Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.
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Capítulo 16
El ascensor subía lentamente hasta el piso 32.
Gael apoyado en el fondo, en silencio. Sonreía con los ojos.
Hacía tiempo que no sentía esa ligereza. Un tipo de paz que no era ausencia de problemas — sino la presencia de algo que valía la pena enfrentarlos.
Thiago.
La noche anterior, había visto en sus ojos el miedo, sí. Pero también la entrega. El tipo de entrega rara, que no se fuerza, ni se pide. Ella simplemente… sucede.
Gael estaba listo. O, por lo menos, dispuesto a intentar.
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Ya Thiago… no sonreía.
Llegó temprano. Café en la mano, respiración inestable. Intentaba mantener los pasos firmes, la expresión neutra.
¿Pero por dentro? Un huracán.
En la cabeza: el beso. El aventón. La confesión.
En el pecho: la culpa. La duda. El deseo.
Saludó a Clarissa con un ademán tímido.
Abrió el ordenador.
Digitó la contraseña errada tres veces.
“Enfoque, Thiago. Enfoque.”
Pero cada vez que sentía el perfume amaderado en el aire, cada vez que oía los pasos firmes de Gael por el corredor, el cuerpo reaccionaba antes de la razón.
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A las 10h14, la primera notificación llegó.
“URGENTE: Motivo del término entre Gael Ferraz y Helena Vieira puede haber sido traición, dice fuente próxima a la pareja.”
“CEO se habría involucrado con otra persona durante una crisis silenciosa de la relación. Identidad no revelada.”
Thiago leyó. Abrió los ojos.
El corazón se disparó.
Fuente anónima.
Nada confirmado.
Pero directo al punto.
Clarissa llegó con el celular en la mano, el rostro tenso.
— ¿Viste?
Thiago apenas asintió.
— Alguien filtró eso. Tal vez del propio equipo de Helena. No se sabe. Pero va a pegar mal. Muy mal.
— ¿Él ya vio?
— Está en la sala desde temprano. Solo. Aún no ha dicho nada.
Thiago miró para la puerta de vidrio oscuro.
Sabía que Gael estaba allí dentro.
Y ahora, más que nunca… sabía que el juego había cambiado.
No era más solo entre los dos.
Era público.
Era real.
Y era peligroso.
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Del otro lado de la puerta, Gael sostenía el celular.
Leyó el titular tres veces.
No se movió.
No reaccionó.
¿Pero por dentro? La sangre hervía.
Sabía que eso podía suceder.
Pero no tan rápido.
Ni con tantas certezas en las entrelíneas.
“Otra persona.”
“Durante la crisis.”
“Motivo del término.”
Nadie sabía de la verdad.
Pero ahora, todos irían a inventar una.
Y en medio al caos inminente, todo que Gael pensaba era en Thiago.
Cómo protegerlo.
Cómo tenerlo cerca.
Cómo continuar… sin que el mundo los destruyera.
La invitación de Doña Eugênia llegó en medio de la tarde. Formal. Frío.
Un simple mensaje:
“Cena en casa a las 20h. Solo nosotros tres. Necesito entender lo que hubo.”
Gael no tenía elección.
Ignorar sería incendiar el puente con la propia madre — y ella era el tipo de mujer que prefería quemar todo a perder el control.
Cuando llegó a la mansión de su infancia, el clima era el mismo de siempre:
ambientes impecables, flores discretas, porcelana blanca, y una tensión que cortaba el aire como cuchillo de plata.
Helena ya estaba allá.
Linda. Elegante. Con una sonrisa diplomática en el rostro, pero los ojos como láminas afiladas.
Doña Eugênia, como siempre, se sentaba como una reina silenciosa en el centro de la mesa.
La luz del lustre reflejaba en el collar de perlas.
En frente de ella, un cáliz de vino — tocado, pero no bebido.
— Yo agradezco por haber venido — dijo, por fin, sin emoción. — Estoy intentando comprender lo que ha sucedido. En silencio, claro, como le conviene a nuestra familia.
Gael mantuvo la columna erguida, los dedos entrelazados sobre el regazo.
Sabía que aquello no era una cena. Era un interrogatorio camuflado en buenas maneras.
Helena fue la primera en hablar.
La voz dulce, bien entrenada.
— La relación se enfrió, es verdad. Pero creo que fue un momento. Una fase. Aún hay tiempo de revertir. Juntos.
Gael la miró. Por un instante, recordó de cómo ya la admiró.
Pero lo que existía allí ahora… era solo un eco.
— Helena… yo te respeto. Pero no hay vuelta atrás. No para mí.
Ella sonrió. Firme.
— No es solo sobre ti, Gael. Tiene tu imagen, tu familia. La empresa. Las personas. Todo eso importa.
— Y justamente por eso yo no puedo continuar fingiendo.
Helena mantuvo la postura. Pero los ojos ardieron.
Doña Eugênia, hasta entonces callada, colocó la copa sobre la mesa.
— Estoy oyendo. Continúen.
Gael la encaró.
Buscó allí cualquier reacción: decepción, rabia, tristeza.
Pero ella solo observaba.
Como quien asiste a un ajedrez y espera la jugada errada para atacar.
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Al salir de la casa, Gael respiró hondo en el jardín.
El olor de las gardenias que su madre tanto amaba parecía empalagoso ahora.
Encendió el coche en silencio.
Condujo despacio.
No sabía si estaba aliviado… o herido.
La verdad es que se sentía expuesto. Frágil. Pero por primera vez, entero.
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A las 22h43, el celular vibró en la consola.
Un mensaje.
De Thiago.
“Hola. No quiero molestarte, solo quería saber cómo estás… después de la noticia. Fue mucha cosa hoy.”
Gael leyó y releyó.
La mano paralizada sobre la pantalla.
Y una voluntad absurda de decir todo.
Pero todo… era demasiado. Por ahora.
Él digitó.
“Fue. Pero estoy bien. Mejor ahora.”
La respuesta fue corta. Pero Thiago sonrió al leer.
Y, mismo sin estar juntos…
algo en los dos decía que estaban cada vez más próximos.