El Omega Del Gobernante~

—¿Q-qué quieres decir? Aún no lo entiendo —respondió Noah con voz temblorosa, mientras su corazón latía a toda velocidad. Sus pupilas estaban dilatadas, sus glándulas Omega activas por la ansiedad, y un aroma dulce comenzaba a llenar el aire sin que él se diera cuenta. Aunque su rostro estaba marcado por la confusión y el miedo, su belleza parecía brillar más en ese momento vulnerable.

Theo, un Alfa de mirada profunda y expresión imperturbable, guardó silencio. Solo lo miró por unos segundos, antes de que, una por una, sus colas comenzaran a desvanecerse en el aire, como humo etéreo arrancado por la brisa. Noah no pudo apartar la vista; era como si algo esencial estuviera muriendo frente a él.

—¿Te vas a morir? — Dijo con voz temblorosa. —¡Hey! ¡Respóndeme! —exclamó Noah con urgencia, la voz levemente quebrada.

Pero Theo no dijo nada. Sus ojos dorados, que momentos antes reflejaban firmeza, ahora luchaban por mantenerse abiertos. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, como si cada respiración se volviera más pesada.

A pesar de ser un omega, o quizá precisamente por ello, Noah no soportaba ver sufrir a alguien tan intensamente. Su instinto le gritaba que hiciera algo, que se acercara. Así que sin pensarlo más, se arrodilló frente al alfa y agarró su mano, cálida pero debilitada. En cuanto lo hizo, el cambio fue inmediato.

Las colas que habían desaparecido comenzaron a reaparecer, una tras otra, agitándose con suavidad como si despertaran de un largo letargo. Noah parpadeó, sorprendido. Contó una, luego dos, hasta llegar a nueve.

Suspiró profundamente. Estaba aliviado.

Y entonces lo comprendió, o al menos, creyó hacerlo. Aquello que Theo había llamado una “gema sagrada” no era un simple objeto. Era algo mucho más íntimo. Un fragmento del alma del Alfa… y ahora vivía dentro de él. Theo había sacrificado una parte vital de sí mismo para salvarle la vida. Sin esa conexión, el alfa no podría sobrevivir.

Y por alguna razón que aún no entendía del todo, su cercanía era lo único que lo mantenía con vida. O bueno... Eso era lo que había interpretado.

—Despierta… ¿cómo puedo sacar la gema y devolvértela? —preguntó Noah, aferrándose a la mano de Theo con fuerza.

Theo se incorporó lentamente, con el cuerpo tembloroso. Aún debilitado, se sentó frente a él bajo el resplandor frío de la luna, que iluminaba el claro del bosque y acentuaba la tensión entre ambos.

Sus miradas se encontraron. Los ojos de Noah, grandes y llenos de preguntas, se clavaron en los de Theo, que ya no ocultaban su cansancio… ni su resignación.

—Hay dos formas —dijo Theo con voz rasposa—. Podemos besarnos y transferir la gema… o puedes quedarte conmigo durante cien días.

Noah lo pensó un segundo. Bajó la mirada, pero luego la levantó con decisión.

—¿Un beso?

— Sí, solo uno — Respondió el zorro.

—Entonces hazlo. Es más rápido, ¿no?

Theo asintió levemente, su tono ahora más suave.

—Lo siento por ponerte en esta situación, omega.

—No tienes que disculparte. Me salvaste. Gracias a ti… sigo vivo.

—Entonces… cierra los ojos.

Noah obedeció de inmediato. No dudó. No se preocupó por si ese sería su primer beso. Y con los ojos cerrados, no pudo ver la ligera sonrisa astuta que curvó los labios de Theo. Esa expresión que delataba algo que el alfa prefería no confesar aún.

Los Omegas eran tan confiados… tan fáciles de leer. Y tan fáciles de manipular. Pero bueno, así eran los humanos...

Theo se inclinó y lo besó. Sus labios tocaron los de Noah con un gesto suave al principio, pero pronto el beso se volvió más profundo, más íntimo. No era solo una transferencia, era una exploración. El Alfa se permitió saborearlo, sentirlo, grabar la textura de su boca.

En ese contacto, Theo sintió los recuerdos de Noah pasar por su mente. Fragmentos de su pasado… y la certeza: era su primer beso.

Pero no se detuvo. Al contrario, lo intensificó. Quería que ese omega lo recordara. Que no pudiera olvidar el calor de su boca, ni la forma en que sus feromonas lo envolvían y lo hacían temblar sin saber por qué.

Y aun así… no pasó nada.

Cuando el beso terminó, Noah jadeaba con el rostro encendido. Sentía el cuerpo caliente, el estómago revuelto, las piernas temblorosas. Su corazón latía tan fuerte que sentía que podría romperle el pecho.

—¿Y..y bien? —preguntó, tratando de recuperar el aliento—. ¿La gema ya volvió a ti?

Theo negó con la cabeza.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no nos amamos —respondió sin rodeos.

Noah bajó la mirada, sin saber cómo reaccionar. El silencio entre ambos fue denso, cargado de pensamientos que ninguno se atrevía a pronunciar.

—Debes quedarte conmigo durante cien días. Pero si no quieres… está bien. Al amanecer, puedes irte del bosque.

—¿Y tú qué harás?

Theo no respondió. Solo esbozó una sonrisa melancólica, resignada. Pero para Noah fue suficiente. Lo supo de inmediato: si lo dejaba, Theo moriría.

Negó con fuerza. Su conciencia no se lo permitía. Había recibido su protección, su sacrificio. No podía dejarlo solo.

—Ambos tenemos que vivir —dijo con firmeza, y por primera vez, su aroma se volvió más intenso. Un dulce caramelo con un toque cálido que activó los sentidos del Alfa.

Theo lo miró de nuevo, esta vez con algo que se parecía a la esperanza a los ojos de Noah.

—Si en esos cien días llegamos a enamorarnos… podríamos transferir la gema antes —añadió Theo con una sonrisa oculta.

—Está bien. Pero… ¿podremos salir del bosque?

—Sí. No importa dónde estemos, mientras estemos juntos.

—¿Puedo llevarte a la ciudad? ¿A mi mundo?

Theo asintió sin dudar.

—Pero sobre lo que soy… nadie debe saberlo. Que solo lo sepamos tú y yo.

—Lo prometo — Respondió el omega, decidido.

Un viento fuerte sopló de pronto, helado y cortante. Noah se abrazó a sí mismo por reflejo, tiritando. Su cuerpo era muy sensible al frío.

Entonces, varias colas de Theo se movieron con naturalidad y se envolvieron alrededor del cuerpo de Noah. Lo cubrieron como una manta viva, cálida, suave… y sorprendentemente reconfortante.

Noah se dejó abrazar. Su instinto reconocía la calidez de ese Alfa. No era peligro. No era una amenaza.

Era protección.

—Mi nombre es Theo —dijo el espíritu de zorro en voz baja.

—Un gusto, Theo, yo soy Noah.

Y así, con tan solo intercambiar sus nombres, sus destinos quedaron entrelazados.

Esa noche, durmieron juntos. Noah envuelto entre las colas del Alfa que le había salvado la vida, y Theo abrazando al Omega que podía cumplir su más grande deseo.

Noah se sintió cálido. Y sorprendentemente… a salvo.

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