Rhett trabajó mucho para convertirse en un cazador de criaturas de la noche, hasta que un día se entera que su compañero más leal es uno de ellos.
¿Qué hará ahora que tiene un vampiro a lado? Y aún peor, ¿por qué se ha enamorado de él?
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El pasado de un vampiro
Daemon nació en cuna de oro, un vampiro afortunado que no tuvo que subsistir de beber animales para alimentarse. Siempre lo tuvo todo, su padre nunca fue tacaño con su hijo.
Recuerda que su única preocupación era aprender de armas, leer libros y merodear por las noches. Al ser descendiente del único vampiro originario vivo, tenía más ventajas que cualquier ser en el mundo.
Se sentía inalcanzable, hasta que sucedió lo de aquel día. Un desastre que no previó.
Forzaba su capacidad de resistencia a beber sangre matándose de hambre por meses, su récord era de once meses, estaba más que orgulloso de decirlo y presumirlo. Para un vampiro, los periodos de hambruna hablan de la resistencia y del poder interno.
Daemon se sentía increíble, vivo y hambriento todo el tiempo. Ese día ejercitaba su deseo como siempre hacía, las mucamas eran humanas para que las viera todo el tiempo, consciente de que su comida estaba presente frente a él y no podría saborearla.
Puede imaginarse vivamente estando allí de nuevo, siendo acompañado por un joven mayordomo con piel pálida como la porcelana mirándole siempre que le era posible. Sus venas resaltando entre toda esa piel cubierta por un traje rojo y negro, que eran los colores de su familia.
A veces piensa en la noche que ese sirviente entró a su habitación a escondidas con un paso sigiloso. Ese mayordomo era sin duda un humano ingenuo.
"Buenas noches, mi príncipe", dijo el apuesto joven. Aparentaba inocencia y, sin embargo, estaba aquí, entrando a su lecho a mitad de la noche. Daemon entendió sus intenciones de inmediato, pero él no lo veía así, más bien sería un entrenamiento duro por la cercanía.
"Tienes coraje", le dijo. De verdad lo pensaba, la servidumbre no tenía idea de que él era un vampiro, pero este mayordomo seguro lo sospechaba desde hace tiempo y aún así quiso meterse con él.
"No tengo el valor, mi príncipe, pero si el deseo", Daemon encontró interesante la respuesta.
Pero había un gran problema, no podía dejar de mirar su cuello. ¿Cuánto tiempo llevaba sin comer? ¿Nueve meses? ¿o eran ocho? No recuerda, hace tiempo que dejó de contar los días, buscaba romper su récord personal y si llevaba la cuenta, se obsesionaría con números tontos.
"Ven aquí", llamó Daemon buscando la cercanía del humano indefenso. El mayordomo no tardó en obedecer, se sentó pacientemente en una esquina de la cama, guardando una ligera distancia.
Podía olerlo, la desesperación. Esta persona fingía y creía que Daemon no se daría cuenta, algo tramaba y averiguaría qué es.
"Acércate un poco más" pidió Daemon, la mitad de su cuerpo estaba bajo las sábanas.
El mayordomo se acercó lenta y tortuosamente, lo vió tragar en ese instante. Todavía no encontraba aquello que estaba planeando.
Daemon acercó su rostro peligrosamente al del humano, inspeccionando discretamente con su olfato. No lo pensó muy bien, estando tan cerca tenía al alcance una mordida segura que desataría un hambre, aquella que ha estado reteniendo desde hace tiempo.
El mayordomo respiró profundamente por la nariz, con un movimiento rápido saco de su saco una pequeña navaja de plata. Su mano se levantó, estaba a punto de apuñalar a Daemon en el pecho.
Lo dejó hacerlo, una cosa tan pequeña no mataría al monstruo que es Daemon, entonces permitió que se enterrara profundamente en su cuerpo. Hacía tiempo que no sentía el ardor tocar las fibras de su ser, era tan doloroso y a la vez satisfactorio.
Por fin hay algo que le recuerda que está vivo, aquí y ahora. Es una criatura de la noche, su motivo de existencia es derramar sangre.
"Ahora es mi turno" avisó antes de clavar sus colmillos de forma brusca. El humano se sorprendió de que continuará con vida, de que el corte no supuso ni un poco de dolor en el vampiro, a pesar de ser plata. Su vida terminaría pronto, su esfuerzo no valió la pena.
El apetito de Daemon se abrió como una tormenta, no le bastó la poca bebida que sacó. Y lo recordó, la cantidad enorme de personal que había en el castillo. Los haría cumplir su propósito de servirle, tomándolos como una ofrenda a su persona.
No esperó demasiado, después de comer su velocidad volvió y atacó con fuerza cada habitación de la servidumbre posible. Bebió, bebió y bebió, como cuando logró alcanzar su meta de once meses. Nada le due suficiente, ni un poco.
Algo de lo que se arrepiente de esa noche es que su memoria borró la mayoría de sus acciones, solo puede decir que a la mañana siguiente tenía tanta energía que la pudo gastar corriendo de un lado a otro sin descanso.
O eso hubiera pasado si su padre no solicitaba su presencia con urgencia. ¿Se había enterado? Por supuesto que sí, la servidumbre estaba por todas partes, expuesta y con la marca de sus dientes como prueba de que un vampiro inmaduro arrasó con todo a su paso.
Caminó por los bastos pasillos oscuros, las cortinas eran lo suficientemente densas para cubrir la luz del sol en su totalidad.
"He venido, padre" saludó a Ran, el viejo vampiro olía a furia pura saliendo de su ser.
Ran miró a su hijo estúpido, aquel que le había dejado más problemas que nunca. Se preguntaba una y otra vez cómo le explicaría a las familias de sus muertos sirvientes que no podrían volver a casa jamás.
"Soy demasiado viejo para soportar las tonterías de un vampiro joven", dijo Ran. Pensó en el castigo perfecto para su hijo, no era lo ideal, pero lo haría cambiar de actitud ante su indisciplina.
Daemon no podía disculparse y nada más, su padre no lo tomaría en serio. Solo debía aceptar las consecuencias de sus actos.
Le pareció extraño cuando Azael, el mago del castillo, apareció tras su padre, con una presencia pesada que olía fuerte a magia.
Su padre volvió a hablar, su voz resonó por la gran sala del trono "Irás a zona cazadora y entrarás como uno de ellos, aprenderás que los cazadores de criaturas de la noche son personas a quienes temer".
Quiso decir que no, que podía redimirse de nuevo y no volver a cometer más errores de ese tipo. Pero Azael se acercó, su piedra mágica brillando en un azul que cegaba sus ojos.
"Será rápido, príncipe", no le creyó, y tubo razón en no hacerlo.
Fueron horas dolorosas, la magia se metió en su cuerpo profundamente.
"Todo requiere un precio" advirtió el mago, "Podrás caminar bajo la luz del sol y, a cambio, no podrás usar ni una sola de tus habilidades, tampoco podrás morder a nadie. Ahora esas cosas le pertenecen a los dioses".
"No puedes" exigió Daemon, con su fuerza desapareciendo y dejando solo un rastro pequeño de lo que solía ser.
"Volverán cuando desees quedarte en zona de cazadores y el hechizo perdurará mientras sigas deseando volver al reino".
Y con eso, el destino de Daemon se selló por dos años, luciendo como humano, oliendo a humanidad, conviviendo con ellos, retorciéndose de arrepentimiento cada día. La única luz que tuvo fue ese cazador que tenía un olor exquisito y peculiar.
(a que tienen malos sentimientos hacia él o hablan a espaldas de él)