De Sirvienta A Reina

La región fronteriza era la más alejada de la capital de Eldoria, pero, aun así, era una de las zonas más prósperas gracias a la agricultura y a las abundantes cosechas de vino. Además, al encontrarse en la frontera con el imperio de Alderidge, se había convertido en un punto clave para el comercio, donde muchos acaudalados lograban duplicar sus riquezas.

Sin embargo, también era prácticamente un reino con leyes propias. Al estar tan lejos de la capital, la corrupción se había arraigado profundamente, especialmente en el tráfico de esclavos y la venta de niños. Nadie en la frontera se atrevía a hablar de lo que ocurría más allá de sus muros, pues hacerlo significaba la muerte.

Uno de los lugares donde estas prácticas eran más frecuentes era el convento Hermanas de la Paz, vinculado a una de las líneas secundarias del Gran Templo de la Creación. En sus inicios, el convento había sido un buen refugio para niños, pero con los años, y debido a la falta de supervisión, fue perdiendo sus principios, volviéndose cada vez más corrupto, especialmente bajo el mando de la actual Madre Superiora.

El convento estaba apartado del condado principal de la zona fronteriza, separado de la frontera por un inmenso y denso bosque.

Desde la ventana del carruaje, Eyra observaba el paisaje a su alrededor: vastas praderas y colinas, junto con algunas pequeñas y lejanas cabañas de aldeanos. El carruaje siguió su camino hasta detenerse frente a una extensa pradera, desde donde se veía un sendero de piedras que conducía a un pequeño castillo que se alzaba a unos pocos metros: el convento Hermanas de la Paz.

Eyra observó cómo los demás pasajeros recogían sus pertenencias y bajaban uno a uno, mientras el cochero, con una lista en mano, verificaba que estuvieran todos. Las monjas que recibían a los niños y jóvenes de distintas edades se quedaron sorprendidas al ver cómo una niña de cabello y ojos violáceos descendía del carruaje. Su asombro se debía a que muy pocas niñas poseían semejante belleza, y menos aún si no pertenecían a la nobleza.

Entre ellas, una mujer que no parecía tener más de cuarenta años la miró con particular interés. Poco después, las monjas guiaron a los recién llegados hacia la mujer, quien les sonrió con dulzura y amabilidad antes de presentarse:

—Soy la Madre Superiora de este convento. A partir de ahora, estaréis bajo mi cuidado y protección.

Al poco tiempo, una niña de cabello rosado oscuro y grandes ojos turquesa verdosos se acercó corriendo, con una sonrisa brillante.

—Ella es Ross —explicó la Madre Superiora con entusiasmo—. Es una joven educanda que se está formando para servir a la Diosa. Ross, junto a la hermana Rina, os mostrará las instalaciones y os orientará en las tareas y deberes que debéis cumplir a partir de mañana.

Dicho esto, la mujer se retiró junto a otras dos monjas. Eyra fijó su vista en la pequeña niña. No sabía por qué, pero le resultaba familiar.

Tal como se había anunciado, Ross y Rina guiaron a los recién llegados por el convento, explicándoles su funcionamiento. Después de un largo recorrido, los dividieron en grupos: los niños y jóvenes irían al ala norte, mientras que las niñas y jovencitas ocuparían el ala sur. Esto se hacía porque, aunque fueran niños, era mal visto por la sociedad que todos durmieran en la misma área.

Eyra suspiró y negó con la cabeza. A veces olvidaba en qué época vivía.

A la mañana siguiente, se asignaron las tareas según la edad de cada joven. A Eyra, por ser la más pequeña del grupo de jóvenes recién llegados, le encomendaron la limpieza del jardín y el huerto por las tardes, mientras que por las mañanas trabajaría en la organización y correspondencia, lo que significaba que colaboraría directamente con la Madre Superiora.

Sonrió al ver sus deberes, pues con ello tendría acceso a documentos que podrían proporcionarle información valiosa sobre el tráfico de niños en el convento. Su día comenzó normal Ross la llevo hacia área de correos y le dijo que por el momento empezaría a trabajar aquí pues aunque trabajen directamente para la Madre Superiora debería empezar con lo más sencillo debido a que es nueva y aún no saben caules son sus capacidades, aunque Eyra sabía perfectamente lo que eso significa no confiaban en nadie que acaba de llegar y eso era lo más lógico.

Así transcurrieron tres semanas. Eyra se había adaptado bien a la vida en el convento, aunque seguía tratando de acercarse a la Madre Superiora, quien pasaba la mayor parte del tiempo ocupada o fuera del recinto.

Al observar a las monjas, se dio cuenta de que no todas participaban en el tráfico de niños. Hasta ahora, estaba segura de que solo la Madre Superiora y un pequeño grupo de quince monjas estaban involucradas en esos crímenes.

Después de varios días siguiéndolas, Eyra ya conocía sus rutinas y el tiempo que cada una pasaba lejos de sus aposentos. Así que, en sus momentos libres, revisaba sus habitaciones en busca de pruebas. No encontró nada.

Solo había dos posibles explicaciones: o toda la evidencia estaba fuera del convento, o la información sobre la venta de niños estaba únicamente en poder de la Madre Superiora.

Y la única persona, aparte de las monjas implicadas, que tenía acceso a la oficina de la Madre Superiora era Ross.

Con eso en mente, Eyra elaboró una nueva estrategia y comenzó a acercarse a la niña, ganándose poco a poco su confianza. Sin embargo, Ross no le revelaba nada sobre el convento, ni mencionaba jamás a la Madre Superiora. Cada vez que Eyra sacaba el tema, Ross lo evitaba o se disculpaba con la excusa de que tenía otras ocupaciones.

Cansada de esperar por respuestas, Eyra decidió encontrarlas por su cuenta. Si de algo estaba segura, era que Ross sabía algo.

Durante varias noches, la espió, aunque sin éxito. Ross parecía pasar todo su tiempo en oraciones y plegarias antes de dormir.

Hasta que una noche, ocurrió algo distinto. En vez de orar, Ross esperó hasta tarde, cuando todos dormían, y se escabulló por una de las salidas de emergencia del convento. Eyra la siguió en silencio y la observó adentrarse en el bosque, moviéndose con la familiaridad de quien ya había estado allí muchas veces.

La siguió hasta una zona desolada donde toda la vegetación estaba marchita, y en el centro de aquel paisaje lúgubre y sin vida se encontraba el cuerpo de un sylth.

Según los ancianos, los sylths eran criaturas del bosque, parte de su esencia misma.

Ross recorrió el lugar con una mirada triste y se acercó al pequeño cuerpo sin vida, acariciándolo antes de empezar a cavar un agujero en la tierra con sus propias manos. Cuando terminó de enterrarlo, tomó una hoja marchita del suelo y, tras unos segundos, sus manos comenzaron a brillar, la niña cierra los ojos y todo aquella energía acumulada en sus manos sale disparada en ondas por todo el lugar.

Eyra cerró los ojos, pensando que sería un ataque, pero cuando la energía la atravesó, solo sintió paz.

Al abrir los ojos, quedó asombrada. Aquel paraje, antes árido y triste, ahora estaba cubierto de lirios blancos y rosados, llenos de vida.

En medio del lugar, Ross la observaba con una expresión seria.

—Así que descubriste mi secreto —dijo la niña, sin cambiar el tono—. Además, he notado que llevas días espiándome.

Eyra la miró con curiosidad mientras Ross terminaba de hablar.

—Dime, Arye, ¿quién eres realmente?