Camilo Quintero es un hombre arrogante, que no tiene reparos en hacer sentir mal a los demás. No cree en el amor y se niega rotundamente a casarse. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando su abuelo lo destituye del cargo de CEO, le quita todas las tarjetas de crédito, su dinero y le da un año para que consiga un trabajo digno y cambie su forma de ser.
En medio de su nueva realidad, Camilo conoce a Lucía Fernández, una joven humilde, sencilla y amorosa, todo lo contrario a él. Por circunstancias del destino, terminan conviviendo juntos y, poco a poco, se enamoran. Sin embargo, la familia de Lucía no lo acepta, convencida de que su hija merece a alguien mejor y no a un “bueno para nada” como Camilo.
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CAPITULO 20
La oficina de Víctor estaba silenciosa, apenas interrumpida por el zumbido del aire acondicionado. La tarde se arrastraba lentamente mientras él revisaba unos papeles sobre una posible inversión, hasta que un golpeteo en la puerta lo sacó de su concentración.
—Adelante —dijo sin levantar la vista.
El investigador privado que había contratado apareció con paso firme, sosteniendo una carpeta negra bajo el brazo. Sus ojos evitaban el contacto directo, pero su postura era firme, como si supiera que traía justo lo que Víctor esperaba.
—Buenas tardes, jefe. Aquí está toda la información sobre su hermano Camilo —dijo el hombre, dejando con cuidado la carpeta sobre el escritorio de madera.
Víctor alzó la mirada con interés, se recostó en su silla de cuero y tomó la carpeta entre sus manos. Sus dedos pasaron con rapidez las primeras páginas, y a medida que leía, una mezcla de asombro y burla comenzó a formarse en su rostro.
—Así que el abuelo realmente lo destituyó como el CEO de la empresa familiar —murmuró, dejando escapar una carcajada seca—. No sólo lo sacó de la empresa familiar, sino que lo mandó a vivir a una pensión de cuarta. Qué irónico, el gran Camilo ahora convive con pobres.
Seguía leyendo, su ceño fruncido se relajó hasta que algo le detuvo los ojos en una foto. Camilo, sonriente, junto a una mujer de apariencia dulce, vestida con uniforme de una cafetería. Víctor apretó los dientes.
—Se casó —dijo en voz baja—. Ese malnacido se casó con una mujer hermosa... mientras yo sigo atrapado en un matrimonio sin sentido.
Su mirada se desvió hacia la foto de Zulay, su esposa. La había elegido por conveniencia, por un contrato . Pero la verdad era que nunca había conseguido acercarse a ella. La frialdad entre ambos se había hecho costumbre, y el temor al rechazo lo mantenía alejado de cualquier intento real de intimidad.
—Ya veo… Así que mi hermanito ahora lava autos en una gasolinera y su mujercita trabaja en la cafetería de enfrente…
—Así es, jefe —contestó el investigador, sin levantar la vista—. ¿En algo más lo puedo ayudar o ya me puedo retirar?—Pregunto el hombre con una sonrisa cálida.
Víctor no respondió de inmediato. Sus dedos comenzaron a tamborilear sobre el escritorio. Sus ojos seguían clavados en la fotografía de Camilo, sonriente, con Lucía abrazada como si fueran una pareja llena de amor y felicidad.
—Si te necesito, yo te vuelvo a llamar —dijo finalmente, con voz baja, sentándose de nuevo con elegancia y cruzando las piernas.
El investigador asintió y salió sin hacer ruido, dejando la puerta cerrada tras de sí.
Víctor se quedó en silencio unos minutos, pensando que iba a hacer ahora . El silencio se volvió espeso, casi palpable. Su mirada seguía fija en la carpeta abierta frente a él. De repente, una idea comenzó a tomar forma. Se enderezó, sus ojos brillaron con una chispa de malicia.
—Ahora que hago… —murmuró para sí mismo, moviendo los dedos sobre el escritorio—. ¡Bingo!
Una sonrisa lenta y calculadora se dibujó en su rostro. Abrió uno de los cajones, sacó su celular personal y buscó un nombre en su lista de contactos. Cuando lo encontró, presionó el botón de llamada. Al tercer tono, una voz femenina contestó.
—¿Víctor? ¿Todo bien?
—Vanesa, necesito que prestes atención. Te tengo una misión importante.
—Dime qué tengo que hacer —respondió ella, siempre dispuesta a colaborar, sobre todo si eso significaba causar caos.
—Quiero que busques a la esposa de Camilo. Se llama Lucía Fernández. Vive en una pensión y trabaja en el barrio San Rafael, frente a una gasolinera donde trabaja mi querido hermano.
—¿Y qué se supone que haga con ella?
—Tienes que llevarte a Ricardo —dijo Víctor, levantándose de la silla y caminando hacia la ventana—. Quiero que lo hagas pasar por el hijo que Camilo nunca quiso reconocer. Tienes que sembrar la duda, el veneno. Hazle creer a Lucía que Camilo es un mentiroso, que ocultó su fortuna, que tiene un hijo fuera del matrimonio… que no es el hombre que ella cree que es.
—Interesante… ¿Quieres destruir su matrimonio?
—Exactamente. Quiero verla romperse por culpa de mi hermano. Que sepa que el hombre con el que se casó no fue sincero. Que sienta que la engañaron, que se casó con ella por conseguir la herencia de mi padre. Confío en ti, Vanessa, usa tu astucia. Habla con lágrimas en los ojos si hace falta. Juega bien tu papel.
—¿Y Camilo? ¿Qué vas a hacer con él?
—Ya tengo eso cubierto. Voy a enviar varios autos sucios a la gasolinera donde trabaja. Quiero tenerlo ocupado. Quiero que esté tan exhausto y confundido, que ni siquiera sospeche lo que pasa al otro lado de la calle.
—Perfecto —respondió Vanesa con un suspiro divertido—. Me encanta cuando te pones así de maquiavélico mi amor.
—Hazlo bien, Vanessa. Esta jugada es crucial para quedarme con todo lo que era de mi padre.
—Confía en mí, lo haré muy bien cariño, salgo ya mismo a buscarla.
Víctor colgó la llamada con fuerza, dejando caer el teléfono sobre la mesa como si fuera un objeto contaminado. Su pecho subía y bajaba con violencia, la rabia contenida le hervía en la sangre.
—¿Me dices cariño... —murmuró con un tono amargo, mientras sus ojos se perdían en la oscuridad del ventanal—, y estás con otro hombre? Pensando cómo matarme si llego a obtener la mayoría de la herencia...
Se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, mientras una sonrisa torcida se dibujaba en sus labios. Una sonrisa que no tenía nada de alegría, sino de desafío.
—Pero no lo vas a lograr... —continuó en voz baja, como si hablara consigo mismo o con el reflejo que le devolvía la ventana—. Te voy a quitar del camino. Me quedaré con mi hijo... y conquistaré a mi esposa. Porque la amo, y es la mujer perfecta para mí.
Se dejó caer sobre el sillón, apretando los puños, recordando cada mentira, cada susurro traicionero de Vanesa. Las imágenes de su hijo riendo, abrazándolo con esa inocencia pura, le daban fuerzas. No pensaba permitir que lo alejaran de él. No pensaba permitir que ella, la que alguna vez le juró amor eterno , siguiera jugando con su destino , con su amor y con su felicidad.
En ese momento, el teléfono vibró otra vez sobre la mesa. El nombre en la pantalla lo hizo fruncir el ceño y soltar un suspiro lleno de frustración. Apretó la mandíbula antes de contestar.
—Mamá...
—Víctor, hijo... —la voz de su madre sonaba temblorosa, casi preocupada—. ¿Estás bien? Te escuchas alterado.
Él cerró los ojos un momento, intentando calmarse, pero las palabras de su madre solo removían más su interior.
—Estoy harto, mamá —dijo con la voz baja, pero cargada de ira contenida—. Estoy cansado de que todos jueguen conmigo como si fuera un peón. Ella... ella me dice que me ama, que soy todo para ella, y a la vez planea cómo hacerme desaparecer si obtengo lo que me corresponde.
—¿De quién hablas? —preguntó la mujer, más alerta—. ¿Ella? ¿Estás hablando de...?
—Sí —la interrumpió con firmeza—. Y no solo eso... Está con otro. Me llama cariño mientras se acuesta con él, mientras conspira en mi contra.
—Dios mío, Víctor... tienes que salir de ahí, alejarte, pensar con claridad...
—No. No me voy a ir a ningún lado —respondió con voz helada—. Esto no es solo para mí. Es por mi hijo, él merece crecer a mi lado. Y ella... ella no sabe lo que perdió. No sabe el hombre que tenía al lado. Pero lo sabrá. Voy a recuperar lo que es mío.
Hubo unos segundos de silencio al otro lado de la línea.
—Hijo... no te dejes consumir por la venganza. Haz lo correcto, por ti, por tu hijo...
—Lo correcto, mamá —repitió con un suspiro—. Lo correcto es proteger a mi familia. Y eso lo voy a hacer, cueste lo que me cueste madre.
Cortó la llamada sin esperar respuesta del otro lado de la línea. Ya no quería consejos de nadie. Ya no necesitaba consuelo tampoco. Solo acción. Y esta vez, no dudaría en proteger a toda su familia empezando por su hijo ...
Continuara...
Gracias Mar por la maratón 😘😘😘