Es la historia de una mujer que se niega a dejar a su pareja luego de descubrir sus mentiras, organiza la forma de conocer a su rival buscando respuesta....
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CAPITULO 17
ENFRENTANDO MIS PEORES MIEDOS.
Donna se dirigió a su nueva terapia con Frida sintiéndose más ligera que en años. Desde que incineró la carta que había escrito a su padre, sintió que una parte de ella se había soltado, como si finalmente pudiera respirar sin el peso del rencor en su corazón. Al andar por el pasillo hacia la oficina de la terapeuta, se dio cuenta de que estaba más distraída de lo normal. La última sesión había agitado muchas emociones en su interior, y aunque se sentía más ligera, también notaba que estaba más expuesta.
Frida la recibió con su característica sonrisa.
—Hola, donna. ¿Cómo has estado desde nuestra última sesión? —preguntó la terapeuta al invitarla a tomar asiento.
—Para ser sincero. . . mejor de lo que anticipaba —respondió Donna, acomodándose en el sofá. —La carta que escribí para mi padre fue liberadora. Sentí que dejaba ir un peso que había cargado durante años y hasta decidí perdonarlo.
Frida avanzó con comprensión.
—Es impresionante el impacto que tiene expresar lo que siente por escrito. Nos ayuda a manejar emociones que de otro modo podrían quedar atrapadas en nosotros. ¿Y qué más sentiste? ¿Lloraste?
-Si. Por primera vez en muchos años —admitió Donna con una pequeña sonrisa nostálgica. —Fue extraño, porque nunca me había permitido hacerlo. Pero cuando quemé la carta, comprendí que no tenía sentido seguir con rencor hacia alguien que ya había fallecido.
—Eso es un gran progreso —observó Frida, anotando algunas cosas. —Perdonar no implica justificar lo que hicieron, sino liberarnos de su carga.
Donna se quedó en silencio por un momento. Luego, con un poco de duda, mencionó:
—Dado que usted está conociendo mis aspectos más difíciles, me gustaría saber más sobre usted.
Frida la miró con interés y leve curiosidad.
—La verdad es que no es correcto hablar de mi vida personal, pero para que te sientas más cómodo, puedo compartir lo básico. Soy una mujer felizmente casada desde hace 16 años. Tengo gemelos, Bladimir y Bernardo, que tienen 14 años. Es una etapa complicada, pero mi esposo y yo hemos aprendido a orientarlos.
Donna se sintió agradecida por esa pequeña revelación de la terapeuta.
—Gracias por compartir eso conmigo. Sé que no es común, pero me gusta conocer a las personas con las que tengo interacción, especialmente cuando les cuento sobre mi vida.
Frida sonrió.
Pero Dona sintió un dolor agudo, porque Billy había engañado a una mujer que parecía tan amable y comprensiva y porque él la engaño ocultando su matrimonio de años acaso la creía tan estúpida para no descubrirlo en algún momento, poco a poco sus ideas iniciales comenzaban a cambiar.
—Es comprensible. Ahora que hemos hablado de tu padre, ¿qué te parecería si abordamos la relación con tu madre? No has mencionado mucho sobre ella, y me gustaría que exploraramos ese tema.
Donna suspiro. No le agradaba hablar de su madre, pero aceptó.
—Bueno, mi relación con mi madre es buena… en cierta forma. Sin embargo, desde que decidí vivir con un hombre sin casarse, se ha distanciado de mí. Ella afirma que no acepta mi “libertinaje” porque cree que los hijos no deberían nacer fuera de un matrimonio bendecido por Dios. Siendo una católica muy devota, se trasladó a la hacienda de mis abuelos hace unos años. Nos comunicamos poco, aunque ella tiene un gran cariño por mi hija… aunque no puede soportar la idea de que haya llegado al mundo fuera de un matrimonio.
Frida la observó detenidamente antes de hacer su siguiente comentario.
—Parece que tienes ciertas dificultades con la idea del matrimonio y lo que implica. ¿Qué te parecería si en la próxima sesión hablamos de eso? Nuestro tiempo hoy se ha terminado.
Donna se dio cuenta de que, efectivamente, estaba impidiendo hablar del matrimonio como si fuera un asunto tabú.
—Está bien, doctora. Agradezco todo.
Se levantó sintiendo algo raro en el pecho. Sabía que la siguiente sesión implicaría enfrentarse a un aspecto de su vida que preferiría no examinar demasiado y que esto podría salirse de control si llegaba a mencionar algún detalle que rebelara sus verdaderas intenciones.
Al salir de la clínica, estaba tan inmersa en sus pensamientos que le llevó un momento a darse cuenta de la presencia de Fabricio. Él estaba apoyado en su coche, con los brazos cruzados y mirándola fijamente, como si esperara su llegada.
—Vaya, nunca pensé que te encontraría aquí, Donna —dijo él con su tono habitual, que era curioso y provocador a la vez.
Ella no detuvo su paso. Se acomodó el bolso en el hombro y respondió de manera fría:
—No es asunto tuyo, estoy fuera de mi horario laboral.
Fabricio soltó una risa baja, divertida.
—Tienes razón, no lo es. Pero me sorprende verte aquí.
Sin detenerse, Donna lo ignoró por completo y siguió su camino. Fabricio la observaba alejarse con el ceño fruncido, sintiendo que su curiosidad aumentaba aún más. ¿Qué hacía Donna en ese lugar? ¿Acaso tenía problemas que él no conocía? ¿O iba a ver a alguien?
Se quedó allí unos segundos más, reflexionando, pero luego desechó esas dudas y puso su mejor rostro antes de entrar a la clínica.
La realidad era que Fabricio no estaba allí por casualidad. Su madre estaba hospitalizada en el área de psiquiatría. Desde que su hermana se suicidó a causa de un hombre que no la valoró, su madre cayó en una depresión profunda de la que nunca pudo recuperarse. A pesar de los tratamientos y la medicación, ella seguía atrapada en un pozo de tristeza, y él, por más que intentara, no lograba sacarla de allí.
Su madre siempre había sido una mujer fuerte, la base de la familia, pero la muerte de su hermana la había roto de una manera irreversible. Verla así lo consumía, le hacía sentir impotente.
Respira hondo antes de entrar en la habitación. Su madre estaba sentada al lado de la ventana, con la mirada vacía. Fabricio sintió como si su corazón se contrajera en su pecho. ¿Cómo podía ser que la mujer más fuerte que conocía estuviera así? Se acercó despacio y se sentó a su lado.
—Mamá —dijo suavemente, pero ella no reaccionó de inmediato. Solo cuando él tomó su mano, ella movió la cabeza y le ofreció una pequeña sonrisa melancólica.
—Has venido, mi niño —susurró con voz baja.
—Siempre vengo, mamá. Siempre estará a tu lado.
Apretó su mano con delicadeza, sintiendo la delicadeza de su piel, y en su interior, se formó una promesa fuerte: haría lo necesario para que ella se recuperara.