—Divorciémonos.
La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.
—¿Quieres separarte mi ahora?
Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en el cuerpo del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.
Se enamoró de Enzo Volkov y lo obligo a comprometerse y contraer matrimonio con él. Finalmente, después de 8 años, su amor no fue correspondido, Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.
Un día sucedió un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.
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03
Solté un suspiro, profundo y resignado, cerrando los ojos por un momento. El zumbido persistente de mi mente solo fue interrumpido por la voz de Ignat.
—La reunión empezará pronto.
Abrí los ojos y asentí sin decir palabra. Me levanté, alisé el saco y, antes de seguirlo, tomé el teléfono para silenciarlo por completo. Si Enzo quería esperarme, que lo hiciera. Tal vez, si lo dejaba actuar libremente, terminaría por aburrirse y se iría por su cuenta.
Durante la reunión, me mantuve centrado. Los temas fueron claros, algunos debates, acuerdos, más decisiones por tomar. Al salir, el ritmo no cambió: papeles por revisar, documentos por firmar, órdenes por aprobar. Todo fluía con la cadencia metódica de un día más en la oficina.
No me percaté del tiempo hasta que una sombra se detuvo junto a mi escritorio. Ignat, ya con el abrigo sobre el brazo y una expresión divertida, se inclinó levemente hacia mí.
—Apresúrate —dijo—. Recuerda que tienes que llevarnos a cenar.
Lo miré por unos segundos, sin entender del todo a qué se refería. Ignat levantó una ceja con una expresión clara de “¿hablas en serio?”. Sentí un calor repentino subir por mi cuello hasta las mejillas. Avergonzado, llevé una mano a la nuca mientras asentía con una sonrisa algo forzada.
—Cierto… cierto.
Me puse de pie, tomando el maletín y el teléfono, preparándome para cumplir la promesa hecha.
Me acerqué al grupo, que ya estaba reunido frente al ascensor. Las voces alegres llenaban el pasillo: risas, bromas, comentarios sobre qué pedir, quién comería más, y si Ignat volvería a exagerar con los postres. Sonreí discretamente, contagiado por la ligereza del ambiente, y entré con ellos al ascensor.
El trayecto hacia la planta baja transcurrió entre bromas y carcajadas. Ignat soltó otra de sus típicas ocurrencias, provocando una risa general. Me mantuve tranquilo, escuchando, mientras mis pensamientos flotaban en otro lugar. Al pasar por el vestíbulo, justo cuando la puerta giratoria ya se abría, algo me detuvo. Una sensación repentina, como si algo quedara inconcluso. Me detuve, frunciendo ligeramente el ceño, y saqué mi teléfono.
Al desbloquearlo, vi de inmediato la serie de notificaciones: más de veinte llamadas perdidas y varios mensajes, todos de “Media cereza de mi pastel”. Me sorprendió por un momento…
Y entonces, como si la persona hubiera sido invocada, escuché mi nombre.
—Alessio. Mi cuerpo se tensó antes de girarme. Allí estaba él.
Su silueta se abría paso entre el flujo constante de empleados saliendo. Un delta dominante, inconfundible en su porte: firme, seguro, elegante, incluso si luce informal. Su presencia destacaba entre los betas, alfas y omegas que transitaban por el vestíbulo, generando una reacción casi instintiva. Algunos lo miraron con envidia apenas disimulada. Otros, especialmente los más jóvenes, lo observaron con un leve sonrojo, atrapados entre la admiración y la atracción.
Y, sin embargo, su mirada solo estaba dirigida a mí.
Por un instante, Alessio solo deseó girar sobre sus talones y huir. Mezclarse entre la multitud, simular una llamada de urgencia, desaparecer como si nunca hubiese estado allí. Sin embargo, su cuerpo no reaccionó. Se quedó inmóvil, como si estuviera sujeto al frío mármol del vestíbulo.
Una mano cálida se posó en su hombro, sacándolo del trance. Era Ignat.
—¿Qué ocurre? —preguntó con voz baja, pero clara.
Alessio parpadeó, forzando una expresión tranquila.
—Nada, estoy bien. Avancen ustedes… los alcanzo en un momento.
Ignat entrecerró los ojos un segundo, como si pudiera ver a través de esa mentira pulida. Luego soltó una carcajada ligera, casi burlona.
—No puedes huir. Tienes que pagar toda la cuenta —dijo, retirando la mano de su hombro con gesto cómplice.
Y sin más, giró y se sumó al grupo, que ya se desplazaba entre carcajadas y pasos a gusto hacia la noche. Cuando la puerta del edificio se cerró tras ellos, Alessio volvió la mirada hacia el frente… y ahí estaba Enzo.
Ya no era solo una figura entre la multitud. Ahora estaba justo frente a él. Su cabello, que solía llevar perfectamente peinado, era un desastre. Los mechones caían con descuido sobre su frente, como si hubiera pasado las manos por él una y otra vez, nervioso o frustrado.
Sus ojos no eran los mismos. Mostraban algo más, una molestia contenida, como una marea que aún no estalla, pero ya amenaza con arrasar. Alessio lo observó en silencio, y por un segundo, pensó: ¿Le habrá pasado algo? Pero detrás de esa furia silenciosa… también había algo más. Inquietud, preocupación.
Alessio observó con más atención. El desorden en el cabello de Enzo, la tensión en sus hombros, esa expresión contenida. Todo indicaba que algo no iba bien. Tal vez le pasó algo en su nuevo empleo, pensó, uniendo por fin las piezas. Soltó un suspiro silencioso. Ya que estaban frente a frente, no podía simplemente ignorarlo. Aunque su decisión de alejarse seguía firme, lo mínimo que podía hacer era disculparse por el momento.
—Lo siento por haberte hecho esperar. Mi teléfono estaba en silencio —dijo simplemente, sin rodeos, manteniendo el tono neutro.
Enzo no respondió. Solo lo miró fijamente, como si las palabras no fueran suficientes, como si esperara algo más.
Alessio desvió un momento la vista, incómodo por el peso de ese silencio.
—¿Enzo? —lo llamó, intentando quebrar la quietud.
Fue entonces cuando Enzo maldijo por lo bajo, con los labios tensos, y se pasó la mano por el cabello en un gesto agitado. Murmuró algo más, algo que Alessio no alcanzó a oír.
Una punzada de preocupación le cruzó el pecho.
—¿Sucedió algo? ¿Estás bien? —preguntó sin pensar demasiado, dando un paso más cerca, levantando la mirada para poder verlo bien, ya que Enzo era más alto.
Impulsivamente, estiró una mano, queriendo rozar su mejilla, pero se detuvo, bajándola rápidamente antes de tocarlo.
Enzo, sin embargo, notó ese gesto. Lo notó todo. Y por primera vez desde que llegó, sonrió, aunque fuera apenas un leve movimiento en las comisuras de sus labios.
—Estoy mejor al verte —dijo, con una voz suave, teñida de cansancio, pero sincera.
Alessio se quedó sorprendido por aquellas palabras. “Estoy mejor al verte”. Por un instante, algo cálido, demasiado familiar, quiso brotar dentro de él, pero se obligó a desviar la mirada, a romper ese momento antes de que cobrara más fuerza de la que debía. Y entonces lo recordó. En la historia original, Artem era quien debía estar junto a Enzo. No él. Ambos trabajaban en la misma empresa, y aunque al principio no se soportaban, con el tiempo, como suele decirse del odio al amor, hay solo un paso. Terminaron enamorándose de verdad. Enzo creyó en los sueños de Artem y lo apoyó para abrir su propia pastelería, y Artem, con esfuerzo y talento, se convirtió en un reconocido repostero.
Enzo, por su parte, se volvió el CEO exitoso que todos admiraban, llevando la empresa a nuevas alturas… con Artem a su lado. Ese era el curso real de las cosas.
Una punzada de culpa atravesó el pecho de Alessio, como una sombra que no se podía apartar tan fácilmente. Miró a Enzo, y este seguía observándolo atento. Al encontrarse sus miradas, Enzo sonrió de nuevo, y por un segundo, Alessio volvió a ver al protagonista de aquella historia que alguna vez conoció.
Entonces Enzo habló, rompiendo el silencio con suavidad.
—Tal vez estoy un poco cansado por el trabajo.
Alessio asintió, entendiendo mejor de lo que dejaba ver.
—Deberías descansar de vez en cuando —respondió con un tono más cálido, más humano. Como si, solo por un momento, pudiera olvidar que no era parte del destino original y solo era el villano.
la pregunta es el es el de la novela cundo hizo que se separen o era el hermano original el que hizo que se separen ?