Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#07
Una gota de sudor frío se deslizó desde la nuca de Anne, recorriéndola por debajo de la ropa y surcando toda su columna vertebral. No se atrevía a mirar a ese hombre, que parecía de todo menos amable.
—Y-y-y-yo… — fue el único sonido disfónico que Anne fue capaz de emitir.
Los nervios y el temor eran demasiado grandes y, en situaciones así, la joven solía perder la voz. No es que le ocurriera siempre; de hecho, la única vez que le había pasado algo parecido fue tras la muerte de su madre.
Sus manos temblaban, sudaba, no podía controlarlo. Anne se colocó una mano cerca de la garganta, intentando dar a entender que no podía hablar.
Se veía tan penosa… A pesar de todo, no poder hablar le favorecía.
Renzo Mancini la contempló con rabia. La situación era patética y, para peor, esa mujer tonta no era capaz de disculparse. Una mueca de fastidio se dibujó en la curva de su boca y le frunció la nariz.
Guido Vitale notó la incomodidad de su jefe y decidió intervenir. En el fondo, sintió algo de pena por la joven, pero lo que más le preocupaba era que Renzo se enojara por una situación estúpida. Educadamente, colocó una mano en el hombro de su jefe y se acercó a su oído:
—Jefe. No vale la pena. No debería perder tiempo en esto, tenemos asuntos importantes que atender…
Renzo no dijo nada, pero accedió. Miró a la joven y, por un momento, sus miradas se cruzaron. Él registró de manera fugaz el color violáceo de los ojos asustados que lo contemplaban por detrás de las gafas.
—Vamos — ordenó finalmente Renzo Mancini. Entonces, sus hombres le siguieron.
Apenas ellos retomaron su rumbo, guiados por el dueño quien no dejaba de disculparse, Anne aprovechó y salió corriendo.
—Oye, ¡niña! — le llamó María preocupada cuando Anne pasó por su lado. Pero la joven no la escuchó.
Anne buscó uno de los baños de mujeres y se escondió allí, en el último cubículo. Su corazón se salía del pecho y le faltaba el aire. Sentía que había sobrevivido de milagro a todo eso.
— Él… Él no me reconoció — se dijo así misma, mientras su tensión bajaba, agradecida al cielo. Tragó saliva y se dio aire con la mano.
Sin embargo, una parte de Anne no lograba perdonarse a sí misma; había sido realmente torpe por no reaccionar, por no haber seguido caminando e ir con María. Lo de limpiar el suelo fue una idea realmente estúpida…
Pasó un buen rato escondida ahí dentro. De repente, sintió que alguien tocó la puerta de su cubículo. Lo hizo de una manera suave, educada. Anne, que permanecía sentada sobre la tapa del retrete abrazando sus piernas, notó por debajo de la puerta las zapatillas blancas de María.
—Oye, Katy… — le llamó María. Ese era el nombre falso que Anne les había dicho a todos en ese lugar. Fue fácil mentir; al ser un local donde los trabajadores estaban en negro, nadie corroboraba datos — Ábreme, por favor.
Anne se puso de pie y abrió la puerta. Del otro lado, María estaba parada junto a los lavabos, cruzada de brazos y con gesto preocupado. Ella le miró y le dijo:
—El jefe quiere que vayas a su oficina…
El tono de María no era para nada bueno. Anne tuvo un muy mal presentimiento. Sin decir nada más, la señora la dejó sola, seguramente para retomar sus tareas.
Anne se quitó los anteojos y se miró al espejo. Se veía pálida, enferma.
—Es como si hubiera visto un fantasma — musitó. Y la verdad, no fue muy diferente de una situación semejante.
Se lavó la cara y respiró profundo. Luego, se encaminó a la oficina de su jefe.
Anne sabía que debía atravesar el sector privado donde, seguramente, los mafiosos se estarían divirtiendo. No tenía que entrar, pero pasaría frente a la entrada.
“ Es importante no perder la calma esta vez”, pensó. “Solo cruza ese pasillo y métete en la oficina de tu jefe, Anne.”
La música electrónica se escapaba por esa entrada y las luces recortaban las figuras de las prostitutas que bailaban, seduciendo a los hombres. Anne aceleró el paso al notar que alguien iba a salir del lugar, tal vez para ir al baño. Por fortuna, la chica logró esquivarlo para luego perderse dentro de la oficina.
Del otro lado, Renzo Mancini estaba sentado en una mesa, en medio de una charla con un político. El hombre calvo quería pedirle un favor. Mientras Renzo lo escuchaba, sus ojos detectaron a la chica que le había ensuciado los zapatos surcar la entrada, a varios metros de su mesa.
La observó con detenimiento, registrando cada uno de sus movimientos mientras pasaba; su cabello largo y oscuro atado en una trenza, el flequillo que caía en su frente, su andar torpe… No era la primera vez que alguien subordinado cometía una tontería como la de esa chica. Sin embargo, ella no dejaba de llamar la atención de Renzo.
De todas maneras, él continuó con su reunión, haciendo de cuenta que no la había visto pasar.
Mientras tanto, Anne ingresaba a la oficina del jefe. La música del otro lado se había apagado un poco y la chica miró al hombre que la esperaba sentado del otro lado de un escritorio algo maltratado.
—Ahí tienes — le dijo el hombre, señalando con la cabeza un sobre con dinero — Ahora lárgate de mi local.
—¿Qué?
Anne no podía creer lo que escuchaba. ¿La estaban despidiendo?
—¿Tienes idea de la estupidez que acabas de cometer, niña? ¡Ofendiste a alguien de la Mafia! ¡No puedo tener gente estúpida como tú aquí! ¡Toma el dinero y lárgate!
“¿Mafia…?”. Anne se tardó un segundo para procesar la situación. Sin embargo, no se atrevió a reprochar nada; tomó el dinero y se fue.
Eran cerca de las 11pm. Anne deambulaba por la calle, con su paga en la mano dentro de un sobre de papel. Estaba tan distraída que no vio venir a un par de mocosos que tropezaron con ella y le quitaron el sobre de las manos.
—¡NO! ¡Oigan!
Los ladronzuelos huyeron. El alma de Anne se cayó a pedazos… Ni siquiera pudo pedir ayuda. Se quedó viéndolos alejarse; jamás le habían robado en su vida. Impactada y temerosa, se aferró a la manija de su bolso y corrió calle arriba, hacia la avenida.
Esa noche se hospedó en una habitación más sencilla que la de la noche anterior. Aún tenía algo de dinero de las pagas anteriores, sin embargo, al haberse quedado sin trabajo, estaba en un aprieto grande, más ahora que le habían robado su liquidación.
—Que estúpida…— se insultó con rabia, arrojando el bolso a la cama—¿Por qué no me guardé ese dinero en un lugar más seguro? ¡IDIOTA!
Se sentía una niña tonta que no sabía nada de la vida. Se lanzó a llorar y pensó en su madre.
—Si tu estuvieras aquí, mamá… No habrías permitido que me pasen estas cosas…
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