"El amor, al enfrentar la tragedia, no se desvanece: sangra, sí, pero también florece. Porque en su dolor más hondo descubre su fuerza, y en medio del caos se convierte en guía. Solo cuando el corazón se quiebra, el alma entiende que amar no es solo sentir, sino resistir, transformar y dar sentido incluso al sufrimiento."
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Cuervos
Cádiz seguía en la habitación. Abrió la carta y se dispuso a leerla.
Al terminar, suspiró. Unos minutos después, el cansancio lo consumió y se quedó profundamente dormido.
Sus ojos estaban cerrados, su rostro lucía sereno, siempre manteniéndose serio. Sus cejas rectas y afiladas hacían combinación con sus labios firmes.
Las horas pasaron. Ya había oscurecido y Cádiz no despertaba. En todo el tiempo que estuvo dentro, jamás salió, ni siquiera asistió al evento al que había sido invitado.
El sonido de un picotazo lo despertó. Levantó la cabeza para ver de dónde venía el ruido y se dio cuenta de que un cuervo estaba en su ventana.
Se levantó y abrió la ventana, sorprendiéndose por el estado del ave. El cuervo tenía una flecha incrustada en el cuerpo y estaba cubierto de sangre. En su pico sostenía un pedazo de tela que llamó la atención de Cádiz. Lo tomó en sus manos y usó su magia para extraer la flecha. Luego, intentó curar sus heridas, pero fue inútil. Segundos después, el cuervo murió en sus manos.
Cádiz sintió cómo una tempestad recorría su alma al ver morir al ave. Los ojos del cuervo fueron perdiendo poco a poco su brillo, y junto con ellos, el alma de Cádiz. Le habían arrancado una parte de sí.
—Morirás una vez, pero renaceras dos veces más. Prometo que encontraré al que te hizo esto y haré que pague por lo que te hicieron —susurró, mientras soplaba la frente del cuervo.
Era como si esa pequeña ventisca liberará al ave.
Observa el troso de tela que trajo el cuervo y ve en el un escudo, este provenía de Valaquia. Entonces se dio cuenta de que pertenecía a las capas de los soldados de Edelverg. Sus ojos brillaron en la noche fría mientras apretaba el fragmento de tela con fuerza.
—Los haré pedazos… uno por uno.
Su voz era baja, helada, pero cada palabra pesaba como una sentencia.
—Rey Gilh… si tu intención era atraer mi atención, lo lograste.
Ahora no habrá piedad.
Cádiz se colocó su capa y espada antes de salir de la habitación. Al caminar por los pasillos, el bullicio de la fiesta lo irritaba. Miró a todos los invitados desde arriba y su presencia hizo que Rowena y Bornan voltearan a verlo.
Rowena notó que algo estaba mal, pues Cádiz lucia furioso. Mientras bajaba las escaleras, la multitud se apartó, abriendo camino para él. El rey mago intentó acercarse, pero no lo logró. Cádiz no dijo una palabra, solo miró a Rowena y Bornan. Ambos entendieron rápidamente y lo siguieron.
Al salir del castillo, Cádiz se dirigió a buscar su caballo. Rowena, confundida, gritó:
—¿Su Majestad, qué está pasando?
Un sirviente llevó el caballo hasta Cádiz.
—Kyler me informó que el orfanato en la frontera con Valaquia fue atacado e incendiado. La iglesia y el pueblo están bajo asedio. Él está herido y no sabe quién o qué lo atacó. Esto tiene que ver con el rey Gilh.
Su mirada era fulminante y su aura reflejaba un enojo severo.
Rowena y Bornan se sorprendieron.
—No puede ser…
Rowena quedó atónita.
—Pero… ¿por qué lo hicieron?.
—No sé qué traman o qué quieren de mí, pero han llamado mi atención —dijo Cádiz mientras montaba su caballo.
—¿Qué hará? —preguntó Bornan.
—Iremos a Valaquia. Bornan, tú irás a Sylvania. Dile a Renatha que venga con los soldados. Trae a Conan, necesitamos un médico y provisiones. No sabemos si hay sobrevivientes.
Bornan y Rowena montaron sus caballos y se alejaron del castillo. Desde la ventana, el rey mago los observó sin comprender qué sucedía, pero decidió no interferir.
Mientras en Valaquia
Aedus estaba entrenando con la espada. Con un trapo, limpió el sudor de su rostro cuando un mayordomo llegó con una capa roja.
—Su Alteza, el rey Gilh desea verlo en el despacho —anunció el mayordomo.
Aedus tomó la capa y salió rumbo a donde estaba su padre.
El rey Gilh observaba por la ventana cuando escuchó la voz de su hijo en la puerta.
—Adelante.
Aedus entró.
—¿Qué pasa, padre? ¿Por qué quieres verme? —preguntó.
El rey se dio la vuelta y sacó una carta. Aedus la tomó y la leyó.
—Los portales se abrieron. Aún no se han visto demonios merodeando, pero un soldado informó que el portal quedó estático. Me temo que algo aún más grande quiere salir a la superficie. Solo es cuestión de tiempo. Aedus, algo muy grande se avecina.
—¿Todos los portales de los reinos se abrieron? —preguntó Aedus, sorprendido.
—Así es. Los reyes de los demás países nos enviaron cartas. El rey de Davia y un botánico siguen trabajando en una cura para las cosechas afectadas.
Aedus leyó las cartas de los reinos vecinos. Sabía que algo muy malo estaba por pasar. Se mantuvo firme.
"Una guerra mundial… Esta será la primera en la que participaré."
Después de unos segundos, un mayordomo entró.
—Su Majestad, Su Alteza, la orden señorial está llegando.
Aedus se dirigió a su habitación. Lucía preocupado.
"La guerra se acerca… y yo, lo único que hago es lamentarme.
Aedus, serás el nuevo rey… ¿y qué les ofrecerás a quienes creen en ti?
Nada. Solo eres un simple humano. Sin magia. Sin poder.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser así?"
Se dejó vestir por los sirvientes en completo silencio. Su mente viajaba, inundada por los recuerdos de una infancia solitaria. Siempre rodeado de manos extrañas, pero nunca de la atención de sus padres.
Solo… siempre solo. Jugando bajo un árbol, buscando compañía en las hojas que caían, hasta que una voz fría lo llamaba para las lecciones de baile, etiqueta o cualquier otra obligación que no pedía, pero debía cumplir.
"Siempre he sido un títere… uno que solo recibe cuerda cuando les conviene.
Nací para ser el rey de una corona que nunca pedí, que jamás me ha importado.
Si supieran la verdad… que no tengo magia, que soy solo un bastardo obligado a sellar un contrato con un elemental para aparentar poder.
¿Qué haré cuando la guerra llegue?
Si mi padre cae, me coronarán sin siquiera preguntarme si lo deseo.
¿Y por qué?"
—¿Por qué esta maldita carga me hace sentir tan miserable?
Respiró hondo y se preparó para la reunión.
Los nobles llegaron en carruajes. Uno a uno ocuparon sus asientos en la sala de conferencias.
Estaban presentes:
La duquesa Calíope Bovnabeth:Una mujer alfa de cabello claro y ojos verdes.
El duque Lander Martell:Un Omega de ojos rosados.
El marqués Eleoth Phantomms:Un hombre de cabello oscuro y ojos anaranjados.
El conde Alberth Resvelg: Un hombre de cabello oscuro y ojos brillantes.
El vizconde Arion Colwyn:Un Omega de cabello negro.
La baronesa Ashtana Hervis:Una mujer de cabello largo brillante y ojos oscuros.
El comandante Haroun Baldwith: Aún es joven.
El rey Gilh entró y todos lo saludaron.
—Los convoqué porque hemos recibido avisos sobre los portales demoníacos. Todos están abiertos pero estáticos. No sabemos qué pasará. Solo puedo decir que algo grande se avecina.
Los nobles escuchaban atentos.
Aedus estaba sorprendido de ver que todos habían asistido. Los nobles tomaron asiento, y el rey entró por la puerta. Al instante, todos lo saludaron con respeto. Sin embargo, la duquesa Calíope Bovnabeth parecía algo reacia mientras esperaba a que el monarca iniciara su discurso.
—Los he convocado a esta reunión por una razón urgente —comenzó el rey, su voz grave llenando la sala—Hemos recibido informes alarmantes: todos los portales demoníacos han sido abiertos… pero permanecen estáticos. No sabemos cuánto tiempo durará ese silencio, pero puedo asegurarles una cosa: algo se avecina. Algo grande.
Los nobles intercambiaron miradas tensas.
—La única persona con conocimiento real del enemigo es el rey vampiro, Cádiz Silva. Le envié una carta solicitando su ayuda, pero no hemos recibido respuesta. La última vez que colaboró con nosotros fue hace dos meses… poco antes de que se perdiera toda comunicación. Un caballero dorado afirmó que el enemigo tiene asuntos pendientes con él.
—Entendemos la gravedad de la situación, su majestad —afirmó el duque Lander Martell, con tono solemne.
—Pero también debemos abordar la hambruna que nos asfixia —intervino el conde Alberth Resvelg—El invierno parece habernos abandonado, y la tierra no responde.
—Ya hemos tomado medidas —respondió el rey, con el ceño fruncido—. El rey de Davia ha solicitado un encuentro con alguien de nuestro reino para discutir una posible cura a la magia negra que está contaminando los ríos y marchitando las cosechas. Se han registrado muertes… niños, ancianos. He ordenado el reparto de provisiones, pero si esto continúa, pronto no quedará nada que repartir.
Un tenso silencio se apoderó del salón.
—¿No hay nada más que se pueda hacer, su majestad? —preguntó el príncipe Aedus, rompiendo el silencio. Todas las miradas se volvieron hacia él—. La gente necesita ayuda. Los campesinos no pueden sembrar sin recibir apoyo. Como rey, su deber es velar por ellos.
El rey lo miró con gravedad y suspiró profundamente.
—Lo sé, Aedus. Créeme que lo sé. Pero dime tú… ¿qué haremos cuando el último grano se acabe?
El rey Leorinc ha pedido a alguien con capacidad mágica, por eso he asignado esta tarea al conde Alberth Resvelg. Tiene el conocimiento necesario para comprender y manipular la magia curativa.
Aunque visiblemente sorprendido, el conde mantuvo la compostura. Se levantó con dignidad.
—Cumpliré su voluntad, su majestad. Partiré de inmediato.
"Mi momento ha llegado."
—Necesito un voluntario que viaje a Arcai en mi nombre —declaró el rey Gilh, sosteniendo un conjunto de documentos entre sus manos—. El ejército del rey Klaus es formidable; cuentan con guerreros capaces de abatir demonios de rango S. Sus cuerpos han sido entrenados para resistir incluso el veneno de las serpientes de acero. Ya envié una misiva… pero no ha habido respuesta.
En ese momento, ocho mayordomos ingresaron al salón, cada uno portando bandejas repletas de documentos que distribuyeron entre los nobles.
—¿Hay algún voluntario? —preguntó el rey, su mirada recorriendo cada rostro presente.
La sala cayó en un silencio pesado. Nadie habló. Nadie se movió.
Finalmente, el duque Lander Martell suspiró y se levantó con determinación.
—Iré yo —dijo con firmeza—. Ya que nadie se ofrece, asumiré la responsabilidad. Sé que es un viaje largo, su majestad, así que partiré hoy mismo.
El rey asintió, agradecido, y Lander volvió a tomar asiento.
Mientras tanto, los nobles comenzaron a leer los documentos entregados. A medida que avanzaban en su lectura, sus expresiones cambiaban: ceños fruncidos, miradas de sorpresa, desconcierto… y miedo.
—¿Su majestad… qué significa esto? —preguntó la baronesa Ashtana Hervis, con el rostro perturbado.
El rey se puso de pie y miró a todos con gravedad.
—El enemigo nos ha enviado una carta —dijo con voz firme—. Nos ha declarado oficialmente la guerra.
Y hay más… conoce al rey Cádiz. Aunque ignoramos la profundidad de su relación, no podemos ignorar lo que eso implica.
Un escalofrío recorrió la sala. El príncipe Aedus, en particular, quedó inmóvil, con la mirada clavada en el documento. Su mente giraba, incapaz de comprender del todo el alcance de aquella revelación.
"¿Qué tiene que ver él con el rey Cádiz?"
—Si el enemigo tiene algún tipo de vínculo con el rey vampiro… significa que, en algún momento de la historia, se conocieron —dijo el marqués Phantomms, su voz grave resonando en la sala—. ¿Y si Cádiz está involucrado con los portales? Han pasado meses sin una sola respuesta de su parte. Es tiempo suficiente para comenzar a sospechar. No sabemos si aún está con nosotros… o si ya se ha puesto en contra.
—No podemos apresurarnos a juzgarlo —intervino el duque Lander Martell, con firmeza—. No tenemos pruebas. Nadie ha visto al verdadero enemigo. Señalar a posibles traidores sin fundamento solo nos dividirá.
—Concuerdo contigo, duque Martell —asintió el rey Gilh—. Por ahora, no sabemos quién está moviendo los hilos.
El mariscal Haroun Baldwith dio un paso al frente, con expresión sombría.
—Los demonios han golpeado nuestras filas con una fuerza renovada. Muchos soldados dorados han resultado heridos… otros han muerto. Son más fuertes, más organizados. Si seguimos así, caeremos.
El vizconde Arion Colwyn, un omega dominante, intervino con voz apagada pero firme:
—Hemos perdido no solo soldados, sino también ciudadanos. Hicimos todo lo posible, pero seguimos retrocediendo. La gente muere de hambre, de sed. Algunos, desesperados, han sellado pactos con elementales para conseguir agua. Ya no tenemos más recursos.
Entonces, la duquesa Calíope Bovnabeth habló, su mirada gélida clavada en el centro de la sala.
—¿Y aún dudan? El rey Cádiz no es de fiar. Tal vez esta situación fue provocada por él. Tiene sangre demoníaca, ¿no es así? ¿Y no es curioso que, desde su desaparición, los demonios se hayan calmado?
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Aedus. De pronto, un aroma familiar —ligeramente dulce, metálico y antiguo— llegó a su nariz.
Y su corazón se aceleró.
"Ese olor..."
—Duquesa Bovnabeth —intervino el duque Lander Martell con tono firme—, no podemos dar por ciertas acusaciones sin fundamentos. El hecho de que el rey Cádiz haya desaparecido no implica traición. Le ruego que evitemos nombrarlo en vano. Las paredes tienen oídos… y enfrentarse al rey vampiro es mucho más peligroso que combatir a un demonio de rango especial.
El rey Gilh asintió lentamente.
—El duque tiene razón. El rey Cádiz es una fuerza en sí mismo. En el pasado, mi abuelo y padre lucharon contra él… y apenas sobrevivieron. Durante la Guerra Sangrienta, cuando ninguno de nosotros había nacido, Cádiz fue apodado "El Rey Sangriento" por la brutalidad con la que aniquilaba ejércitos enteros. Y lo hizo… solo. Provocarlo sería un suicidio político y militar.
La duquesa entrecerró los ojos, visiblemente molesta, pero mantuvo el control.
—Dejemos entonces las especulaciones. Lo importante es… ¿qué haremos ahora, su majestad?
El rey guardó silencio por un momento. Luego, se levantó con solemnidad y habló con una voz que resonó en toda la sala:
—He tomado una decisión. Le cederé la corona al príncipe Aedus. Es hora de que el heredero asuma el mando del reino. Ha demostrado tener el carácter, la visión y la voluntad necesarias para guiar a nuestro pueblo en la oscuridad que se avecina. Yo pasaré a ser el monarca retirado de Valaquia… pero no estaré ausente. Lucharé a su lado, como soldado y padre.
Un silencio sepulcral llenó el salón. Todos quedaron inmóviles. Aedus sintió cómo el estómago se le encogía.
—¿Qué…?
"¿Yo, rey?... No… Esto no debía pasar tan pronto. Justo lo que más temía."
Quiso alzar la voz, negarse, pero sabía que si lo hacía, defraudaría a su padre, a su linaje… y a sí mismo.
—Primero irás al frente de batalla —continuó el rey, mirándolo directamente—. Lucharás contra los demonios y asistirás a los heridos. Y cuando regreses… la corona será tuya.
Aedus asintió lentamente, con la frente en alto, aunque su mente era un torbellino de dudas y temor.
"Si tomo el trono… entonces también tendré que casarme."
Permaneció firme, en silencio, mientras los nobles retomaban el debate. Pero dentro de él… todo temblaba.
Por otro lado
Cádiz había llegado a la frontera de Valaquia en compañía de Rowena. Bajaron de sus caballos y se acercaron a los escombros de una iglesia. Cádiz escaneó el lugar con la mirada hasta que sus ojos se posaron en Kyler.
Al verlo cubierto de sangre, con heridas y flechas clavadas en el brazo, sintió un nudo en el pecho.
—¿Quién hizo esto? —preguntó, apretando el puño.
CONTINUARÁ