Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
Estoy corrigiendo los errores de los capítulos de a poco. Si encuentran algún fallo, me avisan, por favor. Gracias por la paciencia.
Te invito a pasar por mi perfil y leer mis otros escritos. Esos ya están terminados.
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7 - MAYONESA Y KETCHUP
MAYONESA Y KETCHUP
- ¿Es un trato, entonces?
- Aún no.
- ¿Y ahora? ¿Qué más pasa?
- Ejem… me da vergüenza decirlo. Pero…
- Hable sin tapujos.
- No quiero interferir con su vida privada, mas sería realmente incómodo para mí si usted llevara mujeres al departamento. No es que quiera meterme en su vida privada, pero si necesita usar el lugar solo avíseme y yo me iré por el tiempo que haga falta. Trataré de estar lo menos posible así que no se inquiete, su incomodidad no durará mucho.
Eduardo se rió divertido.
- No se preocupe, señorita Katrina, jamás he utilizado el departamento con esos fines. Así que no estará interrumpiendo nada.
La chica suspiró aliviada. El hombre preguntó:
- ¿Algún otro requisito?
- No. Nada más.
- Es un trato, entonces.
- Es un trato.
Eduardo extendió la mano para cerrar el acuerdo. Katrina miró su mano y, con un esfuerzo, la tomó. Su reticencia no pasó desapercibida para el hombre. Se dieron un apretón para sellar el pacto.
- Entonces preséntese el lunes a primera hora en Recursos Humanos para firmar el contrato. Cuando esté listo diríjase a mi oficina.
- OK, Jefe - Dijo la chica sonriendo.
Al instante, Eduardo habló por el intercomunicador.
- Guillermo. Ven de inmediato.
En pocos segundos el ayudante se hizo presente.
- ¿Sí, señor?
- Acompaña a la señorita hasta el departamento de la calle Linares. Se instalará allí por el momento.
Se hizo un breve pero incómodo silencio.
- Perdón, señor. Creo que no entendí.
Eduardo lo miró impaciente.
- ¿Qué es lo que no entendió?
- ¿La señorita va a vivir allí?
- Así es. Proporcionarle una llave magnética, la clave de la alarma y asegúrate de que no necesite nada.
- Está bien, señor - Se dio vuelta y le habló a la mujer en tono neutro - Acompáñeme, por favor, señorita.
Katrina no se movió del lugar.
- Antes de seguir con esto, quiero aclarar algo.
- Adelante - Respondió Eduardo.
- Si alguno de sus hombres me vuelve a poner una mano encima, le voy a romper el brazo. Y eso va para usted también, señor Gómez.
- Ya le expliqué que todo fue un malentendido.
- Aún así, el próximo malentendido le costará un brazo al que me toque.
Eduardo sonrió mentalmente, pero mantuvo el rostro inexpresivo. Le gustaba su actitud de gata salvaje.
- Entendido.
Aclarado el punto, Katrina se dispuso a seguir a Guillermo.
Descendieron por el ascensor directo hacia el estacionamiento. Iban callados, pero Guillermo no dejaba de mirar a Katrina con desconfianza.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás así?
Guillermo se aclaró la garganta.
- Ejem… Nunca imaginé que el jefe tuviera este gusto - dijo mirando a la mujer de pies a cabeza con disgusto.
Una ola de enojo invadió a Katrina.
- Ya veo. El perro fiel gruñe cuando alguien se le acerca al amo. Pero no te preocupes. Eso va a durar poco.
- ¿Perro? ¿A quién llamás perro? ¿Y qué es lo que va a durar poco?
- A vos te llamo perro. Y lo que va a durar poco es esto: El cuento de Cenicienta.
- No te entiendo.
- Es fácil: el galán saca a la chica de la calle, ella se enamora y son felices por siempre. Eso no va a pasar. Así que dejá de preocuparte.
- Jaja. Estoy seguro de que alguien como vos no dejaría pasar una oportunidad como ésta.
- ¿Alguien como yo? A ver, definilo: ¿cómo es alguien como yo?
- Una pobretona que quiere salir de la miseria.
- Ah. ¿Recuerdo mal o fuiste vos el que me trajo por la fuerza?
- Es cierto. Pero vos estás aprovechando la situación.
- ¿Estás seguro de que entendés cuál es la situación?
- El jefe demostró interés en vos y vos lo aceptaste. De hecho, ya te vas a vivir con él.
- Veo que la tenés clara. Pero no te preocupes. Te voy a comprar un sobre de mayonesa y otro de ketchup.
Guillermo la miró desconcertado y preguntó:
- ¿Mayonesa y kétchup? ¿Para qué?
- Para que te sea más fácil tragarte tus palabras.
Llegaron al departamento. Guillermo le explicó el uso de la alarma, le dio una copia de la llave magnética Llegaron al departamento. Guillermo le explicó el uso de la alarma, le dio una copia de la llave magnética y se fue, no sin antes echarle otra mirada de disgusto.
Katrina miró a su alrededor y notó que el departamento era enorme: la entrada daba a un pequeño pasillo donde un armario permitía colgar los abrigos. También había un zapatero con un par de pantuflas visiblemente de hombre. Que hubiera un solo par le confirmó a la chica que el hombre no recibía visitas en este lugar.
Se quitó las zapatillas y las dejó en el zapatero. Las miró mejor y las retiró, estaban muy sucias, por lo que primero las lavaría antes de ponerlas ahí.
Avanzó por el pasillo y llegó a una amplia sala alfombrada donde un juego de sillones tapizados en cuero genuino era el centro de atención del lugar. Un televisor gigante llenaba casi completamente la pared frente a los sillones.
- ¡Debe ser genial ver películas en esta tele! – Exclamó en voz alta.
Continuó con la exploración del sitio. Se veía a sí misma como un ladrón que entraba a un santuario para saquear. Y aunque estaba autorizada a estar aquí, sentía que no pertenecía a ese lugar.
A la izquierda de la entrada, una puerta abierta mostraba la cocina. Se dirigió hacia allí y vio un lugar amplio, iluminado y provisto de muchísimos aparatos modernos y de líneas elegantes. Vio una licuadora y una cafetera, pero el resto no tenía ni idea de para qué servían.
Salió de la cocina y encontró un pasillo también alfombrado. En él había dos puertas enfrentadas. Imaginó que eran habitaciones. Abrió la puerta de la derecha y entró a un cuarto amplio con una cama enorme en el centro. Notó sobre el tocador productos de higiene personal de hombre y por eso entendió que esta era la habitación de Eduardo. Se dio la vuelta y salió sin tocar nada.
Abrió la puerta de la izquierda. Esta habitación era un poco más pequeña. La alfombra era de tonos claros y había una cama de una plaza y media. El acolchado era de un tono neutro y hacía juego con las cortinas tipo black out que llegaban hasta el suelo.
No vio cosméticos sobre el tocador, entonces investigó los cajones. Estaban vacíos, así que supuso que esta era la habitación de huéspedes. Dejó su mochila en el piso y abrió las cortinas. Una cascada de luz iluminó el lugar. Notó que la ventana en realidad era una puerta de vidrio que daba a un balcón. La abrió y salió a ver las vistas.
El balcón era angosto y ocupaba todo el largo del departamento. Unos pasos más allá pudo ver la puerta/ventana de la otra habitación y a su izquierda una puerta más pequeña que daba a la cocina. La vista era fabulosa, pues se veía gran parte de la ciudad. Esa era la ventaja de estar en un piso cuarenta y tres. Un pretil de cemento de unos sesenta centímetros continuaba en una elaborada reja que llegaba hasta el techo y resguardaba la seguridad. Le pareció hermoso y elegante y ya quería que llegara la noche, pues imaginó que la vista nocturna sería impagable.
Entró nuevamente a la habitación y retiró la colcha de la cama. Tal como lo imaginó, no tenía sábanas. Miró a su alrededor y vio un armario. Abrió las puertas inferiores y encontró estantes vacíos y un colgador con varias perchas. Las puertas superiores estaban altas, pero si se estiraba llegaba bien. Las abrió y allí encontró lo que buscaba: sábanas, frazadas y almohadas. Sacó lo necesario y tendió su cama.