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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Luces, música y el borde del caos

El viernes llegó como un tren descarrilado, y antes de que pudiera procesarlo, me encontraba frente al espejo del piso, con Sofía revoloteando a mi alrededor como si fuese mi estilista personal. La ciudad brillaba afuera, con sus luces parpadeantes qué se colaban por la ventana, y el aire olía a verano y posibilidades. Pero yo solo sentía un nudo en el estómago mientras Sofía sostenía una blusa negra que jura que me quedaría “de infarto”

—Lucía, en serio, esta es la ganadora —añade, y empieza a blandir la blusa como si fuese una bandera—. Con tus jeans oscuros y estas botas, vas a ser la reina de la fiesta sin siquiera intentarlo.

—No quiero ser la reina de nada —contesto, y me cruzo de brazos—. ¿No puedo ir con una camiseta normal?

—Una camiseta normal es un crimen en una fiesta como esta. —Sofía puso los ojos en blanco y me lanzó la blusa—. Debes probartela, anda. Si no es de tu gusto, te dejaré ir en pijama, pero después no me culpes si Marcos te confunde con el repartidor.

Me reí a pesar de mí misma y tomo la blusa. Mientras me cambiaba, Sofía se puso a retocarse el maquillaje frente al espejo, y se aplicaba un delineador con una precisión que envidio. Llevaba una chaqueta de cuero, una falda corta y una energía que parecía iluminar el piso entero. Yo, en cambio, me sentía como una impostora, incluso con la blusa negra que, debo admitir, no está tan mal.

—¿Lista o qué? —preguntó Sofía, y se gira hacia mí para inspeccionarme—. ¡Mira eso! Te dije que ibas a arrasar.

—No arraso, Sofía. —Me observo en el espejo, y me ajusto el pelo—. Solo quiero sobrevivir esta noche.

—Sobrevivir, arrasar, misma cosa. —Me dio un codazo antes de agarrar su bolso—. Venga, que el Uber ya está abajo.

Bajamos las escaleras del edificio, mientras el eco de nuestros pasos resonaban en el pasillo. La ciudad nos recibió con su caos habitual: cláxones, risas de desconocidos, y el aroma a comida callejera flotaba en el aire. El Uber nos llevó por calles llenas de neón y tráfico, y yo solo miraba por la ventana, trataba de ignorar el nudo en mi estómago. No sabía por qué accedí a esto. Las fiestas no eran lo mío. Pero Sofía tenía esa habilidad de arrastrarme a sus planes, y aquí estaba, rumbo a lo desconocido.

El piso de Marcos estaba en un edificio de apartamentos que parecía gritar “estudiantes universitarios” desde lejos: paredes con grafitis, bicicletas amontonadas en la entrada, y un portero que apenas nos miraba cuando ingresamos. Optamos por subir al cuarto piso en un ascensor que olía a cerveza y perfume barato, y cuando las puertas se abrieron, la música nos golpeó como una ola.

—¡Bienvenidas al paraíso! —Marcos apareció en la puerta del piso, con una camiseta estampada y una sonrisa que ocupaba toda su cara—. ¡Pasen, pasen! La fiesta está que arde.

—Esto mejor que valga la pena, Marcos —dijo Sofía, mientras entraba como si el lugar le perteneciera—. ¿Dónde está la pizza que prometiste?

—Allí, en la mesa. —Marcos señaló una esquina del salón, donde había una pila de cajas de pizza y latas de refresco—. Pero vayan con cuidado, que los de ingeniería están atacando como si no hubiesen comido en un mes.

Me reí, mientras seguía a Sofía al interior. El piso estaba abarrotado, con luces de colores parpadeando al ritmo de una canción pop que no reconocía. Había gente por todos lados: algunos bailaban en el centro del salón, otros charlaban en grupos, y unos pocos se encontraban sentados en un sofá que parecía haber vivido mejores días. El aire olía a pizza, sudor y algo dulce que no lograba identificar. Sofía se movía entre la multitud como pez en el agua, saludaba a conocidos con abrazos y risas. Yo, en cambio, me quedé un paso atrás, sintiendo que no encajaba.

—¿Quieres un refresco? —preguntó Sofía, mientras se giraba hacia mí—. O podemos ir directo por pizza. Tú decides, reina.

—Refresco —contesté, porque necesitaba algo en las manos para no sentirme tan expuesta.

Nos abrimos paso hasta la mesa, en donde un chico con gafas contaba algo de una historia exagerada sobre un examen que “casi lo mata”. Sofía agarró dos latas de cola y me pasó una, después se sirvió una porción de pizza como si fuese una misión militar.

—Esto si que es vida —Decía Sofía, dándole un mordisco—. Ahora solo falta que te relajes y disfrutes, Lucía. Mira a tu alrededor, ¡es una fiesta!

—Estoy relajada —mentí, y abrí mi lata con un chasquido—. Solo... estoy observando.

—Observando, claro. —Sofía puso los ojos en blanco—. Eres como un documentalista de National Geographic, pero en vez de leones, estudias universitarios borrachos.

—No están todos borrachos —protesté, aunque un chico pasaba tambaleándose con una cerveza en la mano, desmintiendo mi argumento.

—Todavía no, pero dales tiempo. —Sofía se empezó a reír y me arrastró hacia un grupo de chicos y chicas que estaban discutiendo sobre música.

—¡Sofía, justo a tiempo! —dijo una chica que tenía el pelo teñido de morado—. Dinos, ¿Bad bunny o Rosalía?

—Rosalía

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