Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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3. Sigue Tu Camino.
Me levanté con dificultad, el orgullo herido y el corazón destrozado, mientras el eco de las palabras de los Príncipes me atormentaba.
Necesitaba salir de ese lugar, alejarme del ambiente opresivo que me estaba envolviendo. Necesitaba aire, un momento para recomponer mis pensamientos y permitir que las lágrimas fluyeran sin el juicio de aquellos que me habían hecho sentir tan insignificante.
Caminé hacia los jardines, el lugar donde había pensado que podría encontrar un poco de paz.
La noche era fresca y tranquila, el aroma de las flores apenas disimulaba la tristeza que sentía. Me apoyé en una fuente, tratando de calmar el tumulto dentro de mí. Fue entonces cuando lo sentí, la presencia de alguien más, me di vuelta con una mezcla de curiosidad y temor.
La futura Luna de los príncipes, Astrid, se acercaba con su aire de superioridad y frialdad. Era imposible no notar su presencia. Su estatura elevada y su postura perfecta le daban un porte que parecía diseñado para imponer respeto. Su cabello negro caía en ondas impecables sobre sus hombros, enmarcando un rostro de rasgos marcados y perfectamente simétricos. Sus ojos, de un azul gélido, destellaban desdén mientras su mirada me atravesaba. Su piel pálida brillaba bajo la luz de la luna, y sus labios, teñidos de un carmesí intenso, se curvaron en una sonrisa cruel. Cada paso que daba parecía calculado para recordarme lo inferior que era.
— ¿Qué tenemos acá? — preguntó con voz helada y burlona — ¿Te crees con el derecho a estar acá? ¿De estar cerca de ellos?
El desdén era claro en sus palabras. La frialdad en su tono y la falta de compasión me hicieron sentir aún más insignificante. No mostraba ni un atisbo de empatía; sólo una determinación feroz de dejar claro que mi presencia era, no sólo innecesaria, sino intrusiva.
— Solo buscaba un momento de paz, — respondí con voz temblorosa. — No voy a interponerme entre ustedes.
Ella sonrió, una sonrisa cargada de una arrogancia despreciable.
— ¿Crees que puedes hacerlo?, aún si quisieras, no tendrías ese poder. Tu presencia solo ha sido una molestia para ellos. Mejor sigue tu camino. Mientras puedas.
Sus palabras eran un golpe devastador que resonaba en cada rincón de mi ser. No solo me habían rechazado, sino que Astrid, con su actitud despiadada, parecía empeñada en hacerme sentir aún más derrotada, dejando entrever una clara amenaza en sus palabras.
(…)
El sonido de la puerta abriéndose me hizo volver al presente. Una loba omega entraba con la cabeza gacha sin atreverse a mirarme directamente a los ojos.
Su presencia era tímida, como si cada paso que daba fuera un acto de desafío a un mundo que la había relegado al rincón más bajo de la jerarquía. La manada RealMoon, donde ahora me encontraba prisionera, había sido siempre un lugar de poder y majestad, pero para mí, era una prisión fría y desolada.
Con una bandeja de comida en la mano, se acercó. Su voz era suave y temerosa cuando habló.
— Los reyes, la reina Aurora y el rey Leónidas, le envían esta comida — dijo, mientras colocaba la bandeja frente a mí.
Un gesto de amabilidad en medio de la crueldad que me rodeaba. Mis ojos recorrieron los platos humeantes, el aroma reconfortante de la comida llenó el aire frío de la habitación.
— No se preocupe, ellos la liberarán lo antes posible — agregó, y en ese instante, la confusión me invadió. ¿Se refería a los reyes?
No sabía si los reyes estaban al tanto de todo. Este era el segundo día de encierro y no los había visto. Las dudas se arremolinaban en mi mente como un torbellino, mientras me preguntaba si realmente podía confiar en esta loba. Antes de que pudiera hacerle preguntas, la loba nerviosamente se aseguró de que nadie nos espiara, pero eso era prácticamente imposible.
Me encontraba en una habitación recóndita en el castillo, en un subsuelo desolado, la puerta que me mantenía encerrada era una puerta de hierro forjado completamente sólida sin una mirilla como para ver el exterior o que me vean desde afuera.
Con un movimiento ágil, sacó una pequeña llave de entre sus ropas, que brillaba tenuemente bajo la escasa luz que entraba por la pequeña ventana.
— Esto es para usted. Debe ponerse las esposas frente a los demás, pero confíe, ellos la liberarán pronto. — volvió a remarcar un poco nerviosa.
Tomé la llave con manos dudosas, sintiendo una mezcla de gratitud y desconfianza en mi corazón.
— Gracias... — murmuré, sintiendo que un destello de esperanza iluminaba la penumbra de este reino. — ¿Cómo te llamas?
— Me llamo Lira. Al igual que mis reyes, yo también la apoyo, mi Luna. La ayudaré en lo que necesite. — hablo nerviosamente.
Con una mirada decidida, Lira se despidió asegurándome que estaría cerca, lista para avisarme cuando alguien se acercara.
Cuando noté que realmente se había ido, sabiendo que no podía confiar tan fácilmente en nadie, decidí sacarme las esposas de plata con la llave que me dio Lira, aunque no la necesitaba. Decidí iluminar este frío cuarto.
Una luz dorada comenzó a emanar de mis manos, iluminando la habitación, cubriéndola con un resplandor cálido y reconfortante, la habitación ya no se sentía fría, ni desolada.
Con una sonrisa que contrastaba enormemente con la humillación y el dolor que había mostrado, horas atrás, empecé a comer. La comida era simple pero abundante y sabrosa.
‘Los reyes’, pensé. Los reyes enviaron está comida y esta llave. La primera vez que los vi, hace varios meses, no se parecían en nada a la realeza.
Mientras comía, mis pensamientos comenzaron a deslizarse hacia aquel entonces. Fue poco después de que Marcus y Sebastián se negaran a aceptarme, y tampoco me permitieran rechazarlos. Me había prometido a mí misma que no sería una compañera humillada y relegada, que no viviría para darles poder a quienes me negaban, a aquellos príncipes que pretendían usarme.
Qué irónico. Ahora era justamente eso, un objeto que les daba poder.