«El Secuestro» Unidos Por El Destino

Madolyn acompañó a su prima al orfanato, y no podía disimular su cara de espanto. Ver a todos esos niños correr, comer, gritar, jugar, resultaba aterrador para ella. El bullicio de los pequeños, era un sonido de trompetas, rechinando en su conducto auditivo.

La joven permaneció de pie, mirando las diferentes escenas frente a ella. Isabel, como buen ser humano, y caritativa, compartía con los niños.

Una monja, sostenía entre sus brazos a una bebé de seis meses de nacida. Isabel le pidió cargar a la pequeña, y se acercó a Madolyn.

— Ay, no. Qué horror. No te sigas acercando con esa… cosita.

Isabel sonrió, y continuó acercándose.— No seas cobarde. Cárgala.

— No, no.

— Tómala, no muerde.— dijo sonriente, poniendo a la bebé en los brazos de Madolyn.

— Ves que bien se siente. Es como tener en brazos a una muñeca, pero a esta le puedes hablar y te escucha, le hace mimos y sonríe.

Madolyn hizo contacto visual con la bebé, y está le regaló una sonrisa. — No, definitivamente, esta marca de muñeca, no me gusta.

— ¿No vas a tener hijos?— preguntó Isabel, recibiendo a la bebé.

— No, jamás.— dijo renuente.

Por otro lado, Edgar se encontraba en la petrolera, revisando contratos de ventas. Su primo Kevin entró a la oficina, exaltado.

— Edgar, tenemos que ir a la mansión, el abuelo tiene una crisis.

— Joder.— exclamó Edgar, y salió corriendo.

Desafortunadamente, al llegar a la mansión, se escuchaban los llantos de Natalia, Luis y algunos empleados. Don Eduardo había fallecido. Edgar entró a dicho lugar, y se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Don Eduardo era su modelo a seguir, su mentor, un ejemplo de valores y humildad.

— Mi niño, se nos fue papá.— gritó Natalia.

La noticia del fallecimiento del jefe de la familia Lewis, corrió como pólvora en toda la ciudad. Los amigos y allegados más cercanos se dieron cita al funeral.

Unos días después, los Lewis se hallaban reunidos en el despacho de la mansión, para escuchar la última voluntad del fallecido. Aunque, ya estaba predicha. La mitad de todos los bienes, fue repartido en partes iguales, para sus dos hijos, y sus tres nietos. La otra mitad será para el primogénito de Edgar.

— No lo puedo creer, pensé que había cambiado de decisión.— dijo Luis, indignado.

El abogado continuó con la lectura del testamento. Si por alguna razón, Edgar no podía tener hijo, esa herencia pasará a una institución benéfica. Si Edgar llega a tener el primogénito, y fallece, la herencia pasa a una institución benéfica.

Mientras el abogado hablaba, algo llamó la atención de Edgar, y no dudó en preguntar.

— ¿Puedo renunciar a esa herencia? Si tengo un hijo, no la necesitará.

— No, joven.— contestó el abogado.

Edgar no había tenido en cuenta ser padre, pero si tenía un hijo, no quería condenarlo al odio de sus familiares, debido a una herencia. No sabía que hacer, ni decir, para que ellos dejaran de mirarlo con resentimiento. Era obvio que a él no le interesaba, en lo más mínimo, ese dinero.

— Licenciado, si después de tener a mi hijo, por “circunstancias” de la vida, un accidente, u otra cosa, muero, ¿quién se encargará de administrar esa herencia, hasta que ese niño sea mayor de edad?. — en ese momento, con esa pregunta, sin reflexionar en las consecuencias, y frente a familiares codiciosos. Probablemente, Edgar cabo su propia tumba. Era un hombre sin malicia, honesto, quizás creyó que sus familiares eran iguales a él. O en el fundo sabía que ellos no se quedarían de brazos cruzados.

Todos los presentes quedaron atentos a esa respuesta.

— Joven, Edgar, lamento no poder responder a su pregunta en estos momentos. Si algo le ocurre, entonces se hablará del caso.

El tiempo continuó avanzando, así transcurrieron varios días. Había llegado la noche del desfile de Versace. Todas las grandes marcas de ropa, cosméticos, calzados, entre otras, estaban presentes en dicho evento. Las modelos encargadas de desfilar con lo mejor de la moda, estaban reunidas tras bambalinas.

Madolyn conversaba unas amigas, sonriente, y ajena a una mirada que la recorría con desdén, de arriba abajo.

Alondra tenía sus ojos puestos en ella. “Veremos cuánto te dura esa sonrisa. Maldita.”, pensó la mujer.

Madolyn sintió que alguien la observaba y miró adelante, topándose con esos ojos negros que la miraban. Decidió acercarse a Alondra.

— ¿Nerviosa?— preguntó Madolyn

— No. ¿Y tú?

— Ya estoy acostumbrada. Aunque abrir un desfile de moda siempre es aterrador.

Alondra sonrió.— ¿Sigues creyendo que tú serás la modelo principal de esta noche?

— No. Estoy segura.

Alondra se le acercó y le susurró al oído. — Para cuando sea tu turno, ya no quedará nadie en este lugar. — intentó alejarse, pero Madolyn la detuvo.

— Prometo agradecerte públicamente, por ilusa.

Horas después, todos estaban listos. Las modelos en espera de la presentación del inicio.

Jonás, un hombre de unos cuarenta años, delgado, tez blanca, cabello fino, bien cuidado, con un estilo particular y un maquillaje extravagante. Con elegancia empezó el evento.

El sonido de la música electrónica, los colores de las luces, y los reflectores, eran partes de la pasarela. El coordinador de moda dijo algunas palabras, anunciando un traje de gala, exclusivo de Versace.

Madolyn no se encontraba juntos a las demás, y eso emocionó a Alondra. Por desgracia, su cara de felicidad y satisfacción, desapareció cuando escuchó a Jonás hablar. Ella tenía puesto body, nada que ver con vestido de gala.

Se escucharon los aplausos y todos miraron a la modelo Madolyn Parker.

Alondra quedó boquiabierta. Se suponía que ella sería la que llevaría puesto ese vestido.

“Desgraciada, infeliz. Te voy a matar. Esto no me está pasando. Edgar, me lo prometiste. ¿Por qué a ella?”. Maldijo Alondra, entre dientes. Intentó salir, pero Jonás se lo impidió.

Con numerosos cambio de vestuarios, adrenalina, y un arduo esfuerzo de las modelos, llegaron a la parte final del desfile. No sin antes, presentar a la modelo Madolyn Parker, luciendo un hermoso vestido de novia.