No Soy Un CEO Despiadado

Salí de la oficina con una sonrisa en los labios. No podía creer que la suerte me sonriera esta vez. Es más, consideré que iba a ser sacada a la fuerza por los guardias de seguridad, después de decirle toda esa sarta de disparates a mi jefe. Nunca imaginé por ningún momento que iba a terminar con trabajo y exenta de cualquier deuda.

Un santo, eso es lo que es Max Hidalgo. Solo un santo podía hacer este tipo de acciones tan desinteresadas.

Mientras caminaba por los pasillos de la empresa me prometí a mí misma ser la mejor asistente personal que jamás haya existido en la tierra, la más componente, la más ética y la más eficaz. Debía hacerlo para así pagar la gracia salvadora de mi benefactor.

Después de todo, no solo me dio trabajo, sino que pagó el tratamiento de mi hermana.

Sí, definitivamente era un ángel, un ángel enviado del cielo para salvarme.

Cuando llegué a recursos humanos, la sonrisa en mis labios no podía ser más grande, era como una persona que había ganado la lotería.

— Fernanda, ¿qué haces aquí? — cuestionó Claudia en cuanto me vio.

— Bueno, querida colega. Voy a trabajar de nuevo en esta maravillosa compañía con un jefe tan encantador y bueno — conteste.

— ¿Qué cosa rara dices? ¿Encantador? ¿Bueno? ¿Acaso no dijiste que el jefe era un demonio? ¿Estás enferma?

Rápidamente, le tapé la boca con mi mano mientras miraba a todos lados, esperaba que las palabras que había dicho Claudia no hayan sido escuchadas por nadie.

— Amiga, recién conseguí de nuevo mi trabajo. ¿Acaso quieres que me despidan? Además, olvida lo que dije de Max Hidalgo, yo creo que sobrepense demasiado las cosas.

Claudia soltó una risa llena de diversión al escuchar mis palabras. Torció los ojos como si pensará que no tenía remedio alguno.

— Te lo dije. Por cierto, felicidades por el trabajo — dijo dándome un abrazo.

Sonreí encantada ante su gesto. — Muchas gracias. Estoy tan feliz que me dan ganas de saltar de alegría. Tengo muchas cosas que contarte. Pero ahora debo ir rápidamente a firmar mi contrato por lo que acordamos un día para reunirnos.

— Está bien. Te estaré escribiendo.

— Ok. Ahora me voy.

— Fernanda — me llamo Claudia cuando estaba a punto de entrar a la oficina de recursos humanos.

— Sí — respondí.

— Por favor, evita acercarte a cualquier cosa que tenga que ver con el agua. No te lo tomes a mal, solo sé un poco precavida.

Sonreí ante su preocupación.

— No te preocupes, no lo haré. Es más, el jefe también lo recomendó. Aunque creo que están exagerando un poco. Bueno, nos vemos.

— ¡Suerte! — me animó y levantó el puño como lo hacían los protagonistas en los dramas coreanos.

Sonreí mientras entraba a la oficina de recursos humanos. La sensación que residía en mi interior hacía que me sintiera como si estuviera flotando, es que aún no podía creer lo bien que iba mi día.

— Debería comprar la lotería — susurré de manera inaudible. Aunque tuve que desestimar la idea en cuanto pensé en el dinero de bolsillo que tenía.

***

Parece que la suerte que había tenido en este día tenía su tiempo de caducidad. Al mirar el rostro huraño de Carlos, uno de los asistentes ejecutivos, el mismo que me dijo un montón de palabras que ahora no quería recordar, supe que las cosas no iban a ir bien para mí.

— No sé en qué tipo de artimañas se basó para regresar a trabajar a esta compañía, cuando su desempeño fue tan pobre y no duró ni siquiera un día. Pero le advierto señorita Salas que al primer error que cometa no me contendré en disciplinarla. A este lugar se viene a trabajar no a coquetear o buscar ascender en la sociedad.

— No he coqueteado con nadie, creo que está confundido conmigo. No soy ese tipo de persona. Además, estoy agradecida por la oportunidad que me otorgó nuestro distinguido CEO. Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pida, cruzaré el océano por él, le daré vuelta a la tierra si eso lo hace feliz incluso estoy dispuesta a besar sus… ah no eso no —. Dije soltando una risita nerviosa por mi apasionada charla.

Sin embargo, mi oyente no parecía interesado en la absoluta lealtad que quería demostrar. Es más, me miró de una manera que me hizo sentir un poco avergonzada. Quizás mis palabras fueron un poco demasiado apasionadas.

— Deje la charla basura y venga conmigo que le voy a explicar sus obligaciones. Y dice que no vino a coquetear, he.

Por el tono despectivo en el que me habló pude discernir que no había creído ninguna de mis palabras y que la idea preconcebida que tenía de mí no iba a cambiar, al menos por el momento.

Suspiré un poco deprimida mientras escuchaba sus explicaciones con respecto al manejo de la agenda y el teléfono de la presidencia. Escuché con suma atención y cuando me pidió repetir lo que él me había dicho lo dije sin mucho esfuerzo.

— Espero que está vez no cometa ningún error. El jefe está ocupado con un proyecto millonario, por lo que nada puede salir mal. Este atenta a las llamadas de los inversores, también no se olvide de revisar cada una de las citas programadas en la agenda hasta con una semana de anticipación. Debe informar cualquier cambio al jefe. Por favor, aunque parezca algo fácil un solo error de su parte puede hacer que la compañía pierda millones.

— Lo entiendo, no se preocupe, haré mi mejor esfuerzo.

— Su oficina estará a lado de la mía. Cualquier duda que tenga no dude en informar a sus superiores. Cómo ya usted asistió a la capacitación no creo necesario agregar algo más. Entendido.

— Sí, entendido.

Solté un suspiro de alivio en cuanto Carlos salió de la oficina. Miré alrededor, antes de soltar una carcajada llena de felicidad, la oficina en la que estaba alojada no era tan grande como la oficina del jefe. Pero era lo suficientemente acogedora. Sin embargo, la sonrisa que tenía en mis labios tuvo que desaparecer en cuanto comprobé la pila de documentos sobre el escritorio.

— A trabajar.