EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL1-CAPITULO 5: La boca del Lobo
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LA BOCA DEL LOBO
Nunca en su vida había tenido una cita. Mucho menos creyó que su primera cita sería con la chica más linda de la escuela. Devan Tudor se puso su mejor ropa: una camisa roja como el vino que solo había usado una vez. El resto de su vestimenta la suministraron sus hermanos. Increíblemente, su familia estaba contenta de que Devan tuviese una cita por fin, y nada más y nada menos que con una chica tan linda.
“La verdad, no creo que la merezcas”, decían, pero no con malicia sino con cierto orgullo. Por primera vez en su vida él era el centro de atención en su familia. Sus hermanos le daban consejos sobre qué decir o hacer mientras su madre le advertía no pasarse de listo con Calíope. Hasta su padre, siempre ausente, se había tomado la molestia de llamarlo por teléfono. Devan pudo ver a su familia con otros ojos. Reconoció que, pese a su distanciamiento con ellos, siempre habían estado allí y que, aunque no eran perfectos, estaban juntos. Al fin de cuentas, eran con quienes podía confiar. Gracias a Calíope pudo darse cuenta de eso.
Calíope había prometido pasar por él a las siete de la noche. Ya faltaba tan solo una hora. Él le había dicho que prefería buscarla en su casa como correspondía en una cita, pero ella dijo que no pensaba ceder tanto, ni siquiera porque él hubiese ofrecido su vida por ella. A las siete en punto llegó Calíope y, por supuesto, fue una nueva sorpresa. Calíope no solo era un misterio, como le había dicho Eduardo VI, sino una caja infinita de sorpresas (no tenía idea de cuánto). Calíope llegó conduciendo una motocicleta. Por el rugido del motor se podía adivinar que era un monstruo de carreras. Calíope llevaba, como siempre, el uniforme escolar, a excepción de los elementos de protección. Le pasó un casco extra y lo invitó a subirse.
—Ven, tú dime a dónde vamos.
La familia de Devan había salido al escuchar el motor de la motocicleta bestial. Sus bocas estaban abiertas ante la situación y, antes de que alguien dijese nada o se cuestionase de dónde había sacado Calíope el vehículo o si siquiera tenía licencia de conducir, Devan se subió detrás de ella luego de ponerse el casco. El motor rugió y el arranque casi lo tumbó a un lado. Agarró a Calíope por la cintura y fue maravilloso.
—¿A dónde vamos? —gritó Calíope por encima del rugido del motor.
—¡Compré entradas para el partido de hockey! —contestó Devan sin saber si lo había escuchado.
Tenía entendido que ese era el deporte favorito de Calíope, y como primera parada en su cita quería ver un partido con ella. Aunque la perspectiva de pasear por la ciudad abrazando a Calíope mientras ella conducía la motocicleta no le parecía un mal pasatiempo.
Por fin llegaron al centro deportivo donde se celebraría el partido de hockey. Mientras Calíope estacionaba la motocicleta, Devan le preguntó de dónde la había sacado. Ella se encogió de hombros y lo único que dijo fue:
—Esta cosa es de los mejores inventos de este mundo.
Durante el partido, lo único que hizo Devan fue contemplar el rostro perlado de Calíope. Su emoción era notable principalmente ante los eventos violentos, como los choques de los jugadores o las disputas que se presentaban de vez en cuando. Entonces, ella podía gritar, ponerse de pie y mostrar expresiones nuevas que hasta entonces desconocía.
—¡HABER SI APRENDES A JUGAR, PEDAZO DE MIERDA!
La gente a su alrededor miraba sorprendida a Calíope. Su espíritu deportivo o lo que fuera era desproporcionado. Las expresiones que salían de su boca no correspondían a su cuerpo esbelto y cara bella. Claro que a Devan no le importaba un comino si se los quedaban viendo como bichos raros. Si a Calíope le gustaba tanto y lo disfrutaba, eso era todo lo que necesitaba esa noche.
Luego del partido, fueron a comer. Viajaron en la motocicleta hasta un restaurante de comida a la parrilla. Allí Calíope pidió un filete de búfalo y cordero. La forma de comer de Calíope carecía de elegancia; Devan ya lo había visto, pero siempre procuraba no ensuciarse la cara.
—Esto iría muy bien con una cerveza. No sé por qué en este mundo los menores de edad no pueden tomar licor. Eso y mil leyes estúpidas más —dijo. Devan fue consciente en ese momento de que Calíope varias veces le hablaba del mundo como si todo fuese nuevo para ella.
—Calíope, esa noche, el puñal...
Calíope le zampó un trozo de cordero en la boca, cordero de su plato.
—No hablemos de eso ahora. Pronto se habrá cumplido el plazo del noviazgo. Será luna llena y entonces te diré todo. No ahora. Mi hermana me dijo una vez que para todo hay tiempo, no hay que apresurarse. Claro, que también hubo tiempo para que esa perra me traicionase. Como sea, Devan. No soy quien los demás creen que soy. Si no eres tan tonto como creo, ya te habrás dado cuenta. Pero aun así, tus sospechas están muy lejos de la realidad.
Devan no supo qué decir. En sus huesos él sabía que Calíope ocultaba algo en su interior. Fuera de su belleza, había algo salvaje en ella. Por muy enamorado que estuviese, una vez has traspasado el velo del amor a primera vista y empiezas a ver la forma de ser real y no ideal de la persona que te gusta, entonces es el momento en que te toca decidir si quererla como es o no. Después de todo, quien solo se enamora de la belleza pronto descubrirá que no es suficiente; siempre hace falta algo más. Y lo que pasó en la montaña estaba lejos de toda lógica. O bien, las dos mujeres le habían drogado de alguna forma, o en verdad las dos eran brujas, si es que eso existía.
Todas las cosas que por momentos preocupaban a Devan Tudor se esfumaban una vez veía el rostro de Calíope y sentía la aceleración en su corazón. ¿Podría amar a la verdadera Calíope? No lo sabía, pero quería intentarlo.
Al final de la velada, Calíope llevó a Devan a su casa. A él le pareció que así no debían ser las cosas. Si él era el chico, era él quien debía llevarla a su casa. Lo que lo llevó a pensar que no conocía la habitación de Calíope.
—Entonces, todo bien, nos vemos.
Calíope regresó a su moto mientras Devan la observaba desde la acera frente a su casa.
Luego ella se volvió.
—En Vanaheimr, en medio de las fiestas de Munin, me acosté con un chico. No es algo anormal como se ve en este mundo. Ese chico parecía una mujer, incluso diría que era más hermoso que mi hermana. Lo que quiero decir es que no tengo problema en hacer esto.
Como la mayoría de palabras sin contexto que venían de Calíope, Devan no entendió, solo se quedó con "me acosté con un chico". No supo qué sentir y luego no le importó porque ella vino hacia él y lo besó.
Entonces, un fuerte ruido se escuchó en la noche. Calíope se apartó de Devan, lo agarró de la mano y le ordenó que se subiera a la moto luego de que ella la encendiera.
—¿Qué ocurre? —dijo Devan, aún sintiendo los labios de Calíope y obedeciéndola.
Calíope arrancó, giró en la siguiente calle buscando la autopista.
—Un fenrir —creyó escuchar Devan, que no había tenido tiempo de colocarse el casco.
***
A decir verdad, a Hermelinda le gustaba la vida que estaban llevando en esos momentos. La escuela era un concepto extraño, puesto que la mayoría de lo que enseñaban no servía para nada, pero había cierto encanto en la forma en que lo compartían. Las amigas que había conseguido, con las que constantemente chateaba por el celular, le daban cierta tranquilidad y anhelo porque sus vidas continuaran así. Pero no era posible.
Calíope tardaba en llegar de su cita, así que Hermelinda, para matar el tiempo, se dispuso a ver televisión. Era un programa sobre varias pruebas que los participantes debían hacer para ganar, la mayoría de estas ridículas.
Una cosa buena de que todo se acabara pronto sería que no tendría que ver de nuevo a ese chico insolente, Devan. Él había mostrado valentía o estupidez en el ritual, pero tenía que reconocer que la sorprendió mucho y eso le molestaba aún más.
Hermelinda se levantó del gran sofá del apartamento, un apartamento lujoso que había sido de lo más barato, dado el amor de la gente por el oro, oro que ella tenía a montones desde que amenazara de muerte a aquel duende de Alaska. Se dirigió a la nevera por una soda, pero se detuvo a medio camino al escuchar un ruido desde la habitación principal. Se oía como si algo resonara. Corrió hacia el origen del ruido y allí estaba, el báculo de amatista, avisándole que les habían encontrado.
La moto rugía como nunca. Hasta entonces, Devan no conocía qué tan rápido podía ir un vehículo como ese, y ni se imaginaba que alguien pudiese manipularlo con tanta habilidad. Una vez llegaron a la autopista, Calíope fue zigzagueando los autos y caminos que se encontraba, una carrera desesperada, una huida sin sentido.
—¡Baja la velocidad! ¡Nos mataremos así! —gritó Devan, aferrándose más y más a la cintura firme de Calíope.
—¡Ya casi nos alcanza! ¡No podemos parar!
Devan no entendía nada. Nadie los estaba persiguiendo. Incluso se atrevió a girarse un poco y no vio nada.
—¡Deberías poder verlo, ya que hiciste el ritual! ¡Mira bien, está al mismo nivel que nosotros, a la derecha!
Devan miró y solo vio los edificios recortando la noche iluminada de la ciudad. Pero de pronto notó, aterrado, que una figura difusa se movía en el otro carril, separado del suyo por una malla eslabonada. Entre más lo miraba, tanto más se hacía visible, o era que Devan iba comprendiendo qué figura componía esa criatura, porque criatura era: un animal enorme de tres metros de altura, corriendo y saltando entre los autos a cuatro patas. Un lobo.
El lobo gigantesco saltaba con habilidad, pero de cuando en cuando tropezaba con un auto. El conductor, ahora lo entendía Devan, no veía al lobo y de seguro buscaba alguna explicación de lo ocurrido por el estado de la carretera u otra cosa.
En ese momento, Devan esperaba despertar del sueño o pesadilla. Nada tenía sentido. "Un Fenrir", había murmurado Calíope, y Devan tenía la sensación de que en algún lugar había escuchado ese nombre.
Calíope al fin los sacó de la autopista y se dirigió fuera de la ciudad. Bajó la velocidad cuando estuvo segura de que el lobo no estaba cerca, pero no se detuvo.
—Esa cosa... —empezó Devan.
—Esa cosa es nuestro enemigo. Yo no soy de este mundo, soy de Vanaheim. Estoy en tu mundo porque se me ha puesto una prueba. Debo vencer esa prueba para poder seguir el camino que me llevará a Nueva Asgard, donde los herederos de Odín me reconocerán entre los suyos. También busco venganza contra mi hermana. De las razones de esa venganza nada diré —dijo Calíope fríamente.
—No… no entiendo nada.
—Por supuesto, y sin embargo te he dicho la verdad. Te he dicho que estoy aquí por una prueba, ¿no es así? Tú eres parte de esa prueba. Conseguir que un mortal se sacrifique por mí por amor me abrirá la puerta de la luna.
El rugido del Fenrir no permitió que Devan meditara respecto a lo dicho por Calíope. El lobo gigante los perseguía de nuevo. Devan vio hacia dónde los llevaba la motocicleta: el cerro donde Calíope lo asesinó, o donde soñó que Calíope lo asesinaba, aunque ahora, visto todo, no estaba tan seguro de que se tratase de un sueño.
La carretera a esa hora no estaba muy transitada y eso permitió a Calíope conducir a la mayor velocidad que pudo. No obstante, fue lo mismo para el lobo. Sin obstáculos, corría y saltaba con más libertad. Y Devan podía verlo a lo lejos, cada vez más cerca, el brillo rojo de sus ojos mirándole.
Llegaron al pie del cerro. Allí Calíope se bajó de la motocicleta dejándosela a Devan, y ante la total sorpresa de él, ella fue al encuentro del lobo.
—¡Alto ahí! —le gritó Calíope al lobo—. Te ha enviado Isfrid, ¿no es así?
El lobo se detuvo a siete metros de ella, mirándola con desconfianza.
—Tu presencia no es permitida en Midgard. Lo sabes. Si das un paso más, te enfrentarás al castigo que yo te daré.
El lobo ni siquiera dudó. Se lanzó hacia ella como un rayo, y antes de darse cuenta, Calíope estaba al lado de su cara y lo golpeó con tal fuerza que el enorme lobo fue a caer estrepitosamente en el suelo.
Calíope miró a Devan.
—Ve a la cima, sube y espérame allá, ¡rápido!
Gritando "¡mierda!", Devan se dispuso a subir el cerro con todas sus fuerzas.
XXX
Hermelinda saltaba entre los rascacielos de los edificios. El báculo de amatista seguía resonando a intervalos más rápidos. Las instrucciones de Calíope para ese caso en que sus enemigos la encontraran eran reunirse para luego escapar. El lugar de reunión no era otro que el lugar donde llevaron a cabo el ritual con Devan Tudor a las afueras de la ciudad. Pero para llevar a cabo una teletransportación mágica debía ir al punto previamente preparado y, lastimosamente, estaba lejos. Midgard carecía de magia original, lastimosamente.
De repente, una fuerza externa golpeó su cabeza. Un mensaje fue puesto en su mente, un mensaje de Calíope. Completarían el ritual.
Pero no podía ser. Hermelinda miró al cielo. Esa noche no había luna; el ritual no podía completarse sin luna. Bajó del edificio y procuró correr lo más que pudo.
Xxx
Por poco es capturada por la boca del lobo. Calíope estaba limitada en ese mundo mortal. Si desplegaba todo su poder, lo más seguro era que sería expulsada de Midgard sin terminar la prueba que por fin estaba a punto de conseguir. Estaba cansada, pero el lobo también lo estaba.
Una roca cayó encima de la cabeza del fenrir, dejándolo desorientado.
—¡Cómate eso, hijo de puta! —gritó Devan.
Lo estaba haciendo bien. Calíope le sonrió; el chico podía ser material para seguir y pulir. Ella aprovechó el descuido del lobo y lo pateó en un ojo, que ya no abrió de nuevo.
Mientras el lobo aullaba de dolor, ella saltó hacia la cima del cerro, hacia Devan Tudor, que la vio casi volar hacia él como un ángel de muerte, de bella muerte.
Lo tomó de la mano y lo llevó al centro del lugar, donde rocas habían sido dispuestas para crear un círculo perfecto. Calíope tocó el pecho de Devan, donde el cuchillo había sido enterrado. Lo apostó todo; si no funcionaba, ambos morirían.
El lobo saltó hacia ellos abriendo su boca, enorme, terrible. Pero al cruzar el círculo, la cabeza del lobo fue atravesada por una lanza larga de plata. Las piedras del círculo brillaban con un color azul, y de azul brillaba la mujer que colgaba del asta de la lanza. Esbelta, vestida con joyas azules cubriéndole apenas los pezones y la entrepierna. Largos cabellos de plata y ojos grises.
—¡Hoy no hay luna, guerrero de los Vanir! —dijo la mujer—. Pero tampoco deberían los fenrir invadir este reino. Doy por cumplida tu prueba satisfactoriamente, y no solo eso, sino que cedo a tu hombre una runa de Odín.
—¡No! —le gritó Calíope—. ¡Dame a mí esa runa!
—Nada que temer —se burló la mujer—. Si lo tienes a él, tendrás siempre la runa, lo digo yo, ¡Hécate, hija de Máni!
Calíope apretó los puños. Y la mujer se rió a carcajadas.
XXX
Al fin pudo llegar al punto mágico y teletransportarse. Hermelinda llegó junto a Calíope; la puerta estaba abierta, un portal hacia otro mundo, hacia otra prueba. Vio a Devan Tudor.
—Aquí nos despedimos —le dijo.
—No —le contradijo Calíope—, él debe venir con nosotras.
—¿Qué dices? Ese no era el plan.
—Ella le dio la runa de Odín a él —Calíope la miró seria—, se aseguró de que no lo dejara.
—Entonces, vayámonos a otro lugar de Midgard y cumplamos la prueba.
—No funcionará otra vez —dijo Calíope—. Devan tiene la runa de Odín, y he decidido entrenarle para que sea un guerrero vanir.
Hermelinda ya no sabía qué rayos decir de todo eso.
—No… no entiendo nada —dijo Devan, maravillado aún por el portal frente a sus ojos, un semicírculo de luz que mostraba en su centro otro mundo.
Calíope fue hacia él.
—Pídeme lo que quieras y te lo daré —le dijo mirándolo directamente a los ojos—. Si quieres, me humillo ante ti, te lo pido de rodillas —ella tomó la mano izquierda de Devan y la puso en su seno derecho—. Lo que quieras, pero acompáñame. Si de mí depende, te mantendré a salvo, aunque muchos peligros vendrán.
Devan, con rubor en sus mejillas, afiló su mirada, retiró la mano del pecho de Calíope con firmeza.
—No tienes que ofrecerme nada —fue la mirada de ella, el fuego de su mirada, el deseo que nunca había visto en ella, un deseo porque él aceptara, así fuesen otras sus intenciones, así no sintiese nada por él de verdad, lo que lo convenció—. Iré.
Un niño que toma decisiones ya no es un niño, es un hombre. No entendía nada prácticamente, pero no quería ni por asomo darle la espalda a esas cosas maravillosas que pasaban frente a él. Si no acompañaba a Calíope, ¿qué tendría? Una vida normal y corriente. No lo quería, quería ver más, quería a Calíope. No tenía tiempo para dudar.
Los tres cruzaron la puerta de la luna, y a la mañana siguiente, cuando el sol brilló en el cielo, no había rastro del lobo, ni de los tres estudiantes de secundaria, ni siquiera sus huellas en la tierra.