En el elegante y misterioso mundo de los multimillonarios, una mujer se esconde detrás de una fachada de pura seducción. Nina es la dama perfecta, la musa enigmática que los hombres desean y las mujeres envidian. Nadie sabe que Nina es la heredera de una de las fortunas más grandes del mundo.
Su misión es infiltrarse en el círculo íntimo de su futuro legado, descubrir quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos. Y lo hará usando su belleza, su astucia y su encanto.
Entre cenas de lujo, conversaciones envenenadas y caricias furtivas, Nina comenzará a desentrañar una red de secretos que cambiará su vida para siempre. Con un pie en la alta sociedad y otro en las sombras, tendrá que decidir hasta dónde está dispuesta a llegar.
"Seducción en dos actos" es una historia sobre el poder, el deseo y la lucha interna de una mujer que juega a un juego peligroso. Una mezcla perfecta de comedia, erotismo y misterio que te hará cuestionar hasta dónde llegarías por una fortuna… y por amor.
NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿Quién es él?
Los cubos de hielo danzaban en el vaso de cristal tallado, creando una sinfonía cristalina que se mezclaba con el murmullo de conversaciones y el suave jazz de fondo. Nina giró la muñeca una y otra vez con un movimiento estudiado, observando cómo el líquido ámbar creaba remolinos hipnóticos. El ginger ale burbujeaba contra el hielo, una perfecta imitación de un Manhattan que engañaría incluso al bartender más experimentado. Sus labios, pintados en el tono exacto de rojo que había tardado veinte minutos en elegir, se curvaron en una sonrisa practicada: no demasiado amplia para parecer ansiosa, no demasiado sutil para parecer distante.
La luz de las arañas art déco se reflejaba en la superficie de su bebida, creando un caleidoscopio de destellos dorados que bailaban entre los cubos de hielo. A través de esta lente distorsionada, Nina observaba el desfile de trajes de diseñador y joyas que competían por brillar más que sus dueños. El Club Artemis era un escenario, y ella una actriz consumada en el arte del engaño elegante.
El roce de una manga de cachemira contra su hombro desnudo la alertó de una presencia a su derecha. El aroma inconfundible del tabaco cubano y el whisky añejo de $2,000 la botella precedió a la voz grave que interrumpió su vigilancia.
—¿Sabes? —Richard Thompson se inclinó hacia ella, su aliento cálido acariciando su oreja como una amenaza envuelta en cortesía. El magnate petrolero ocupó el espacio a su lado con la confianza de quien está acostumbrado a que el mundo se adapte a su presencia—. Hay algo en ti que me recuerda a alguien.
El pulso de Nina se aceleró como caballos desbocados, pero sus dedos mantuvieron su agarre delicado sobre el cristal. Años de práctica frente al espejo habían perfeccionado cada músculo de su rostro para este momento. Sus cejas se arquearon con una curiosidad calculada, mientras su mano libre jugaba con el collar de perlas que descansaba sobre su clavícula, un gesto que parecería casual para cualquier observador.
—¿Oh? —Su voz emergió como seda líquida, modulada en ese registro bajo que hacía que los hombres se inclinaran inconscientemente más cerca para escuchar. Sus pestañas aletearon con estudiada inocencia mientras giraba levemente el rostro, asegurándose de que la luz acariciara sus pómulos en el ángulo más favorable—. ¿A quién podría ser?
Thompson entrecerró los ojos, pequeñas arrugas formándose en las esquinas como líneas en un mapa que conducía a recuerdos peligrosos. Su mano, adornada con un Rolex que costaba más que un auto de lujo, tamborileó un ritmo irregular sobre la barra de mármol negro.
—A Elizabeth Morton. ¿La conociste?
El nombre atravesó el aire como una bala de plata. Nina sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba bajo el vestido de diseñador, como cuerdas de violín afinadas al punto de ruptura. El hielo en su vaso tintineó traicioneramente cuando su mano tembló por una fracción de segundo. El sabor metálico del miedo inundó su boca, mezclándose con el rojo Chanel N°999 de sus labios.
Sus dedos se cerraron con más fuerza alrededor del vaso, hasta que sintió el frío del cristal mordiendo su piel, un ancla a la realidad mientras su mente reproducía la única fotografía que conservaba de Elizabeth Morton: una mujer elegante en un vestido verde esmeralda, sonriendo a la cámara con los mismos labios que Nina veía cada mañana en el espejo.
—Me temo que no —las palabras salieron suaves como plumas, cada sílaba cuidadosamente controlada. Su garganta se sentía como si hubiera tragado cristales rotos, pero su sonrisa no vaciló. Giró el vaso entre sus dedos, observando cómo la luz creaba prismas en el líquido, comprando segundos preciosos para estabilizar su voz—. Pero me han dicho que tengo uno de esos rostros familiares.
El aire entre ellos se espesó con verdades no dichas y mentiras a medio formar, mientras el Club Artemis continuaba su danza nocturna de secretos y seducción a su alrededor, ajeno al drama que se desarrollaba en su corazón palpitante.
Thompson se inclinó más cerca, su aliento a whisky caro mezclándose con el aroma de su colonia de cuatro cifras.
—No, no es solo el rostro —insistió—. Es la forma en que te mueves, como si el aire a tu alrededor fuera tu cómplice.
Nina sintió una gota de sudor frío deslizarse por su espalda, amenazando con arruinar su vestido de diseñador. Thompson había conocido a su madre, eso era obvio. ¿Cuánto más sabría? ¿Qué secretos guardaba este hombre sobre su familia?
Un movimiento entre la multitud capturó su atención. Como un depredador emergiendo de las sombras, Alexander Cross se materializó en el salón. Su figura alta se deslizaba entre los invitados con la elegancia letal de un felino, el esmoquin negro abrazando sus hombros anchos como una segunda piel. Sus ojos, del color del whisky añejo bajo la luz ambarina del club, encontraron los de Nina con una intensidad que hizo que el aire se espesara entre ellos.