A los dieciocho años, me vi obligada a casarme con Aureliano Estrada, un hombre poderoso, atractivo e inteligente, pero también un despota que se había encaprichado conmigo. Lo odiaba profundamente, ya que su ambición me había obligado a renunciar al amor de mi vida, Marcos Villasmil, el chico más guapo y dulce que jamás había conocido. Nuestro amor era real y puro, pero mis padres no lo aceptaban; al menos eso me hacían creer. Cada día en la vida con Aureliano se sentía como una prisión dorada. Aunque tenía todo lo que muchos desearían: una mansión, fiestas lujosas y la admiración de la sociedad, mi corazón seguía anhelando la libertad que había perdido junto a Marcos. La sombra de su recuerdo me seguía, recordándome lo que realmente importaba: el amor verdadero y la felicidad genuina. Mientras navegaba por esta nueva vida impuesta, comenzaba a cuestionar mis decisiones y a buscar maneras de recuperar el control sobre mi destino. Sabía que no podía seguir viviendo así, atrapada entre las expectativas de mis padres y el dominio de Aureliano
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Capítulo VI Defenderse
“¿Por qué nunca sonríes?”, pregunte rompiendo el incómodo silencio de la habitación.
“No tengo razones para sonreír”, respondió Veronica distante.
“Te dije que quiero que seas cariñosa conmigo y esa seriedad muestra que no estás contenta con esta relación”, dije mirándola fijamente.
“Esta es mi personalidad y si no le gusta puede irse sin problema alguno”, contesto con determinación en sus palabras.
“Eso no pasará querida, no sabes lo ansioso que estoy por hacerte mi esposa”, susurre sabiendo que era lo que menos quería escuchar.
“¿Por qué yo?, si tantas ansias tiene de casarse porque no busca a otra mujer”, sus palabras estaban llenas de odio con una mezcla de dolor.
“¿Donde encontraría a una mujer tan hermosa como tu?”, respondí con sinceridad.
Ella se quedó callada, sus mejillas se sonrojaron cual dulce fresa, se veía encantadora. Estaba seguro que esa frialdad solo era un escudo para protegerse de mi.
“Existen muchas otras y que estoy segura estarían encantadas de casarse con usted, pero por favor déjeme a mi en paz”, sus palabras sonaron casi como un ruego, pero ya había dado mi palabra y no podía retractarme.
“Pero yo no quiero a otras, a mi solo me interesas tu”, le respondí solo por molestarla.
Nuestras órdenes llegaron y ya no pudimos seguir nuestra pequeña discusión, ella se veía bastante irritada, auqnue hasta así se veía hermosa.
La vi solo jugar con su plato, al parecer no tenía apetito. “¿Por qué no comes?”, pregunte curioso.
“No me apetece nada, solo quiero regresar a mi casa”, respondió derrotada.
“Dame la oportunidad de que me conozcas, a lo mejor podemos llegar a ser amigos aunque entre nosotros no haya amor”, quería que se resignara a este matrimonio, ya que si no era conmigo la casarían con cualquier otro y podía ser peor.
“No, gracias. No necesito conocerlo para saber qué clase de persona es”, respondió molesta.
“Sabes que no tienes otra opción que casarte conmigo te guste o no serás mi esposa y más te vale comportarte porque no permitiré que me dejes en ridículo delante de nadie y si sigues con esa actitud tendré que castigarte”, la mención de la palabra castigo hizo que Veronica se pusiera rígida en su puesto, era una reacción inusual en cualquier persona.
“Esta bien, como usted diga, pero por favor no le diga nada a mis padres sobre esta discusión, no vale la pena preocuparlos”, sin decir nada más empezó a comer de su plato, se veía que lo estaba haciendo forzada, así que decidí intervenir antes de que le diera una indigestión.
“Si no te gusta la comida no comas, te propongo que vayamos a otro lugar, uno donde te sientas a gusto ¿te parece?”, dije tratando de suavizar la situación.
“Si, me gustaría ir a un lugar más sencillo y no es que no me guste el restaurante, es solo que no son los lugares que acostumbro a visitar”, contesto más serena y con humildad.
“Esta bien. Iremos a donde tú quieras, pero después me acompañas a otro sitio”, le dije mirándola a los ojos.
“¿A donde iremos?”, pregunto curiosa.
“Con unos amigos, me invitaron a una disco y no quiero ir solo”, expliqué con tranquilidad.
“No acostumbro a ir a esos lugares, prefiero los sitios tranquilos y sin tantos ruidos”, expresó sus deseos.
“Acompáñame hoy y después haremos lo que tú quieras”, le propuse, no quería seguir sonando autoritario.
“Ok, pero después no se queje, mire que no soy muy buena relacionándome con las personas”
Pague la cuenta y salimos de aquel restaurante, en el parqueadero nos encontramos con Amanda quien al verme borro la sonrisa que estaba mostrando hace unos segundos.
“Veo que ya tienes reemplazo”, comentó viendo a Veronica.
“Al menos yo espere a terminar nuestra relación”, dije con desdén.
“Nunca pensé que te gustaran las niñas, creo que ahora te gusta cambiar pañales”, dijo tratando de hacer sentir mal a mi acompañante.
“Al menos no soy una zxxxx vieja y estúpida”, respondió Veronica a la defensiva.
“¿Quien te crees mocosa?, ¿a caso no sabes quien soy yo?”, pregunto Amanda furiosa.
“En realidad no se quien eres, resulta que las personas que están por debajo de mi nivel social las evito”, las palabras de Veronica me sorprendieron, pero lo que más que sorprendió fue lo que dijo después. “Cariño podemos irnos, este ambiente está muy incómodo y me tiene con malestar”.
Precisó en ese momento llegó mi auto, Veronica se quedó de pie esperando a que le abriera la puerta, pero su actitud me tenía en schok y no reaccioné a tiempo. “¿Abro yo misma la puerta?”, su pregunta me saco de mi trance, así que abrí la puerta para que ella subiera al auto. Dejamos a Amanda ahí parada y humillada, la niña resultó no ser tan sumisa como parecía.
“¿Qué fue todo eso?”, pregunte aún en schok.
“Solo me defendí, no voy a permitir que ninguna mujercita venga a querer humillarme”, respondió inexpresiva.
“No me refiero a eso, me refiero a que me llamaste cariño”, dije consternado.
“Bueno me pidió que fuera amable con usted, eso fue todo lo que hice”, respondió alzándose de hombros.
No pude evitar sonreír por su actitud, se veía adorable haciendo esos gestos, puse el auto en marcha y la lleve a un pequeño restaurante muy acogedor en el centro de la ciudad, después de compartir nuestra cena nos dirigimos hasta la discoteca, al llegar note la incomodidad de Veronica, era obvio que no estaba acostumbrada a este tipo de lugares. La tome de la mano y caminamos hasta donde se encontraban mis amigos.
“Pensamos que ya no vendrías”, comentó Fernando acercándose a mi.
“Necesitaba salir un rato y despejar mi mente”, conteste animado.
“Aureliano, dichoso los ojos que te ven”, intervino Mariana, una de las mejores amigas de Amanda.
“Tengo mucho trabajo para estar perdiendo mi tiempo”, respondí distante, ya sabía por donde venía esta mujer.
“Veo que trajiste compañía”, dijo Fernando mirando a Veronica.
“Así es, les presento a Veronica Méndez. Mi futura esposa”, dije tomando a Veronica de la mano.
“¿Estás bromeando?, ¿verdad?”, preguntó Fernando incrédulo.
“No, estoy hablando muy en serio, Veronica es mi prometida y en dos semanas nos vamos a casar”, dije con determinación.
Mis amigos hicieron silencio, mirando a Veronica, se que estaban pensando que me volví loco, pero de igual manera se iba a enterar y era mejor que lo hicieran por mi.