Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

Andrei Petrov había pasado los últimos años expandiendo su imperio, acumulando tanto seguidores como enemigos. Siempre se movía entre las sombras evitando mostrarse demasiado, pues sabía que aún no tenía un heredero digno que continuara con su legado. Sus hijos Lev y Román, a pesar de su estricta crianza, no eran lo suficientemente aptos a sus ojos para heredar el puesto de Zar de la mafia.

El recuerdo del pequeño que había dejado en la fortaleza, un omega, había quedado relegado al olvido. Con saber que era un omega, Andrei había perdido interés en su existencia. Sin embargo, en sus sueños seguía apareciendo Alik, aquel omega que había sido un soplo efímero en su vida. No lo recordaba con nostalgia romántica, sino como un deseo primitivo más bien animal, que había despertado en él instintos que ningún otro omega había logrado encender. Lamentaba haberlo perdido tan rápido, debió prestarle más atención, pero ya de nada servía lamentarse.

Ahora tenía un nuevo juguete un joven omega frágil de apenas veinte años, que yacía inconsciente a su lado tras los últimos encuentros. Parecía dormir, pero Andrei sabía que había perdido la conciencia después del segundo embate, Alik soportaba cuatro antes de desmayarse o al menos eso recordaba el alfa.

Dio la orden de avisarle a la Babushka que partiría hacia la fortaleza. Era tiempo de ver en qué se había convertido aquel niño, el invierno era crudo y eso le encantaba de ese lugar tan apartado, el frío era perfecto para templar a quienes pretendieran sobrevivir allí. Solo los fuertes lograban sobrevivir.

Cuando finalmente llegaron a las enormes puertas de la fortaleza, Andrei sintió un leve aire de nostalgia de como quién recorre un lugar que le rexjedda tiempos mejores. Caminó con paso firme mientras sus hijos alfas, Lev y Román, caminaban a su lado, erguidos e imponentes con siete y ocho años respectivamente. Detrás de ellos arrastrando una cadena de plata atada al cuello venía el joven omega intentando seguir el paso del alfa. Cada vez que se retrasaba, Andrei tiraba con fuerza de la cadena para apresurarlo sin una pizca de paciencia.

El silencio se apoderó de la fortaleza. Solo la Babushka se acercó con solemnidad, entregándole al alfa una bandeja con algo caliente para beber.

—¿Qué es esa mierda? —rugió Andrei—. Tráeme algo más fuerte para capear este frío infernal.

Al instante, las betas le acercaron una botella de alcohol. Andrei se acomodó en la silla más amplia del salón principal con los pequeños alfas a su lado, mientras el frágil omega encadenado se acomodaba a sus pies, como una mascota sumisa.

—Tráelo —ordenó a la Babushka, que entendió de inmediato.

Las puertas se abrieron y entró Mikhail, impecable, con el cabello recién cortado y su inocente rostro infantil. Andrei lo observó con detenimiento, evitando sonreír. Era como si Alik se hubiera clonado a sí mismo los mismos rasgos delicados, los mismos ojos violetas que parecían penetrar hasta el alma. Para su sorpresa el pequeño omega lo miraba con curiosidad y sin una pizca de miedo, lo que provocó una extraña satisfacción en el alfa. Normalmente, todos rehuían su mirada, pero aquel niño lo enfrentaba con una audacia inesperada.

Andrei señaló con un dedo a Román, su hijo menor y le indicó algo con un gesto que solo el pequeño alfa pudo comprender. Con una obediencia inmediata y mecánica, Román se colocó frente a Mikhail, la diferencia de altura era significativa, pero irrelevante para la orden de su padre.

El primer golpe llegó rápido. Mikhail, sorprendido, recibió el impacto y sangró por la nariz, pero se incorporó al instante y con un gesto rápido y feroz se lanzó contra Román sin medir fuerza ni tamaño. Cada movimiento del pequeño omega estaba cargado de determinación y rabia contenida.

Andrei observaba, divertido y extasiado la escena. “Tiene fuego… con entrenamiento, será útil”, pensó. Mientras Mikhail arañaba y esquivaba los golpes del alfa, Román apenas podía reaccionar mientras, Lev observaba sentado, con los ojos muy abiertos, consciente de que no debía intervenir.

—¡Basta! —ordenó Andrei con un gesto seco.

Pero Mikhail no parecía dispuesto a detenerse. Sus pequeñas manos habían dejado cortes en el rostro de Román, quien apenas podía ponerse de pie con un gesto de dolor y rabia. Las betas tuvieron que intervenir separando al omega del alfa antes de que la pelea se saliera de control.

Andrei soltó una carcajada sonora, encantado.

—Niño, ¿sabes quién soy? —preguntó, dejando que el tono de su voz retumbara en el salón.

—Dicen por ahí que eres mi padre —respondió Mikhail con un veneno inesperado—, pero la gente suele decir muchas estupideces.

El alfa sonrió con satisfacción. Aquello era exactamente lo que esperaba: un espíritu desafiante, un fuego que no se extinguía.

—Babushka, prepáralo. Me lo llevaré para entrenarlo —dijo, levantándose con una autoridad imponente, tomando al pequeño omega bajo su control.

Los tres niños lo observaron en silencio, con hostilidad y cautela. Mikhail aún no sabía lo que le esperaba, sin embargo, Andrei ya había decidido su destino.

Ese pequeño no sería un mero contenedor como su madre, sería entrenado, moldeado y usado como un arma en potencia bajo su control. Y así comenzaba el verdadero infierno de Mikhail.

Mientras salían del salón, Andrei murmuró bajo para para solo Mikhail pudiera escuchar.

—Verás, Misha… tu vida no será fácil, pero te prometo algo te haré fuerte. Más fuerte que cualquier omega que haya conocido.

El pequeño omega lo miró con los ojos violetas brillando, sin comprender del todo, pero con un instinto primitivo que le decía que nada sería igual otra vez.