?! —volvió la mirada hacia la persona que había dejado atrás, todavía invisible para mí.
— Prometimos no causar problemas y lo hemos mantenido, Daimond.
— ¡Oh, vaya, qué estúpido que soy! Seguramente los intrusos del gobierno solo querían sentarse a tomar un café mientras charlan de impuestos —bufó sarcásticamente caminando sobre un círculo. Rápidamente su sarcasmo se esfumó—. ¡Están aquí por...! Ah, olvídalo.
Si mis planes eran aferrarme a Dagan, el Mayor se convirtió en el obstáculo. En solo tres pasos acortó la distancia y sin titubear agarró mi brazo buscando sacarme del lugar. Aún con tal corpulencia mostró tener ágiles movimientos, aunque no pudo compararse con mi platinado amigo.
Físicamente bien, mentalmente quizá. El shock de haber visto mi cara a dos centímetros del suelo cuando dimos un giro de noventa grados no había sido procesado como debía.
Dagan tomó la palabra con seriedad.
— Eliana perdió la memoria y por ende, su habilidad.
— ¿Qué?
— Lo que oíste —suspiró—. Gracias a ti tendré que explicarle toda la situación a una persona común y corrien–
El intento por tomar el control desapareció cuando el Mayor apuntó su dedo contra mi.
— ¿Te parezco idiota? —cerró brevemente los ojos—. La habilidad no solo sigue ahí, sino que hay grietas. De hecho, voy a demostrarlo.
— ¡No, abuelo, no lo hagas! —se alzó una voz femenina.
A la par de un chasquido, el escenario donde estaba cambió rotundamente.
Había realizado incontables viajes al más allá, al límite, frontera, o como se llame. Y a diferencia de esas ocasiones donde podía describir lo que sentía, veía, olía, escuchaba, ésta vez fue la excepción puesto que fui privada de todo sentido aunque gradualmente el efecto fue desapareciendo hasta mostrar que el blanco puro de mi entorno estaba infestado de fisuras, grietas y rayas negras imitando la sombra que produce un arbol sin hojas.
Inesperadamente, fue acogedor y casi reconfortante. La magistral combinación era la fusión entre el blanco que tanto amaba Eliana y por mi parte, las grietas negras rompían con aquella perfección.
Aún en un espacio desconocido no dudé en caminar por donde sea, esperando hallar algo más novedoso. Parte de mi curiosidad quedó saciada aunque no en el sentido que habría preferido. Al prestar atención a las grietas, no se trataba simplemente de un color, sino que habían imágenes de fondo.
Un cascabel oxidado estaba a los pies de un árbol. Lentamente veo como pasan veranos soleados, primaveras coloridas, otoños frescos hasta la llegada del grisáceo invierno; torrenciales aguas despejan todo rastro de maleza, excepto el cascabel. Cuando las lluvias cesan y antes de que las nevada cubran los suelos se puede observar una cadena oxidada atada al cascabel, a su vez, ésta se aferra a lo que parece una lápida con un nombre escrito, mismo que no alcanzo a distinguir por el susurro de alguien que proviene de atrás.
"Creí que te habías extinguido por completo cuando no me reconociste, pero veo que aún queda algo de ti, Eliana."
Luché por voltear, pero mi cuerpo dejó de responder.
"No te preocupes si no recuerdas, la historia volverá a empezar."
— Eres quien trajo a los niños y al bebé —murmuré sintiendo frío en las manos—. Te llamaron Maestra, eres tú.
— ¿Eliana?
Hay una especie de mareo causado por levantarte rápidamente, ésa fue la sensación que experimenté al reconocer el presente. Dagan y Roxan me sostuvieron para no caer completamente, sin embargo, todavía tenía las fuerzas necesarias para mantenerme de pie por cuenta propia.
— Ja, ja, el colesterol —bromeé.
La pregunta que había ignorado, volvió a surgir.
— ¿E-Eliana?
El brazo que rodeaba mi espalda temblaba, su voz contenía temor, en especial sus ojos. Un minúsculo brillo albergaba esperanza, eso me recordó la noche que dormí con Roxan y llegué a la obvia conclusión: ambos quieren volver a verla.
— Aún no.
— ¿Estás bien, Eli? —sonrió suavemente.
— Me gustaría decir que sí, pero... ¿Qué demonios acaba de pasar?
La descripción más acertada es decir que un terremoto sacudió la cafetería. Nada quedó en su lugar correspondiente, las cafeteras, las tazas, platos, cucharas, mesas, sillas, floreros, nada; los focos se encendían con menos intensidad y otros habían explotado.
El tal Daimond mantuvo una expresión neutral mientras rebuscaba algo en su grueso y ostentoso abrigo.
— Estoy preparado para la muerte, deberías pensar lo mismo.
Lo único que había visto de él, dejando de lado su mal temperamento, es que no dudaba ni pensaba antes de actuar. Cuando sostuvo el arma, sabía que por nada ni nadie dudaría en disparar.
— ¡A ver chiquillos, calmados todos por favor!
Un nuevo integrante apareció dando un portazo con el pie. A diferencia de la actitud constantemente calma de Dagan, él sonreía a tal grado que un sin fin de flores rosadas bailaban junto a él. El aspecto simpático era sostenido por el rubio claro de su cabello peinado hacia ambos costados y un par de ojos mieles brillantes. Su vestimenta era algo casual, un abrigo blanco con capucha, un pantalón negro y tenis blancos.
— Miren qué desastre chicos, destruyeron la cafetería —ojeó las tazas rotas en el suelo y suspiró—. Sí es todo un caso tenerlos juntos.
Nadie dijo nada, lo cuál fue extraño.
— Gerente, organice con Cristian la lista por los daños y, —volteó hacia la pelirroja— Roxan, hazle llegar eso al presi. No te preocupes, se los descontarán de su salario a este par.
— Ah, muchas gracias —sonrió nerviosa.
Continuó con Daimond, para mi extraña sorpresa, abuelo de Roxan; hablaron en secreto y al finalizar lo despidió con una palmada en la espalda. Por último, nos pidió a mi y a Dagan acompañarlo hasta afuera mientras los otros empezaban a limpiar el desorden antes del amanecer.
Cruzamos la calle para sentarnos fuera de un almacén de zapatos.
— ¿Sabes que rompiste tu promesa de no causar problemas? —lo preguntó muy tranquilo—. Y no salgas con que "lo pagaré todo" porque eso es lo menos preocupante ahora.
— Puedo resolverlo, Félix —suspiró exhausto—. Iré con el presidente y luego podría ir a–
— Voy a darte una porción de racionalidad, vamos, levántate.
Ambos sacudieron sus pantalones al levantarse y una vez estando de frente, el rubio tomó la palabra nuevamente.
— ¡Bien, ahora las manos tras la espalda y baja la cabeza! —dijo en tono militar.
— Ah, Félix, ya entendí, mejor–
— Oye, la señorita está pasando frío, date prisa eh.
Dagan ni siquiera tomó la posición que el rubio le pidió y éste, sin pizca de piedad, retrocedió hasta tomar el impulso suficiente para lograr acertar una patada directo en la mejilla de Dagan. Rodó en el suelo antes de llegar nuevamente a la acera frente a la cafetería.
— ¡Ja, ja, qué fuerte te has vuelto, Dagan! —su risa salió acompañada de quejidos mientras cojeaba disimuladamente—. Casi pierdo mi pie.
Dagan no parecía estar a punto de levantarse.
— ¿No te preocupa?
— Confió en ti y eso es algo que nunca hace —dije sonriendo.
Su risa confesó que no estaba equivocada. Tomó asiento junto a mi y abrió el cierre de su abrigo, tal parece que entró en calor al dar esa patada.
— ¿Lo dices por lo que acabas de escuchar?
— En el fondo ya sabía que no era alguien normal, pero quise que decidiera contarme —murmuré. El sentimiento de no ser alguien confiable para él empezaba a surgir—. Aunque también me siento mal por no haberle dicho.
— Igual no es fácil ir a decirle "oye Dagan, tengo libre paso al más allá y veo espectros".
— Ja, ja, ja, tampoco iría a decirle eso mis–.... Oye, ahora que lo pienso, ¿nos conocíamos? El hombre de hace rato también pareció reconocerme.
Quizá no vio venir mi pregunta ya que sus ojos se abrieron más que antes y la sonrisa de su rostro casi había desaparecido.
— Habla con Dagan, él te pondrá al corriente de la situación —estiró ambos brazos y bostezó—. Los tres días que no he dormido me están pasando factura —volvió a sonreír.
Me levanté y también estiré los brazos. Pude observar que el cielo seguía igual de oscuro, la brisa seguía siendo refrescante y la luz de los alumbrados públicos brindaban tranquilidad.
— Estoy muy agradecida por lo de hoy.
— Oh, está bien, fue un gusto poder ayudarlos —sonrió—. Tengo que cuidar a todos mis polluelos porque si no, pasan cosas como éstas.
En nuestra breve charla, Dagan ya se había recuperado y estaba apoyado contra la pared de la cafetería, como si estuviera esperándome.
— Nos vemos después, descansa —me despedí y crucé la calle corriendo.
Si le daba más importancia a las cosas negativas de hoy, podría morir de depresión. Solamente me quedaba aceptar lo que pasó y averiguar qué ocurrió con Eliana y su perdida de memoria.
— Sé que lo pregunto mucho, pero, ¿estás bien, Eli?
En aquel momento surgió otra duda. Si para Eliana, Dagan era peligroso, ¿por qué para mí no? Después de todo, soy capaz de percibir sus emociones sin problemas. La preocupación que muestra con esa mirada apagada no es falsa y la manera en la que me cubre con su abrigo es muy cálida, reconfortante.
— ¡¿Cómo voy a estar bien?! ¡Te das cuenta del desastre que acaba de pasar solo porque nunca me cuentas nada! —no podía aguantar las ganas de regañarlo.
— L-Lo siento, pero no quería que, bu-bueno, esto...
¿Dagan? ¿Titubeando?
— Ja, ja, ja, ¿a qué viene esa reacción? ¿Te sientes mal o algo? —reí golpeando su hombro.
— ¿Por qué pareces feliz?
Su pregunta me hizo preguntarme lo mismo y aunque yo todavía no hallaba una respuesta, mi boca se movió por sí sola.
— La pared ya no está...
— ¿Pared? —arqueó una ceja.
— Dagan —alargué las penúltimas letras de su nombre y lo impulsé a caminar—. Vamos a comer, muero de hambre.
Él sonrió y se dejó guiar por mi hasta su motocicleta.
Bueno, las cosas no son tan malas después de todo.