⚠️ Contiene suicidio, depresión, transtorno de estrés postraumático, dependencia emocional, violencia, abuso, rasgos de psicopatía, sadismo, contenido +18 (censurado) y una relación poliamorosa.
John, un omega que se ha cansado de vivir. Decide que ya no hay sentido alguno, se sumerge en el lago pinos susurrantes y allí deja escapar su vida. Tercer intento fallido, pero ahora todo es diferente. Al parecer en ese mundo nadie conoce a los omegas y la persona que más le hizo daño, ha muerto. John descubre en este mundo la delicadeza que las personas pueden tener pero que él nunca conoció en su antiguo mundo, el doctor Jeison. El Dr se muestra amable, atento y cuidadoso de una manera que John no ha experimentado. Lleno de cicatrices tanto en su cuerpo como en su corazón, ignora el hecho de que quien acaricia su nariz es un lobo disfrazado de oveja.
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Mascota.
John
Me había quedado dormido; eran las 5:45. Necesitaba ir a la mesa o el Dr. se podría enojar. Me puse los zapatos; aún me dolían las muñecas, pero estaba tan apurado que no me importó. Salí de la habitación; no sabía dónde se encontraba el lugar, traté de seguir caminando por donde había venido, pero, a pesar de que creía que era el camino correcto, terminé bajando por unas escaleras distintas a las anteriores. Sentí una punzada fuerte en mi muñeca derecha. El vendado se había llenado de sangre; seguramente me había roto los puntos al ponerme los zapatos.
Seguí por la puerta que estaba al frente de las escaleras. Estaba en el patio, pero parecía más un bosque; había árboles e incluso una fuente que sí funcionaba a lo lejos. Me acerqué para apreciarla. Se veía antigua, pero ¿no lo era? No sabía mucho de estas cosas.
Súbitamente escuché un rugido. Me quedé quieto y miré a mi alrededor. No veía nada.
Los lobos, no, eran lobos; uno negro y el otro marrón, ambos salieron detrás de unos árboles; aún gruñían y mostraban sus dientes. Mi corazón se aceleró. Quería correr, pero seguramente no llegaría lejos. Si me quedaba y los enfrentaba, no sobreviviría. Respiré hondo, intentando calmar mi corazón. Cerré mis ojos y me arrodillé, cubriendo mi cabeza con mis manos; la sangre ya estaba goteando. Escuché a los lobos ladrar y empezar a correr. Apreté mis ojos y esperé lo peor.
–¡Alto! – Escuché un grito. Y entonces los lobos pararon. No quería levantar mi rostro; mi cuerpo temblaba y no respondía.
–Esparta, Dom, sentados, quietos–, ordenó el doctor.
Los pasos de la persona se acercaban cada vez más. No levanté la cabeza. Esta situación eme recordaba el día que había escapado de casa; dos alfas se dieron cuenta de mi condición y me persiguieron hasta que me había perdido en el bosque. Muchas de las cicatrices que tenía en las piernas eran debido a ese día. Odiaba tener este tipo de recuerdos, dolían, pero no podía controlarlos.
–Levántate, está bien, yo estoy aquí. Estoy contigo, John–. Sentí que sus brazos me rodeaban; era el doctor. Sin abrir los ojos, lo abracé; no quería soltarlo, tenía miedo. Si lo soltaba, los lobos me atraparían.
–Tienes sangre, ¿intentaste cortarte de nuevo?– preguntó; esta vez su voz era más fuerte, me regañaba.
–N.. No, yo, me lastimé– dije, aún sin soltarlo o abrir los ojos.
–Tendré que curarte la herida, yo te llevaré. – El Dr. me alzó, acunándome como un bebé.
Caminó; me sujeté fuerte de su cuello mientras él abría la puerta. Cuando la escuché cerrarse, el Dr. dijo:
–Ya puedes abrir los ojos–
Lo hice. Lo primero que vi fueron sus ojos verdes que resaltaban y atrapaban mi mirada. Mi corazón se aceleró y suspiré. ¿Quién era este hombre que me sostenía? Subió las escaleras aún conmigo en sus brazos.
–Tengo sueño– susurré. Mis ojos trataban de cerrarse por sí solos.
–No te duermas, mantente despierto–.
–Sí, yo lo haré–, pero era difícil; mis ojos se cerraban automáticamente.
Sentí que me habían acostado en una cama; esta era más dura que la cama que estaba en "mi habitación"; aún sonaba como algo irreal.
–Mírame, John–. Eso quería hacer; quería ver sus hermosos ojos, pero… los míos se cerraban cada vez más…
…
Cuando me desperté, las vendas estaban limpias y no estaba en la cama dura en la que había sido acostado, tampoco estaba en mi habitación. Esta habitación era más pequeña que la mía; en el closet se veía algo de ropa y los lobos estaban en el piso durmiendo. Mi corazón se aceleró y traté de moverme, pero el Dr. estaba justo a mi lado. Me acarició el rostro y me arropó nuevamente.
–Está bien, ellos no te harán nada, eres su hermanito–. El Dr. miró a los lobos y luego me miró a mí. Incluso en la oscuridad se pueden ver esos ojos hermosos.
–¿Cómo te sientes? ¿Quieres comer algo? – Asentí; no había comido desde la mañana. Tenía hambre.
-Sí, perdón… perdón por los inconvenientes, trataré de ser más cuidadoso– dije, casi como una súplica. Esperando que aquel hombre tan amable no se enfadara por mi estupidez y descuido.
–Está bien, hoy es sábado. Si tienes fuerzas te daré un recorrido por la casa. –
–¿Pasé la noche durmiendo? – Pregunté.
–Sí, Esparta y Dom se han sentido culpables por hacerte lastimar. –
–No, no fueron ellos. Fue al colocarme los zapatos. Es bastante difícil colocarlos. – Expliqué. Nadie, ni siquiera un animal debía pagar por su causa.
–¿Te quedan pequeños? – preguntó el Dr., frunciendo el ceño.
–Un poco… pero está bien, puedo usarlos– Jeison me pellizcó la nariz.
–Pequeño conejo tonto, si no te quedan los zapatos, no te quedan… cuando puedas salir iremos a comprar ropa. – Sentí mi rostro sonrojarse. Quería estar más cerca del Dr., pero no tuve la fuerza de moverme. Dejaría mi codicia y me conformaría con mi situación.
El repentino recuerdo de que no me había bañado aún llegó a mi mente. Me estaba mortificando, si le parecía sucio, ¿Aún me trataría con amabilidad?
–Yo… quie… ¿Puedo bañarme? – El Dr. se levantó de la cama y la rodeo. Su sorpresivo movimiento hizo que me inquietara. Me alzó en sus brazos y dijo.
–Vamos, yo te bañaré – sentí mi cara sonrojarse de nuevo.
–Oh, no tienes que hacerlo, yo puedo hacerlo solo–.
–Es mi trabajo cuidar de mi conejo –. El Dr. abrió la puerta y me acostó en la tina lentamente. Él estuvo en sus rodillas mientras trataba de quitar el buso. Yo lo sostuve de manera autónoma; no quería que me viera y se avergonzara, que no le gustara lo que viera, que le desagradara.
–Está bien, John, ya te he visto — Miré hacia la pared, y alcé mis brazos.
El Dr. sacó el buso. Pasó sus manos por mi estómago donde residían las cicatrices de los cigarrillos de mi padre.
–No me desagrada, me gusta saber que has sufrido tanto y aún permanece la inocencia en ti –
Mi corazón se estremeció, y mi vista se puso borrosa. ¿Quién era este hombre? Era el ángel que Dios me había enviado para darme una oportunidad más de vida. El Dr. desabotonó mis jeans, pasó su brazo por mi espalda y me alzó mientras que con el otro me quitaba los pantalones. El calor que desprendía su cuerpo era intenso, tan intenso que generaba cosquillas y emoción en mi vientre. No, John, no puedes.
El Dr. sacó mi ropa interior y mi entrepierna ya estaba semidura y sentí cómo todo se empezaba a humedecer. Volteé la cabeza, estaba avergonzado. Mi rostro estaba caliente, podía sentir cómo se incendiaba. El Dr. ignoró ese hecho y abrió la llave de la ducha, al mismo tiempo echó jabón líquido. La espuma empezó a surgir del agua, había tanta que caía de la tina. Con una esponja limpió y restregó mi cuerpo. Cuando lavaba mis piernas parecía que observaba las cicatrices, lentamente pasaba la esponja por ellas. Escondí mi pierna por vergüenza.
–No las escondas de mí, está bien, solo debes preocuparte de no mojar tu herida. – Asentí. …
El Dr. me había secado y me había puesto una de sus pijamas. Los pantalones se caían, así que solo tenía puesta sus camisetas. Llegaban hasta mis muslos, así que cubrían la parte más importante.
–Pedí el desayuno para la habitación, Stiv no tardará en traerlo. Mientras esperamos iré a tomar un baño- El Dr. fue al baño y cerró la puerta.
Sentí algo extraño, era extraño que alguien me tratara de esta forma. Pero, había decidido ser egoísta. Mi mayor interés residía en su comportamiento hacia mí. Aunque me sentía como una mascota, era mejor que ser una bolsa de basura que cualquiera podía golpear y tirar.