nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 6 el precio de los nombres
El aire cambió cuando dejaron atrás el Abismo de Nyxar. Nix fue la primera en notar la diferencia: un silencio inquietante reemplazó los susurros de las almas perdidas, y el frío opresivo fue sustituido por un calor sofocante. El paisaje era árido y rojizo, salpicado por columnas de roca negra que parecían retorcerse hacia el cielo como garras.
–¿Dónde estamos? –preguntó Ivar, secándose el sudor de la frente.
Drystan, que lideraba el grupo, no se detuvo ni giró la cabeza.
–Las Llanuras de Cinis –respondió–. La frontera entre el mundo mortal y los dominios de los dioses caídos.
Nix, que caminaba a su lado, miró el horizonte con atención. Más allá del terreno hostil, podía ver las siluetas de unas ruinas antiguas. Un escalofrío recorrió su columna.
–¿Por qué cruzamos por aquí? –demandó ella.
Drystan lanzó una mirada rápida hacia Nix, una sombra de diversión en sus ojos grises.
–Porque es el único camino. No eres la única que quiere evitar que la encuentren.
Nix frunció el ceño, pero no insistió. Era cierto que, tras la traición de Elara y Kael, ella misma se había convertido en una fugitiva. Sin embargo, algo en la forma en que Drystan hablaba la inquietaba. Como si él también estuviera huyendo de algo… o de alguien.
–Tengan cuidado –añadió Drystan de repente, clavando su mirada en el suelo rojizo–. Aquí, hasta tus pensamientos pueden ser traicionados.
–¿Qué significa eso? –preguntó Ivar, nervioso.
–Que el suelo de Cinis está vivo. Escucha los nombres y anhelos de quienes lo pisan… y los usa en su contra.
Nix sintió cómo el peso de sus palabras caía sobre ella. No confiaba en la magia, ni en lo que no podía golpear con su espada, pero había aprendido en sus años de guerrera que las historias antiguas no siempre eran cuentos vacíos.
Caminaban con cautela. Cada paso hacía crujir la tierra seca bajo sus botas. Un silencio extraño se apoderó del grupo, y pronto, la única compañía fueron sus respiraciones y el sonido del viento, que parecía susurrar palabras sin sentido.
Nix intentó no escuchar, pero las voces comenzaron a tomar forma.
“Nix…”
Se detuvo de golpe. La voz era suave y familiar. Una voz que no debería estar ahí.
–¿Majestad? –preguntó Ivar, al ver que ella se había quedado quieta.
Nix no respondió. La voz seguía llamándola. La reconoció al instante: era la de su madre, una mujer que había muerto hacía años, cuando Nix apenas era una niña.
–“Nix, ven conmigo… Necesitas descansar.”**
–No –murmuró entre dientes, apretando la empuñadura de su espada.
Drystan se giró hacia ella, y sus ojos se clavaron en los suyos con una intensidad que casi la traspasó.
–No escuches –dijo con voz firme–. Es una trampa.
–Yo lo sé –respondió Nix con aspereza, aunque la voz seguía susurrando en el fondo de su mente.
“Estás cansada, hija. Deja que todo termine…”
–¡Basta! –gritó Nix, golpeando el suelo con la espada. El eco de su furia resonó en el paisaje vacío.
El silencio volvió a caer como una losa. Drystan se acercó a ella, observándola con algo parecido a la preocupación.
–No le des un nombre al dolor –murmuró él–. Aquí, las llanuras pueden oler tus debilidades, y se alimentan de ellas.
Nix alzó la mirada y encontró sus ojos.
–¿Cómo lo sabes?
Por primera vez desde que lo conoció, Drystan apartó la vista.
–Porque ya he estado aquí antes.
Cuando finalmente alcanzaron las ruinas, el sol abrasador comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Las piedras antiguas estaban cubiertas de marcas y símbolos que Nix no podía reconocer. Sin embargo, sentía que las runas la observaban.
–Este lugar no me gusta –murmuró Ivar, rompiendo el silencio.
–No debería gustarte –respondió Drystan, agachándose frente a una inscripción grabada en una losa de piedra–. Es el templo de los Primordiales, dioses tan antiguos que fueron olvidados por sus propios descendientes.
Nix frunció el ceño.
–¿Por qué estamos aquí?
Drystan se puso de pie y la miró con una seriedad que pocas veces había mostrado.
–Porque si quieres enfrentarte a tu madrastra y a Kael, necesitas poder. Y el poder de los Primordiales aún duerme en este lugar.
Un silencio tenso se instaló entre ellos. Nix sintió una mezcla de intriga y desconfianza.
–¿Poder? –repitió, cruzándose de brazos–. ¿Qué clase de poder?
Drystan avanzó unos pasos hacia ella, y su sombra se alargó bajo la luz moribunda.
–El tipo de poder que tiene un precio –respondió con voz grave–. Uno que debes estar dispuesta a pagar.
–No le tengo miedo al sacrificio –respondió Nix, con la barbilla en alto.
Drystan la miró durante un largo momento. Había algo en su expresión, algo que Nix no supo descifrar.
–Entonces sígueme –dijo finalmente, y se dio la vuelta hacia el corazón de las ruinas.
Nix lo siguió, con Ivar a pocos pasos detrás. Cruzaron un arco de piedra, y el aire pareció cambiar de nuevo. Era más denso, cargado de una energía que le erizaba la piel. El suelo bajo sus pies estaba cubierto de cenizas, como si una antigua batalla se hubiera librado allí hacía milenios.
En el centro de la sala, una estructura imponente se alzaba: un altar de obsidiana, rodeado por antorchas que no parecían necesitar fuego para arder. Sobre el altar descansaba un objeto envuelto en telas negras.
–¿Qué es eso? –preguntó Nix, acercándose lentamente.
–Un regalo –respondió Drystan, observando el altar desde una distancia prudente–. Pero no será gratis.
Antes de que Nix pudiera preguntar qué significaba, una figura comenzó a materializarse frente al altar. Era alta y etérea, con una piel gris y ojos sin pupilas que brillaban con una luz blanca. Sus labios se movieron, pero su voz resonó directamente en sus mentes.
–Quien busque el poder de los Primordiales debe ofrecer algo a cambio. Nombra tu sacrificio, guerrera.
Nix sintió cómo el peso de aquellas palabras caía sobre sus hombros. Un sacrificio. Miró a Drystan, quien no dijo nada. Sabía que esa decisión era solo suya.
“¿Qué estás dispuesta a perder, Nix?”
Por un instante, dudó. Pero entonces recordó la traición, recordó el rostro de Elara y de Kael mientras caía al suelo, y la furia encendió su corazón.
–Lo que sea necesario –respondió con firmeza, acercándose al altar.
La figura sonrió, y el aire en la sala comenzó a temblar.
“Entonces, el pacto ha comenzado.”
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias