El Demonio De Altamar

Para mi muy mala suerte, en vez de indicarme el camino, los señores Lewis decidieron acompañarme. Pues ellos tampoco entendían el porqué su hija iría hacia ese lugar y a pesar de saber que estaba acompañada de Aníbal, temían que algo hubiese pasado. Mi padre se nos unió cuando lo cruzamos, justo cerca de la plaza principal. Había terminado de arreglar un par de negocios extra con los pesqueros e iba de camino a la mansión a contarle a su mejor amigo la buena noticia.

El camino al convento hubiese parecido muy tétrico, si lo hubiésemos hecho de noche, pero aún quedaban unas pocas horas de sol que permitían ver a través del frondoso bosque que se encontraba a los costados del camino. Luego de media hora de caminata empezamos a escuchar una música, parecía a la de los festivales y se podía apreciar a lo lejos el reflejo del fuego, lo que suponía que era una fogata. La entrada a las tierras del convento, tenían una reja bastante pesada, pero ya estaba abierta así que no tuvimos problemas en atravesarla y seguir el camino que daba derecho a la entrada principal. A medida que íbamos avanzando podía distinguir el sonido de una flauta y de un violín y se escuchaban risas de niños. Jamás esperé ver una escena que por lo menos para mí era hermosa, más no tanto para mis acompañantes.

Alrededor de la fogata, mientras tocaba la flauta, Isabella danzaba descalza y con el pelo suelto y su vestido medio sucio, bailaba con los niños y ellos la seguían como hipnotizados no solo por su música sino también por su belleza. Era como una gitana o una bruja del bosque que te dejaba enamorado de su presencia y te robaba el corazón con únicamente verla.

Su largo cabello ondulado baila al son de la música y de sus saltos, se movía rebelde y acompañaba a su dueña en cada movimiento que ella hacía, si antes para mí era hermosa, ahora era una diosa de carne y hueso.

Nada más hermoso, que una mujer que sabes que será una excelente madre- a penas escuche las palabras de mi padre y caí en cuenta que ellos estaban conmigo. Gire mi cabeza y veía a los señores Lewis mirarla horrorizados, era como si ella les estuviese dejando en ridículo con esa actitud.

Mi hermano estaba del otro lado de la fogata tocando un violín a dos pequeños que se encontraban sentados en una silla y disfrutaban de todo el espectáculo moviendo alegremente sus brazos y sus torsos, entendí solo al verlos que esos pequeños no podían caminar, pero aun así Aníbal e Isabella les estaban dando un show completo para que ellos disfruten al igual que todos los demás.

Isabella- el grito de los Lewis paro en seco la música y la nombrada dio la vuelta horrorizada. No esperaba ser descubierta, pero se ve que el estar disfrutando tanto con esos niños había hecho que perdiera la noción del tiempo.

Madre, padre, Lord Black, teniente Black- su mirada de sorpresa mezclada con miedo era tan palpable, que todos los presentes nos dimos cuenta hasta de como se puso más pálida en fracción de segundos -lo lamento- agacho su cabeza y yo quería correr a rescatarla de este mal trago, que de no ser por mi culpa ella quizás jamás hubiese vivido.

Señores Lewis, Lord Black, bienvenidos a mi humilde convento- por fin las palabras de la monja hacían salir a todos de ese silencio sepulcral que se había formado -quiero darles las gracias por haber formado jovencitos tan buenos y correctos, es increíble como ambos siempre están listos a ayudar a los demás- podía ver como mientras la señora hablaba, mi hermano se iba acercando de a poco a Isabella quien mantenía aún la mirada al piso y apretaba con fuerza la flauta.

Me quité mi chaqueta y me acerqué a ella para ponérsela sobre los hombros, la noche estaba próxima a caer y al estar sudada, por tanto, bailar podría enfermarse.

Gracias- dijo sin mirarme, mientras se la colocaba en sus hombros.

Padre, por favor déjame explicarte- dijo Aníbal.

Puedes hablar hijo- le respondió él. Podía sentir en el aire una tensión tan grande que cortaría cualquier hoja de un árbol sin ningún problema.

Conocimos a la hermana Elena hace un par de años atrás, veníamos a este lugar cuando Anabella aún estaba con nosotros. ayudábamos a preparar el pan y jugábamos con los niños, de hecho aunque sé que ella no quiere que lo sepan- dijo mirando a Isabella -las monedas que ustedes le dan, terminan siendo caridad para este sitio, al igual que la mitad de mi sueldo de militar, por eso cuando me regañas por no tener plata no puedo decirte la verdad. Fue una promesa entre nosotros tres- termino de decir eso y pude ver como Isabella dejaba caer unas lágrimas a la tierra, sus padres aún la seguían mirando con desaprobación y sé que quizás el castigo ahora sería peor y nada podía hacer para ayudarla.

Volvamos a casa- dijo el señor Lewis y todos emprendimos el regreso por el camino del bosque.

Señorita Isa- una niña descalza corría a intentar alcanzarnos.

Ángeles ¿ qué ocurre? Debes ir adentro- le dijo Isabella, agachándose a su altura.

Tenía que darle esto- dentro de sus ropas rotas y sucias la pequeña sacó una corona de flores blancas hermosa.

Gracias, princesita- le dijo colocándosela en la cabeza - ahora vuelve que la noche está por caer y hará frío- la pequeña le dio una gran sonrisa a ella y a todos nosotros y volvió a ese lugar donde seguramente todos allí eran su única familia.

Quise ayudar a levantar a Isabella, pero de un sutil movimiento ella esquivó mis brazos, nuestras miradas se conectaron por un segundo y pude ver sus ojos llorosos y sus mejillas coloradas, sabía que el castigo que le esperaba era menos doloroso que el tener que alejarse de esos niños a los cuales ya amaba y eso a mí me partía el alma.

El regreso a la mansión fue en sumo silencio, mientras los señores Lewis y mi padre caminaban delante de todos, yo iba detrás de mi hermano y mi prometida.

Tranquila peque, no pasará nada- la calmaba mi hermano y al mismo tiempo me hacía hervir la sangre.

Mañana íbamos a hacer pan, mis padres ahora no me dejarán salir sin escolta, se acabó Aníbal, nuestra promesa se terminó- podía escuchar como en cada palabra había dolor y seguramente se encontraba llorando.

Si lo desean, puedo comprar comida y enviársela al convento juntos con algunas monedas de oro- fue lo único que se me ocurrió decir, pude ver como mi hermano habría grande la boca de la sorpresa.

Gracias, teniente, eso los ayudaría un poco- me respondió sin mirarme.

Llegamos a la mansión y mi padre se despidió de sus amigos, sabía que la castigarían, pero al menos debía cumplir con mi promesa, al día siguiente les mandaría comida y monedas al lugar, así al menos ella se quedaba tranquila de que esos niños no dormirían con hambre.