Bajo El Rostro De La Violencia~

Eiran se despertó a la mañana siguiente y vio que Damon seguía dormido en su cama. Su mano aún sostenía la de Eiran, como si no la hubiera soltado en toda la noche.

Con movimientos cautelosos, Eiran liberó su mano de la de Damon para no despertarlo. Sabía que el Alfa necesitaba descansar mucho más para acelerar su recuperación, y mantenerlo dormido era una forma efectiva de que no desobedeciera las restricciones médicas.

Antes de salir, Eiran se inclinó un poco hacia Damon, observándolo con atención. Su expresión relajada, sin rastro de la frialdad habitual, era extrañamente apacible. Era difícil imaginar que alguien tan dominante pudiera verse así de vulnerable.

Eiran revisó la temperatura de Damon deslizando suavemente el dorso de su mano sobre su frente, confirmando que no había señales de fiebre. Satisfecho, salió de la habitación para tomar una ducha rápida en el baño contiguo.

Media hora después, regresó hacia la habitación de Damon con el cabello húmedo cayendo sobre su frente. Sin embargo, un ruido proveniente del interior llamó su atención. La puerta estaba entreabierta, y desde el interior se escuchaban voces alteradas.

Apuró el paso, y al asomarse, vio a Damon sujetando a su propio padre por el cuello, empujándolo contra la pared con una fuerza abrumadora. Las feromonas de Damon llenaban la habitación con una intensidad opresiva, reflejo de su estado de furia.

—¡Damon! —gritó Eiran, entrando de inmediato para intervenir.

Sin dudarlo, rodeó el torso del Alfa desde atrás y tiró con todas sus fuerzas, pero Damon era demasiado fuerte.

—¡Por favor, Damon, suéltalo! ¡Puedes matarlo! —exclamó Eiran, tratando de calmarlo mientras sus propias feromonas comenzaban a emanar, buscando contrarrestar las del Alfa.

Finalmente, Damon soltó el cuello de su padre, quien cayó al suelo tosiendo y llevándose las manos al cuello enrojecido.

Eiran se colocó frente a Damon, bloqueando su camino. Su mirada gris se encontró con los ojos oscuros del Alfa, aún cargados de furia.

—Vete —ordenó Eiran con frialdad al padre de Damon, quien, intimidado por la presencia del omega y el alfa, obedeció sin decir palabra.

Cuando quedaron solos, Eiran extendió su mano hacia el rostro de Damon, tocando suavemente su mandíbula para calmarlo.

—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó en un tono bajo y tranquilizador, dejando que sus feromonas lo envolvieran con una calidez reconfortante.

Damon tomó la mano de Eiran y la besó, un gesto que lo dejó perplejo incluso a él mismo.

Luego se dio la vuelta, evitando la mirada inquisitiva del omega.

—¿Qué me estás haciendo, Eiran? —preguntó Damon, con un tono que mezclaba frustración y confusión.

Eiran frunció el ceño, manteniendo su postura firme.

—¿A qué te refieres, Damon? —respondió con calma.

—Me estás volviendo dependiente de ti —murmuró Damon, sus ojos oscuros buscando una respuesta que no encontraba.

Eiran suspiró.

—Eso es natural, soy tu médico. Dependes de mí hasta que te recuperes. Pero si sigues con este comportamiento, no podré garantizar que tu cuerpo sane como debería —dijo, con un toque de ironía en su tono.

Eiran tomó la silla de ruedas que estaba en una esquina de la habitación y la empujó hacia Damon.

—Es hora de desayunar. Vamos —dijo, llamando su atención con una mirada seria.

Damon observó al omega con cierta resistencia, pero al final cedió, sentándose en la silla sin protestar.

En el jardín trasero, los sirvientes ya habían preparado la mesa con un desayuno abundante. Eiran se sentó junto a Damon y comenzó a comer mientras hablaba animadamente con algunos de los sirvientes, quienes parecían estar acostumbrados a su carácter tranquilo pero firme.

Damon, por su parte, mantenía la mirada fija en Eiran, observando cómo interactuaba con los demás. Las palabras de los sirvientes fluían con naturalidad, y el omega respondía con una calma que contrastaba con la tensión que siempre parecía rodear a Damon.

Al terminar, Eiran empujó la silla de ruedas de vuelta hacia la mansión. Sin embargo, al pasar por la sala de estar, notó un grupo de hombres entrando con aire confiado. Eran los amigos de Damon.

—Buenos días, Damon —saludó Aron, con una sonrisa arrogante.

Damon le indicó a Eiran que lo llevara al sofá. Una vez allí, se levantó de la silla de ruedas con un movimiento fluido y tomó asiento, mirando a su grupo con desdén.

—Voy por tus medicamentos. No te muevas de aquí —dijo Eiran con firmeza, ignorando la presencia de los demás.

—Hmm —respondió Damon, sin prestarle demasiada atención.

Mientras Eiran desaparecía por el pasillo, uno de los hombres del grupo lo miró con interés.

—Él es muy guapo. ¿Crees que podría convencerlo de que sea mi médico personal y familiar? —preguntó con una sonrisa traviesa.

Damon lo miró con frialdad, su voz cargada de advertencia.

—Tú y tu familia no vivirían para contarlo si intentan quitármelo —respondió Damon con calma, pero el tono helado en sus palabras dejó claro que no estaba bromeando.

El grupo rió nerviosamente, entendiendo perfectamente que, para Damon, Eiran no era solo su médico. Era intocable y, más que eso, suyo.

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