LA JOVEN ESPOSA DEL TÍO DEL REY

Como si otra persona se hubiera apoderado del cuerpo de la chica, Abril bajo con delicadeza hasta donde estaba, y comenzó a recorrer con sus dedos el torso desnudo de Elwin, provocando que este se erizara.

—Para Abril...—dijo intentando levantarse—no puedes seguir, puedo quitarte algo muy valioso para ti.

Abril, arrodillada al frente suyo, había comenzado a devorar de manera insistente la entrepierna de Elwin, en búsqueda de aquella sustancia blanca que había probado antes.

Al sentir su pequeña boca probando su masculinidad, provocó que Elwin se viniera dentro de su boca dos veces.

—¿Es que acaso no lo recuerdas?—la voz de Abril sonó más profunda—¿No recuerdas que ya te robaste mi virginidad?

A medida que el agua empapaba la ropa de Abril, pudo notar que aquella no era la misma dulce chica que lo había salvado. Sin embargo, por alguna extraña razón, su cuerpo no se movia.

Al sentirse pesa con la ropa, Abril se la quitó, quedando completamente desnuda. Volviendo a tocar el torso desnudo de Elwin, comenzó a darle pequeños besos mientras ascendía hasta su cuello.

La sensación de tener el busto grande de la chica encima de él, solo hizo que su zona baja se endureciera más.

—Con gusto te recuerdo lo que me hiciste ayer—dijo mordiendo su oreja.

—¿Quién eres?—preguntó con la respiración entrecortada.

Cuando Abril estuvo por introducir su entrepierna dentro de ella, una punzada de dolor hizo que estirara con fuerza su espalda, provocando que esta perdiera la conciencia enseguida. Si bien su cuerpo ya no era del todo virgen, aún le faltaba poco para serlo por completo, de modo que era normal que aún le doliera.

De alguna manera, los ojos tan oscuros de ella, bajo la luz de la luna, habían provocado en Elwin un estado de ansiedad que provocó en su raíz mágica, un shock de adrenalina que de alguna forma anuló el estado de calentura que sentía este, al pasar una corriente fría que erizó todo su cuerpo.

Con la respiración entre cortada, sin saber lo que realmente había pasado, observó como Abril yacía boca arriba, sin ropa, a su lado, en aquel lugar. Recordando un poco lo que había pasado la noche anterior, la tomó en brazos y la dejó en la orilla, mientras analizaba lo ocurrido.

—¿Quién eres en realidad, Abril?—preguntó mientras la observaba dormida.

Colocándose solo el pantalón, y ella la parte de arriba de su vestido, tomó las cosas y la cargó de regreso al acantilado. Allí, luego de dejarla acomodada al lado de la fogata, se sentó para hacerse un poco de café que había en los suministros de emergencia. Aquello le había dejado tanta hambre que se había tomado tres tazas más de café y unas raciones secas de comida.

—¿Cuánto más demorarán?—preguntó observando el mar.

Mientras tanto, la situación en el palacio imperial era aún más caótica, puesto que aún no encontraban al intruso; sin embargo, una luz de esperanza para el emperador se atravesó en su camino, iluminado su andrajosa existencia. Ya que, una fuerte energía había hecho de que se despertara de su siesta nocturna.

—¡Su majestad, el príncipe heredero y la tercera princesa han llegado!—anunció el guardia frente a su puerta.

—¡Qué entren!—ordenó sentándose en el escritorio de su despacho.

Dos jovenes de casi la misma edad, entraron con temor, pero respeto al despecho del emperador. Al lado del príncipe heredero, el cual tenía mucho miedo de su propio padre, se encontraba una chica la cual tenía un enorme parecido a Abril.

—¡Padre!—se reverenciaron sus dos hijos mayores.

—¡Máximo!—se dirigió con una sonrisa aterradora—dime... ¿Qué harías para que te perdone por la fuga de tu prometida?

—Haré lo que usted quiera, su majestad—respondió con la cabeza gacha.

—Hace poco he sentido una corriente inusual de energía espiritual provenir del Noroeste—habló con seriedad—como ya sabrán, solo una energía de esa magnitud puede ser sentida por mí y puede provenir solo de mi sello.

—¿Su sello está cerca?—preguntó sorprendida la princesa.

—Sí, y quiero que lo recuperen—ordenó—como ya sabrán, mientras no esté en posesión del emperador en turno, ese anillo solo lo puede sostener una mujer que contenga nuestra sangre o de lo contrario quemará la carne. Por esa razón quiero que Máximo te ayude a traerlo devuelta, ¿Entiendes, Fiona?

—¡Sí, mi señor!—respondió bajando la cabeza de nuevo.

Justo cuando esperaban la orden que les permitiera al final marcharse del despacho de su padre, este se quedó en silencio unos segundos observando al príncipe heredero.

—Si de verdad quieres seguir manteniendo tu título—lo amenazó—no me des una nueva decepción como lo que ocurrió con tu prometida, ¿Entendiste?

Tras asentir por última vez, su padre al final los dejó irse. El emperador, al quedar solo, dejó caer su cabeza mostrando un poco de alegría. Si bien estaba preocupado por aquellos planos robados, si era capaz de recuperar su sello, no había poder alguno que pudiera igualarse a la energía del mundo espiritual a la cual tenía acceso mediante ese anillo.

Muchas dudas azotaron su mente, ya que si su sello estaba cerca, entonces lo más probable es que estuviera hasta hace poco en su palacio; sin embargo, no fue, sino hasta hacía unos minutos que pudo sentirlo. De verdad no se explica cómo, pero esperaba esa noche tener su anillo de vuelta.

Con ira en su interior por haber sido humillado frente a su hermana, Máximo estaba terminando de preparar su caballo, junto a varios escoltas, en lo que esperaba a su hermana. No debía ni podía fallar esta vez, de lo contrario, su padre cumpliría su amenaza.

—¿Qué pasó, hermanito?—preguntó con burla Fiona—¿Te comió la lengua el gato? ¿O te hiciste en tus pantalones?

Su hermana, la princesa más hermosa en el palacio, con una cabellera tan larga y rubia, equiparable a la belleza de su piel, atraía a todas las miradas de los hombres. Sus escoltas no eran la excepción; sin embargo, al ver la mirada de oscuridad que el príncipe heredero emanaba, tuvieron que desviar sus miradas.

—¿Tienes el fragmento?—preguntó.

Fiona asintió mientras sostenía un pequeño estuche. Aquel fragmento no era más que una parte de la aleación con la que se había hecho el metal del sello del emperador, y que lo usarían como brújula para guiarse en la dirección que su padre había señalado.

—Debería abdicar—dijo acercándose—no pudiste obligar a tu prometida a quedarse, aun cuando la forzaste a llevar tu semilla dentro, ahora mucho menos conseguirás el trono.

—Aún sigo siendo tu superior—respondió subiéndose a su caballo—más respeto, Fiona.

Luego de ayudarla a subirse, ambos hermanos y sus escoltas cabalgaron todo lo que pudieron bosque adentro, hasta que pudieron oler el aroma del mar. Estaban seguros de que aquel fragmento los estaban guiando a un acantilado casi inaccesible, por lo que tuvieron que continuar a pie.