El Resurgir Del Soberano Dragón Carmesí.

Eco de los pasos en la enfermería vacía era apenas perceptible, pero para Han Fei, cada sonido era un trueno en su cabeza herida. Las vendas que cubrían su torso estaban empapadas de un líquido oscuro: no era solo sangre, sino también ese resplandor escarlata que había emergido durante la batalla en el Valle Loto. No recordaba con claridad lo que había hecho, solo fragmentos: gritos, fuego, y el rostro de Yueran cubierto de preocupación.

Estaba solo.

Horas antes, no lo había estado. Antes del aislamiento, había enfrentado otra sala: la del juicio.

El director lo había acompañado hasta el vestíbulo antes de entrar al recinto del consejo. Sus pasos eran lentos, cargados de una tensión que Fei nunca le había visto.

—Director... ¿esto es realmente necesario?—preguntó Fei, sintiendo el ardor de su herida incluso al hablar.

—No lo es para mí —respondía el director, sin mirarlo—. Pero lo es para ellos. El consejo teme lo que no entiende... y tu desborde en el Valle Loto los ha obligado a actuar.

Fei apretó los dientes.

—Yo no elegí esto. Ni el poder, ni los recuerdos. Ni la sangre que me corre en las venas.

—Lo sé. Y por eso estoy aquí. No permitiré que te conviertan en una herramienta ni en un chivo expiatorio. Pero debes ser fuerte, Fei. No solo en cuerpo. En mente.

En la sala del consejo, voces se cruzaban como cuchillas. Algunos maestros lo defendieron, argumentando que sin él, el escuadrón habría sido aniquilado. Otros, sin embargo, lo señalaban como una amenaza latente, un peligro que podía repetir la tragedia de siglos pasados.

Finalmente, el veredicto: aislamiento temporal, bajo observación.

El director no disimuló su disgusto. Al salir de la sala, se detuvo frente a Fei.

—Haré todo lo posible por protegerte... pero también necesito que no pierdas el control otra vez. Ellos no tendrán misericordia.

Fei asintió. No porque estuviera de acuerdo, sino porque sabía que no tenía opción.

Y así, volviendo al presente, en la fría enfermería, el aislamiento había sido una "decisión de seguridad", según el director. Pero Fei lo sentía como una cárcel.

No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que una figura familiar entró. Lin Yueran. Su mirada era distinta. No solo preocupada: cargaba el peso de una culpa silenciosa.

—Te ves mejor —dijo, cerrando la puerta tras ella.

—He tenido peores días —intentó bromear Fei, pero la voz le salió ronca. —¡Houzi, Qin Bu? ¿Están bien?

—Vivos... gracias a ti.

Hubo un silencio.

Yueran se sentó junto a la cama, sin mirarlo. Sus dedos jugaban con una pequeña piedra tallada con un símbolo ancestral. Fei lo reconoció de los murales del Valle Oscuro.

—Mi familia... guarda muchos secretos, Fei —dijo ella, finalmente. —Y algunas verdades me están alcanzando.

—¿A qué te refieres?

Ella levantó la mirada. Había lágrimas contenidas en sus ojos, pero también firmeza.

—Cuando liberaste ese poder... algo dentro de mí se activó. Recuerdos... no míos, sino heredados. Ecos de mis ancestros. Vi al Soberano Carmesí. Vi su caída. Y vi a mi familia sellándolo.

Fei frunció el ceño. La garganta se le cerró.

—¡Eso es imposible!

—No... no lo es. Fei... la familia Lin tiene un deber. Desde hace generaciones, somos los guardianes del sello. Del recipiente.

—¿Recipiente?—repitió él, casi sin aire.

—Tú. Han Fei... Eres el receptáculo del poder del Soberano Carmesí. Y por eso, debemos vigilarte. Siempre.

Un silencio abrumador llenó la sala. El corazón de Fei latía como un tambor de guerra. Las paredes de su realidad comenzaban a agrietarse.

Yueran extendió la mano, pero él se apartó.

—Entonces... ¿todo esto fue planeado? ¿Mi ingreso a la academia? ¿Tú?

—No. Yo no sabía. Lo juro por mi alma. Pero ahora... ahora sí lo sé. Y no puedo mirar a otro lado.

Fei apretó los puños. El resplandor escarlata volvió a surgir, leve, en sus venas.

—Entonces tendrán que decidir pronto... si me vigilan... o si me ayudan.

Yueran no respondió. Solo se levantó, dejando la piedra ancestral sobre la mesa junto a él.

Horas después, el director entró. Sus ojos, usualmente calmados, estaban cargados de gravedad.

—Han Fei... hemos solicitado una audiencia con el Consejo. Hay cosas que debes saber. Y cosas que ellos quieren decidir. Sobre ti.

Fei asintió lentamente. El fuego en su interior ya no era solo destrucción. Era deseo de verdad. Y de justicia.