Gabriel Patel y Xavier Hudson son como hermanos desde siempre y cuando ambos hicieron una familia quisieron que sus hijos siguieran la misma línea.
Pero quizás esa no era una muy buena idea.
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Siete
El martes Leicy no se presentó a trabajar, tenía suficientes días de vacaciones acumulados como para darse el lujo de tomar uno de imprevisto y se reportó enferma, lo menos que quería era ver a el impresentable del suplente de presidente que tenían ahora y no dejaba de suplicar a Dios que el señor Patel regresara pronto de su viaje.
- Leicy- escuchó la voz del impresentable cuando medio dormida contestó al teléfono.
- Por Dios ¿Cómo es que tiene mi número?- le preguntó asustada sentándose en la cama e instintivamente se cubrió los pechos con la sábana como si él pudiera verla, ella y su maldita manía de dormir medio desnuda.
- No puedo creer que me estés haciendo esa pregunta.- se burló de ella- ¿Que tienes?- le preguntó pues había sabido de su falta.
- ¿Qué tengo de que?- le contestó con otra pregunta despistada de lo que le hablaba el hombre.
- Me dijeron que estás enferma, dime que tienes.
- ¿Está preocupado por que pueda haberle contagiado algo la otra noche señor Hudson?- puso una sonrisa ladina y desde el otro lado del teléfono él hizo lo mismo.
- No señorita, esa no es mi preocupación, simplemente es que unos informes dejaron de entregarse en la junta por su supuesta enfermedad, pero ya veo que todo es un montaje.
- Te odio Xavier, no sabes cuanto.- le respondió ella, ya estaba viendo que ni dejando de trabajar podía escapar de su presencia.
- Vaya, ya soy Xavier, estamos mejorando- siguió con la burla.
- Grrr- gruñó ella y pegó un golpe contra el colchón- Dime para que llamaste Xavier, estoy cansada, por eso no fui a trabajar, necesitaba despejar mi mente y olvidarme de que tú existes.
- Llamé para saber que tenías.- le dijo obviando lo último que ella dijo- Pero ahora que sé que estás bien quiero saber que llevas puesto.
- ¿Cómo?- le preguntó asombrada y medio aturdida por la petición.
- Vamos Leicy, por tu voz al contestar sé que todavía estabas durmiendo, dime que llevas puesto.
Ella tuvo una sonrisa macabra, este hombre era un descarado y se merecía un castigo.
- ¿Estás seguro de que quieres saber Xavier?- le preguntó arrastrando el nombre con su lengua, quería que él sintiera lo que conllevaba su pregunta, había visto suficientes películas eróticas en su vida como para saber como se ponía un hombre como él frente a lo que se le negaba, pero que a la vez se dejaba al alcance de su mano.
- Muy seguro.- le contestó.
- Señor Hudson ¿Nunca ha escuchado que no es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar?- intentó provocarlo.
- Leicy- lo escuchó decir su nombre entre dientes.
- Unas bragas de encaje azul marino, talla s, me gustan pequeñas para que queden justas contra mi gran trasero.- lo complació con todo la información de golpe hablándole suave como si estuviera pegada a él.
- Oh Dios- lo escuchó quejarse y se sintió poderosa- ¿Que más?- pidió pensando que ella podría llevar algo de ropa y que había comenzado por la parte que a él más le gustaba, no olvidaba que las que encontró en la cama del hotel estaban en su mesa de noche y ya las había olido más de una vez.
- Unas suaves sábanas rojas, de esas que te parece que acarician tu piel cuando estás debajo de ellas y que cuando te rozan desnuda se sienten como las manos de Dios en tu cuerpo.- le dijo haciéndole saber que la única ropa que llevaba eran sus diminutas bragas.
- Leicy vas a matarme.- el hombre sentía que casi no podía respirar, y para colmo había olvidado pasar el seguro de la puerta de la presidencia, si no corriera el riesgo de que alguien entrara sin avisar ya estaría tocándose.
- Tú lo pediste Xavier.- se burló- ¿Ahora quieres saber en donde tengo mi mano puesta?
- Por Dios, eres un demonio de verdad, dime en donde estás tocando. - le pidió con lo último de voz que pudo sacar de su garganta.
- ¡EN TUS COJO... XAVIER HUDSON!- le gritó con furia de repente rompiendo toda la exitación en la que lo tenía inmerso con solo una llamada telefónica- ¡DEVUÉLVEME MI TOBILLERA!- siguió gritando- Y olvídate de mi, por favor.- le dijo más calmada antes de colgar el teléfono.
Leicy puso el teléfono sobre la cama con odio, este niño rico era lo más descarado que había conocido jamás, toda su vida la había pasado huyendo de los que son como él y al perecer no le había servido de nada.
Pero de pronto su mal humor se disipó y comenzó a reír ella sola como una loca, recordar la voz jadeante de su jefe por el teléfono le dejó claro que lo tenía más que exitado con lo que le decía y esa era una muy buena venganza por el hecho de que él no quisiera devolverle su joya, nunca pensó verse enredada en una situación como aquella, pero si él quería guerra, ella le daría unas cuantas batallas.
En cambio en el despacho de la presidencia de la empresa Patel todo era distinto, allí lo que menos había eran risas, las cosas habían vuelto a volar por todos lados y muchas de ellas saltaron en pedazos.
Carmela desde su puesto en la entrada escuchaba el estruendo que esta vez le parecía mayor sin inmutarse y aprovechó para llamar a los de mantenimiento y que estuvieran preparados para subir en el momento en el que el jefe terminara de destruir todo.
- ¡Te odio Leicy, te odio!- gritó con todo su pecho y la secretaria lo pudo escuchar claramente, lo que la hizo sonreír, ya ella había notado cuanto la chiquilla de pelo rojo descolocaba al amigo de su jefe y cuanto hacía él por parecer despreocupado ante esa situación, sin saber que por mucho que gritara que la odiaba estaba hasta el cuello enterrado en ella, y la chica no se quedaba atrás.
me quedo sin palabras
excelente la novela
un ejemplo para las mujeres
saber que pueden reconstruirse siempre. solo es querer hacerlo y tener amor propio
cada quien en su lugar
felicitaciones a la autora