La humanidad siempre ha creído que su mayor amenaza vendría de la guerra, la enfermedad o la escasez. Nunca imaginaron que el verdadero peligro se gestaba en un reino que pocos pueden ver: el Mundo Astral. Un plano donde los sueños y la conciencia convergen, donde los pensamientos tienen peso y las emociones dan forma a la realidad misma. Para la mayoría, es un espacio inaccesible, un misterio olvidado por la civilización moderna. Pero para unos pocos, es un campo de batalla.
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El mundo Astral pt. 6
—¿Despertar...? —Pax balbuceó, pero su voz se apagó ante la creciente intensidad del momento.
Ariel asintió con rapidez, concentrándose en la barrera mientras Meave daba un paso al frente. La pelirroja estiró sus manos hacia el capullo y lo libero, dejandola al lado de Pax.
Un escalofrío recorrió la espalda de Pax y la chica de la casa, a su lado, temblaba incontrolablemente pero vieron como alrededor de ellas, un especie de energía color verde translúcida las empezó a cubrir.
—Tranquilas, no salgan de este cubo y yo me encargaré de que no les pase nada. Pax, necesito que te vayas, despierta. —mencionó Meave de la forma mas tranquilizadora que pudo, porque si bien confiaba en Leon, no podía arriesgarse a que les pasara algo a ninguna de las dos. Entretanto, Ariel ya se había adelantado.
—s-sí, solo necesito concentrarme —Pax cerró los ojos con fuerza, con la esperanza de poder hacerlo más rápido, se concentró, intentando ignorar la creciente inquietud.
De repente, una explosión sacudió el aire, enviando una onda expansiva que las hizo tambalear. Cuando el polvo comenzó a disiparse, Pax entrecerró los ojos, tratando de distinguir alguna forma a través del polvo. Tostía y con un sabor metálico, el aire se hacía cada vez más denso, dificultando la respiración, el polvo que picaba en la garganta y le llenaba los ojos de lágrimas. El aire estaba cargado de un olor a quemado y a tierra removida.
—¡¡Date prisa Pax!! —gritó la pelirroja mientras golpeaba un poco el cubo para llamar su atención.
—¡Lo siento, lo siento...! —Pax murmuró, sus manos temblando mientras intentaba recuperar el control.
El polvo comenzó a asentarse lentamente, revelando un panorama desolador. La casa, antes imponente, ahora era un montón de escombros al igual que todo el sitio a su al rededor. Un fuerte impacto sacudió el cubo, era el cuerpo de Meave que se estrelló contra él. Un tentáculo negro y viscoso se había enredado en la pelirroja, tirando contra el cubo con fuerza. Pax y la chica se quedaron paralizadas del miedo al ver esa cosa atacarla y Meave, al igual que ellas, se lleno de miedo pero por algo diferente, era la sensación de encierro que se apoderó de ella, era como si una burbuja invisible las hubiera aislado del mundo exterior, cortando cualquier conexión con Ariel y con lo que ocurría más allá.
La explosión lanzó a Leon por los aires, girando y dando vueltas como una hoja seca en una tormenta, giró en el aire, sus ojos fijos en el tentáculo que se hundía en el cuerpo de Meave. Dos más se dirigían hacia él, serpenteando por el aire con una rapidez aterradora. Con un ágil movimiento, esquivó los ataques y se lanzó en picado, su cuerpo cortando el aire como una flecha. Al aterrizar, el impacto levantó una nube de polvo que se disipó rápidamente, revelando a Leon de pie sobre los restos de uno de los tentáculos aplastados bajo el peso de su cuerpo y con un movimiento rápido y preciso, agarró el tentáculo que sujetaba a Meave y, con una fuerza sobrehumana, lo partió en dos.
—Woah... —exclamó Pax, su voz llena de asombro al ver al hombre de pie frente a ella, parecía haber salido victorioso de la batalla.
Sin embargo, un grito desgarrador resonó desde los escombros de la casa, haciéndola temblar y el sonido vibró en lo más profundo de Leon, paralizándolo, el hombre luchó por moverse, pero un puño lo alcanzó, enviándolo al suelo. —mierda —murmuró, intentando girar pero aquello que lo derribó, apretó el ataque, haciendo que el suelo bajo él se rompiera.
Meave volteó a mirar a Pax con preocupación pero rápidamente cambió su expresión a una más tranquila. —Estarán bien mientras no salgan del cubo.
-estilo de Leo, Antares.- Leon recitó por lo bajo la frase antes de que sus ojos brillando con una intensidad sobrenatural. Un aura pálida comenzó a envolverlo, creciendo en intensidad hasta que su cuerpo entero se iluminó como una estrella. La luz se extendió por el suelo, creando un círculo brillante que cegaba al ente negro azabache y bajo esa luz el ente negro se retorció bajo la luz cegadora, emitiendo un chillido agudo. Leon, convertido en un faro de esperanza, se lanzó al ataque aprovechando la vulnerabilidad, sus movimientos fluidos y elegantes. La luz lo envolvía como una armadura, protegiéndolo de los ataques de las criaturas. Con cada golpe, la luz se intensificaba, debilitando a los entes hasta reducirlos a cenizas. De esta manera se pudo acercar hasta las chicas.
—No puedo sentir nada de afuera, ni siquiera a Ariel. —habló para si misma la chica pelirroja.
Pax, todavía temblando, murmuró con voz avergonzada —tampoco puedo despertar…
—Esto se ha vuelto demasiado peligroso, tenemos que acabarlo ahora, Meave —dijo con voz firme mientras ajustaba su chaqueta, sus movimientos calculados como los de alguien que estaba listo para pelear hasta el final.
Meave chasqueó la lengua, su mirada recorriendo las sombras que parecían moverse con una vida propia. —¿Antares no será suficiente? —preguntó, su voz cargada de dudas.
Leon negó con la cabeza, su expresión grave.
—No. Esa cosa está a punto de convertirse en un ser del bajo astral. Si hubiese tomado un día más de la energía de la familia, ya los habríamos perdido. Y no solo a ellos. Esa cosa habría cruzado al mundo físico.
El ente negro, que había sido herido de gravedad, se retorcía en el suelo, absorbiendo la esencia de los otros entes caídos. Sus heridas se cerraban ante sus ojos, y su forma se volvía más poderosa y amenazante. Pax y la chica sintieron un nudo en el estómago al presenciar semejante acto de canibalismo. El ente, ahora más grande y poderoso, se alzó, su forma distorsionada y amenazante y ahora no solo tenían que enfrentarse a un enemigo, sino a uno que se volvía más fuerte con cada segundo que pasaba.
—Ay mierda, eso no lo vi venir. —dijo Leon con cara sorprendida mientras dirigía la mirada a Meave.
—¿Está comiéndose a los otros para robar su energía...? —mencionó Meave de forma incrédula, devolviéndole la mirada.
Leon se lanzó contra el ente, su figura envuelta en una aura de luz. Los otros entes, alertados por su movimiento, se abalanzaron y Meave, con una agilidad sorprendente, esquivó los ataques y se unió a la lucha. Los gritos resonaban y el polvo se levantaba en el aire. El ente, mientras tanto, se deslizaba por las sombras, absorbiendo la energía de los otros entes caídos. Leon, sintiendo la creciente amenaza, rugió y redobló sus esfuerzos. Sabía que si no detenían al ente ahora, sería demasiado tarde.
“¿Se están sacrificando?“, pensó Meave, el sudor resbalando por su frente. Con un movimiento rápido, juntó sus manos y las separó de golpe, -¡Estilo de sangre!- proclamó. Sus venas pulsando con una energía invocó una espada carmesí. La hoja carmesí brilló intensamente bajo la luz tenue, cortando el aire y al ente que la atacaba con un silbido amenazador. Luego con una sonora exhalación se lanzó hacia los entes, dejando a su paso un rastro de destrucción.
“Quiero ayudar”, pensó Pax, su corazón latiendo con fuerza, aunque veía que rápidamente se estaban abriendo paso y que Leon estaba cerca de alcanzarlo, pero pronto se percató que Leon se estaba tambaleando. Recordó las palabras de su mentor: “La transformación o aparición de un ser del bajo astral distorsiona tus sentidos, te hace perder el equilibrio y, a la mayoría de los onironautas, los fuerza a salir del mundo astral”.
“No tiene sentido, ¿cómo es que se transformó tan rápido? la transformación ha sido demasiado rápida, demasiado completa. No, no fue eso, desde que llegamos ya lo era pero no había iniciado su metamorfosis.“, Leon analizaba lo que pasaba mientras se sostenía sobre una rodilla en el suelo, por otro lado, los nervios de Meave se elevaron al ver a Leon arrodillado.
Sin dudarlo, la pelirroja voló hasta tener una buena visión y altura, tomó una postura firme, concentrando su energía en sus manos. Levantó uno de sus brazos, apuntando directamente al corazón del ente, mientras que el otro se extendía hacia atrás, como si estuviera dibujando un arco invisible en el aire. En la punta de sus dedos que apuntaban al ente, una esfera de energía roja emano de ella y comenzó a formarse, pulsando con una fuerza creciente. Meave lanzó la esfera, que se transformó en una flecha carmesí al salir disparada. La flecha atravesó el aire con una velocidad increíble, dejando a su paso un rastro de luz carmesí.
Pax, junto con la chica de la casa seguían observando la batalla desde el cubo, pensaron que justo con ese último ataque acabaría todo pero en un abrir y cerrar de ojos, vieron a aquel ser completamente cambiado, ya no solo era una sombra sin forma, ahora se reconocía un cuerpo.
Su piel, de un color negro azabache, surcada por venas que brillaban como gusanos luminosos, una columna vertebral que se curvaba de forma antinatural y , parecía estar hecha de un material viscoso que goteaba una sustancia negra y reluciente. Ojos abismales, tan grandes y vacíos, brillaban con una luz interna que parecía devorar la oscuridad. Sus extremidades, largas y desproporcionadas, terminaban en garras afiladas como cuchillas. Una boca desdentada, una hendidura que se extendía de oreja a oreja, se abría en un rugido sordo que sacudía el aire pero eso no era lo mas grave, ya que ese ser se encontraba ahora a escasos centímetros de Meave.
—¡No!— exclamó la chica junto a Pax, golpeando el cubo con fuerza.
Meave apenas pudo ver lo rápido que se había movido el ser y al haberla sorprendida con la guardia baja, simplemente pensó que no podría evitar el golpe y solo cerró los ojos con fuerza esperando el golpe pero eso nunca sucedió, en cambio, cuando los abrió estaba en un lugar completamente diferente, ahora en el suelo destruido.
“¿Pero qué ha...?” se preguntó Meave pero rápidamente se dio cuenta —¡LA TÉCNICA DE LEON!!
En cuanto se dió cuenta de ello, la pelirroja giró la cabeza hacia arriba rápidamente, Meave dirigió la mirada hacia dónde estaba antes y Leon se encontraba ahí, sosteniendo al ser de ambos brazos y también estaba con su pie en el torso del ser para alejarlo. El chico observó al ser con un ceño fruncido y, rápidamente dirigió su mirada hacia Pax, que lo miraba con una mirada expectante...
Hace más de un año.
Leon clavó su mirada en la chica rubia, sus ojos ámbar solo denotaban seriedad. El ceño fruncido solo lo acentuaba más, así como su mandíbula tensa. Ella, a su vez, lo observaba con una mezcla de incertidumbre y aprehensión; sus ojos, grandes y de un cafe intenso, parecían reflejar la incertidumbre que la embargaba; sus mejillas, ligeramente sonrosadas, delataban su nerviosismo. Tragó saliva con dificultad, el sonido seco de sus siguientes palabras resonaron en el aire cargado de tensión con un tono rasposo. -Pero yo no quiero que te vay...- comenzó a decir, pero su voz se apagó al sentir la intensa mirada de Leon clavada en ella.
—No —Leon espetó las palabras con un desprecio que heló la sangre a la chica. Su mirada, gélida y acusadora, la clavó en su lugar.
—¿Por qué te importa ahora? —escupió, la amargura rebosando en cada sílaba. —, te debió importar cuando estuviste con él.
La chica se encogió ante sus palabras, la culpa y el dolor brillando en sus ojos. —Así no pasó... —, murmuró en defensa propia, pero su voz aún con ese tono rasposo, era débil y temblorosa.
Leon recorrió con la mirada los cuadros que adornaban las paredes. Cada uno era un pedazo de su pasado, un recuerdo de los viajes que había compartido con ella.
Sus ojos se posaron en una fotografía de ellos en la playa, sus rostros iluminados por el sol, sus sonrisas radiantes. Allí estaba París, con su Torre Eiffel iluminada; Roma, Venecia, con sus canales románticos. Cada imagen era una puñalada en su corazón, un recordatorio de lo que habían sido y de lo que habían perdido. Suspiró, un sonido profundo y doloroso que resonó en la habitación.
Su mirada se desplazó hacia la sala, un desorden que hablaba de una vida compartida. Ropa amontonada en los sillones, una taza de café olvidada sobre la mesita, eran vestigios de una rutina que ya no existía. Sus ojos se posaron en un libro abierto sobre el sofá, marcado con un post-it en una página que ambos habían leído juntos. Volvió la mirada hacia la chica mientras que él se quedó inmóvil en el umbral, quien lo observaba con una mezcla de esperanza y temor.
—regresaré por mis cosas después— dijo él con la voz ronca, como si cada palabra le costara un esfuerzo, así que solo se limitó levantar la mochila que tenía en el piso. Pax observó cómo se alejaba, levantó una mano temblorosa, como si quisiera alcanzarlo, pero se quedó quieta, paralizada por la incertidumbre. Sus labios se movieron, intentando formar palabras pero un nudo se formó en su garganta, impidiéndole pronunciar una sola palabra. Se quedó allí, inmóvil, atrapada en ese momento de despedida y de pronto la habitación se sintió enorme, vacía.