La Caida De Los Angeles

Soñé con un cielo naranja, me encontraba en una playa. Todo era muy agradable, ni siquiera sentía que tenía que preocuparme. Estaba libre de estrés y completamente tranquilo. De repente, el cielo se tornó negro, el mar rojo, y mi piel se volvió áspera. Sentí un gran impulso de odio que me decía que matara. Ese sentimiento se desvaneció rápidamente y todo volvió a la normalidad, pero me sentía mojado y pegajoso. Miré hacia abajo y vi sangre en mis manos, un charco rodeándome y a mi costado el cuerpo de alguien que no conocía. Me asusté y de repente el sentimiento regresó. Una vez más, el sentimiento se fue y apareció otro cadáver. Esto continuó una y otra vez. Me desesperé, no entendía qué pasaba. Cada vez era más irritante, me enojaba más. No sentía nada más que odio. A lo lejos, vi ese pilar que apareció hace años. Sentí que me atraía, que debía acercarme. Mientras más me acercaba, más tranquilo me sentía. El camino de sangre se extendía, pero ya no me importaba. Cuando estuve a punto de tocar el pilar, desperté de golpe. Ya era de mañana, el dolor de cabeza se había ido y mi herida estaba mejor. Sentía que habían pasado días, pero solo habían pasado unas seis horas. Me levanté y noté que mi herida estaba casi curada. Un día más y estaría bien.

Abrí la puerta y fui a comprar algo de comida en una tienda cercana. Compré un pan con carne y algo para beber. Mientras comía, pensaba en el sueño que tuve. Me distrajo alguien llamándome. Al dar la vuelta, era la chica del grupo. Se sentó a mi lado y me preguntó cómo estaba. Supongo que después de la fiesta de ayer quiso hablar conmigo. Empezamos a charlar y al final le pregunté por los nombres de su grupo. Ella se llamaba Anna, el chico que estoy entrenando se llama Christian, y los otros dos, Roberto y José. Sinceramente, debo acostumbrarme a preguntar los nombres primero. Dejando mis problemas de lado, Anna me dijo que Christian me estaba esperando en el parque para entrenar. Me dirigí allí después de comer y lo vi haciendo ejercicios de resistencia. Me senté a un lado y le di consejos sobre los ejercicios básicos. Al terminar, me pidió la práctica rutinaria de combate. Me levanté y agarré mi bate. Después de un ligero encuentro, él cayó cansado mientras yo tomaba mi agua y lo ayudaba a levantarse.

—Sigues cometiendo un par de errores y tiendes a irte hacia atrás cuando quieres dar un golpe —le dije.

—Lo sé, el miedo me gana. Tengo que quitarme eso para poder protegerlos —respondió Christian.

—Con el tiempo lo harás. Tienes una buena fuerza de por sí, así que también mantén eso.

—Gracias. Bueno, ya me voy. Me reuniré con mis amigos. Hasta luego.

—Sí, hasta mañana.

Con esa ligera conversación nos despedimos y yo simplemente me fui a mi casa sin mayor preocupación. Aunque todavía era temprano, podría hacer algo antes de dormir. Decidí practicar un poco la guitarra. En mi antiguo refugio, alguien me enseñó y aquí encontré una guitarra vieja. Practiqué un rato, la melodía no pertenecía a nadie. Solo tocaba lo que las yemas de mis dedos tocaban en las cuerdas, creando un sentimiento nostálgico. Seguí tocando, liberando los sentimientos guardados que tenía, hasta que alguien tocó a mi puerta. Dejé la guitarra y fui a abrir. Aparentemente, era una recién llegada.