En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO V: El Despertar del Caos
— Kenja —
Mi mente es un revoltijo de pensamientos. Todo está borroso, como si la realidad se mezclara con un sueño mal editado. No recuerdo bien lo ocurrido, pero… se sintió tan real. Me siento como un rompecabezas al que le faltan piezas y las que tengo están todas mal encajadas.
—¿Q-qué ha su... sucedido, Frayi? —pregunto, regresando lentamente a la conciencia, con la voz rasposa como si hubiera pasado siglos sin hablar.
—¡Amo bonitooo! ¡Despertó! —grita Frayi con lágrimas dramáticas resbalando por su hocico—. ¡Yo pensé que se había muerto! ¡O que se quedaría como un vegetal para siempre! ¡Han sido años de angustia! ¡AÑOS! —me abraza con tanta fuerza que casi me parte una costilla.
—Vamos, Frayi, no exageres… —digo riendo débilmente mientras acaricio su suave pelaje—. Apenas deben haber pasado unas horas, como mucho.
Frayi me mira en silencio, sus orejas caídas y sus ojitos húmedos. Suspira profundamente, como si estuviera a punto de soltar la bomba nuclear más triste del universo.
—Amo bonito… no han sido unas horas. Han pasado dos largos años desde que cayó en ese sueño raro, mágico y perturbador. ¡DOS AÑOS!
Mi sonrisa se desvanece.
—¿¿D-dos años?? —me quedo helado. Mis piernas tiemblan. El mundo me da vueltas. ¡Pero si en el Corazón del Nexus el tiempo apenas parecía avanzar! Fueron solo unos... ¿¿minutos?? ¿¡Segundos!?
Nada tiene sentido. Otra vez.
Me invade el pánico. Todo lo que creía entender de este mundo se desmorona como una torre de panqueques mal apilados.
—Sí, amo… dos años enteritos me dejó solito. Con esa aterradora mujer, esa que parece salida de una pesadilla, que me mira como si quisiera freírme con los ojos. ¡Ella lo dejó así, mi amo bonito! —Frayi rompe en llanto otra vez, soltando lágrimas como cataratas—. ¡Me hice pipí del miedo más de una vez, lo confieso!
—¿Te refieres a Synera? —pregunto, aún en shock.
Frayi se estremece como si hubiera invocado al diablo.
—¡Shhhhhh! ¡No, no diga su nombre! ¡Ese es el nombre de la bruja maldita, la que huele a azufre y a perfume caro!
—¿Perfume caro?
—¡Cállese amo, estoy siendo dramático!
Mientras tanto, en otra sección del templo, Synera está en ropa interior, arrodillada frente a una mesa cubierta de papeles antiguos, velas a medio derretir, y un polvito sospechoso del que acaba de inhalar un poco. De pronto, estornuda con fuerza, haciendo volar papeles por todo el cuarto. Un escalofrío la recorre.
—Mmh… tengo la extraña sensación de que están hablando mal de mí —dice con un tono sombrío y divertido, limpiándose lo que quedaba del polvo brillante en su nariz—. Maldición, otra vez…
De regreso al altar principal, lo miro, todavía algo confundido por todo lo que acaba de soltarme.
—Ya, tranquilo… —le digo con una sonrisa apaciguadora, mientras le rasco la cabeza—. Siento mucho haber estado ausente tanto tiempo. Pero ya estoy aquí. Estamos bien, y no voy a dejar que nadie te haga daño.
Frayi se lanza a mis brazos con una intensidad que casi me tumba al suelo.
—¡Amo pechochooo! ¡Usted es un ser celestial! ¡Un rayo de sol envuelto en ternura y poder! ¡Ahora sé que jamás volveré a estar en peligro ni seré esclavizado por esa bruja del infierno!
No sé si reír o preocuparme. Me reconforta ver que Frayi está bien, aunque no puedo evitar imaginar todo lo que debe haber vivido con Synera. Me da hasta escalofríos. Si a mí me impone… a él debió dejarlo traumado de por vida.
—Frayi… —digo con tono serio—. ¿Qué ocurrió en mi ausencia? ¿Por qué ella sigue aquí?
Frayi suspira como un anciano que está a punto de contar una tragedia familiar.
—Verá, mi amo bonito, le explicaré con detalle… Después de que usted cayó como una papita hervida, yo, con mis enormes dotes mágicos, le lancé un pergamino sellador a esa mujer del mal, ¡un sello de poder ancestral! Y funcionó… por unos segundos. ¡La sellé! La bruja se desmayó, usted quedó a salvo… ¡yo pensé que era el héroe del siglo! Pero luego, PUM, el sello se rompe como galleta mojada y un aura oscura se extiende como olor a huevo podrido. ¡Era la bruja! ¡La bruja malvada del infierno!
Justo cuando Frayi está por entrar en detalles más escandalosos, la puerta corrediza del dormitorio se abre con un estruendo digno de escena de terror. Y ahí está ella.
Synera.
En ropa interior.
Con el cabello revuelto, ojeras de tres días y una cara de furia absoluta.
—¡¡MALDITO ZORRO ASQUEROSO!! —grita, mientras agarra a Frayi por la ropa y lo levanta como si no pesara más que un cojín.
—¡NO FUI YO, LO JURO! ¡USTED ESTÁ LOCA, MALDITA BRUJA! —grita Frayi mientras patalea en el aire.
—¡¿ME ROBÁSTE MIS VINOS OTRA VEZ, ZORRO ALCOHÓLICO?! —Synera le mete un golpe seco en la cabeza y lo lanza contra la pared como si fuera una bolsa de pan viejo.
Frayi se desliza por la pared lentamente, con un quejido dramático y los ojos llorosos.
—¡NO FUI YO! ¡FUE UN ESPÍRITU DEL BOSQUE CON PROBLEMAS DE ALCOHOLISMO! ¡TENGO TESTIGOS! ¡TENGO PRUEBAS!
Mientras tanto, yo solo observo la escena, sin saber si intervenir… o pedir palomitas.
Pero entonces ella volteó.
Y sus ojos me atravesaron como cuchillos calientes en mantequilla.
Con rabia en cada paso, se acercó, cruzando la habitación como si fuera una villana de novela dramática de medianoche.
—¡Vaya, ya era hora de que despertaras! —espetó Synera, con los brazos cruzados y una ceja peligrosamente arqueada—. Dormiste como un tronco por dos malditos años… espero que al menos hayas soñado bonito, niño inútil. Aunque… supongo que me alegra un poco que estés vivo. Tal vez.
Frayi se metió corriendo entre los dos, todo encendido como cerillo mojado en gasolina.
—¡Eso es mentira, amo bonito! —gritó con su colita temblando de indignación—. Esa bruja, cuando vio que usted no despertaba, ¡cavó un hueco! ¡UN HOYO! Y lo tiró dentro como si fuera una zanahoria podrida. Empezó a recitar unas palabras de despedida falsas y dramáticas. ¡Es una hipócrita! ¡No le alegra que esté vivo!
Synera se encogió de hombros con total descaro, mirando sus uñas como si esto no fuera la escena más loca del año.
—Bueno… eso puede ser verdad. Pero es que un vegetal no me servía de nada. Pensé: si lo entierro tal vez renazca como un ser funcional, ¿no? Un ritual mágico de reciclaje de humanos. Pero este zorro entrometido me arruinó el momento.
Yo me quedo helado.
—¡¿QUÉEEE?! ¡¿ENTERRARME?! ¡¿ESTÁS COMPLETAMENTE LOCA?! ¡ME ALEGRA QUE FRAYI TE HAYA DETENIDO, PORQUE ESO ES UNA LOCURA A NIVEL DIOSES!
Synera suspira como si yo fuera el exagerado.
—Ya, ya… no es para tanto —dice agitando la mano como si espantara moscas—. Solo iba a dejarte ahí con flores y todo. ¡Ni que fuera un entierro feo!
Frayi, ofendidísimo, le lanza una almohada que rebota en la cara de Synera sin causarle el menor daño.
—¡MONSTRUAAAA! ¡SATÁN EN LENCERÍA!
Y yo solo puedo pensar que, definitivamente, este mundo está mal… pero muy mal.
Synera, ignorando por completo la escena caótica que acababa de armar, giró sobre sus talones con una calma tan aterradora que me heló la sangre. Caminó hacia la salida como una sombra elegante y peligrosa, y justo al llegar a la puerta, se detuvo de espaldas. El silencio se volvió espeso.
—Báñate, aliméntate y haz lo que tengas que hacer —dijo con una voz tan neutra que asustaba más que si hubiera gritado—. Nos vemos en una hora… en el jardín.
Y sin más, se marchó. Sin mirar atrás. Ni una pisada apresurada. Ni un portazo. Sólo el eco de su partida.
Yo me quedé ahí, mirando la puerta con cara de: ¿acabo de ser invitado a mi propia ejecución? ¡Si acabo de despertar después de haber estado dos años dormido!
Frayi se acercó a mi lado, temblando como gelatina mal cuajada, y en voz bajita como si la casa pudiera escucharlo, susurró:
—No vaya, amo bonito… seguro esa mujer quiere matarlo ahora que volvió. Es una trampa. ¡Una trampa maquiavélica con té y flores de jardín!
Solté una risa nerviosa, intentando convencerme más a mí mismo que a él.
—No exageres, Frayi… sonó bastante seria.
—¡Precisamente! ¡Las psicópatas suenan así antes de dar el golpe final!
Negué con la cabeza, aunque parte de mí no podía ignorar su advertencia. Me levanté con algo de pereza y me estiré. Extrañamente, mi cuerpo no parecía haber sufrido ni un rasguño. Después de dos años postrado, debería estar flaco, débil… con olor a sopa vieja. Pero no. Todo estaba como nuevo. Como si fuera un maniquí recién sacado de su caja.
Frayi me miraba desde un rincón con cara de tragedia anunciada.
—¿Está seguro de que no es un fantasma, amo bonito? Porque huele demasiado fresco para alguien que durmió dos años.
Ignoré el comentario mientras un escalofrío me recorría la espalda. De pronto, las palabras de Vaelthar resonaron en mi mente, como una maldición que me apretaba la garganta:
"Cuando despiertes, tu lengua será sellada. No podrás pronunciar una sola palabra sobre este lugar, ni sobre mí, ni sobre lo que has visto. Si lo haces… morirás."
Tragué saliva con fuerza.
Silencio.
Debería guardar silencio. No decir una sola palabra de ese lugar. Ni una mención. Nada.
La muerte me espera detrás de una sílaba mal dicha.
Y por si fuera poco… ahora me espera una cita en el jardín con una bruja en ropa interior, que no está nada bien de la cabeza y que quiso enterrarme vivo.
Esto solo podía empeorar…
Luego de haber comido algo, darme una ducha rápida y vestirme con algo decente, pasé un rato intentando relajarme. El tiempo se escurrió casi sin darme cuenta, y cuando la hora de ir al jardín finalmente se acercó, sentí cómo una extraña tensión empezaba a instalarse en el ambiente.
Ha pasado casi una hora. Camino hacia el jardín con pasos inciertos, como si mis pies supieran algo que mi mente aún no comprende. El aire es más denso, casi eléctrico, cargado con una energía sutil pero inquietante. Y entonces la veo.
Está de espaldas, iluminada por la luz dorada del atardecer. Lleva un vestido rojo provocador que se ajusta a su silueta como si hubiera sido tejido con pecado. Sus piernas están cubiertas por unas pantimedias transparentes, y calza unos tacones negros de suela roja que se clavan en la tierra como dagas. Sus uñas, largas y perfectamente pintadas de rojo, combinan con sus labios y contrastan con su piel pálida. Su cabello suelto cae en ondas suaves sobre su espalda, moviéndose con la brisa como si respondiera a una música secreta.
Da miedo verla así. No por lo que hace, sino por lo que es… y por lo que podría hacer.
Está rodeada de un manto de flores que parecen inclinarse sutilmente ante su presencia, como si reconocieran algo en ella que yo todavía no logro descifrar. Sostiene entre sus dedos un delgado cilindro humeante del que exhala una niebla perfumada, densa y ondulante. No sé si es una hierba medicinal, un narcótico ancestral o algo mucho más antiguo… y peligroso.
¿De verdad esta mujer es alguien tan importante como para ser un Oráculo?
Me cuesta creer que una figura de semejante relevancia actúe con tan poco decoro, con esa actitud relajada, indolente… casi salvaje. Y, sin embargo, hay algo en su aura que resulta inquietantemente poderoso. Algo que no logro definir.
Frayi me acompaña, nervioso, escondiéndose detrás de mí a cada paso. Y justo cuando creí que podríamos simplemente hablar, el mundo cambia.
El suelo floreado del jardín se ilumina de repente con un resplandor azul profundo. Un pentagrama circular brota de la tierra como una cicatriz brillante, rodeado de runas antiguas, figuras geométricas móviles e inscripciones arcanas que vibran con energía viva. El tiempo parece detenerse. No puedo moverme. Frayi tampoco.
—¡¿Qué…?! —exclamo, pero mi voz tiembla.
Synera, sin siquiera mirarnos, mueve una mano con gracia precisa. Una esfera de cristal azul emerge de la nada, encapsulando a Frayi. El pequeño zorro grita, golpeando las paredes translúcidas mientras es elevado lentamente por encima del jardín, atrapado, vulnerable.
Mi corazón da un vuelco.
—¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loca?! —le grito, incapaz de ocultar el enojo ni el miedo—. ¡¿De verdad vas a matarnos?! ¡¿Era cierto lo que decía Frayi?! ¡¿Piensas matarme?!
Synera se gira por fin. Sus ojos, brillantes como el fuego reflejado en agua oscura, me atraviesan con una seriedad absoluta.
—No te confundas —dice con voz firme, calmada, pero poderosa como un eco ancestral—. No estoy aquí para matarte. Te estoy poniendo a prueba. Quiero saber de qué estás hecho… si realmente eres lo que dicen. Quiero ver con mis propios ojos si eres la reencarnación del Caos.
Camina hacia mí sin romper el círculo mágico, cada paso suyo hace vibrar las runas del suelo.
—Si lo eres, entonces debes tener magia. Poder. Algo. Cualquier cosa que justifique tu existencia. —Sus palabras son duras como hierro—. Si no puedes enfrentarte a mí… entonces él —mira hacia Frayi, suspendido en lo alto— morirá ahí, encerrado en su burbuja de cristal.
—¿¡Enfrentarme a ti!? —respondo, sintiendo el nudo en mi garganta—. ¡No sé si tengo magia! ¡Nunca he peleado! ¡No sé hacer nada de eso!
Las palabras se agolpan, pero no sirven de nada. El círculo no desaparece. Synera no parpadea.
Dentro de mí, el caos de emociones ruge: miedo, enojo, desesperación… impotencia. Lo único que he entrenado ha sido el espíritu. Meditación. Silencio. Soy un monje… o al menos lo era.
Pero entonces, una pregunta me arde en lo más profundo del alma:
¿Y si sí tengo poder? ¿Y si siempre estuvo ahí… esperando este momento?
Porque algo dentro de mí… empieza a despertar. Es como si un eco olvidado estuviera golpeando desde dentro, pidiendo salir. Una chispa. Un rugido contenido.
—¿Acaso no piensas hacer nada? —pregunta Synera con desdén, sus ojos brillando con una mezcla de burla y desafío.
Antes de que pudiera responder, alzó una mano.
No gritó. No conjuró palabras antiguas. No hizo un gesto grandilocuente.
Solo alzó la mano…
Y el mundo, simplemente, se quebró.
Una fuerza invisible me golpeó con una brutalidad sobrehumana.
Todo se volvió blanco. El aire fue succionado de mis pulmones. Sentí cómo mis pies dejaban el suelo y mi cuerpo salía disparado como una muñeca rota, sin control.
Volé por los aires, chocando contra la tierra con un golpe seco que sacudió hasta mis huesos. Rodé, reboté, me arrastré entre piedras y hierba como un trapo sin alma. El sabor metálico de la sangre estalló en mi boca.
Y en medio del dolor, entre la tierra y la confusión, los gritos de Frayi me alcanzan.
Agudos. Dolorosos.
Como cuchillas que rasgan el velo de mi consciencia.
Intento levantarme, pero ella ya está frente a mí.
No escuché sus pasos. No sentí su presencia. Simplemente… apareció.
Sus ojos están vacíos de compasión, fríos como el acero. Su expresión, tan serena como cruel, no deja espacio para la esperanza.
Con un simple y delicado movimiento de sus dedos, mi cuerpo se eleva del suelo, como si fuera una marioneta rota.
Mis pies ya no lo tocan.
No siento su mano, pero la presión en mi cuello es real.
Asfixiante. Invisible. Mortal.
El aire se me escapa en un suspiro entrecortado.
Mi garganta se cierra con una fuerza imposible, como si el propio mundo estuviera decidido a silenciarme.
No hay cuerdas. No hay contacto.
Solo magia pura. Precisa. Inhumana.
El tipo de poder que no necesita gritar para matar.
—Si no te defiendes… —susurra con una voz helada como acero templado—, entonces no eres lo que buscaba.
Tendré que matarte aquí y ahora… y continuar mi búsqueda hasta encontrar al verdadero Caos.
Mi visión comienza a desvanecerse. Las luces del jardín se distorsionan, las runas titilan como luciérnagas moribundas en un cielo en llamas. El mundo se deforma ante mis ojos, cada color se vuelve lejano, cada sonido… una vibración lejana.
Y entonces…
Lo veo.
Entre los árboles, más allá del círculo mágico… una silueta.
Difusa. Inestable.
Como un espectro danzando en el calor del aire. No puedo ver su rostro, ni su forma completa, pero hay algo en su presencia que lo dice todo: es poder. Es destino. Es caos.
Y de pronto, su voz.
Profunda. Antigua. Envolvente.
Una voz que no se escucha con los oídos, sino con el alma.
—No tengas miedo. Libera en ti tu fuerza.
Confía en lo que eres…
Y suelta el caos que duerme en tu interior.
Mis ojos comienzan a cerrarse, el cuerpo cede, vencido…
Pero su voz sigue ahí.
Firme. Serena. Implacable.
Y justo en el borde entre la vida y la muerte… algo despierta.
¡CHAZZZ!
Una ráfaga de energía pura estalla desde lo más profundo de mí. Un grito silencioso del alma.
Una explosión de poder primigenio que atraviesa el aire como una cuchilla de luz divina.
El círculo mágico se desintegra.
El cielo parece rugir.
Y en un instante… Synera es partida en dos.
El silencio es absoluto.
La escena queda suspendida, detenida en el tiempo.
Mi cuerpo tiembla, el aliento es corto.
Frente a mí, su figura permanece flotando… dividida, aún sin comprender lo que ocurrió.
La sangre no cae.
Está detenida, flotando en gotas perfectas, como si la realidad misma no supiera cómo reaccionar a lo imposible.
—¿La maté…? —susurré con voz rota—. ¿Yo… hice eso?
Mis manos temblaban con violencia. El pánico me envolvía, mis piernas flaqueaban. Estaba a punto de caer cuando una risa —ligera, burlona y extrañamente familiar— rompió el aire.
—¿Eso es todo lo que puedes hacer…? —la voz de Synera retumbó mientras su risa se intensificaba.
Levanté la vista… y allí estaba ella. Flotando. Sonriente.
Su cuerpo, aún dividido, comenzaba a regenerarse a una velocidad imposible. La sangre se retraía, las heridas se cerraban, los tejidos se unían como si nunca hubiesen sido separados. Era aterrador. Era milagroso.
—¿Qué… qué clase de ser eres tú…? —pregunté en un susurro.
Pero antes de obtener una respuesta, el miedo me venció. Di un paso atrás, levantando una mano con desesperación, en un gesto torpe de defensa. Mis labios temblaban, rogando.
—P-por favor… lo siento… no quería… por favor, no me mates…
Synera se detuvo frente a mí. Me miró en silencio, como si me estudiara… como si esperara algo. Esperaba, quizás, que otra ráfaga emergiera de mí. Pero no hubo nada. Solo yo… roto, tembloroso, al borde del colapso.
Entonces, sin decir una palabra, hizo algo que jamás hubiera esperado.
Me abrazó.
De pronto, sin previo aviso, después de toda la agresión, del juicio, del miedo... sus brazos me rodearon y me atrajo hacia ella. Mi rostro quedó sepultado contra sus enormes pechos. No eran cálidos. No había latido. No sentí el consuelo que da el calor humano. Lo que sentí… fue otra cosa. Una presencia densa, profunda. Como si me envolviera algo antiguo. Algo que no debería existir.
Pero me sostuvo.
Sus brazos, fríos y sin vida, temblaban apenas. No por debilidad… sino por contención. Como si Synera estuviera aguantando siglos de emociones que no se le permitía sentir.
—Me alegra… —susurró, y por un segundo su voz ya no fue la de una jueza cruel ni la de un ser arcano—. Me alegra saber que eres tú.
Mis ojos, abiertos por el shock, comenzaron a humedecerse sin entender por qué. Mis músculos se relajaron. No tenía razones para confiar en ella. Y aun así… en su abrazo roto, en su cuerpo sin corazón… sentí ternura.
—Kenja… eres el verdadero Caos —dijo con una dulzura quebrada, como si esas palabras le dolieran—. Lo sentí. Lo vi en tu mirada perdida. En tu duda. En tu poder sin rumbo.
Sus dedos helados acariciaron mi cabello, torpemente, como si no supiera cómo hacerlo. Como si no hubiera abrazado a nadie en milenios.
—Te falta práctica, sí… pero eso no importa. Yo estaré contigo. Te entrenaré. Te enseñaré todo lo que sé. Lo bueno… y lo malo.
Sus palabras se clavaban en mí como estrellas cayendo. No podía hablar. Solo respirar, aguantando el nudo en la garganta. Quería apartarme. Decirle que no era especial. Que tenía miedo. Que no quería ser el Caos de nadie.
Pero no lo hice.
Porque en ese momento entendí algo: ella también tenía miedo.
—Eres nuestra esperanza… —dijo, y aunque su cuerpo no tenía corazón, aunque sus ojos seguían vacíos… una lágrima cayó de uno de ellos. Transparente. Solitaria—. Nunca dudé de ti… nunca dudé de la Suprema. Pero tenía que estar segura.
Su abrazo se apretó un poco más. Como si no quisiera soltarme. Como si supiera que pronto el camino se volvería oscuro y cruel. Y que este instante, este único abrazo, sería lo único sincero en medio de todo.
Y por primera vez… no sentía miedo de ella.
No sé qué caminos me esperan tras este momento, ni qué clase de destino me ha sido escrito… pero algo en mi interior me dice que Synera, por más extraña y aterradora que parezca, no está aquí para destruirme.
A pesar de su cuerpo frío, de esa piel sin calor y sin alma, hubo algo… algo en su abrazo que me desarmó por completo. No fue ternura, porque ella no conoce ese lenguaje. No fue consuelo, porque no creo que sepa cómo ofrecerlo. Pero fue real.
Y eso bastó para darme un respiro.
Tal vez ha vivido demasiado. Tal vez ha visto morir mundos. Y quizás esa ausencia de alma no la hace menos… sino simplemente diferente. Una guardiana rota de un tiempo olvidado. Un reflejo de lo que alguna vez fue humano.
No sé quién soy. No sé quién es ella realmente. No comprendo este mundo, ni las fuerzas que me han traído hasta aquí. Pero algo ha cambiado en mí. Lo sé. Porque por primera vez, no me siento vacío… aunque ella lo esté por completo.
Yo acabo de nacer en esta realidad. Soy nuevo, torpe, sin recuerdos ni poder. Pero también… estoy lleno de preguntas, de fuego, de algo que no logro entender. Algo que empieza a despertar.
Y aunque el camino esté cubierto de sombras, al menos… sé que he dado mi primer paso.
Hoy… he empezado a existir.