Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 5 Decisión
La mañana siguiente llegó con una luz tenue que apenas penetraba las ventanas cubiertas del apartamento. Alice despertó despacio, con el recuerdo del día anterior aún rondando su mente. La rutina del despertar era tranquila, calculada, y cada movimiento fluía con la precisión que su ceguera le había exigido desarrollar. Tras vestirse, bajó al comedor, donde el aroma del café y el murmullo suave de la radio la guiaron hasta la cocina.
Jonathan estaba ya sentado a la mesa. Al escucharla entrar, alzó la vista y le dedicó un saludo casual.
—Hola, amor.
Alice frunció apenas los labios antes de responder.
—Oh, sí, estás aquí, cariño. —Había un tono seco en su voz que no pasó desapercibido para Jonathan.
Él aclaró la garganta, sin perder la calma, aunque su incomodidad era evidente.
—Después de lo de ayer… pensé que era buena idea desayunar juntos. Pero no importa. —Su voz se desvió un poco, intentando disimular su frustración—. Ven, siéntate.
Alice asintió y, con pasos elegantes y seguros, se acomodó en la silla frente a él. La empleada doméstica, siempre discreta, se acercó en silencio y le sirvió el desayuno: una selección de frutas frescas, yogur y una tostada con aguacate y salmón ahumado, acompañada de un café fuerte y oscuro. Alice inhaló el aroma, reconociendo de inmediato los ingredientes, y esbozó una pequeña sonrisa en agradecimiento.
—Gracias —dijo, inclinando la cabeza hacia la empleada, quien hizo una leve reverencia antes de retirarse.
Jonathan permaneció en silencio unos instantes, observándola mientras ella tomaba un sorbo de café, y luego rompió la calma.
—Sobre lo que hablamos anoche, Alice… —Su tono era serio, aunque trataba de sonar casual—. Creo que es mejor si yo elijo al guardaespaldas. Tú ya tienes bastante que gestionar.
Alice, que estaba a punto de cortar un pedazo de tostada, se detuvo. Sus labios se tensaron, su expresión reflejaba determinación.
—¿No quedó claro anoche que yo seré quien elija? —respondió, su tono firme y sin titubeos.
Jonathan suspiró, impaciente.
—Alice, seamos razonables. Este es un asunto de seguridad, y yo quiero asegurarme de que sea alguien en quien ambos podamos confiar.
Alice soltó una breve risa, una mezcla de incredulidad y desafío, antes de apoyarse en el respaldo de la silla.
—Y eso significa que no puedo tomar la decisión por mí misma, ¿verdad? —replicó con ironía—. Además, ya he decidido quién será.
Jonathan la miró con una mezcla de sorpresa y escepticismo.
—¿Ah, sí? ¿Y quién sería, entonces?
—Aristoteles Dimitrakos —declaró Alice con calma, el nombre resonando en la habitación.
Jonathan la observó fijamente, frunciendo el ceño.
—¿Ese hombre? Apenas lo conocemos, Alice. Ni siquiera sabemos si él estuvo involucrado en el intento de secuestro. No sabemos nada de su pasado, de su vida.
Alice rio suavemente, y la frialdad de su risa hizo que Jonathan se tensara.
—Si hubiera estado involucrado —respondió ella, con voz tranquila y serena—, créeme, no habríamos salido tan fácilmente de esa situación. Aristoteles nos defendió, y no tengo motivos para dudar de él.
Jonathan se inclinó hacia ella, cruzando los brazos sobre la mesa.
—¿De verdad vas a confiar así en un extraño? —preguntó con un tono que rozaba la exasperación—. Esto no es un juego, Alice. No puedes simplemente elegir a alguien porque te dio una buena impresión.
Alice mantuvo la calma, aunque en su mente ya empezaba a cansarse de esta conversación.
—Jonathan, ya tomé una decisión. Y no voy a cambiar de opinión. Necesito a alguien que pueda defenderme y que tenga la fortaleza para enfrentarse a situaciones difíciles. Aristoteles demostró que tiene ambas cualidades.
Jonathan apretó los labios, claramente molesto, y dejó escapar un suspiro pesado.
—Bien. —Se levantó de su silla, dejándola con el desayuno a medias—. Haz lo que quieras, pero que quede claro: no me gusta ese hombre, Alice.
Sin decir nada más, salió del comedor, dejándola sola. Alice exhaló un largo suspiro y masajeó sus sienes, sintiendo una fatiga que no tenía nada que ver con el secuestro. Jonathan y su carrera política se habían convertido en un peso en su vida, uno que debía soportar en silencio por el bien de su imagen pública.
Sabía que un divorcio sería un desastre, no solo para él, sino también para la percepción que la prensa y el público tenían de ella como una líder fuerte y estable. A veces se preguntaba si todo ese sacrificio valía la pena.
Unos minutos después, el sonido de unos pasos se acercó, y Alice reconoció de inmediato la presencia de James, su asistente de confianza.
—Buenos días, señora Crawford —la saludó, inclinando ligeramente la cabeza—. Lamento interrumpir su desayuno, pero creo que debería saberlo.
Alice asintió, dándole permiso para continuar mientras terminaba su café.
—Esta mañana recibimos treinta correos electrónicos de diferentes canales de televisión, todos solicitando una entrevista con usted.
Alice arqueó una ceja, intrigada.
—¿Una entrevista? ¿Desde cuándo hay tanto interés por mis apariciones públicas?
—Anoche, alguien habló del intento de secuestro. Parece que la noticia ya corrió —explicó James, con tono profesional.
Alice suspiró, exasperada. No le agradaba la idea de que su vida privada y los riesgos que enfrentaba como líder de un conglomerado estuvieran en boca de todos.
—Lo último que necesito ahora es tener a los medios metiéndose en esto —dijo, con un tono cargado de frustración—. Gracias por avisarme, James. Responde que, por ahora, no estoy interesada en ninguna entrevista. Ya veremos si más adelante decido hablar.
James asintió y anotó la instrucción en su tablet, dispuesto a ejecutar sus deseos de inmediato.
—Como desee, señora.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo