¿Qué pasa cuando el amor de tu vida está tan cerca que nunca lo viste venir? Lía siempre ha estado al lado de Nicolás. En los recreos, en las tareas, en los días buenos y los malos. Ella pensó que lo había superado. Que solo sería su mejor amigo. Hasta que en el último año, algo cambia. Y todo lo que callaron, todo lo que reprimieron, todo lo que creyeron imposible… empieza a desbordarse.
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¿Quien se cree que es?
...🏀...
Entré al gimnasio como siempre: con los audífonos puestos, la mochila en una mano y cara de que no me importa nada.
La mentira diaria.
Kevin ya estaba haciendo tiros libres.
En cuanto me vio, me lanzó una pelota que apenas alcancé a atrapar.
—Al fin llegás, campeón. ¿Qué pasó? ¿Se te pegaron las sábanas o te quedaste escribiendo poesía para tu roomie?
Rodé los ojos y tiré la pelota con más fuerza de la necesaria.
—Ella está ensayando con el nuevo.
—¿Matteo?
—Sí.
—¿El italiano con cara de modelo?
No respondí.
Solo agarré otra pelota y empecé a rebotarla con ritmo forzado.
Kevin me miró.
Él sabe leerme mejor que yo mismo.
—Bro…
—¿Qué?
—Estás apretando la mandíbula. Otra vez.
Lo solté.
Literalmente.
—No es nada. Solo me parece raro que llegue un tipo y en dos días ya esté metido en el club, en el grupo, en la casa…
—¿En la casa?
Ups.
—Fueron a ensayar en la casa.
—¿Y tú fuiste?
—Sí. O sea… pasé.
Kevin soltó una risa corta, de esas que fastidian.
—¿Pasaste “casualmente”? ¿O fuiste a marcar territorio?
—¡No estoy marcando nada!
—Claro que no. Solo estás incómodo con que el italiano cante con tu mejor amiga, esté en su casa y se lleve bien con tu mamá postiza. Pero todo bien.
Lo fulminé con la mirada.
Kevin se acercó con una sonrisa burlona.
—Nico, en serio… ¿qué vas a hacer si Matteo le dice que le gusta? ¿Y si ella dice que sí?
Ahí lo miré.
Y por un segundo… me dieron ganas de estrellar la pelota contra la pared.
—No es mi problema.
—Claro que no.
—Y ella puede estar con quien quiera.
—Obviamente.
—Y Matteo no me molesta.
Kevin levantó las cejas.
—¿Seguro?
Yo suspiré fuerte y me pasé la toalla por la cara.
Estaba sudando más por frustración que por el entrenamiento.
—Solo digo que… no canta tan bien como todos creen.
Kevin soltó la carcajada más fuerte del mes.
—Bro… estás en negación.
...🏀...
La puerta se abrió con ese chirrido de siempre.
No me levanté de la cama. Ya sabía quién era.
Y de alguna forma… también sabía que vendría.
Nico entró sin decir nada.
Tenía una bolsita en la mano y me la extendió sin mirarme directamente.
—Te traje tus chocolates. Los de empaque dorado. Los que siempre escondes en el cajón del escritorio.
—Gracias —respondí bajito.
Chocamos los puños sin mucha energía y él se sentó al lado mío en la cama, como tantas veces.
Nos quedamos ahí, un rato, sin hablar. Solo respirando el mismo silencio cómodo de siempre.
Ese que solo se da cuando alguien te conoce de verdad.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó él al fin, estirando las piernas frente a él.
—Largo. Matteo y yo ensayamos bien, pero igual me siento rara. Es mucha presión. Y… siento que desde que él llegó todo es como raro.
—¿Raro cómo?
—No sé. Como… ¿diferente?
La gente lo mira, hablan, llama mucho la atención y yo solo quiero cantar.
Nico asintió, sin mirarme.
—¿Te cae bien?
—Sí, es simpático. Tiene buena voz. Es atento.
—¿Te gusta?
Lo miré de reojo.
—¿Por qué esa cara?
—¿Qué cara?
—Esa. De “estoy intentando parecer relajado pero en realidad me quiero lanzar por la ventana”.
Él rió bajito, negando con la cabeza.
—No estoy así.
—Ajá.
Me levanté, buscando mi pijama.
Estaba a punto de ir al baño cuando me giré:
—¿Me pasás la de ositos?
Nico ni lo pensó. La sacó del cajón y me la lanzó con puntería perfecta.
La tomé al vuelo y fui al baño.
Dejé la puerta entreabierta, como siempre.
Era una costumbre de años. Para seguir hablando. Para no perder ni medio comentario.
—Se me olvidó la loción corporal—murmuré, asomando la cabeza.
Sin decir nada, Nico ya tenía la botella en la mano.
Me la lanzó.
Otra vez al vuelo.
Otra vez con precisión.
—Gracias —dije, y él respondió con un “todo bien” sin mirar.
Unos minutos después, salí con la pijama puesta y el cabello recogido, tirándome otra vez en la cama.
—¿Vas a dormir aquí hoy? —pregunté, sin pensar demasiado.
—¿Quieres que duerma aquí?
—Da igual.
Silencio.
Me giré para mirarlo.
—¿Qué te pasa?
Él me miró y por un segundo… ese silencio no fue tan cómodo como siempre.
Nico se quedó mirándome por unos segundos.
Hasta que él desvió la mirada, se recostó un poco hacia atrás y dijo:
—No me pasa nada, Lía.
—Ajá.
—De verdad. Solo estoy cansado.
—¿Y por eso me ves con cara de perro regañado?
—¿Yo?—alzó las cejas, ofendido—. Te estoy regalando mi mejor cara.
Rodé los ojos.
—¿Entonces te quedas?
Se quedó en silencio un segundo, pero luego negó con la cabeza.
—Mejor me voy a casa, no quiero que me estés preguntando tonterías. Además, mamá trajo pizza y no pienso compartirla con nadie.
—Cobarde.
—¿Cobarde? ¿Solo por no quedarme a acostarme contigo?
—¡No! O sea… ¡qué horror cómo lo dices!
—le tiré un cojín—. ¡Andate!
Se paró de la cama, estirándose como si fuera un gato satisfecho.
—Igual sé que me vas a extrañar.
—Ajá, seguro.—le respondí sin mirarlo—. Cuidado y no me desmaye sin ti esta noche.
—No te burles de mis encantos, Castellanos. Me cuesta ser tan irresistible.
Lo empujé hacia la puerta.
—¡Piérdete, idiota!
—¡Con amor! Así tienes que hablarme tontita—gritó bajando las escaleras.
Cerré la puerta sonriendo.
Y no sé por qué, pero me quedé un rato ahí parada… con el corazón haciendo cosas raras.
Otra vez.