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La Campesina Y El CEO

La Campesina Y El CEO

Status: Terminada
Genre:Equilibrio De Poder / Traiciones y engaños / Amor Campestre / Completas
Popularitas:736.8k
Nilai: 5
nombre de autor: Maria L C

Cuando el exitoso y temido CEO Martín Casasola es abandonado en el altar, decide alejarse del bullicio de la ciudad y refugiarse en la antigua hacienda que su abuela le dejó como herencia. Al llegar, se encuentra con una propiedad venida a menos, consumida por el abandono y la falta de cuidados. Sin embargo, no está completamente sola. Dalia Gutiérrez, una joven campesina de carácter firme y corazón leal, ha estado luchando por mantener viva la esencia del lugar, en honor a quien fue su madrina y figura materna.

El primer encuentro entre Martín y Dalia desata una tormenta: él exige autoridad y control; ella, que ha entregado su vida a la tierra, no está dispuesta a ceder fácilmente. Así comienza una guerra silenciosa, pero feroz, donde las diferencias de clase, orgullo y heridas del pasado se entrelazan en un juego de poder, pasión y redención.

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Capitulo 4

Martín se retiró del gallinero con el ceño ligeramente fruncido. La mezcla de olores, cacareos y plumas aún flotaban en su mente, como si acabara de salir de una escena ajena. Caminó por los senderos de tierra firme, observando con extrañeza el ir y venir de los jornaleros. Todos parecían saber exactamente qué hacer, cómo moverse, cuándo agacharse o cargar. Cada paso que daban tenía un propósito.

Él, en cambio, se sentía como una pieza fuera de lugar.

A pesar de ser un magnífico CEO, exitoso, meticuloso, frío cuando era necesario, y con un talento innato para los negocios, en el campo era como un niño perdido. No sabía absolutamente nada. Las botas nuevas que había comprado específicamente para la hacienda ya estaban cubiertas de polvo y tierra. La camisa, perfectamente planchada al salir de la ciudad, comenzaba a pegarse a su espalda por el calor húmedo del lugar.

Se acercó a Tomás, el capataz, un hombre curtido por el sol, de piel tostada y manos tan grandes como palas.

—Tomás —dijo Martín con la voz seria pero sin arrogancia—. Necesito que me muestres todos los papeles de la hacienda: cuentas, gastos, registros de producción… todo.

Tomás se limpió el sudor con el dorso del brazo y lo miró sin dejar de sujetar el sombrero de ala ancha.

—Eso lo lleva en orden la señorita Dalia, patrón —respondió con respeto—. Ella es quien se encarga de toda la parte administrativa. Tiene las carpetas, los balances y las facturas guardadas como si fueran oro.

Martín frunció el ceño sin disimulo. El nombre de Dalia siempre salía a relucir cuando preguntaba algo.

—Ya veo —murmuró, y se dio la vuelta.

No dijo nada más. Siguió caminando con pasos más rápidos, intentando disimular la incomodidad que sentía por no tener el control de algo. A cada paso, las dudas crecían dentro de él. ¿Qué tan bien se manejaba realmente esta hacienda? ¿Era tan rentable como decía su padre? ¿Qué más había delegando sin supervisión?

Cuando llegó a la casa, lo primero que sintió fue el vacío del estómago. No había probado bocado desde el amanecer, y el hambre comenzaba a rugirle como un animal salvaje. El silencio del lugar lo envolvía, solo interrumpido, por el canto lejano de un gallo rezagado.

Fue a la cocina, movido por el impulso más básico. Abrió la nevera con torpeza, sin saber bien qué buscaba. Encontró un pedazo de carne envuelto en papel marrón. Lo sacó, lo dejó sobre la encimera y pensó que no podía ser tan difícil freír un filete.

Encendió la estufa, puso un sartén y colocó la carne sobre el metal caliente, sin aceite, sin sal, sin especias. El aroma que comenzó a subir no era el más agradable.

Mientras esperaba, revolvió los cajones buscando verduras. Encontró unas zanahorias, un par de tomates y un pimiento. Comenzó a cortarlos torpemente, sin fijarse en los tamaños ni formas. Su cocina se convirtió rápidamente en un campo de batalla. El humo empezó a llenar la habitación, y un olor fuerte —casi a quemado— se hizo cada vez más evidente.

Entonces, la puerta se abrió de golpe.

—¡Pero Virgen Santa! —exclamó la señora Elena, la cocinera de la casa, una mujer de edad, robusta y siempre con el delantal impecable.

Entró apurada, olfateando el aire como si su instinto de madre hubiera detectado un desastre culinario desde el otro lado de la hacienda. Al ver a Martín frente al sartén, con la cara manchada de humo, el delantal mal puesto y una expresión de falsa tranquilidad, se quedó sin palabras durante un segundo. Luego soltó un grito ahogado.

—¡Patrón, qué está haciendo! ¡Eso está todo quemado!

—Solo intentaba… cocinar algo —dijo Martín, dando un paso atrás y tosiendo un poco—. No pensé que fuera tan complicado.

—¡Deje eso de inmediato! —ordenó Elena, corriendo a apagar la estufa—. Se va a intoxicar. Vaya a sentarse, que yo le preparo algo como Dios manda.

Martín la obedeció casi sin pensarlo, con una mezcla de alivio y derrota.

Justo en ese momento, la puerta principal se abrió y Dalia entró, con el cabello recogido en una trenza apretada, botas de cuero y una carpeta bajo el brazo. Se detuvo al ver la escena en la cocina: humo, el sartén humeante, la carne negra como carbón, la señora Elena moviéndose como un vendaval, y Martín, el señor perfecto de traje y corbata, con manchas en la cara y los ojos algo llorosos por el humo.

La risa le salió del alma.

—¿Qué…? ¿Qué pasó aquí? —preguntó entre carcajadas.

Martín la miró con resignación.

—Intenté cocinar. Fue un error de cálculo.

Dalia dejó la carpeta sobre la mesa y se llevó una mano al estómago de tanto reír. Elena, aunque aún ofendida por el intento, no pudo evitar sonreír también.

—Ay, patrón —dijo la cocinera—. Usted quédese en sus juntas y sus cuentas. Deje el fogón para quienes sabemos.

—Y menos mal que vine justo a tiempo —agregó Dalia, acercándose con una sonrisa socarrona—. No quiero imaginar si esto pasa en la noche y no hay nadie para apagar el incendio.

Martín entrecerró los ojos, aunque en el fondo también se reía de sí mismo.

—Gracias por tu confianza —dijo con sarcasmo.

—No es confianza, es estadística. Esta cocina no está hecha para CEOs de ciudad.

Martín suspiró y se sentó, aceptando la derrota con una media sonrisa. Pero, dentro de todo, había algo reconfortante en la calidez del lugar, en el olor a comida casera que comenzaba a llenar la cocina de nuevo, y en la risa sincera de Dalia.

Y sin saber por qué, por primera vez desde que llegó a la hacienda… se sintió un poco en casa.

Dalia ayudaba a la señora Elena a limpiar el desastre ocasionado por el intento fallido de Martín. Con delicadeza, recogía los pedazos de cristal del suelo mientras le pasaba un trapo húmedo a la mesa. La señora Elena, aún alterada, murmuraba cosas entre dientes, mientras Dalia mantenía la calma.

Martín, desde el marco de la puerta, la observaba en silencio. No era la primera vez que la miraba así, de reojo, como si no pudiera evitarlo. Había algo en ella que lo desquiciaba, una mezcla entre su seguridad y su lengua afilada. Dalia, por supuesto, lo notó.

Se irguió lentamente, se sacudió las manos y volteó hacia él con una ceja alzada.

—¿Ya terminaste de ver la función, o vas a querer palomitas también? —le dijo, con una media sonrisa burlona—. Dime, ¿qué fue lo que más te gustó de la mona?

Martín entrecerró los ojos, incómodo, pero sin apartar la mirada.

—¿La mona? —repitió, con tono seco.

—Sí, de la función —le respondió, girándose de nuevo hacia el trapo—. Esa en la que te haces el mártir frente a tu mamá para no asumir tus cagadas.

Elena frunció el ceño, pero no dijo nada. Martín apretó la mandíbula, pero por dentro, algo se le removía. Y no era precisamente rabia.

Martín frunció el ceño, cruzándose de brazos como si su incomodidad pudiera esconderse detrás de una postura altiva.

—No sabía que además de criada eras actriz —respondió, con tono seco, aunque la mirada le bailaba nerviosa.

Dalia soltó una carcajada corta, de esas que pinchan el ego.

—Y yo no sabía que además de inútil eras crítico de teatro —replicó mientras le daba la espalda para seguir limpiando—. Aunque claro... para criticar hay que tener buen gusto. Y tú, Martín, no pareces tener mucho de eso.

La señora Elena los miró de reojo, incómoda, pero no dijo nada. Había aprendido que entre esos dos era mejor no meterse.

Martín apretó los dientes, pero no respondió. En el fondo sabía que Dalia tenía razón. Había algo en ella que lo sacaba de su centro, algo que no sabía si le molestaba o le gustaba demasiado.

—Ten cuidado con lo que dices —murmuró, más para sí que para ella.

Dalia se volvió a mirarlo, esta vez con una mirada filosa.

—Ten tú cuidado con lo que haces. Porque las palabras duelen, sí, pero los actos... los actos se cobran.

Y volvió a agacharse, como si la conversación nunca hubiera ocurrido, como si Martín no fuera más que una sombra molesta en el lugar.

Él se quedó ahí, mirándola en silencio, con un nudo en la garganta y un pensamiento que no quería admitir: Maldita sea... ¿Por qué no puedo dejar de mirarla?

1
Blanca Montero Angulo
Es una re maldita piruja.
Maricela Borges
grandiosa historia de amor y perdón muchas felicidades escritora
María Pérez Enoa
Gracias por tan linda novela, la felicito, bendiciones
Blanca Varg
Mir
Hermosa historia me encanto
Mir
Hermosa historia
Paloma
muy lindo pero él no le ha demostrado amor
solo palabras 🤔
Maria Hernandez Ortega
woooooooooow
Que belleza de capitulo.
cuando se vence el orgullo y se mira de frente.....
Paloma
ya estoy en sintonía muy buen comienzo/Smile/
Elisa Betancourt
Está historia está escrita con demasiado Amor y determinación. Me encanta 😍 felicidades autora
Elisa Betancourt
🥺🥺😍😍😍
Dilia Contreras
Autora la felicito esta novela me ha encantado, todo muy bien narrado y lo mejor de todo es que los protagonistas no se han dejado manipular por la pareja, me refiero a Martin y ella ni un pelo de tonta. Porque nadie se ha atrevido dañar su imagen.
MARYTANCHY: Gracias 😊
total 1 replies
Dilia Contreras
Que capitulo más hermoso, me hiso llorar y más Tomas.
Maya
De seguro que tanto esta sufriendo por esos desgraciados que al final los perdonará como si pasó nada
Mirta Orellana
me hubiera gustado que la familia de Emilio participará de esa unión.
Zuleima Karin Roa Ibarra
Me encanta esta historia tan bello casa capítulo me enamora más y me lleva a volar la imaginación
Zuleima Karin Roa Ibarra
Que linda historia me encanta tu manera de describir la naturaleza me recuerda de donde soy
Dios te bendiga
Carmen Balbuena
Y que se supone que va a decirle?, si ella fue quien lo dejo plantado en el altar, y como si fuera poco la encontró en su casa, en su cama con otro, y todavía pretende que la perdone?, cara dura , sinvergüenza.
Paola VG
Ahí está, a Martín no le importaba la hacienda, a Dalia si. Si no fuera por la traición de esos malditos el ni se acordaría de este lugar .. además que lo cortés no quita lo valiente Martin.
Paola VG
Vaya con el cinismo... lo que es tu culpa es mentir, traicionar, que despreciable!
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