Bajo La Luz Del Amanecer

El viernes llegó con un cielo nublado que parecía reflejar los ánimos de Ariadna. Había pasado la noche pensando en Eryx, en su actitud esquiva y en esas pequeñas grietas en su muro de frialdad que había logrado entrever. No entendía por qué le importaba tanto, pero era innegable: cada vez que pensaba en él, una maraña de emociones se agitaba en su pecho.

En la escuela, el día transcurrió como de costumbre hasta la hora del almuerzo. Daphne apareció a su lado con una sonrisa traviesa y una bandeja de comida.

—¿Qué tal? ¿Ya has descifrado al enigma humano que es Eryx?

Ariadna resopló, fingiendo indiferencia. —No hay nada que descifrar. Solo es un chico complicado.

—Complicado, misterioso, y, admitámoslo, guapísimo. —Daphne rió mientras tomaba un sorbo de su jugo—. Pero hablando en serio, ¿no te parece raro que alguien como él, que claramente no busca hacer amigos, pase tanto tiempo contigo?

—No lo sé. Tal vez solo quiere asegurarse de que hagamos bien el proyecto.

—O tal vez... quiere asegurarse de que pases más tiempo con él —respondió Daphne, alargando las palabras con un tono juguetón.

Ariadna sacudió la cabeza, intentando ignorar el calor que subió a sus mejillas.

Por la tarde, Eryx la estaba esperando en la biblioteca, como siempre. Pero esta vez, algo era diferente. Parecía más relajado, menos tenso. Cuando Ariadna llegó, él levantó la mirada de su libro y le dedicó una pequeña sonrisa, algo tan inusual que la tomó por sorpresa.

—Llegas tarde —dijo, pero su tono era más cálido de lo habitual.

—Solo cinco minutos. ¿No tienes paciencia? —respondió ella, dejándose caer en la silla frente a él.

Él no contestó, pero el brillo en sus ojos indicaba que estaba de buen humor.

Comenzaron a trabajar en el proyecto, pero la conversación pronto derivó hacia temas personales. Ariadna, sintiendo que la barrera entre ellos era más débil que nunca, decidió arriesgarse.

—¿Por qué te mudaste aquí? —preguntó, con cuidado de no sonar invasiva.

Eryx dejó su pluma sobre la mesa y se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos. Por un momento, Ariadna pensó que no iba a responder.

—Necesitaba un cambio.

—¿Un cambio? —repitió ella, esperando que continuara.

Él suspiró, como si estuviera decidiendo cuánto decir. —Las cosas no siempre son fáciles. A veces, necesitas alejarte de todo para poder respirar.

Ariadna asintió, respetando su respuesta. Pero algo en su voz, en la forma en que sus ojos evitaban los de ella, le dijo que había más detrás de esas palabras.

—Bueno, al menos aquí tienes algo de tranquilidad.

Eryx la miró, con una mezcla de sorpresa y agradecimiento en su expresión. —Supongo que sí.

Cuando terminaron, Eryx volvió a insistir en acompañarla a casa. Ariadna ya no intentó protestar; de alguna manera, su presencia la hacía sentir más segura.

El camino fue tranquilo, con conversaciones ligeras sobre cosas triviales. Pero al llegar a su casa, algo inesperado ocurrió.

—Ariadna. —La voz de Eryx la detuvo antes de entrar.

—¿Sí?

Él pareció dudar, como si estuviera luchando consigo mismo. Finalmente, dijo: —Gracias. Por no presionar.

Ariadna frunció el ceño, confundida. —¿Por qué debería presionarte?

—Porque la mayoría de las personas lo hacen. Siempre quieren saber más, entender más, como si tuvieran derecho.

Ella lo miró fijamente, tratando de descifrar la expresión en su rostro. Había algo en su tono, en la forma en que evitaba su mirada, que le rompió el corazón un poco.

—No creo que entender a alguien sea un derecho. Es un regalo. Y si algún día decides regalarme esa parte de ti, lo aceptaré. Pero si no, está bien también.

Eryx pareció sorprendido por sus palabras. Por un momento, su rostro se suavizó, y algo en sus ojos oscuros cambió.

—Eres... diferente.

Ariadna sonrió. —Eso ya lo dijiste.

Él rió, algo tan inesperado que la hizo reír también.

—Nos vemos mañana —dijo finalmente, antes de girarse y caminar de regreso por el camino que habían recorrido juntos.

Esa noche, Ariadna no podía dejar de pensar en él. Había algo en Eryx que despertaba su curiosidad, pero también algo que la hacía querer protegerlo, aunque no entendiera exactamente de qué.

Mientras escribía en su diario, dejó que sus pensamientos fluyeran:

"Hoy, por primera vez, creo que vi una parte de Eryx que él no muestra a nadie. Es como si estuviera atrapado detrás de un muro, pero no porque quiera estar ahí, sino porque no sabe cómo salir. Me pregunto si alguna vez me dejará entrar por completo. Y, más importante, ¿qué haría yo si lo hace?"

Al otro lado de la ciudad, Eryx estaba sentado en la oscuridad de su habitación, con las luces apagadas y la ventana entreabierta. Las palabras de Ariadna seguían resonando en su mente. Nunca antes había conocido a alguien como ella, alguien que no tratara de escarbar en su vida como si fuera un acertijo que necesitaba ser resuelto.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la esperanza. Pero también miedo. Porque, si dejaba entrar a Ariadna, sabía que no habría marcha atrás.

Mientras miraba las luces de la ciudad parpadear en la distancia, se prometió a sí mismo una cosa: si iba a bajar sus muros, lo haría poco a poco, asegurándose de que ella no se quemara con las llamas que llevaba dentro.

Pero algo le decía que, con Ariadna, eso sería más fácil decirlo que hacerlo.