En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 6
Terminé de salir del VIP, y me apresuré hacia el baño para refrescarme antes de salir. Las luces tenues del bar me habían mareado un poco, y necesitaba tomar un momento para recuperar la calma. Empujé la puerta del baño de mujeres, pero me detuve en seco al ver algo que no esperaba.
Frente a mí, el hombre del VIP —ese que siempre estaba observándome— estaba allí parado junto con otros dos hombres corpulentos a sus espaldas. Sentí cómo mi pulso se aceleraba de inmediato. No tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, pero sabía que esto no podía ser nada bueno.
—Este es el baño de mujeres —dije, tratando de sonar con autoridad, aunque no podía negar que había un temblor en mi voz. No mostraron ninguna reacción. El hombre del VIP solo me observaba, con esa mirada intensa y calculadora que había aprendido a reconocer, pero que aún no podía descifrar. Entonces, con un leve movimiento de cabeza, el hombre hizo un gesto hacia uno de sus acompañantes.
—Ve por ella —ordenó con voz fría.
Sin previo aviso, uno de los hombres dio un paso hacia mí y me agarró del brazo. Su toque era fuerte y firme, y en el primer instante me quedé paralizada por el miedo. Pero entonces algo dentro de mí se encendió. Tomé su mano y, con un rápido movimiento, torcí su muñeca hacia un lado, haciendo que su cuerpo girara y se estrellara contra el suelo.
El hombre se quejó mientras intentaba levantarse, y yo retrocedí, respirando agitada y preparada para defenderme de nuevo. El hombre del VIP esbozó una sonrisa de satisfacción, como si mi reacción le hubiera impresionado.
—El jefe tenía razón, eres más interesante de lo que pensaba —dijo, sus palabras llenas de algo que sonaba entre burla y admiración.
Me quedé mirándolo con una mezcla de rabia y desafío, sin saber cómo iba a librarme de esta situación. Los dos hombres intercambiaron una mirada y se acercaron a mí, listos para lanzarse de nuevo. Mis manos estaban sudorosas, pero me mantuve en guardia, esperando el momento en el que tendría que defenderme otra vez.
Pero antes de que pudiera hacer algo, sentí una mano fría cubriéndome la boca por detrás. Un paño húmedo fue presionado con firmeza contra mi rostro. Quise gritar, pero el sonido murió en mi garganta. El aroma extraño y fuerte invadió mis sentidos, nublándome la vista y dejándome sin fuerzas. Intenté moverme, soltarme de su agarre, pero todo mi cuerpo comenzó a debilitarse. La oscuridad empezó a apoderarse de mí, y mis piernas temblaron antes de ceder por completo.
Mis ojos lucharon por mantenerse abiertos, pero el efecto del paño era demasiado fuerte. La última imagen que alcancé a ver fue la sonrisa satisfecha del hombre del VIP, observándome mientras me desvanecía lentamente. Lo único que escuché antes de perder el conocimiento fue su voz, calmada y siniestra, susurrando:
—Llévenla.
Abrí los ojos poco a poco, tratando de asimilar el dolor punzante en mi cabeza y la incomodidad de mis manos atadas. Estaba en una especie de habitación sin ventanas, con paredes de ladrillo y una luz tenue que apenas iluminaba el lugar. Intenté controlar el miedo creciente en mi pecho, recordando lo sucedido en el baño: el hombre del VIP, sus secuaces, el pañuelo en mi boca... y luego, la oscuridad.
De repente, el sonido de unos pasos resonó en el suelo de concreto, y la puerta se abrió. Entró un hombre. Ahora estaba ahí, frente a mí, aunque aún no dejaba ver claramente su rostro, que se mantenía en las sombras. Su presencia me resultaba aún más intimidante que antes, y aunque intenté mantenerme firme, el temor me invadía por dentro.
Lo miré, pero mi vista solo estaba en sus pies, con una mezcla de desafío y confusión, y finalmente logré decir:
—¿Qué demonios quieres de mí?
El hombre hizo una pausa, observándome. Luego, se acercó lentamente y cuando más pensé por fin ver su rostro allí llevaba puesto un tipo de mascara ridícula, y con un tono seco y firme, respondió:
—Quiero que entiendas las consecuencias de tus acciones —su voz era fría, implacable, como si mis palabras lo hubieran irritado de alguna forma.
Mi mirada era una mezcla de incredulidad y rabia. ¿Consecuencias? ¿Acaso él pensaba que tenía derecho de secuestrarme para darme alguna especie de lección? Fruncí el ceño, sin poder creer la audacia de sus palabras, y me atreví a hablar con dureza:
—¿Consecuencias? No hice nada que no fuera ayudar. Sólo traté de salvarte del fraude con esos hombres en la VIP.
Él rió suavemente, pero no era una risa amable. Era burlona, condescendiente.
—¿Salvarme del fraude? —respondió con sarcasmo, dando unos pasos más cerca de mí, hasta que sentí su presencia casi encima—. Lo que tú no entiendes es que me estabas estorbando en algo mucho más grande. Y si hubieras estado en silencio, sabrías que ese “fraude” no era mi problema. Mi misión era otra... y tú te metiste donde no te llamaban.
Mi respiración se aceleró al escuchar sus palabras. ¿Misión? ¿De qué estaba hablando? Entonces algo hizo clic en mi cabeza. Esto no era solo un malentendido; este hombre estaba en medio de algo peligroso, algo que no lograba comprender del todo. Lo miré a los ojos, sintiendo el nudo de confusión y terror apretarse en mi estómago.
—¿Misión? —murmuré, tratando de comprender—. ¿De qué hablas?
Él se acercó aún más, su rostro permaneciendo en las sombras, pero con una frialdad en sus palabras que me hizo estremecer.
—Sí, misión. Y tu intervención no solo arruinó mi trabajo, sino que alertaste a personas que ahora están muy, muy molestas contigo y conmigo. —Sus ojos parecían brillar desde la penumbra—. Lo que no sabes es que los hombres que intentaban negociar conmigo iban a acabar muertos... hasta que tú decidiste intervenir, exponiendo sus intenciones y poniéndote directamente en el centro de un problema que no era tuyo.
Mis ojos se abrieron de par en par mientras procesaba sus palabras. La sangre abandonó mi rostro al comprender la gravedad de lo que me decía.
—¿Por qué debería importarme lo que tengas con esa gente? —repliqué, tratando de mostrar indiferencia, aunque mis nervios traicionaban mi tono. Respiré profundo y solté una carcajada tensa—. Sólo déjame en paz. Esto no es mi problema, y no me interesa ser parte de tus asuntos.
Él rió, una risa baja y sin un atisbo de calidez, como si le hubiera contado el chiste más gracioso de su vida. De pronto, su semblante se volvió serio y, en un solo paso, cerró la distancia entre nosotros. Antes de que pudiera reaccionar, sus manos se alzaron hasta mi cuello y lo apretó con fuerza, su agarre frío y controlador. Su rostro se inclinó hacia mí, y aunque no pude ver su cara, pude ver en ella una amenaza clara, una advertencia que no se atrevía a poner en palabras.
—Deja de ser tan terca —dijo, con un tono que no admitía réplica—. ¿Acaso no entiendes que, si no fuera por mí, ya estarías muerta? Incluso tu tía ya no estaría con vida.
Sus palabras cayeron sobre mí como una cubeta de agua helada, paralizándome. El nudo en mi garganta se intensificó, y sentí que el aire se volvía denso y opresivo. ¿Mi tía? ¿Cómo sabía él sobre mi tía? ¿Por qué mencionarla en medio de esta situación? La sola idea de que él estuviera involucrado en algo que pudiera afectar a la única persona que me quedaba me provocó una mezcla de ira y terror.
Traté de hablar, de exigirle que me explicara, pero su mano seguía en mi cuello, presionando justo lo suficiente para que cada palabra se convirtiera en un esfuerzo doloroso. Finalmente, soltó su agarre, dejándome libre, aunque tambaleante.
—¿Por qué... qué... qué quieres de mí? —pregunté con voz débil, pero con la mayor determinación que pude reunir—. No tienes derecho a meterte en mi vida, ni a amenazar a mi familia.
Él se cruzó de brazos, aún manteniéndose en la penumbra. Parecía tranquilo, como si mis palabras fueran irrelevantes.
—Digamos que... tu padre y yo fuimos amigos —respondió con tono calculador—. Así que, cuando tú decidiste abrir la boca y poner en peligro mi misión, no pude evitar sentir cierta... obligación de intervenir. Pero no te equivoques —se inclinó hacia adelante—, eso no significa que pueda seguir protegiéndote si sigues cometiendo errores.
Sentí el peso de sus palabras, la amenaza implícita, y por un instante me quedé en silencio, intentando procesar todo lo que me había dicho. ¿Conocía a mi padre? Eso parecía imposible; mi padre nunca mencionó a nadie relacionado con personas como él, nunca me dijo que estaba involucrado en nada peligroso o clandestino. ¿Y ahora, este extraño hombre aparecía de la nada, pretendiendo ser un “amigo” de mi padre?
Me armé de valor y lo miré con desafío.
—Mi padre nunca habló de ti —le dije con firmeza, aunque mi voz temblaba ligeramente—. Y no tengo ninguna razón para confiar en alguien que se esconde en la oscuridad.
Él dio un paso atrás, como si mis palabras lo hubieran impactado de alguna manera, aunque pronto recuperó su expresión impasible. Parecía que algo en mi respuesta le había causado una ligera molestia, pero rápidamente se recompuso.
—No necesitas confiar en mí —dijo finalmente, su voz volviendo a ser gélida—. Pero escucha bien: si vuelves a interponerte en mis asuntos, te aseguro que mi relación con tu padre será lo último que te salve.
Mis labios se entreabrieron, pero no encontré nada que decir. Era evidente que este hombre no iba a responderme con claridad, ni mucho menos a explicarme qué estaba pasando. Sentí que la impotencia y la rabia se mezclaban en mi interior, luchando por salir de algún modo, por hacer que él entendiera que no iba a someterme a sus amenazas. Pero, al mismo tiempo, una voz en mi interior me advertía que debía ser prudente, que me estaba enfrentando a alguien que no dudaría en hacerme daño si así lo deseaba.
Respiré profundo y le dirigí una última mirada desafiante.
—Me da igual tu relación con mi padre. Yo no tengo nada que ver con esto. Déjame en paz —dije, intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía.
—Te dejaré en paz... siempre y cuando aprendas a mantener la boca cerrada —respondió, dándome una última mirada que parecía querer grabarse en mi memoria.
Luego, hizo una señal a sus hombres, y antes de que pudiera procesar lo que ocurría, sentí de nuevo el pañuelo presionando contra mi boca. Mi mente se nubló una vez más, dejándome sola en la oscuridad, con el eco de sus palabras retumbando en mi cabeza, como una advertencia de la que aún no entendía todo su significado.