Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 1
Capítulo 1: El cuento que no te contaron.
Morí... ¿Cómo? Pues... aún no me entero... solo sé que desperté en una especie de habitación blanca y una mujer con mirada fría me dijo...
— Solo preguntaré... ¿Quieres vivir? Puedo devolverte al mundo de los vivos...
Por supuesto que acepte sin pensarlo, pero en cuanto llegue aquí... me arrepentí.
Resulta que no me envió de regreso a mi mundo... ni siquiera a mi misma época... me envió a un mundo de cuentos de hadas... príncipes y princesas... un mundo el cual conocía bien...
"Esta no es la historia de una joven pobre con un zapato de cristal. Esta es mi historia. Y comienza justo antes de que todo se fuera al demonio."
—Mi nombre en este mundo es Griselda. Sí, esa Griselda, la "hermanastra gorda" de Suertucienta.
Así la llamo yo. Porque “Cenicienta” le queda grande a alguien que jamás limpió una chimenea con las manos desnudas. Su piel era tan suave que hasta los ratones se burlaban de ella. Y la ceniza… nunca la tocó. No realmente. Pero ese no es el punto. No quiero sonar resentida.
Bueno, tal vez un poco.
Mi historia comienza un día antes del gran baile. Un día antes de que el hada madrina apareciera y Suertucienta se convirtiera en princesa. Un día antes de que la desgracia de Griselda y su familia se escribiera con tinta dorada y mentiras.
Estaba en el desván, doblando manteles junto a mi hermana menor, Anastasia, que chillaba por una astilla en el dedo como si le hubieran cortado la mano. Yo, como siempre, me limitaba a escuchar.
—¡Ay, Griselda, me duele! ¿Qué tal si me gangreno? ¡Voy a perder el dedo! ¿Y si es el del anillo? ¡Nunca me voy a casar!
—Cállate, Anastasia —le dije, sin levantar la vista—. A ti ni los ciegos te darían un anillo.
—¡Eres cruel!
—Y tú escandalosa. Sécate las lágrimas y ayuda.
Cenicienta bajó las escaleras justo en ese momento, con su vestido remendado y ese rostro que fingía humildad, pero tenía los ojos de una gata callejera lista para atacar. Me miró, luego miró a Anastasia con su habitual expresión de mártir.
—¿Les preparo algo de té? —preguntó con esa voz melosa que usaba cada vez que quería espiar nuestras conversaciones.
—No hace falta —respondí—. No estamos acostumbradas a que las serpientes sirvan bebidas calientes.
Ella fingió una sonrisa. De esas que no llegan a los ojos.
La verdad es que nunca confié en ella. Ni en esta ni en mi otra vida... pero cuando llegue aqui y los rdcuerdos de la verdad Griselda llegaron a mi, supe que mi desconfianza hacia ella eran justificadas.
Desde que llegó a la familia de Griselda, trajo consigo un aura extraña. Al principio, mi madre, la duquesa Evelyne de Montclair, intentó tratarla bien. Era la hija del general Armand, su nuevo esposo. Un matrimonio por conveniencia. Todos sabían que el general estaba en ruina y necesitaba la fortuna de mamá. Y ella, ciega por la idea de restaurar un apellido caído, accedió.
Pero lo que nadie vio venir fue que ese “gran hombre” dejaría tras su muerte solo deudas, joyas falsas y un testamento que la obligaba a cuidar de esa... criatura.
Mamá vendió casi todo. Los muebles tallados, los cuadros, hasta los caballos. Solo para evitar que las deudas nos devoraran. Y aún así, la gente susurraba que mamá había esclavizado a la dulce hija del general. ¡Por favor! ¡Nosotras comíamos pan duro y caldo rancio mientras ella lloraba porque no tenía encaje en su camisón!
Un día, descubrí que había cortado los lazos de mis zapatos nuevos. Otro, encontré cucarachas en mi sopa. Mamá pensaba que eran casualidades. Anastasia decía que eran accidentes. Pero yo... yo vi el rencor en su mirada.
Y luego vino la invitación del baile.
—Todas las señoritas del reino están invitadas —leyó mamá, sentada en el salón. Temblaba un poco al sostener el papel. Era nuestra última esperanza.
—¿Todas? —preguntó Cenicienta con ojos brillantes.
—Todas las nobles —corregí—. ¿Desde cuándo las criadas reciben invitaciones?
Ella no respondió. Solo bajó la cabeza. Pero lo vi. Ese destello en su mirada. Una promesa silenciosa.
Esa noche, la escuché murmurar en la cocina. Creí que hablaba sola, pero no. Una figura luminosa apareció entre las sombras. La reconocí por los cuentos: el hada madrina. Pensé que eran tonterías. Hasta que vi cómo tocaba una calabaza y la convertía en carruaje. Cómo los ratones se volvían caballos. Cómo la mugrosa criada se transformaba en una diosa de seda azul y cristales.
—No puede ser —susurré, y corrí a mi habitación.
—¿Qué sucede? —preguntó Anastasia.
—Nos ha robado el destino. Ella va al baile.
—¿Cómo? Pero... ¡si mamá le dijo que no podía!
—¿Acaso no entiendes? ¡Tiene magia de su lado!
La noche siguió su curso, y la magia hizo lo suyo. El príncipe, idiota como era, cayó rendido a sus pies. Todo por un vestido bonito y un par de frases ensayadas.
Y luego vino el zapato.
Ese maldito zapato.
Buscaban a la joven que lo perdió. “Solo una doncella pura y perfecta puede tener un pie tan delicado”, decían. ¡Hipócritas! ¿Qué clase de gobierno elige a la futura reina por el tamaño del calzado?
Y claro, cuando llegaron a casa, ella se hizo la sorprendida. Mamá intentó negarlo. Intentó protegernos. Pero nada sirvió.
Días después, la boda fue anunciada.
Y a la semana siguiente... fuimos vendidas como esclavas.
Mi madre, la duquesa de Montclair, terminó fregando suelos en el castillo. Anastasia fue enviada a un burdel de la frontera. Y yo...
Yo fui vendida a un circo de monstruos por “mi tamaño y expresión grotesca”.
Todo porque una niña mimada supo esperar su momento.
Pero esta historia no termina ahí.
Porque ayer... ocurrió algo.
Desperté y todo era diferente.
Volví a ser joven. Mi cuerpo era más liviano, mis manos no estaban marcadas por el látigo. Estaba en mi cuarto, la noche antes del baile.
Y lo supe.
Tenía una segunda oportunidad.¿O tercera? no lo sé... ya había perdido la cuenta... pedo tenía otra oportunidad.
Una oportunidad para cambiarlo todo.
Para desenmascarar a Suertucienta, para salvar a mi madre y a mi hermana. Para evitar que el reino cayera en manos de una mujer que escondía puñales tras sonrisas dulces.
Esta vez, yo tomaría el vestido.
Yo encontraría al hada madrina.
Y si ese idiota del príncipe se enamora por un zapato… entonces que pruebe el mío. Veremos si también está hecho para gobernar.
Porque esta no es la historia de una sirvienta maltratada que encuentra el amor.
Esta es la historia de una mujer que se negó a ser la villana de un cuento mal contado.
Mi nombre es Griselda de Montclair.
Y esta vez...
Yo escribiré el final.