Solo En La Oscuridad

Julieta, una vieja amiga de Miguel, le había pedido quedarse a dormir con ella ya que no quería quedarse sola en su casa. El aceptó porque sabía que no estaba pasando un buen momento: su tío había fallecido y su mamá estaba internada en una clínica. Su hermana se quedaba con la mamá y ella cuidaba la casa.

Cuando Miguel llegó, le mostraron dónde dormiría: el último cuarto de la casa. Julieta se quedaría en el cuarto de al lado. Apenas llegó, Minino (el gato de la casa) posó su mirada sobre él. Parecía que lo seguía a todos lados: cuando le mostraron la cama donde dormiría, en la sala, incluso cuando pidió prestado el baño. Cuando llegó la hora de dormir lo acompañó al cuarto, olfateó el aire y después de dar una ojeada a su alrededor se encaminó al pasillo que conducía al resto de habitaciones.

No pasó mucho tiempo para que Miguel quedara profundamente dormido. Eran las 3 a.m. cuando el resplandor de una luz lo levantó. Entreabrió sus ojos y notó que el pasillo se iluminó por unos cuantos segundos. La luz de la luna entraba por la puerta del patio pero no podía ser la responsable de tal resplandor. Miguel se levantó, se asomó al pasillo pero no vio nada raro. Se asomó al cuarto donde dormía su amiga, creyendo que quizás ella se había levantado, pero la vio profundamente dormida. Miguel entonces volvió a la cama sin poder conciliar el sueño. Fue entonces cuando vio al gato recostado sobre el lado izquierdo de la cama. No le puso mucha atención a eso y se recostó al otro lado. Cerró sus ojos y cuando ya estaba quedándose dormido un ruido lo levantó. Sobresaltado se dio cuenta que Julieta se había recostado a su lado, de espaldas a él. La cubrió con la sábana con que estaba arropado y trató de conciliar el sueño. Pasados unos minutos lo despertó el ruido de unas voces. Cuando abrió los ojos tuvo que ajustarlos para mirar en la oscuridad dado que la luz de la luna ya no iluminaba el pasillo y el cuarto estaba completamente oscuro. Fue allí cuando vio dos siluetas a un lado de la cama que lo miraban fijamente. Una de estas era similar a quien estaba acostada allí junto a él: Julieta. La otra silueta le era bastante familiar también: era él mismo. Cuando la vista se le fue aclarando notó que las siluetas estaban vestidas igual que ellos también: la de Julieta llevaba la misma camiseta amarilla con emojis de luz muerta en el pecho y la otra llevaba el mismo buzo a rayas que él tenía puesto. Miguel cerró sus ojos una y otra vez para verificar que no estuviese viendo visiones y fue entonces cuando notó a Minino viéndolo fijamente desde el otro extremo de la cama. Podía ver como sus ojos brillaban intensamente en la oscuridad lo cual lo asustó un poco. Miró hacia donde estaban las dos figuras y estas permanecían allí, de pie, mirándolos. Trató de despertar a Julieta, pero no lograba emitir sonido alguno que la alertara. Estiró entonces su brazo para despertarla, pero ella no respondió al estimulo. Desesperado se recostó, cerró los ojos y rogó para sus adentros que no pasara nada más. Unos cuantos segundos después los abrió de nuevo para notar que ambas siluetas habían desparecido. Miró hacia donde estaba Minino y este permanecía allí mirándolo fijamente con esos grandes ojos que brillaban en la oscuridad. Volteó hacia el otro lado para evitar ver al gato y vio nuevamente las dos figuras, pero esta vez vio algo más. Los emojis que tenía una de las siluetas en el pecho estaban completamente iluminados y las caras cambiaban a cada instante haciendo gestos tan espeluznantes que obligaron a Miguel a refugiarse bajo las sábanas nuevamente. Rezó como nunca había hecho y sin darse cuenta se quedó profundamente dormido. Cuando despertó buscó a su alrededor y de encontró solo en el cuarto: Julieta no estaba en la cama y tampoco había rastro de Minino. La luz de la luna aún atravesaba la oscuridad del delgado pasillo por lo que Miguel se atrevió a salir del cuarto. Miró hacía el cuarto contiguo viendo a su amiga profundamente dormida y el gato a su lado. Cuando Miguel se asomó el gato se levantó, le lanzó una tierna mirada y se tiró nuevamente a dormir. Miguel caminó hacia la sala y miró un reloj de pared, eran las 3:01 a.m. Él había leído una vez que las 3 a.m. era la hora del demonio ya que era la opuesta a la hora en que murió Jesucristo (as 3 p.m. según los entendidos). En ese momento notó que en aquella casa nunca había visto una señal religiosa que él recordara. Había entrado muchas veces a casi todas las casas de esa cuadra y toda tenían biblias, crucifijos o cuadros religiosos. Pero ahora que prestaba atención, en esa casa nunca había visto nada de eso lo cual le resultó extraño. Empezó a escudriñar en la oscuridad buscando al menos un crucifijo o una biblia pequeña (de estas en donde solo viene el nuevo testamento) pero no encontró nada. Preocupado se fue al cuarto y para su sorpresa se encontró a Minino sentando en la cama mirándolo fijamente y con sus grandes ojos amarillos brillando nuevamente en la oscuridad…