El Diablo que Me Ama

No importaba lo que Josh hiciera. No importaba adónde fuera. Murilo estaba allí, en los rincones oscuros de su vida, en las grietas de sus pensamientos, incluso en el aire que respiraba.

Volvió a casa exhausto, con el cuerpo pesado por la rutina de la prisión y la mente aún perturbada por el encuentro con Viktor. El celular vibró en cuanto cerró la puerta.

**Lucas:** *"¿Y bien, sobreviviste al primer día, Dr. Freud?"*

Josh respondió mecánicamente, fingiendo una normalidad que no sentía:

**"Sigo vivo. Mañana te cuento."**

El baño fue caliente, casi hirviendo, como si pudiera lavar no solo el sudor, sino la sensación de que Murilo estaba en todas partes. Se puso una camiseta vieja y un pantalón de chándal, decidiendo cocinar algo sencillo. Espagueti con salsa de tomate. Comida reconfortante.

Mientras removía la olla, sus pensamientos divagaban.

*¿Por qué no puedo librarme de él?*

*¿Por qué, en el fondo, ni siquiera quiero?*

La comida fue silenciosa. El apartamento, vacío. El cansancio golpeó como una marea, y Josh cayó en la cama sin siquiera apagar las luces.

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**Medianoche**

Josh se despertó con el toque de Murilo aún quemando en su piel. La caricia en su cabello, los dedos firmes y conocidos, incluso después de tantos años. Intentó alejarse, pero su cuerpo lo traicionó, arqueándose levemente hacia aquel toque prohibido.

— **Siempre fuiste el amor de mi vida, Josh** — susurró Murilo, con la voz más suave de lo que Josh jamás había oído. Era una confesión, no una provocación.

Josh se giró en la oscuridad, pero solo pudo ver la silueta de Murilo, el brazo tatuado con aquella rosa negra que nunca había salido de sus pesadillas, o de sus sueños.

Murilo se inclinó, los labios calientes presionando su mejilla en un beso que hizo que el corazón de Josh se acelerara.

— **Te busqué toda la vida.**

Y entonces, antes de que Josh pudiera responder, Murilo se alejó. Algo pequeño y metálico fue dejado encima de la mesita de noche, un tintineo suave en el silencio de la habitación.

— **Para ti, mi amor.**

La puerta de la habitación se abrió y se cerró. Murilo desapareció en la oscuridad, como un fantasma.

Josh se quedó paralizado por un instante, con el pecho oprimido.

*Él vino. Él me tocó. Él...*

Con manos temblorosas, Josh estiró el brazo y tomó la pequeña caja que le había dejado.

Era vieja, de terciopelo descolorido, pero la reconoció inmediatamente.

*No. No puede ser.*

Al abrirla, su corazón se detuvo.

Dentro, brillando bajo la luz tenue de la habitación, estaba **el anillo**.

El mismo anillo de plata que habían comprado juntos a los quince años en una feria callejera.

Uno para cada uno.

Promesa de que un día...

*Un día.*

Josh lo sacó de la caja, con los dedos temblando.

Era demasiado pequeño ahora. Apenas podía ponérselo en el dedo.

Pero allí estaba, grabado en las entrañas del metal:

**"Siempre tuyo."**

El mensaje que Murilo había mandado grabar en aquella época.

Josh tragó saliva, con la garganta apretada.

*Él guardó esto todos estos años.*

*Él nunca olvidó.*

Y ahora, Josh tampoco podría.

Desde fuera, en la calle oscura, Murilo observaba la ventana de la habitación de Josh, con un cigarrillo entre los dedos.

Él sabía que Josh estaba mirando el anillo.

Sabía que lo recordaba.

Y sabía, más que todo, que **ahora no había vuelta atrás**.