Arie ha estado enamorada de Andy desde el día en que lo conoció. Pero él nunca lo ha sabido. Para Andy, ella es su mejor amiga, su confidente, la persona en la que más confía. Y aunque su relación es demasiado cercana, demasiado íntima, Andy sigue amando a Evelin, la madre de su hija.
A pesar de que Evelin tiene otra pareja, sigue teniendo un poder sobre él que Arie no puede romper. Mientras tanto, Arie se ve atrapada en un amor que la consume, en la dulzura de Andy que solo la hiere más, y en el cariño de Charlotte, la pequeña niña que siente como suya, aunque nunca lo será.
Ser parte de la vida de Andy la hace feliz, pero también la destruye un poco más cada día. ¿Hasta cuándo podrá soportarlo? ¿Podrá seguir amando en silencio sin que su corazón termine roto en pedazos?
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capítulo 5
Narra Andy
La piscina del hotel brillaba con el reflejo de las luces del atardecer, y el aire estaba impregnado con el olor del cloro y un leve aroma a flores que provenía de los jardines cercanos. Me apoyé contra una de las tumbonas, observando a Arie mientras ella terminaba de acomodar las cosas en una mesa cercana.
Llevaba un traje de baño sencillo, pero en ella todo parecía perfecto. Su cabello, que siempre tenía un ligero desorden natural, caía en suaves ondas sobre sus hombros. La luz dorada resaltaba la calidez de su piel, y por un momento, me encontré mirándola sin saber por qué.
Arie se giró y me sonrió, con esa sonrisa suya que siempre me hacía sentir en casa.
—¿Qué pasa? —preguntó con curiosidad.
Sacudí la cabeza y sonreí de vuelta.
—Nada, solo que te ves… bien.
Ella frunció el ceño y soltó una risa divertida.
—¿Solo "bien"? Vaya, Andy, esperaba más de ti.
Solté una carcajada.
—Quise decir que te ves hermosa, ¿feliz?
Ella rodó los ojos, pero su sonrisa seguía ahí. Charlotte, mi pequeña hija, corrió hacia ella con sus bracitos extendidos, y Arie la levantó sin esfuerzo, abrazándola con cariño. Me encantaba la manera en que trataba a mi hija, con una ternura que nunca se veía forzada, como si Charlotte fuera parte de ella también.
Me acerqué y pasé un brazo alrededor de los dos.
—Las dos chicas más importantes de mi vida —dije con ligereza, sin pensar mucho en la profundidad de mis palabras.
Arie me miró de reojo, pero no dijo nada.
Siempre había sido así con ella. Natural. Cómodo.
Era mi mejor amiga, la persona con la que más me gustaba estar. No había nadie con quien pudiera hablar tan libremente, con quien pudiera ser yo mismo sin preocuparme por nada.
Nos metimos al agua, y Arie comenzó a jugar con Charlotte, ayudándola a chapotear mientras reía sin parar. Me apoyé en el borde de la piscina, observándolas, y sin quererlo, me descubrí pensando en lo afortunado que era de tenerlas.
Arie era… simplemente Arie.
La única persona que realmente me entendía. La que me hacía reír cuando todo parecía ir mal. La que, sin importar qué, siempre estaba a mi lado.
—¿No piensas meterte? —preguntó ella, salpicándome agua.
Me sacudí del trance y le sonreí.
—Solo estaba admirando la vista.
—Eres un idiota —rió ella.
Me hundí en el agua y nadé hacia ellas. Charlotte gritó de emoción cuando la alcé en el aire y la dejé caer suavemente al agua. Su risa era lo más bonito que existía.
Arie nos miraba con una expresión serena, y por alguna razón, sentí un calor extraño en el pecho. Algo que no podía nombrar. Algo que no entendía del todo.
Siempre había sabido que Arie era especial para mí. Que la quería más que a nadie. Pero no era amor… ¿verdad?
No.
Yo estaba enamorado de Evelin.
O eso creia.
[...]
Charlotte ya estaba dormida. Arie había salido de la habitación con pasos silenciosos, asegurándose de no despertarla. Cuando volvió a la sala, yo estaba apoyado contra la mesa, revisando el teléfono sin mucho interés.
—Ya se durmió —dijo en voz baja.
Le sonreí y me acerqué sin pensarlo demasiado. Con naturalidad, pasé un brazo por su cintura y la atraje hacia mí en un gesto despreocupado.
—Entonces ahora te toca soportarme a mí —bromeé.
Arie soltó una risa suave y rodó los ojos, pero no se apartó. Moví mis pies con torpeza, comenzando un pequeño baile improvisado en medio de la sala. Ella negó con la cabeza, pero siguió mi ritmo.
—No sabes bailar, Andy.
—Mentira. Tengo talento oculto.
Ella arqueó una ceja.
—Seguro.
Solté una carcajada y, en un impulso, besé su mejilla como siempre lo hacía. Su piel estaba cálida y suave, y de pronto, sentí ese molesto tamborileo en el pecho.
Otra vez.
Esa sensación extraña.
Ese ritmo acelerado y descontrolado en mi corazón.
"Debo tener taquicardia", pensé.
No era la primera vez que me pasaba, pero lo extraño era que siempre sucedía con Arie. Nunca con Evelin, nunca con nadie más. Solo con ella.
Me aparté un poco, mirándola con curiosidad. Arie parecía normal, como si nada hubiera pasado. Ella no tenía idea del caos en mi pecho.
Respiré hondo y solté una risa baja, tratando de sacudirme la sensación.
—Tienes razón, no sé bailar —dije, volviendo a la broma.
Ella sonrió y me dio un leve empujón en el pecho.
—Eso ya lo sabía.
Nos quedamos en silencio por un momento, solo mirándonos. Algo en mi interior se sentía inquieto, pero lo ignoré.
Debía hacerme un chequeo con el médico. Seguro era algún problema del corazón. No podía ser otra cosa.
[...]
No podía dormir.
Me giré en la cama, cambiando de posición una y otra vez, pero mi cuerpo no encontraba descanso. Charlotte dormía profundamente en su habitación, y la casa estaba en completo silencio.
Suspiré y me pasé una mano por el rostro.
Ese maldito ritmo en mi pecho otra vez.
Desde que Arie y yo habíamos estado bailando en la sala, esa sensación no se me iba. Mi corazón había estado latiendo como si hubiera corrido una maratón.
Me senté en la cama, respirando hondo.
Esto no era normal.
Tal vez sí tenía taquicardia. O algo peor.
Me levanté y caminé descalzo hasta la cocina, buscando un vaso de agua. Me apoyé en la encimera, tratando de despejar mi mente. No podía seguir así. Tendría que ir al médico pronto.
Mientras bebía agua, escuché unos pasos suaves detrás de mí.
—¿No puedes dormir? —preguntó Arie con voz adormilada.
Negué con la cabeza y la miré. Llevaba su pijama suelto y el cabello despeinado. Sus ojos verdes estaban somnolientos, y su piel parecía aún más suave bajo la luz tenue de la cocina.
Y otra vez.
Mi pecho reaccionó como un condenado.
Tragué saliva y aparté la mirada.
—Solo estoy un poco inquieto.
Arie se acercó y apoyó su cabeza en mi hombro, un gesto natural entre nosotros.
—Tal vez estás nervioso por todo lo que viene —murmuró.
No lo estaba.
Al menos, no por lo que ella pensaba.
—Tal vez —dije sin convencerme.
Nos quedamos así unos segundos, en silencio.
Su perfume era suave y familiar. Su presencia era cálida, reconfortante.
No entendía qué me pasaba.
No entendía por qué últimamente sentía tantas cosas extrañas cuando estaba con Arie.
Lo único que tenía claro era que, cuando ella estaba cerca, mi corazón latía de una forma que no podía explicar.
El vaso de agua en mi mano estaba a punto de resbalarse.
¿Por qué me sentía así?
Intenté mantenerme normal, respirar hondo y relajarme, pero mi cuerpo tenía otros planes. Mi corazón seguía golpeando con fuerza contra mis costillas, y ese nudo en el estómago me tenía incómodo.
Sin darme cuenta, había comenzado a alejarme de Arie en la cocina.
No fue algo intencional, simplemente mi cuerpo reaccionó como si necesitara poner un poco de espacio entre nosotros.
Arie se rió suavemente.
—¿Qué te pasa? —preguntó, divertida, acercándose de nuevo.
Yo también me hice la misma pregunta.
—Nada —dije, forzando una sonrisa.
Ella ladeó la cabeza, con esa mirada curiosa y traviesa que siempre tenía cuando notaba algo raro en mí.
—Te estás alejando —se burló.
Intenté disimular, pero no funcionó.
—No es cierto.
—Sí lo es.
Me mordí el labio y suspiré. No podía seguir esquivándola.
Así que me quedé quieto.
Dejé que Arie se acercara.
Ella apoyó sus manos en mis hombros, inclinando un poco la cabeza para verme mejor.
—Estás rojo —dijo con una sonrisa—. A ver, ¿tienes fiebre?
Llevó su mano a mi rostro, acariciándome la mejilla suavemente, como si estuviera comprobando mi temperatura.
Y en ese momento, todo mi sistema se descontroló.
Mi respiración se entrecortó, mi piel ardió bajo su toque, y mi estómago… bueno, eso fue otra historia.
No entendía nada.
Esto no era nuevo entre nosotros. Arie siempre había sido así de cercana conmigo, y yo nunca había reaccionado de esta forma.
¿Qué demonios me pasaba?
Ella frunció el ceño al notar mi rigidez.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí —respondí demasiado rápido.
No lo estaba.
Pero no podía admitirlo.
Tenía que encontrar una respuesta lógica a esto.
Tal vez estaba enfermo. Tal vez el estrés me estaba jugando una mala pasada.
Decidí que mañana mismo iría al médico.
[...]
Estaba sentado en la camilla del consultorio, tamborileando los dedos contra mi rodilla mientras el doctor revisaba mis estudios.
Había pasado por todo: electrocardiograma, análisis de sangre, presión arterial, y más pruebas de las que podía recordar. Pero hasta ahora, todos los resultados habían salido perfectos.
—¿Nada raro? —pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa.
El médico negó con la cabeza.
—Tu corazón está en excelente estado, Andy. No hay signos de arritmia ni problemas de presión. Eres un hombre completamente sano.
Fruncí el ceño.
—Eso no tiene sentido.
El doctor apoyó los codos en el escritorio y entrelazó los dedos.
—Explícame otra vez qué sientes.
Solté un suspiro y me pasé la mano por el cabello.
—Pues… es raro. A veces siento que mi corazón se acelera de la nada, y es tan fuerte que creo que me dará algo. También tengo esta sensación extraña en el estómago, como si estuviera en una montaña rusa. Me ocurre cuando estoy cerca de cierta persona.
El doctor alzó una ceja.
—¿Cierta persona?
Me quedé en silencio un segundo.
—Sí…
—¿Y quién es?
—Arie.
Dije su nombre sin pensarlo mucho, pero apenas salió de mi boca, sentí algo extraño en el pecho. Algo cálido. Algo… que no supe definir.
El doctor se recostó en su silla y se cruzó de brazos con una sonrisa divertida.
—Dime, ¿quién es Arie para ti?
Solté un suspiro, relajándome un poco al pensar en ella.
—Es mi mejor amiga. Pero es más que eso… es la persona con la que más me gusta estar en el mundo. Es dulce, fuerte, siempre sabe qué decir para hacerme sentir mejor. Es increíble con mi hija. Cuando estoy con ella, todo es fácil. La admiro mucho, y quiero que siempre sea feliz.
El doctor se rio entre dientes y cerró la carpeta de mis estudios.
—Bueno, ya tengo tu diagnóstico.
Me enderecé en la camilla, ansioso.
—¿Qué tengo?
—Enamoramiento severo.
Parpadeé.
—¿Qué?
El doctor se encogió de hombros con diversión.
—Lo que tienes no es un problema de salud, Andy. Es amor.
Solté una risa nerviosa.
—No, no. Yo no estoy enamorado.
—Ah, claro, por supuesto —dijo con sarcasmo—. Entonces, ¿por qué te sudan las manos cuando hablas de ella? ¿Por qué se te acelera el corazón cuando se acerca? ¿Por qué la describes como si fuera la persona más maravillosa del mundo?
Abrí la boca para responder, pero no salió ninguna palabra.
El doctor sonrió.
—Tómate tu tiempo para procesarlo. Pero no necesitas pastillas ni exámenes médicos para esto. Solo necesitas admitir lo obvio.
Me levanté lentamente, aún en shock.
¿Yo… enamorado de Arie?
No podía ser.
O… ¿sí?