La historia de esta mujer es un viaje de autodescubrimiento y valentía en un mundo donde el estatus de género dicta el valor de una persona. Nacida en el seno de una familia noble en Roma, ella desafía las expectativas de su género desde una edad temprana. Despreciando la idea de ser tratada como una simple "vaca para preñar", busca igualdad y reconocimiento por su mente y habilidades, en lugar de simplemente por su género.
Sin embargo, la vida no es fácil para ella ni para su familia. Cuando una guerra obliga a su familia a huir de Roma, se encuentran enfrentando la discriminación y el escrutinio de aquellos que los rodean. La gente no puede entender por qué esta mujer es educada como un hombre y posee habilidades de curación que parecen provenir de los dioses de la salud y la curación de la antigua mitología griega. Sus dones se convierten en una bendición y una maldición, ya que la gente la ve con sospecha y temor, cuestionando si es una bruja o está involucrada en prácticas oscuras.
A pesar de todos los obstáculos, ella no se rinde. Se casa con un senador para protegerse y encontrar un lugar seguro en un mundo peligroso e incierto. Juntos, viajan por varias ciudades, escapando de la furia de un emperador vengativo que busca venganza por la muerte de su padre a manos de traidores. En su viaje, enfrentan desafíos constantes y peligros inesperados, pero su determinación y amor mutuo los mantienen fuertes.
Esta es una historia de resistencia, amor y perseverancia en tiempos de adversidad. Es un recordatorio de que, incluso en un mundo donde el género y el estatus social dictan las reglas, el coraje y la pasión pueden trascender todas las barreras. La protagonista demuestra que el verdadero poder reside en el corazón y la mente, no en el género o el estatus social, y que el amor y la esperanza pueden guiar incluso en los momentos más oscuros de la historia.
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capitulo 6
En las cocinas del palacio, el aire estaba saturado con el aroma de carnes asadas y hierbas frescas. Aurelia supervisaba con diligencia la preparación de la gran fiesta que tendría lugar esa noche. Los sirvientes se movían en un frenesí coordinado, troceando, horneando y decorando con una eficiencia que solo se adquiere después de muchas celebraciones similares. Las mesas estaban siendo adornadas con centros florales lujosos y vajilla de fino oro y plata reluciente bajo las antorchas que ya comenzaban a iluminar el gran salón.
Los invitados de esa noche incluirían a la flor y nata de la aristocracia, además de otros personajes cuyas reputaciones eran tan coloridas como dudosas. El vino, el pan y la música ya estaban en orden, preparados para deleitar y embriagar a los asistentes hasta bien entrada la madrugada. Sin embargo, un detalle había hecho que Aurelia frunciera el ceño al leer la lista de entretenimientos de la noche: la presencia de prostitutas, claramente una adición de última hora.
Decidida a confirmar los detalles finales con la emperatriz, Aurelia se dirigió hacia sus aposentos. Mientras caminaba, notaba los susurros y murmullos de los sirvientes que, creyéndola fuera de alcance, comentaban sobre su ascendente posición en el palacio.
"¿Has visto cómo la emperatriz confía cada vez más en Aurelia? Parece que nuestra 'simple sirvienta' podría estar tejiendo una red de influencias," decía una joven sirvienta a otra, con un tono de admiración que no podía ocultar un leve veneno de envidia.
"Y no solo la emperatriz, el emperador también parece tener un buen concepto de ella. Quién sabe, a lo mejor terminamos sirviendo en el ala de Aurelia el próximo año," respondió la otra, con una risa sarcástica.
Al escuchar esto, Aurelia se detuvo y se giró hacia las sirvientas con una sonrisa ligeramente divertida. "Espero que no estén apostando demasiado sobre mi futuro, señoritas. Podrían perder más que unas monedas," comentó con ligereza, antes de continuar su camino, dejando a las jóvenes ruborizadas y apresuradamente volviendo a sus tareas.
Al llegar a los opulentos aposentos de la emperatriz, Aurelia encontró a su señora ya en proceso de preparación, rodeada de sirvientes que la ayudaban a vestirse con un elaborado traje de seda y joyas deslumbrantes.
"¿Cómo van los preparativos, Aurelia?" preguntó la emperatriz, observando a su sirvienta a través del espejo mientras le ajustaban el collar.
"Todo está conforme a lo planeado, su Majestad. La decoración está lista, la comida en sus últimas fases y la música afinada. Aunque, me permito señalar que se ha añadido un 'entretenimiento' no discutido previamente a la agenda," dijo Aurelia, con un tono neutral.
La emperatriz sonrió sutilmente, encontrando el eufemismo divertido. "Ah, sí, un capricho de última hora de mi querido esposo. Parece que desea que la noche sea... inolvidable."
"Sin duda lo será, Majestad. La historia rara vez olvida las fiestas que mezclan la política con... placeres tan variados," replicó Aurelia, manteniendo la expresión seria mientras una chispa de humor cruzaba sus ojos.
La emperatriz rió abiertamente. "Ay, Aurelia, qué haría sin tu sutil manera de recordarme las locuras de esta corte. Ve y asegúrate de que todo sea perfecto. Y, por favor, intenta que nuestro 'entretenimiento' no eclipse el propósito político de la noche."
Con una reverencia, Aurelia se retiró, lista para enfrentar la larga noche que prometía ser tan política como decadente. Los murmullos sobre su creciente influencia solo servían para recordarle que en el juego del poder, cada paso podía ser tan peligroso como decisivo.
El gran salón donde se celebraría la fiesta estaba decorado de manera espléndida y opulenta, un verdadero testimonio de la riqueza y el poder del imperio. Grandes candelabros de oro colgaban del techo, iluminando el espacio con una luz cálida y acogedora. Las paredes estaban cubiertas con tapices que narraban las conquistas y triunfos del emperador, cada hilo brillando bajo la luz de las velas. Largas mesas de madera finamente tallada se extendían a lo largo del salón, cubiertas con manteles de seda blanca y repletas de vajilla de plata y cristalería que reflejaba el resplandor de las llamas danzantes.
Al centro, un área había sido despejada para los músicos, quienes afinaban sus instrumentos, desde liras hasta flautas, preparándose para llenar la noche con melodías cautivadoras. Alrededor, se habían dispuesto agrupaciones de sillas y pequeñas mesas donde los invitados podrían conversar en un ambiente más íntimo.
Los invitados que llegarían esa noche eran una mezcla de nobles locales, dignatarios extranjeros, altos comandantes militares y eruditos de renombre, todos ansiosos por forjar y fortalecer alianzas, o simplemente disfrutar de los placeres de la corte. Los rumores y conversaciones que Aurelia escucharía esa noche variarían desde intrigas políticas sutiles hasta declaraciones ostentosas de lealtad y ambición.
Para la ocasión, Aurelia había sido sorprendida con un vestido inesperadamente lujoso, una donación anónima que había aparecido en su habitación poco antes del evento. El vestido era una obra maestra de diseño, confeccionado en seda azul profundo que complementaba a la perfección su piel pálida y ojos claros. El corpiño ajustado acentuaba su cintura, mientras que la falda fluía ampliamente hasta el suelo, chispeando sutilmente con hilos de plata incrustados en el tejido. Un delicado tocado de plata adornaba su cabello, recogido en un elegante moño alto que dejaba al descubierto su cuello, donde un simple collar de perlas reposaba con gracia.
Antes de vestirse, Aurelia había sentido una mezcla de excitación y temor. Su atuendo habitual consistía en pieles de calidad y telas modestas pero funcionales, adecuadas para alguien de su posición en la corte. Este cambio drástico de apariencia la hacía temer ser reconocida no solo como la sirvienta de confianza, sino como alguien que una vez había pertenecido a un estrato social mucho más elevado.
Mientras se colocaba el vestido, el temor de que alguien pudiera descubrir su verdadera identidad crecía. Sin embargo, al observarse en el espejo, se vio transformada, casi irreconocible bajo la opulencia de su atuendo. "Aquí está," se dijo a sí misma, tomando una respiración profunda para calmar sus nervios. "Que comience la noche."
Así vestida, Aurelia estaba lista para enfrentarse a la noche, armada con su ingenio y su nueva apariencia, preparada para navegar por el complejo mar de la política y la sociedad en la corte, donde cada conversación podía esconder una oportunidad o una amenaza.
En el salón, la fiesta ya estaba en su apogeo. La música llenaba el aire con melodías vivaces y los invitados, entre risas y conversaciones animadas, disfrutaban de los placeres ofrecidos por la hospitalidad del emperador. Aurelia, con su vestido azul profundo y tocado de plata, se movía entre los grupos de nobles, observando cuidadosamente las dinámicas de poder y las interacciones entre los presentes.
El emperador, una figura imponente y carismática, se encontraba en un rincón del salón rodeado principalmente de hombres —dignatarios y comandantes militares— pero su mirada ocasionalmente se desviaba hacia un pequeño grupo de damas de la emperatriz. Estas jóvenes, elegantemente vestidas y claramente conscientes de la atención que recibían, se esforzaban por mantener una charla ligera y risueña, aunque sus ojos también seguían los movimientos del emperador con una mezcla de nerviosismo y coquetería.
Aurelia, mientras servía cerveza y vino de las jarras que llevaba, escuchaba fragmentos de las conversaciones. Los hombres discutían sobre las últimas campañas militares y los movimientos políticos en provincias lejanas, mientras que el emperador les preguntaba por el bienestar de sus tropas y el estado de las fortificaciones. Sus preguntas eran precisas, demostrando un conocimiento profundo de las materias discutidas y una preocupación genuina por los detalles.
En un momento dado, el emperador se excusó de su círculo masculino y se acercó al grupo de damas. Su aproximación causó un pequeño revuelo entre ellas; sin embargo, mantuvo la compostura y el respeto en todo momento.
"¿Están disfrutando de la noche?" preguntó con una sonrisa. Las damas asintieron, una de ellas, más audaz, respondió con una sonrisa coqueta, "Es una noche maravillosa, majestad, especialmente con la compañía que tenemos."
El emperador sonrió a la respuesta y luego se volvió hacia una joven particularmente tímida que había permanecido callada. "Y tú, mi joven dama, ¿qué piensas de nuestro pequeño festín?"
La joven, sorprendida por ser el centro de atención, balbuceó inicialmente, pero logró decir con una voz apenas audible, "Es todo muy hermoso, su majestad. Gracias por su generosidad."
Satisfecho, el emperador regresó a su grupo original, pero no sin antes hacer un anuncio general. "¡Espero que todos disfruten esta noche como se merecen! ¡Y en honor a nuestro pueblo, que también merece compartir nuestra alegría, mañana distribuiremos comida y vino en la plaza del mercado! Que la prosperidad de la corte se sienta en cada hogar del imperio."
Este gesto fue recibido con aplausos y vivas, y Aurelia observó todo con una mezcla de admiración y escepticismo. A pesar de la política y los juegos de poder, el emperador había demostrado un momento de verdadera generosidad. Sin embargo, la mirada de Aurelia era crítica, sabiendo que cada acción en la corte tenía múltiples facetas y a menudo servía a varios propósitos a la vez. Mientras continuaba su labor, se mantuvo alerta, escuchando y observando, siempre preparada para lo inesperado en las sombras del poder.
Durante la fiesta, el salón estaba lleno de música y risas. Los invitados disfrutaban de la comida y la bebida, mientras charlaban sobre los recientes eventos en la corte y el imperio. El emperador observaba a los presentes, buscando posibles aliados o problemas que podrían surgir en su gobierno.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en una joven que destacaba entre la multitud. Aunque estaba vestida con modestia, su porte era elegante y llamativo. Intrigado, el emperador se acercó a ella.
"Buenas noches", saludó con una sonrisa. "No creo haber tenido el placer de conocerte antes."
Aurelia, sabiendo que no debía revelar su identidad, hizo una leve reverencia. "Buenas noches, majestad", respondió con respeto.
El emperador continuó con interés, "Es raro encontrar a alguien en la corte a quien no conozco. ¿Me permitirías invitarte a bailar?"
Aurelia vaciló por un momento, sabiendo que aceptar podría llamar la atención no deseada. Sin embargo, también era una oportunidad para obtener información y mantener una buena relación con el emperador. Finalmente, accedió con una inclinación de cabeza.
"Con mucho gusto, majestad", dijo, tomando su mano extendida.
Mientras bailaban, el emperador intentó obtener más información sobre ella. "Eres bastante reservada, ¿no? ¿Cómo has llegado a la corte?"
Aurelia, cuidadosa con sus palabras, respondió con cautela. "Vengo de lejos, majestad, buscando nuevas oportunidades. El destino me trajo aquí."
El emperador asintió, complacido con su respuesta evasiva. Continuaron bailando, y el emperador siguió intentando descubrir más sobre la misteriosa joven, mientras Aurelia mantenía su compostura y respuestas breves, pero respetuosas.
Aurelia y el emperador comenzaron a bailar en la pista central del salón, rodeados por los invitados que los observaban con interés. Mientras se movían al ritmo de la música, la joven intentaba mantener una conversación ligera con el emperador, sin perder su carácter sarcástico.
"Majestad, debo admitir que ha sido una noche de sorpresas para mí", comentó Aurelia, con una sonrisa astuta en su rostro.
"¿Oh? ¿Qué tipo de sorpresas?" preguntó el emperador, con curiosidad.
"Bueno, he notado que los rumores sobre su habilidad para organizar fiestas espectaculares son ciertos. Incluso los que me consideraban una novata en la corte no pudieron dejar de presumir sobre ello", respondió Aurelia, dejando caer una indirecta sobre su reciente llegada a la corte.
El emperador dejó escapar una risa suave, disfrutando de la agudeza de Aurelia. "Me alegra que hayas oído hablar de mí de esa manera. ¿Y tú? Pareces moverte con mucha soltura para alguien nuevo en estos eventos. ¿Cómo es que nunca nos habíamos cruzado antes?"
Aurelia levantó una ceja, mientras mantenía la compostura en sus respuestas. "Quizás he estado demasiado ocupada con otras ocupaciones más mundanas. Pero me alegra que hayamos tenido la oportunidad de encontrarnos hoy."
"Por supuesto, no es frecuente encontrar a alguien que se atreva a hablarme con tanto descaro", comentó el emperador, divertido por la franqueza de Aurelia.
"Majestad, me gustaría pensar que hablo con respeto, pero a la vez, no veo por qué debería moderar mi lengua cuando otros en su posición parecen preferir la honestidad", respondió Aurelia con un tono de sinceridad mordaz.
El emperador asintió, apreciando la conversación animada. "Tienes razón, Aurelia. La honestidad es algo que valoro, aunque no muchos se atrevan a practicarla conmigo. Tal vez deberíamos continuar esta charla en otro momento, cuando no tengamos tantos ojos sobre nosotros."
"Como desee, majestad", respondió Aurelia con una inclinación de cabeza, mientras el baile continuaba.
A medida que el emperador y Aurelia continuaban bailando, él aprovechó la oportunidad para tratar de obtener más información sobre su enigmática compañera de baile.
"Debo admitir que eres una excelente bailarina, pero tengo que preguntarme cómo una mujer tan talentosa como tú no es conocida en mi corte. ¿Acaso has estado ocultándote a propósito?" preguntó el emperador, con una sonrisa intrigante en su rostro.
Aurelia levantó una ceja, manteniendo su tono sarcástico. "¿Ocultarme? No necesariamente, majestad. Simplemente no me había presentado ante usted hasta ahora. Quizás soy solo una cara entre la multitud."
El emperador rió suavemente. "Eres demasiado modesta. Hay algo en ti que me hace pensar que tienes mucho más que ofrecer que solo una cara bonita y buenos modales."
Aurelia respondió con una sonrisa astuta. "¿Es eso un halago o una forma sutil de insinuar que debería revelar más sobre mí misma?"
"Digamos que es una observación interesada", contestó el emperador, queriendo saber más sobre su acompañante. "Hasta ahora, no me has dado ni tu nombre, lo cual es un tanto misterioso."
Aurelia sonrió con diversión. "¿Es tan importante un nombre, majestad? Algunos dicen que los nombres pueden ser limitantes. Prefiero que me conozca por mi comportamiento y no por una etiqueta."
"Un argumento interesante", admitió el emperador, visiblemente impresionado por su respuesta. "Pero ¿no sería más fácil simplemente decirme cómo llamarte?"
"Podría ser, pero ¿dónde estaría la diversión en eso?" contestó Aurelia, dejando en claro que no se lo iba a poner fácil.
El emperador se echó a reír, disfrutando del intercambio de palabras. "Supongo que tendrás que seguir siendo un enigma para mí por ahora. Aunque debo advertirte que mi curiosidad solo crece."
"Entonces quizás mi misterio sea una estrategia para mantener su atención, majestad", respondió Aurelia con una sonrisa.
"Me temo que está funcionando demasiado bien", respondió el emperador, mientras continuaban bailando, intrigado y deseando descubrir más sobre la misteriosa mujer que lo mantenía cautivado con su conversación.
cuando se acabo el baile, después le emperador se dirigió a los invitados diciendo que es la hora de nosotros y eso no se escuchaba muy bien como lo dijo así cuando empezó esa hora ella solo fue espectadora
de la pesadilla que acababa de presenciar. Mientras caminaba por los pasillos del palacio, sentía un profundo desagrado por lo que acababa de presenciar. No entendía cómo alguien podía disfrutar de ese tipo de actividades tan depravadas.
Al llegar a sus aposentos, se quitó el vestido que llevaba y se puso un cómodo camisón. Se sentó en una silla junto a la ventana, observando las estrellas en el cielo nocturno. Cerró los ojos y trató de no pensar en lo que acababa de ver.
Aurelia sabía que debía ser cuidadosa en aquella sociedad tan corrupta y decadente. No quería involucrarse en nada que pudiera dañar su reputación o su honor. Decidió que lo mejor era mantenerse alejada de esas fiestas sexuales y de todo lo que las rodeaba.
Finalmente, se acostó en su cama y cerró los ojos, tratando de olvidar lo que acababa de presenciar. Sabía que debía mantenerse firme en sus principios y valores, sin importar lo que los demás hicieran a su alrededor. Aurelia se prometió a sí misma que nunca se dejaría llevar por la depravación y la lujuria que parecían dominar la sociedad en la que vivía.
Aurelia estaba ajena a lo que había sucedido la noche anterior en la fiesta del emperador. La velada había comenzado con música, bailes y risas, y Aurelia había disfrutado de la atmósfera festiva. Sin embargo, cuando llegó el momento que la corte denominaba la "Hora Fuego", una tradición de entretenimiento nocturno, ella optó por retirarse discretamente, buscando un momento de tranquilidad lejos del bullicio.
Al hacerlo, dejó inadvertidamente caer uno de sus anillos al suelo. No se dio cuenta de su pérdida y continuó su camino hacia su habitación, pensando en descansar y prepararse para el día siguiente.
El emperador, por su parte, había estado buscando a Aurelia durante la noche. Aunque no conocía su nombre, algo en ella le había llamado la atención, y su ausencia en la "Hora Fuego" no pasó desapercibida para él. Mientras paseaba por los salones, sus ojos detectaron un destello brillante en el suelo, cerca de donde había visto por última vez a Aurelia.
Intrigado, se acercó y recogió el anillo, examinándolo con cuidado. Era una joya exquisita, con detalles finos y un diseño distintivo. El emperador decidió guardarlo como un tesoro, pensando que podría ofrecerle una pista sobre la identidad de la misteriosa mujer que tanto había capturado su interés.
Aurelia, ajena a todo lo que estaba ocurriendo, continuó su camino hacia su habitación. Se recostó en su lecho, sin saber que su anillo estaba ahora en manos del emperador y que este gesto inadvertido había intensificado aún más su interés en ella.
Aurelia despertó de su sueño inquieto, agitada por las imágenes que la atormentaban. Los recuerdos de su pasado, especialmente aquellos relacionados con su infeliz matrimonio, le causaban pesar. El rostro de su esposo, severo y frío, aparecía en su mente mientras ella se levantaba y se preparaba para otro día.
El matrimonio de Aurelia había sido una experiencia dolorosa y humillante. Su esposo no solo la trataba mal, sino que también le exigía más hijos, algo que no parecía importarle más allá de su interés egoísta. Además, su comportamiento infiel y sus constantes relaciones con otras mujeres no hacían más que aumentar su tristeza.
Aurelia recordó la última vez que lo vio, su mirada cargada de desprecio y su voz dura, exigiéndole más de lo que podía dar. Recordó cómo su esposo la había perseguido, acusándola de infidelidad y de no cumplir con sus deberes de esposa. Los insultos y los malos tratos eran parte de su vida diaria, algo que la había hecho endurecer y ser más cautelosa en sus acciones.
Ahora, sin embargo, se encontraba en una situación completamente diferente. Alejada de su esposo y su cruel trato, Aurelia tenía una oportunidad para empezar de nuevo. Aunque aún no estaba segura de cómo había llegado a su nueva vida, agradecía la paz que ahora disfrutaba.
Con el tiempo, Aurelia comenzó a darse cuenta de que estaba en un lugar más seguro, aunque todavía temía el regreso de su esposo y la posibilidad de que la encontrara. Su mente se enfocaba en su situación actual, en cómo podía usar su tiempo y habilidades para ayudar a otros y, tal vez, encontrar una forma de escapar de su pasado.
A medida que Aurelia se levantaba y se preparaba para el día, sintió una mezcla de alivio y temor. Sabía que tenía que ser cuidadosa y mantenerse alerta, pero también sintió una pizca de esperanza en su corazón. Tal vez, finalmente, podría encontrar una vida libre de dolor y sufrimiento.
Aurelia observaba el amanecer desde su ventana, el suave resplandor dorado de los primeros rayos de sol iluminando los jardines del palacio. Los pensamientos sobre los eventos de la noche anterior aún la acompañaban: la fiesta, la danza con el emperador y el anillo que había dejado caer inadvertidamente. No sabía qué pensar al respecto, pero decidió dejar esos pensamientos de lado y enfocarse en las tareas del día.
Se alistó con cuidado, eligiendo una túnica de lino ligera para enfrentar el calor de la mañana. Se recogió el cabello con un delicado broche y se preparó para sus obligaciones en el hospital. Aurelia se sentía más a gusto en su papel de cuidadora, donde su conocimiento de la medicina y su compasión por los enfermos se ponían de manifiesto.
Cuando llegó al hospital, fue recibida por una avalancha de saludos y agradecimientos de los pacientes que había tratado en días anteriores. Aurelia se detuvo a hablar con cada uno de ellos, escuchando sus historias y progresos. Les brindaba palabras de aliento y consejos para su recuperación.
Entre los pacientes, había una mujer mayor que se encontraba recuperándose de una fiebre. Aurelia le ofreció un té de hierbas para aliviar sus dolores y mejorar su ánimo. Mientras conversaban, la mujer le contó historias de su juventud, llenas de anécdotas y aventuras. Aurelia disfrutaba de esos momentos, ya que le recordaban la importancia de la conexión humana.
Más tarde, Aurelia se encontró con un joven soldado que había sufrido una herida en la pierna. A pesar del dolor evidente, el soldado mantenía un espíritu optimista. Le agradeció a Aurelia por su atención y la forma en que lo había tratado. Ella le sonrió y le prometió que seguiría de cerca su recuperación.
Al salir del hospital, Aurelia se cruzó con un grupo de mujeres que murmuraban entre ellas. Al acercarse, notó que hablaban sobre la fiesta de la noche anterior y sobre el interés del emperador en una mujer misteriosa. Aurelia sintió un escalofrío, sospechando que los rumores podían estar relacionados con ella. Decidió mantenerse alejada de esas conversaciones y se dirigió a su siguiente tarea.
A lo largo del día, Aurelia continuó con sus responsabilidades, siempre atenta a las necesidades de los demás. A medida que el sol se ponía, ella regresó a sus aposentos, reflexionando sobre la posibilidad de que el emperador la estuviera buscando. ¿Sería por el anillo que dejó caer? ¿O por algo más? Esa noche, Aurelia tuvo problemas para conciliar el sueño, preocupada por lo que el futuro pudiera depararle.
Aurelia caminaba por las calles del mercado, su capa oscura cubriéndole la cabeza para ocultar su identidad. Aunque se sentía segura en el palacio, todavía prefería mantener un perfil bajo cuando salía en público. Era consciente de que su vida había cambiado drásticamente en los últimos meses, pero los recuerdos de su pasado todavía la perseguían.
Mientras avanzaba entre los puestos de frutas y especias, se detuvo repentinamente. Frente a ella, a solo unos pasos de distancia, estaba su esposo, el hombre que había sido la fuente de su dolor durante años. Aurelia sintió que su corazón se aceleraba y el miedo se apoderaba de ella. Sin embargo, sabía que él no la reconocería, no después de tanto tiempo y con su apariencia cambiada.
Recordó los malos tiempos que había vivido junto a él. Los insultos, las humillaciones y las veces que la trató con dureza y desdén. Aurelia había aprendido a soportar el abuso, escondiendo su dolor y desesperación tras una máscara de entereza. Las noches eran las peores, cuando el tormento se volvía insoportable y no había escapatoria.
Pensó en los momentos en que su esposo la había perseguido por todo el territorio, su comportamiento cada vez más paranoico y violento. Los intentos de controlarla y someterla a su voluntad. Sin embargo, Aurelia también recordaba cómo había encontrado la fuerza para sobrevivir y escapar de esa vida de sufrimiento.
Ahora, al verlo de nuevo, Aurelia sintió una mezcla de emociones: ira, tristeza y un leve alivio al darse cuenta de que ya no tenía poder sobre ella. Mientras observaba a su esposo desde la distancia, se dio cuenta de que él parecía un hombre cambiado, como si el tiempo también hubiera dejado su marca en él.
Sin esperar a que él la reconociera, Aurelia se alejó con rapidez, tratando de mantener la calma. Sabía que lo mejor era continuar con su vida y dejar atrás el pasado. Aunque los recuerdos persistían, ella había aprendido a enfrentarlos y a encontrar consuelo en su nueva realidad.
Mientras se alejaba, Aurelia se prometió a sí misma que seguiría adelante con determinación y valentía, dejando atrás los días oscuros y construyendo un futuro lleno de esperanza y libertad.