¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Cristina enfrenta un dilema que pondrá a prueba los límites de su humanidad: sacrificarse a sí misma para encontrar a la persona que ama, incluso si eso significa convertirse en el mismo diablo.
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Algodón de azúcar
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—Diría que es un pecado —respondió Eli con un tono serio que me descolocó.
—Lo entiendo… —respondí, confundida y abatida.
—¡No seas tonta! Ni siquiera soy religiosa —soltó de repente, riendo y quitándole peso a la situación—. Diría que soy demasiado afortunada.
—¿Afortunada? ¿Por qué? —pregunté, nerviosa.
—Porque eres una gran persona: encantadora, gentil, guapa… y, sobre todo, siempre me cuidas con un amor que no había sentido ni siquiera por mis padres.
Esas palabras hicieron que mis manos sudaran frío y mi corazón diera vueltas. ¿Me dijo "guapa"? No me consideraba fea, pero que alguien como Eli me lo dijera se sentía como ganar una medalla de oro.
—¿Crees que soy guapa? —pregunté nerviosa, casi en un susurro.
—¿De todo lo que dije, solo preguntas eso? —respondió riendo—. Eres tan vanidosa, Cris. ¡Eres tan guapa que hasta me siento celosa!
—¿Celosa? ¿De qué? —pregunté, tratando de mantener la compostura.
—De que alguien más te robe de mi lado.
Eli se acercó y, sin previo aviso, presionó sus labios contra los míos. Me aparté rápidamente, sorprendida.
—¿Qué te pasa, Cris? —preguntó, mirándome confundida.
—Perdón… es que me agarraste desprevenida.
Eli no respondió. En cambio, jaló de mi camisa con fuerza, acercándome de nuevo a ella. Esta vez, sus labios se movieron con suavidad contra los míos. Cerré los ojos, sintiendo cada momento como si el tiempo se hubiera detenido. Nunca antes había besado a alguien, y sabía que ella tampoco lo había hecho, pero sus labios tenían un sabor dulce, como algodón de azúcar.
—Besa bien para ser tu primera vez… ¿o no lo es? —dije, mientras ella se recostaba en mi estómago y ambas mirábamos las estrellas.
—¿Tú qué crees? —respondió con una risita.
—El primer beso y ya me hablas de tus "amantes".
—Claro, tengo una lista enorme —bromeó, levantando sus dedos como si los estuviera contando—. Rigo, Pedro, Alexis, Carlos…
—Qué curioso, no recuerdo que aceptaras salir con un chico.
—Tal vez lo hice a escondidas, ¿no crees?
—Eso sería imposible, considerando que siempre estás pegada a mí como un chicle.
—Soy un chicle que solo puede ser masticado por ti —respondió, antes de acercarse para besarme otra vez.
Ese beso paralizó el mundo. Solo existíamos ella y yo. El cielo estrellado parecía insignificante ante la presencia de esta mujer. ¿Cómo era posible sentir tanto por alguien?
Esa noche, Eli se quedó en mi cama. Su confesión me hacía sentir más feliz que si hubiera ganado un millón de dólares. Pero ningún dinero se comparaba con tenerla a mi lado. La pequeña estaba acurrucada en mi hombro, y aunque su peso entumeciera mi brazo, no me importaba. Dormí como una pluma, ligera y en paz. Me sentía estúpida por no haber notado antes sus sentimientos; podía ser lista para muchas cosas, pero con Eli siempre fui una tonta.
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A la mañana siguiente, era domingo. Su padre seguía sin dar señales de vida, así que Eli continuó en casa. Durante la mañana, le coloqué hielo en el ojo para ayudar con la inflamación.
—Con esto se desinflamará más rápido —dije, arrodillándome frente a ella en la sala para colocarle el hielo.
—Gracias, esposo —bromeó Eli, riendo.
—¿Esposo? ¿Por qué?
—Porque siempre pareces protegerme como un buen marido.
—Ya veo… entonces, ¿eso significa que somos novias? —pregunté, mirándola directamente a los ojos, algo nerviosa.
—Ya te besé, ¿necesitas algo más para confirmarlo?
—Sí, más besos —respondí riendo.
—Esos te los daré en la noche. Por ahora, toma este.
Se inclinó y besó suavemente mi mejilla. Su toque me hizo sonrojar.
—Esto me basta por el momento —dijo, acariciando mi mejilla.
De repente, mi celular vibró.
—¿Quién es? —preguntó Eli, curiosa.
—Es lorena . Pregunta qué vamos a hacer hoy.
Lore, era una de mis mejores amigas, al igual que Eli. Nos conocimos en la primaria, y aunque era linda e inteligente, se distinguía por su riqueza. Su casa era como un palacio, con un patio enorme, alberca y todo tipo de lujos.
—Dile que no tenemos planes. ¿Qué propone? —respondió Eli, vacilando.
—Dice que vayamos a su casa a nadar y ver películas. Tiene varios bocadillos.
Eli no tardó en sonreír. Ir a casa de Lore siempre significaba diversión y comida en abundancia.
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Más tarde, tomamos la bicicleta rumbo a casa de Lore. Yo pedaleaba mientras Eli iba sentada atrás, como siempre.
—Tienes suerte de que haga ejercicio; con lo pesada que eres, no habríamos cruzado ni media cuadra —dije, riendo.
—¡Cállate! No peso tanto.
—Díselo a la bicicleta —respondí entre risas.
Aunque Eli era delgada, con apenas 50 kilos, me encantaba molestarla con eso.
La casa de Lore estaba a solo diez minutos de distancia, ubicada en una de las zonas más alejada, parecía un fraccionamiento entero para ellos. Al llegar, un par de hombres con apariencia de vaqueros nos detuvieron. Vestían botas, sombreros y portaban armas grande a la vista. Eran los encargados de cuidar la finca de los Pérez, una familia que todos conocían como "la gran familia Pérez".
—¿Vienen a ver a la señorita Lore? —preguntó Don Jacinto, un hombre mayor con un tono cortés.
—Así es, Don Jacinto.
—Pásenle, muchachas. Ya las espera la señorita.
Ellos nos conocían bien, ya que visitábamos la casa de Lore con frecuencia. Tuvimos que caminar unos cuantos metros para llegar a la gran entrada de su propiedad. La casa de los Pérez era como un palacio, con un patio enorme, piscina y árboles que daban sombra a las áreas comunes, incluso tenía un zoológico, era una locura esa casa.
El padre de Lore era el dueño de la plaza si saben a lo que me refiero, no sabia con exactitud su rango sin embargo sabía que no era un simple peon ya que su negocio le permitían acumular una fortuna descomunal. Aunque era un hombre reservado y poderoso, los pocos que lo conocían personalmente decían que era amable y carismático, siempre protegiendo a los suyos.
La madre de Lore era la típica "buchona", una mujer con ropa de marca, joyas llamativas y una actitud refinada, pero cercana con las personas que ganaban su confianza. A pesar de todo, la familia Pérez era conocida por ser generosa y solidaria con los suyos, lo que hacía que incluso mi familia simpatizara con ellos, aunque mi padre prefería que no fuéramos demasiado cercanas.
—¡Ya llegó mi bella Cris! —gritó Lore al vernos, corriendo hacia mí y abrazándome con fuerza.
—¡Suéltala, Lore! La vas a aplastar demasiado —protestó Eli, visiblemente molesta.
Lore siempre fue así de efusiva conmigo, algo que a Eli no le agradaba mucho. Desde que conocimos a Lore en quinto de primaria, cuando su familia se mudó aquí, siempre fue pegajosa conmigo. Esa cercanía solía sacar de quicio a Eli, aunque las dos se querían mucho.
—No seas celosa, Elizabeth. Hay que compartir, ¿no crees, Cris? —bromeó Lore con una sonrisa juguetona.
—Ajá… —respondí incómoda.
Aunque Eli no lo demostraba abiertamente, estaba claro que las insinuaciones de Lore la ponían furiosa. A veces me preguntaba si Lore realmente sentía algo por mí o si solo lo hacía para molestar a Eli.